VATICANO II: UNIDAD Y DIVISION
Orlando Fedeli
Recientemente un médico amigo
me contó que, en el hospital en que trabaja, algunas enfermeras
le preguntaron cuál era su religión. El respondió
con ufanía: "Soy Católico Apostólico Romano". Y ellas,
entonces, como si no entendiesen, le dijeron: "¿Pero católico...
de qué tipo?".
Y la pregunta dejaba clara la tragedia
causada por el Vaticano II: después de ese Concilio surgieron tantas
divisiones entre los católicos, nacieron tantos tipos diferentes
y tantos modos diversos de ser católico, que la definición
normal ya no dice nada a las personas comunes. Quedó necesario añadir
otro adjetivo a la expresión de la única religión
y de la única fe verdaderas. Y el añadido necesario para
definir cuál es la religión católica que se tiene,
demuestra que se perdió la unidad de la fe.
Hoy hay católicos tradicionalistas
y católicos seguidores del Vaticano II.
Pero, inclusive en esos dos grupos
no hay unidad. Los que se afirman contrarios al Vaticano II se dividen
en sedevacantistas y enemigos del sede vacantismo; lefebvristas y campistas,
seguidores de la Fraternidad San Pedro y, fieles do Barroux, etc. Los seguidores
del Vaticano II, a su vez, se dividen también en Modernistas explícitos,
como Guitton y los Cardenales Kasper, Lehman, Martini, Koenig y Arns, o
seguidores moderados del Vaticano II, como los cardenales Ratzinger y Castrillón
Hoyos.
Hay los seguidores del "espíritu
del Vaticano II", y los seguidores de la "letra del Vaticano II".
Hay católicos seguidores de la marxista Teología de la Liberación,
y hay los católicos carismáticos. Hay los que se dicen católicos
conservadores, tipo Opus Dei, y los que siguen la orientación "jesuítica".
Hay católicos de " y Liberación", seguidores de Monseñor
Giussani, y los de la Canción Nueva. Hay católicos tefepistas
y los que siguen a la banda de los Heraldos del Evangelio, ex-devotos del
Dr. Plinio y de Doña Lucília. Hay los católicos seguidores
de Chiara Lubich, y los seguidores de la cismática Vassula Ryden.
Hay los católicos del Neo Catecumenales, fanáticos de Kiko
Arguello, y los católicos del Padre Gobbi. Hay católicos
dichos ultramontanos, y católicos liberales. Hay los aparicionistas,
que creen en todo cuanto es visión, y los seguidores de Frei Betto,
que solo creen en Betto, Marx y Boff.
En fin, hay de todo. Solo es difícil
de encontrar quien sea Católico Apostólico Romano, únicamente,
sin ningún adjetivo de más.
Y esa división de los católicos
— casi se debería decir: esa desintegración de los católicos
— resultó del Vaticano II que, paradojalmente, pretendió
unir todas las religiones para realizar la oración de Cristo: 'Ut
unum sint ", pero que, de hecho, solo realizó lo opuesto: 'Ut divisi
sint".
Et divisi sumus.
Desgraciadamente.
¿Por qué aconteció
esa paradojal desgracia?
¿Cuál fue la causa de
tal confusión en que nadie se entiende más?
Es lo que pretendemos analizar en el
presente artículo, que queremos ser Católicos Apostólicos
Romanos, sin ningún adjetivo de más.
* * *
El Concilio Vaticano II fue convocado
por Juan XXIII, que le dio como fin tentar realizar la unión de
todas las religiones, e inclusive de toda la humanidad. Era el ecumenismo
religioso y humano que se visaba.
El método, preconizado por Juan
XXIII y adoptado por el Concilio, era el de no condenar nada y a nadie,
sino procurar solo lo que había de común a las varias religiones,
para así unirlas, por medio de aquello en que ellas concordaban.
Es lo que constata el actual Obispo
de Como, Mons. Maggioloni, al declarar:
"Estamos demasiado preocupados
en buscar más "lo que nos une que aquello que nos divide"; este
es el imperativo de un diálogo que frecuentemente apaga la especificidad
del cristianismo".
Según el método del Vaticano
II, impuesto por Juan XXIII y por Pablo VI, no sería usado más
el método polémico, siempre empleado — y con tanto éxito
— por la Iglesia, sino, el método irenista — pacífico — es
el que sería adoptado siempre. De ahí las sonrisas,
los encuentros diplomáticos conversadores, el diálogo erigido
en palabra mágica, de que resultaron Pronunciamientos, Declaraciones,
Proyectos, Planes, comisiones y Manifiestos a borbotones. Manifiestos que
nadie lee; circulares que pronto son olvidadas. Comisiones que continuamente
se pronuncian, y que nadie oye y ni sigue. Diálogos en los cuales
todos hablan y nadie se entiende. Acuerdos en que todos se engañan
con omisiones y silencios astuciosos, y que nadie practica. Juramentos
y propósitos que nadie cumple y que todos traicionan.
De esa fiebre, de ese prurito por una
unidad puramente material y exterior, nacieron Comisiones de todos los
tipos, que hicieron de los tiempos posteriores al Concilio Vaticano II
la "Era de las Comisiones". Una era en que todos se comunican, todos dialogan...
y nadie se comprende. En que todos predican y hablan de unión, y
tiempo en el cual se registra la mayor desunión y las más
escandalosas divisiones.
El método irenista, decimos,
buscaba lo que era común, y no lo que separaba, para hacer la unión.
Así, entre las tres religiones que se dicen cristianas, se señaló
el punto existente en común, por lo menos confesado ser común:
la Fe en Cristo, dejándose, de lado, en un silencio omiso, vergonzoso
y avergonzado, la idea de Iglesia.
Con las religiones no cristianas se
instituyó la "Comisión Para el Diálogo con los no
Cristianos", y, como el punto común entre ellas era la simple creencia
en un Dios, se dejó a la Santísima Trinidad. Cristo quedó
a la sombra; si no en el olvido, por lo menos en la omisión silenciosa,
para resaltar solo la idea del Dios monoteísta, haciéndose
pensar — y a veces diciéndose — que el Dios de Mahoma y de los Rabinos
es el mismo Dios Uno y Trino del Catolicismo, y poniendo en silencio escandaloso
el dogma de la Encarnación del Verbo en el seno de María
Santísima.
Para hacer la unión con aquellos
que hoy se llama religiones tradicionales (ahí la tradición
pasa a tener valor) — las sectas paganas de Asia y de África — se
recalcó la noción de lo "Divino", un "Divino" indefinido,
bien vago y bien vasto, en el cual cabrían Brahma, Buda, Xango,
Odin, Huitzlopotchtli y Júpiter, sin olvidarse —et pour cause
—
de Baco y Venus, el Tantrismo y el culto de Shivá, así como
los esoterismos de todos los naipes. En el Divino, "cabía todo...".
¿Pero se dejarían fuera
de esa unión universal a los ateos, los materialistas y a tantos
misteriosos e indefinidamente brumosos "Hombres de Buena Voluntad"?
Claro que no. El "Ut omnes unum
sint" exigía la inclusión de los materialistas, marxistas
y no marxistas, en el diálogo ecuménico. Para ellos, se tomaría
como base de diálogo y de acuerdo al... Hombre.
Para la unión con los "Hombres
de Buena Voluntad" se hablaría de los valores humanos y de la dignidad
humana. Se defenderían los "Derechos del Hombre". Se proclamaría
que también la Iglesia tiene "el culto del Hombre".
Así, para buscar la unión
con las sectas que se dicen cristianas, se renunció a hablar
de la Iglesia, colocándose el acento del diálogo
sobre la unión en Cristo.
Para realizar la unión con las
religiones monoteístas, se dejó de hablar sobre Cristo,
colocándose el énfasis en Dios.
Para hacer la unión con los
ateos, se dejó de hablar sobre Dios, para hablar apenas
del Hombre.
Así, se hizo, poco a poco —
pero en pocos meses — lo que Pío XII denunció que había
sido hecho por las revoluciones, en la Historia, en cuatrocientos años...
La Iglesia, en la Edad Media, afirmaba
que era necesario creer en Dios, en Cristo y en la Iglesia.
Como dice Pío XII, la Reforma
de Lutero, de esa triple creencia — Dios, Cristo e Iglesia -- proclamó
tener fe en Cristo y en Dios, pero rechazó la Iglesia.
A su vez, la Revolución Francesa
de 1789, repudió la Iglesia y a Cristo, diciendo aceptar solo Dios.
La Revolución comunista rusa, por fin, proclamó su grito
impío: Ni Dios, ni Cristo, ni Iglesia.
Fue la misma escala de silencio, si
no de renuncia, la que fue hecha por el método ecuménico.
Al final, como ya señalamos,
para hacer la unión con los hombres que en nada creen — los famosos
"Hombres de Buena Voluntad", que nadie púdicamente osa identificar,
y que son los ateos comunistas y los masones que dan culto al Ser Supremo
— se buscó la unión, exaltando al Hombre con H mayúscula.
De ahí la acentuación del "dogma" — un nuevo tabú
— de los "Derechos Humanos". La Iglesia Conciliar, por medio de Pablo VI,
se declaró "Humanista", al decir ese Papa en la clausura del Vaticano
II:
"Toda esa riqueza doctrinal
[del Vaticano II] esta dirigida en una única dirección: servir
al Hombre" (...).
"La Iglesia,
[en el Vaticano II] en cierto sentido se declaró sierva de la humanidad"(...)
"¿Todo eso y todo lo que podemos decir del valor humano del Concilio
tal vez haya desviado la mente de la Iglesia en el Concilio en una dirección
antropocéntrica de la cultura moderna? Desviado no, dirigido, sí
!"
"Reconoced [al Concilio] al
menos este mérito, vosotros humanistas del mundo moderno que renunciáis
a la transcendencia de las cosas supremas, y sabed reconocer nuestro
nuevo humanismo: Nosotros también, Nosotros, más que nadie,
tenemos el Culto del Hombre" (Pablo VI, Discurso de clausura del
Concilio Vaticano II, 7 de Diciembre de 1965. Los negritos, las letras
mayores y subrayados son míos).
Es claro que ese método "apostólico"
de silencios graduados, para realizar uniones en lo que se tiene en común
con sectas no católicas, exigía el uso de fórmulas
capciosas, ambiguas y equívocas. Fue lo que señaló
el famoso Padre Schillebeekxs al decir:
"En el Concilio, empleamos
un lenguaje diplomático, [ambiguo]. Después del Concilio,
sabremos sacar de ese lenguaje doble las consecuencias implícitas"
(Schillebeecks a la revista De Bazuin, n.16, 1965 y traducida en Itinérairès,
n. 155, 1971, p40. Apud Romano Amerio, Iota Unum, Ricardo Ricciardi
editori,
Milano - Napoli, 1985, p.93)).
Fue esa ambigüedad del Vaticano II
la que produjo no solo la cisión de los tradicionalistas, sino también
la cisión entre seguidores del "espíritu del Concilio
Vaticano II", y seguidores de la "letra del Concilio Vaticano II".
Los que quedaron escandalizados con
el cambio de estilo y de tono de Pío XII, formal y hierático,
por el estilo de Juan XXIII, popular y hasta populachero, resistieron inicialmente
a los cambios conciliares solo por conservadurismo. Luego, algunos otros
percibieron que, por detrás del cambio de estilo y de mentalidad,
había una cambio doctrinario. Nació así el ala "tradicionalista",
que impugnó ciertas enseñanzas del Concilio Vaticano II como
repetición de las herejías del Modernismo.
Eso puede escandalizar, pero es unánimemente
reconocido que, con Juan XXIII, fue mudada la orientación dada a
la Iglesia por Pío XII. Los tradicionalistas de todos los tipos
afirman que ese cambio fue de 180 grados: se pasó de la excomunión
de las doctrinas modernistas para su admisión más o menos
disfrazada.
Los propios defensores del Vaticano
II confiesan que ese Concilio aceptó los errores del Modernismo
que habían sido condenados por San Pío X, en la encíclica
Pascendi
y
en el Decreto Lamentabili.
Fue lo que escribió, con todas
las letras, el famoso "filósofo", amigo íntimo de Pablo VI,
Jean Guitton: el Vaticano II defendió las tesis modernistas que
San Pío X condenara en la encíclica Pascendi:
"Pero, en en nuestros días,
aquello que se llama modernismo en la historia religiosa tiene un sentido
muy particular. Se llama por ese nombre una doctrina y un partido que fueron
condenados por el Papa Pío X en la encíclica Pascendi.
El Papa Pío X — que fue canonizado — designa al modernismo como
una herejía que tiene un doble carácter: el de ser una síntesis
de todas las herejías, y el de esconderse en el interior de la Iglesia
como una traición".
"El Modernismo así
definido estará siempre presente de un modo marginal en las controversias
que yo examino aquí a propósito del Padre Lagrange y deseo
expresarme libre y claramente sobre este asunto.
"Cuando releo los documentos
concernientes al Modernismo tal como fue definido por San Pío X,
y que los comparo con los documentos del Concilio Vaticano II, no puedo
dejar de quedar desconcertado. Porque lo que fue condenado
como una herejía en 1906 es proclamado como siendo y debiendo ser
de ahora en adelante la doctrina y el método de la Iglesia. Dicho
de otro modo, los modernistas de 1906 me aparecen como siendo precursores.
Mis maestros hacían parte de ellos. Mis padres me enseñaron
el modernismo. ¿Cómo pudo San Pío X repeler a aquellos
que ahora me aparecen como precursores?"
[« Mais de nos jour,
ce qu’on appelle modernisme en histoire religieuse a un sens très
particulier. On appelle de ce nom une doctrine et un parti qui ont été
condamnés par le pape Pie X dans l’ecyclique Pascendi. Le
pape Pie X — qui a été canonisé — désigne le
modernisme conme une hérésie qui a un double caractère
: celui d’être une synthèse, une somme de toutes les hérésies,
et celui de se cacher à l’intérieur de l’Église conme
une trahison.»
« Le modernisme ainsi
défini sera toujours présent d’une manière marginale
dans les controverses que j’examine ici à propos du père
Lagrange. Et je désire m’exprimer librement et nettement à
ce sujet.»
« Lorsque je relis les
documents concernant le modernisme tel qu’il a été défini
par saint Pie X, et que je les compare aux documents du concile de Vatican
II, je ne peux manquer d’être déconcerté. Car ce qui
a été condamné conme une hérésie en
1906 est proclamé conme étant et devant être désormais
la doctrine et le méthode de l’Église. Autrment dit, les
modernistes de 1906 m’apparaissent conme des précurseurs. Mes maîtres
en faisaient partie. Mes parents me l’enseignaient. conment Pie X a-t-il
pu répousser ceux qui maintenant m’apparaissent conme des précurseurs
? »]
(Jean Guitton, "Portrait du Père
Lagrange" - Éditions Robert Laffont, Paris, 1992, p. 55
– 56. El negrito y el mayor tamaño son de nuestra responsabilidad).
Esa es una confesión espetacular.
Jean Guitton, el amigo personal e íntimo
de Pablo VI, y que fue nombrado perito del Concilio desde el principio,
el hombre que aconsejó a Juan XXIII cómo hacer el Concilio,
y qué dirección darle, confiesa que los documentos del
Concilio Vaticano II contienen la doctrina y el método de los modernistas,
que fuera condenado por San Pío X en 1906.
Después de esa confesión,
no es necesario ninguna prueba más de que el Concilio Vaticano II
— un Concilio Pastoral y no dogmático — contiene errores modernistas.
Y no se alegue que el Vaticano II enseñó
dogmáticamente, porque, como declaró expresamente Pablo VI,
el Concilio Vaticano II no tiene autoridad dogmática.
Aún ahora el Padre Pierre Blet
S. J., profesor de Historia Eclesiástica en la Universidad Gregoriana
y autor de un famoso libro sobre Pío XII, recomendado por el proprio
Papa Juan Pablo II, después de conversar con el Papa actual sobre
las negociaciones de los lefebvristas con la Santa Sede a respecto de la
Misa y del Vaticano II, dio una entrevista sobre esa conversación,
reproducida en la revista Una Voce, en la cual declaró:
"Hay tendencias actuales que
tienden para un entendimiento. Los tradicionalistas fueron bien recibidos
en el Jubileo. Después, es verdad que eso fue un tanto frenado...
"[por causa de "posturas referentes al Vaticano II"]
Y prosigue el Padre Blet:
"Eso no es dirimente,
considerando que el Concilio [Vaticano II] no proclamó ninguna definición
dogmática que sea obligatoria. Cada uno tiene entonces el derecho
de examinar lo que puede aceptar" (Padre Pierre Blet,
entrevista publicada en Una Voce, Julio-Agosto de 2002. El negrito y el
destaque son de nuestra responsabilidad).
Fue la ambigüedad del valor y de
la autoridad teológica del Vaticano II, así como a ambigüedad
de sus textos, que causaron tantas discusiones sobre su enseñanza.
Los propios Papas post-conciliares divergieron en cuanto a lo que recomendó
el Vaticano II, adoptando lineas divergentes de conducta.
Así, Juan Pablo II dio una orientación
bastante diferente de la que fuera adoptada por Juan XXIII y por Pablo
VI. Por ejemplo, Pablo VI apoyó la Teología de la Liberación
y el uso de la violencia. Juan Pablo II condenó la Teología
de la Liberación.
Pablo VI fue más seguidor de
lo que se llamó de "espíritu del Vaticano II", — línea
Hoy liderada por los cardenales Kasper, Martini, Koenig, Arns y Lehman
— que de la "Letra del Vaticano II" , línea que fue
adoptada preferentemente por Juan Pablo II y por el Cardenal Ratzinger.
De ahí la división de
actitudes entre la Conferencia de Medellín, hecha por Pablo VI,
y la Conferencia de Puebla, organizada por Juan Pablo II.
Naturalmente, cada uno de esos Papas
procuró nombrar cardenales y Obispos que tuviesen la misma visión
que ellos tenían del Vaticano II. El resultado fue una división
del colegio cardenalicio y del Episcopado mundial en dos grupos mayores:
el de los Cardenales y Obispos seguidores del "espíritu del Concilio"
— que quieren reformas cada vez más radicales, y que pretenden convocar
un Concilio Vaticano III, para completar la obra de reformas del Vaticano
II, explicitando su "espíritu" — y los cardenales y Obispos más
conservadores, que pretenden aferrarse a la letra del Vaticano II.
Ejemplos típicos de Cardenales
favorables a la continuación de las reformas en el "espíritu
del Vaticano II", que acusan a los adversarios de traicionar el Concilio
Vaticano II por apegarse a su letra, son los Cardenales Kasper, Lehman,
Martini, Koenig, Arns, Lorscheider, etc. Ejemplo de cardenales que procuran
defender "la letra del Concilio" recusando nuevas reformas, son
Ratzinger, Hoyos, Medina, Eugenio Salles, etc.
Fue esa división que llevó
a muchos cardenales y Episcopados enteros a hacer pronunciamientos públicos
contra la Declaración Dominus Iesus publicada por orden de
Juan Pablo II.
Evidentemente, esa división
del Colegio cardenalicio es amenazadora de una crisis mucho mayor. Muchos
temen que, en el próximo Conclave, esas dos lineas no lleguen a
un entendimiento, y provoquen un cisma con la elección de dos Papas,
al mismo tiempo.
¡Dios no lo permita !...
A esa división entre las dos
lineas conciliares aún debe ser añadida la división
de los que no aceptan el Vaticano II y sus reformas, denominándolas
como contrarias a lo que enseñaron Pío IX, San Pío
X, y Pío XII. Y no se piense que son solo los tradicionalistas quienes
afirman que el Concilio Vaticano II rompió con la enseñanza
de los Papas anteriores.
Vimos arriba como Jean Guitton confiesa
que el Vaticano II enseñó las doctrinas Modernistas condenadas
por San Pío X, en la encíclica Pascendi.
El Cardenal Ratzinger — Hoy, un conservador,
si es comparado con el Cardenal Kasper — afirma, en uno de sus libros,
que el documento Gaudium et Spes del Vaticano II, "es un Anti
Syllabus". (Cfr. Cardenal Joseph Ratzinger, Teoría de los
Principios Teológicos,
Ed. Herder, Barcelona, 1985, pp. 457-458).
Y el Cardenal Kasper declaró,
aún recientemente, que el Vaticano II rechazó un dogma que
la Iglesia, antes del mismo, siempre enseñara:
"En el Concilio Vaticano II
la Iglesia Católica rechazó la posición que Ella frecuentemente
sustentara en el pasado, por la cual juzgaba a las religiones no cristianas
como herejías y supersticiones. En la Declaración
Nostra
Aetate, sobre las Relaciones de la Iglesia con las religiones no-cristianas,
el Concilio clara y francamente estableció que la Iglesia "nada
rechaza de lo que hay de verdad y de santo en esas religiones" (Obispo
(actual Cardenal) Walter Kasper, Secretario de la Pontificia Comisión
Conciliar para la Promoción de la unidad de los Cristianos, The
Unicity and Universality of Jesus Christ, 17 de Octubre de 2.000, p
5).
A esos errores llevó el sistema
de buscar lo que une, y no lo que separa. Como es imposible que exista
un error sin alguna verdad, pues la mentira absoluta no existe y no puede
existir, siempre es posible encontrar un punto en común. Así,
los satanistas afirman que Lucifer es un espíritu angélico
de los más elevados. Ahora, en este punto, la Iglesia Católica
dice lo mismo: Lucifer fue un ángel de los más elevados del
cielo.
Porque hay esa concordancia en que
Lucifer es un espíritu angélico muy elevado, ¿se podría,
con base en ese punto de acuerdo, instituir una comisión para el
Diálogo con los satanistas?
Evidentemente, eso es un absurdo.
Por tanto, después del Vaticano
II, y a causa de la ambigüedad de los textos Conciliares, se formaron,
por lo menos, tres grandes corrientes entre los cardenales y Obispos de
la Iglesia Católica:
1a — El ala de los Modernistas
radicales, defensores del "espíritu del Vaticano II";
2a -- El ala de los moderados,
que defienden la "letra del Vaticano II;
3a – El ala de los tradicionalistas,
que rechaza el Vaticano II.
Es evidente también que cada
Obispo procuró cercarse de padres que adoptaban su posición
frente al Concilio.
Los modernistas radicales favorecieron
a los padres adeptos a la Teología de la Liberación, ávidos
de todas las novedades, liberalizantes en moral, y marxistas en materia
económica y social, defensores de la democratización completa
de la Iglesia y de su pobreza absoluta, negadores del poder y de la autoridad
del Papa y de la monarquía eclesial.
Los moderados, a su vez, procuraran
nombrar y favorecer a los padres que adoptaban una línea parecida
o próxima a la de ellos.
Resultado: las diócesis y las
parroquias se dividieron, teniendo cada una un estilo diferente. Cada una
teniendo, en el fondo, una doctrina diferente.
Y la división fue aún
más fondo.
En las diócesis y en las parroquias,
cada Obispo y cada Padre favoreció movimientos de acuerdo con su
modo de ver y de entender la Nueva Iglesia democratizada y modernista.
Aparecieron parroquias neo catecumenales, parroquias carismáticas,
parroquias conservadoras del Opus Dei, parroquias socialistas. Sé
de una en que el padre, al entrar al altar para rezar la Misa, es acompañado
por un "padre de santo" de la macumba, con sus gallos muertos para Exu,
y sus pertrechos de mandinga. ¡En la Misa dominical!
¿Cómo hablar de en unión
con tanta división en la fe?
Por toda parte surgen grupos de fieles
con las más variadas tendencias. Como previó el Cardenal
Ratzinger, la Iglesia como que se atomizó, desintegrándose
en incontables minúsculos grupos más o menos autónomos
o independientes de las parroquias. Desgraciadamente, la obediencia a la
Sagrada Jerarquía, e inclusive hasta al mismo Papa, es casi nula.
¿Cómo pretender que grupos de laicos, pésimamente
instruidos en la doctrina católica, obedezcan al Papa o a los Obispos,
cuando leen, en los diarios, que episcopados enteros contestan la Dominus
Iesus y desacatan la autoridad del Papa?
Los que pretenden unir tantos grupos,
doctrinariamente tan divididos, sueñan lo imposible, porque solo
la verdad une.
El deseo de "hacer media" con todos
y con todo, causó la desunión.
El ecumenismo del Vaticano II no consiguió
traer de ninguna secta a nadie para la unidad católica. Pero, internamente,
el Vaticano II, dividió profundamente al clero y a los fieles.
Si, como dice Nuestro Señor,
por los frutos se conoce al árbol, ¿el Vaticano II puede
ser tenido como árbol bueno?
Evidentemente, nos parece que no.
Hay, pues, que retornar a la doctrina
de siempre, y a los métodos de apostolado de siempre. Hay que condenar
los errores todos, especialmente las doctrinas heréticas del Modernismo,
ahora triunfantes.
Dios ilumine al Papa para proseguir
en el camino de retorno que parece haber emprendido.
San Pablo, en la fiesta de la Natividad
de Nuestra Señora, el 8 de septiembre de 2002.
Orlando Fedeli |