Iglesia y Religión
VATICANO II: UNIDAD Y DIVISION
Orlando Fedeli

Recientemente un médico amigo me contó que, en el hospital en que trabaja, algunas enfermeras le preguntaron cuál era su religión. El respondió con ufanía: "Soy Católico Apostólico Romano". Y ellas, entonces, como si no entendiesen, le dijeron: "¿Pero católico... de qué tipo?".

Y la pregunta dejaba clara la tragedia causada por el Vaticano II: después de ese Concilio surgieron tantas divisiones entre los católicos, nacieron tantos tipos diferentes y tantos modos diversos de ser católico, que la definición normal ya no dice nada a las personas comunes. Quedó necesario añadir otro adjetivo a la expresión de la única religión y de la única fe verdaderas. Y el añadido necesario para definir cuál es la religión católica que se tiene, demuestra que se perdió la unidad de la fe. 

Hoy hay católicos tradicionalistas y católicos seguidores del Vaticano II. 

Pero, inclusive en esos dos grupos no hay unidad. Los que se afirman contrarios al Vaticano II se dividen en sedevacantistas y enemigos del sede vacantismo; lefebvristas y campistas, seguidores de la Fraternidad San Pedro y, fieles do Barroux, etc. Los seguidores del Vaticano II, a su vez, se dividen también en Modernistas explícitos, como Guitton y los Cardenales Kasper, Lehman, Martini, Koenig y Arns, o seguidores moderados del Vaticano II, como los cardenales Ratzinger y Castrillón Hoyos.

Hay los seguidores del "espíritu del Vaticano II", y los seguidores de la "letra del Vaticano II". Hay católicos seguidores de la marxista Teología de la Liberación, y hay los católicos carismáticos. Hay los que se dicen católicos conservadores, tipo Opus Dei, y los que siguen la orientación "jesuítica". Hay católicos de " y Liberación", seguidores de Monseñor Giussani, y los de la Canción Nueva. Hay católicos tefepistas y los que siguen a la banda de los Heraldos del Evangelio, ex-devotos del Dr. Plinio y de Doña Lucília. Hay los católicos seguidores de Chiara Lubich, y los seguidores de la cismática Vassula Ryden. Hay los católicos del Neo Catecumenales, fanáticos de Kiko Arguello, y los católicos del Padre Gobbi. Hay católicos dichos ultramontanos, y católicos liberales. Hay los aparicionistas, que creen en todo cuanto es visión, y los seguidores de Frei Betto, que solo creen en Betto, Marx y Boff. 

En fin, hay de todo. Solo es difícil de encontrar quien sea Católico Apostólico Romano, únicamente, sin ningún adjetivo de más.

Y esa división de los católicos — casi se debería decir: esa desintegración de los católicos — resultó del Vaticano II que, paradojalmente, pretendió unir todas las religiones para realizar la oración de Cristo: 'Ut unum sint ", pero que, de hecho, solo realizó lo opuesto: 'Ut divisi sint".

Et divisi sumus. 

Desgraciadamente. 

¿Por qué aconteció  esa paradojal desgracia? 

¿Cuál fue la causa de tal confusión en que nadie se entiende más? 

Es lo que pretendemos analizar en el presente artículo, que queremos ser Católicos Apostólicos Romanos, sin ningún adjetivo de más.

* * *

El Concilio Vaticano II fue convocado por Juan XXIII, que le dio como fin tentar realizar la unión de todas las religiones, e inclusive de toda la humanidad. Era el ecumenismo religioso y humano que se visaba.

El método, preconizado por Juan XXIII y adoptado por el Concilio, era el de no condenar nada y a nadie, sino procurar solo lo que había de común a las varias religiones, para así unirlas, por medio de aquello en que ellas concordaban.

Es lo que constata el actual Obispo de Como, Mons. Maggioloni, al declarar:

"Estamos demasiado preocupados en buscar más "lo que nos une que aquello que nos divide"; este es el imperativo de un diálogo que frecuentemente apaga la especificidad del cristianismo".
Según el método del Vaticano II, impuesto por Juan XXIII y por Pablo VI, no sería usado más el método polémico, siempre empleado — y con tanto éxito — por la Iglesia, sino, el método irenista — pacífico — es el que sería  adoptado siempre. De ahí las sonrisas, los encuentros diplomáticos conversadores, el diálogo erigido en palabra mágica, de que resultaron Pronunciamientos, Declaraciones, Proyectos, Planes, comisiones y Manifiestos a borbotones. Manifiestos que nadie lee; circulares que pronto son olvidadas. Comisiones que continuamente se pronuncian, y que nadie oye y ni sigue. Diálogos en los cuales todos hablan y nadie se entiende. Acuerdos en que todos se engañan con omisiones y silencios astuciosos, y que nadie practica. Juramentos y propósitos que nadie cumple y que todos traicionan.

De esa fiebre, de ese prurito por una unidad puramente material y exterior, nacieron Comisiones de todos los tipos, que hicieron de los tiempos posteriores al Concilio Vaticano II la "Era de las Comisiones". Una era en que todos se comunican, todos dialogan... y nadie se comprende. En que todos predican y hablan de unión, y tiempo en el cual se registra la mayor desunión y las más escandalosas divisiones.

El método irenista, decimos, buscaba lo que era común, y no lo que separaba, para hacer la unión. Así, entre las tres religiones que se dicen cristianas, se señaló el punto existente en común, por lo menos confesado ser común: la Fe en Cristo, dejándose, de lado, en un silencio omiso, vergonzoso y avergonzado, la idea de Iglesia.

Con las religiones no cristianas se instituyó la "Comisión Para el Diálogo con los no Cristianos", y, como el punto común entre ellas era la simple creencia en un Dios, se dejó a la Santísima Trinidad. Cristo quedó a la sombra; si no en el olvido, por lo menos en la omisión silenciosa, para resaltar solo la idea del Dios monoteísta, haciéndose pensar — y a veces diciéndose — que el Dios de Mahoma y de los Rabinos es el mismo Dios Uno y Trino del Catolicismo, y poniendo en silencio escandaloso el dogma de la Encarnación del Verbo en el seno de María Santísima.

Para hacer la unión con aquellos que hoy se llama religiones tradicionales (ahí la tradición pasa a tener valor) — las sectas paganas de Asia y de África — se recalcó la noción de lo "Divino", un "Divino" indefinido, bien vago y bien vasto, en el cual cabrían Brahma, Buda, Xango, Odin, Huitzlopotchtli y Júpiter, sin olvidarse —et pour cause — de Baco y Venus, el Tantrismo y el culto de Shivá, así como los esoterismos de todos los naipes. En el Divino, "cabía todo...".

¿Pero se dejarían fuera de esa unión universal a los ateos, los materialistas y a tantos misteriosos e indefinidamente brumosos "Hombres de Buena Voluntad"? 

Claro que no. El "Ut omnes unum sint" exigía la inclusión de los materialistas, marxistas y no marxistas, en el diálogo ecuménico. Para ellos, se tomaría como base de diálogo y de acuerdo al... Hombre

Para la unión con los "Hombres de Buena Voluntad" se hablaría de los valores humanos y de la dignidad humana. Se defenderían los "Derechos del Hombre". Se proclamaría que también la Iglesia tiene "el culto del Hombre".

Así, para buscar la unión con las sectas que se dicen cristianas, se renunció a hablar de la Iglesia, colocándose el acento del diálogo sobre la unión en Cristo. 

Para realizar la unión con las religiones monoteístas, se dejó de hablar sobre Cristo, colocándose el énfasis en Dios. 

Para hacer la unión con los ateos, se dejó de hablar sobre Dios, para hablar apenas del Hombre.

Así, se hizo, poco a poco — pero en pocos meses — lo que Pío XII denunció que había sido hecho por las revoluciones, en la Historia, en cuatrocientos años...

La Iglesia, en la Edad Media, afirmaba que era necesario creer en Dios, en Cristo y en la Iglesia

Como dice Pío XII, la Reforma de Lutero, de esa triple creencia — Dios, Cristo e Iglesia -- proclamó tener fe en Cristo y en Dios, pero rechazó la Iglesia.

A su vez, la Revolución Francesa de 1789, repudió la Iglesia y a Cristo, diciendo aceptar solo Dios. La Revolución comunista rusa, por fin, proclamó su grito impío: Ni Dios, ni Cristo, ni Iglesia.

Fue la misma escala de silencio, si no de renuncia, la que fue hecha por el método ecuménico.

Al final, como ya señalamos, para hacer la unión con los hombres que en nada creen — los famosos "Hombres de Buena Voluntad", que nadie púdicamente osa identificar, y que son los ateos comunistas y los masones que dan culto al Ser Supremo — se buscó la unión, exaltando al Hombre con H mayúscula. De ahí la acentuación del "dogma" — un nuevo tabú — de los "Derechos Humanos". La Iglesia Conciliar, por medio de Pablo VI, se declaró "Humanista", al decir ese Papa en la clausura del Vaticano II: 

"Toda esa riqueza doctrinal [del Vaticano II] esta dirigida en una única dirección: servir al Hombre" (...).
"La Iglesia, [en el Vaticano II] en cierto sentido se declaró sierva de la humanidad"(...) "¿Todo eso y todo lo que podemos decir del valor humano del Concilio tal vez haya desviado la mente de la Iglesia en el Concilio en una dirección antropocéntrica de la cultura moderna? Desviado no, dirigido, sí !"
"Reconoced [al Concilio] al menos este mérito, vosotros humanistas del mundo moderno que renunciáis a la transcendencia de las cosas supremas, y sabed reconocer nuestro nuevo humanismo: Nosotros también, Nosotros, más que nadie, tenemos el Culto del Hombre" (Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II, 7 de Diciembre de 1965. Los negritos, las letras mayores y subrayados son míos).
Es claro que ese método "apostólico" de silencios graduados, para realizar uniones en lo que se tiene en común con sectas no católicas, exigía el uso de fórmulas capciosas, ambiguas y equívocas. Fue lo que señaló el famoso Padre Schillebeekxs al decir: 
"En el Concilio, empleamos un lenguaje diplomático, [ambiguo]. Después del Concilio, sabremos sacar de ese lenguaje doble las consecuencias implícitas" (Schillebeecks a la revista De Bazuin, n.16, 1965 y traducida en Itinérairès, n. 155, 1971, p40. Apud Romano Amerio, Iota Unum, Ricardo Ricciardi editori, Milano - Napoli, 1985, p.93)).
Fue esa ambigüedad del Vaticano II la que produjo no solo la cisión de los tradicionalistas, sino también la cisión entre seguidores del "espíritu del Concilio Vaticano II", y seguidores de la "letra del Concilio Vaticano II".

Los que quedaron escandalizados con el cambio de estilo y de tono de Pío XII, formal y hierático, por el estilo de Juan XXIII, popular y hasta populachero, resistieron inicialmente a los cambios conciliares solo por conservadurismo. Luego, algunos otros percibieron que, por detrás del cambio de estilo y de mentalidad, había una cambio doctrinario. Nació así el ala "tradicionalista", que impugnó ciertas enseñanzas del Concilio Vaticano II como repetición de las herejías del Modernismo.

Eso puede escandalizar, pero es unánimemente reconocido que, con Juan XXIII, fue mudada la orientación dada a la Iglesia por Pío XII. Los tradicionalistas de todos los tipos afirman que ese cambio fue de 180 grados: se pasó de la excomunión de las doctrinas modernistas para su admisión más o menos disfrazada.

Los propios defensores del Vaticano II confiesan que ese Concilio aceptó los errores del Modernismo que habían sido condenados por San Pío X, en la encíclica Pascendi y en el Decreto Lamentabili.

Fue lo que escribió, con todas las letras, el famoso "filósofo", amigo íntimo de Pablo VI, Jean Guitton: el Vaticano II defendió las tesis modernistas que San Pío X condenara en la encíclica Pascendi:

"Pero, en en nuestros días, aquello que se llama modernismo en la historia religiosa tiene un sentido muy particular. Se llama por ese nombre una doctrina y un partido que fueron condenados por el Papa Pío X en la encíclica Pascendi. El Papa Pío X — que fue canonizado — designa al modernismo como una herejía que tiene un doble carácter: el de ser una síntesis de todas las herejías, y el de esconderse en el interior de la Iglesia como una traición".
"El Modernismo así definido estará siempre presente de un modo marginal en las controversias que yo examino aquí a propósito del Padre Lagrange y deseo expresarme libre y claramente sobre este asunto.
"Cuando releo los documentos concernientes al Modernismo tal como fue definido por San Pío X, y que los comparo con los documentos del Concilio Vaticano II, no puedo dejar de quedar desconcertado. Porque lo que fue condenado como una herejía en 1906 es proclamado como siendo y debiendo ser de ahora en adelante la doctrina y el método de la Iglesia. Dicho de otro modo, los modernistas de 1906 me aparecen como siendo precursores. Mis maestros hacían parte de ellos. Mis padres me enseñaron el modernismo. ¿Cómo pudo San Pío X repeler a aquellos que ahora me aparecen  como precursores?" 
[« Mais de nos jour, ce qu’on appelle modernisme en histoire religieuse a un sens très particulier. On appelle de ce nom une doctrine et un parti qui ont été condamnés par le pape Pie X dans l’ecyclique Pascendi. Le pape Pie X — qui a été canonisé — désigne le modernisme conme une hérésie qui a un double caractère : celui d’être une synthèse, une somme de toutes les hérésies, et celui de se cacher à l’intérieur de l’Église conme une trahison.»
« Le modernisme ainsi défini sera toujours présent d’une manière marginale dans les controverses que j’examine ici à propos du père Lagrange. Et je désire m’exprimer librement et nettement à ce sujet.»
« Lorsque je relis les documents concernant le modernisme tel qu’il a été défini par saint Pie X, et que je les compare aux documents du concile de Vatican II, je ne peux manquer d’être déconcerté. Car ce qui a été condamné conme une hérésie en 1906 est proclamé conme étant et devant être désormais la doctrine et le méthode de l’Église. Autrment dit, les modernistes de 1906 m’apparaissent conme des précurseurs. Mes maîtres en faisaient partie. Mes parents me l’enseignaient. conment Pie X a-t-il pu répousser ceux qui maintenant m’apparaissent conme des précurseurs ? »]
(Jean Guitton, "Portrait du Père Lagrange" - Éditions Robert Laffont, Paris, 1992, p. 55 – 56. El negrito y el mayor tamaño son de nuestra responsabilidad).

Esa es una confesión espetacular.

Jean Guitton, el amigo personal e íntimo de Pablo VI, y que fue nombrado perito del Concilio desde el principio, el hombre que aconsejó a Juan XXIII cómo hacer el Concilio, y qué dirección darle, confiesa que los documentos del Concilio Vaticano II contienen la doctrina y el método de los modernistas, que fuera condenado por San Pío X en 1906.

Después de esa confesión, no es necesario ninguna prueba más de que el Concilio Vaticano II — un Concilio Pastoral y no dogmático — contiene errores modernistas.

Y no se alegue que el Vaticano II enseñó dogmáticamente, porque, como declaró expresamente Pablo VI, el Concilio Vaticano II no tiene autoridad dogmática.

Aún ahora el Padre Pierre Blet S. J., profesor de Historia Eclesiástica en la Universidad Gregoriana y autor de un famoso libro sobre Pío XII, recomendado por el proprio Papa Juan Pablo II, después de conversar con el Papa actual sobre las negociaciones de los lefebvristas con la Santa Sede a respecto de la Misa y del Vaticano II, dio una entrevista sobre esa conversación, reproducida en la revista Una Voce, en la cual declaró: 

"Hay tendencias actuales que tienden para un entendimiento. Los tradicionalistas fueron bien recibidos en el Jubileo. Después, es verdad que eso fue un tanto frenado... "[por causa de "posturas referentes al Vaticano II"]
Y prosigue el Padre Blet: 
"Eso no es dirimente, considerando que el Concilio [Vaticano II] no proclamó ninguna definición dogmática que sea obligatoria. Cada uno tiene entonces el derecho de examinar lo que puede aceptar" (Padre Pierre Blet, entrevista publicada en Una Voce, Julio-Agosto de 2002. El negrito y el destaque son de nuestra responsabilidad).
Fue la ambigüedad del valor y de la autoridad teológica del Vaticano II, así como a ambigüedad de sus textos, que causaron tantas discusiones sobre su enseñanza. Los propios Papas post-conciliares divergieron en cuanto a lo que recomendó el Vaticano II, adoptando lineas divergentes de conducta.

Así, Juan Pablo II dio una orientación bastante diferente de la que fuera adoptada por Juan XXIII y por Pablo VI. Por ejemplo, Pablo VI apoyó la Teología de la Liberación y el uso de la violencia. Juan Pablo II condenó la Teología de la Liberación.

Pablo VI fue más seguidor de lo que se llamó de "espíritu del Vaticano II", — línea Hoy liderada por los cardenales Kasper, Martini, Koenig, Arns y Lehman —  que de la "Letra del Vaticano II" , línea que fue adoptada preferentemente por Juan Pablo II y por el Cardenal Ratzinger.

De ahí la división de actitudes entre la Conferencia de Medellín, hecha por Pablo VI, y la Conferencia de Puebla, organizada por Juan Pablo II.

Naturalmente, cada uno de esos Papas procuró nombrar cardenales y Obispos que tuviesen la misma visión que ellos tenían del Vaticano II. El resultado fue una división del colegio cardenalicio y del Episcopado mundial en dos grupos mayores: el de los Cardenales y Obispos seguidores del "espíritu del Concilio" — que quieren reformas cada vez más radicales, y que pretenden convocar un Concilio Vaticano III, para completar la obra de reformas del Vaticano II, explicitando su "espíritu" — y los cardenales y Obispos más conservadores, que pretenden aferrarse a la letra del Vaticano II. 

Ejemplos típicos de Cardenales favorables a la continuación de las reformas en el "espíritu del Vaticano II", que acusan a los adversarios de traicionar el Concilio Vaticano II por apegarse a su letra, son los Cardenales Kasper, Lehman, Martini, Koenig, Arns, Lorscheider, etc. Ejemplo de cardenales que procuran defender "la letra del Concilio" recusando nuevas reformas, son Ratzinger, Hoyos, Medina, Eugenio Salles, etc.

Fue esa división que llevó a muchos cardenales y Episcopados enteros a hacer pronunciamientos públicos contra la Declaración Dominus Iesus publicada por orden de Juan Pablo II.

Evidentemente, esa división del Colegio cardenalicio es amenazadora de una crisis mucho mayor. Muchos temen que, en el próximo Conclave, esas dos lineas no lleguen a un entendimiento, y provoquen un cisma con la elección de dos Papas, al mismo tiempo.

¡Dios no lo permita !...

A esa división entre las dos lineas conciliares aún debe ser añadida la división de los que no aceptan el Vaticano II y sus reformas, denominándolas como contrarias a lo que enseñaron Pío IX, San Pío X, y Pío XII. Y no se piense que son solo los tradicionalistas quienes afirman que el Concilio Vaticano II rompió con la enseñanza de los Papas anteriores.

Vimos arriba como Jean Guitton confiesa que el Vaticano II enseñó las doctrinas Modernistas condenadas por San Pío X, en la encíclica Pascendi.

El Cardenal Ratzinger — Hoy, un conservador, si es comparado con el Cardenal Kasper — afirma, en uno de sus libros, que el documento Gaudium et Spes del Vaticano II, "es un Anti Syllabus". (Cfr. Cardenal Joseph Ratzinger, Teoría de los Principios Teológicos, Ed. Herder, Barcelona, 1985, pp. 457-458).

Y el Cardenal Kasper declaró, aún recientemente, que el Vaticano II rechazó un dogma que la Iglesia, antes del mismo, siempre enseñara: 

"En el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica rechazó la posición que Ella frecuentemente sustentara en el pasado, por la cual juzgaba a las religiones no cristianas como herejías y supersticiones. En la Declaración Nostra Aetate, sobre las Relaciones de la Iglesia con las religiones no-cristianas, el Concilio clara y francamente estableció que la Iglesia "nada rechaza de lo que hay de verdad y de santo en esas religiones" (Obispo (actual Cardenal) Walter Kasper, Secretario de la Pontificia Comisión Conciliar para la Promoción de la unidad de los Cristianos, The Unicity and Universality of Jesus Christ, 17 de Octubre de 2.000, p 5).
A esos errores llevó el sistema de buscar lo que une, y no lo que separa. Como es imposible que exista un error sin alguna verdad, pues la mentira absoluta no existe y no puede existir, siempre es posible encontrar un punto en común. Así, los satanistas afirman que Lucifer es un espíritu angélico de los más elevados. Ahora, en este punto, la Iglesia Católica dice lo mismo: Lucifer fue un ángel de los más elevados del cielo.

Porque hay esa concordancia en que Lucifer es un espíritu angélico muy elevado, ¿se podría, con base en ese punto de acuerdo, instituir una comisión para el Diálogo con los satanistas?

Evidentemente, eso es un absurdo.

Por tanto, después del Vaticano II, y a causa de la ambigüedad de los textos Conciliares, se formaron, por lo menos, tres grandes corrientes entre los cardenales y Obispos de la Iglesia Católica:

1a — El ala de los Modernistas radicales, defensores del "espíritu del Vaticano II"

2a -- El ala de los moderados, que defienden la "letra del Vaticano II

3a – El ala de los tradicionalistas, que rechaza el Vaticano II.

Es evidente también que cada Obispo procuró cercarse de padres que adoptaban su posición frente al Concilio.

Los modernistas radicales favorecieron a los padres adeptos a la Teología de la Liberación, ávidos de todas las novedades, liberalizantes en moral, y marxistas en materia económica y social, defensores de la democratización completa de la Iglesia y de su pobreza absoluta, negadores del poder y de la autoridad del Papa y de la monarquía eclesial.

Los moderados, a su vez, procuraran nombrar y favorecer a los padres que adoptaban una línea parecida o próxima a la de ellos.

Resultado: las diócesis y las parroquias se dividieron, teniendo cada una un estilo diferente. Cada una teniendo, en el fondo, una doctrina diferente.

Y la división fue aún más fondo.

En las diócesis y en las parroquias, cada Obispo y cada Padre favoreció movimientos de acuerdo con su modo de ver y de entender la Nueva Iglesia democratizada y modernista. Aparecieron parroquias neo catecumenales, parroquias carismáticas, parroquias conservadoras del Opus Dei, parroquias socialistas. Sé de una en que el padre, al entrar al altar para rezar la Misa, es acompañado por un "padre de santo" de la macumba, con sus gallos muertos para Exu, y sus pertrechos de mandinga. ¡En la Misa dominical!

¿Cómo hablar de en unión con tanta división en la fe?

Por toda parte surgen grupos de fieles con las más variadas tendencias. Como previó el Cardenal Ratzinger, la Iglesia como que se atomizó, desintegrándose en incontables minúsculos grupos más o menos autónomos o independientes de las parroquias. Desgraciadamente, la obediencia a la Sagrada Jerarquía, e inclusive hasta al mismo Papa, es casi nula. ¿Cómo pretender que grupos de laicos, pésimamente instruidos en la doctrina católica, obedezcan al Papa o a los Obispos, cuando leen, en los diarios, que episcopados enteros contestan la Dominus Iesus y desacatan la autoridad del Papa? 

Los que pretenden unir tantos grupos, doctrinariamente tan divididos, sueñan lo imposible, porque solo la verdad une.

El deseo de "hacer media" con todos y con todo, causó la desunión.

El ecumenismo del Vaticano II no consiguió traer de ninguna secta a nadie para la unidad católica. Pero, internamente, el Vaticano II, dividió profundamente al clero y a los fieles.

Si, como dice Nuestro Señor, por los frutos se conoce al árbol, ¿el Vaticano II puede ser tenido como árbol bueno?

Evidentemente, nos parece que no.

Hay, pues, que retornar a la doctrina de siempre, y a los métodos de apostolado de siempre. Hay que condenar los errores todos, especialmente las doctrinas heréticas del Modernismo, ahora triunfantes.

Dios ilumine al Papa para proseguir en el camino de retorno que parece haber emprendido.

San Pablo, en la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, el 8 de septiembre de 2002. 

Orlando Fedeli