DIA VENTIUNO
MARIA EN EL CENACULO
CONSIDERACIÓN
Jesús
no subió a los cielos sin dejar a sus apóstoles una promesa consoladora que
endulzara las lágrimas que les ocasionaba su ausencia: la promesa de enviarles
el Espíritu Santo. Los discípulos, como ovejas sin pastor, después de recibir
la bendición postrera de su divino Maestro, se dirigieron al Cenáculo para
aguardar allí, en la oración y el retiro, la venida del Espíritu Consolador.
María estaba en medio de ellos, porque en la ausencia de Jesús, era la
compañera inseparable de los desconsolados huérfanos y la columna de la
naciente Iglesia.
Diez
días habían pasado en expectativa de la promesa de Jesús, cuando en la mañana
del décimo todos los congregados en el Cenáculo sintieron un ruido a manera de
viento impetuoso que sacudió la casa desde sus cimientos. Era el Espíritu Santo
que descendía sobre los apóstoles en forma de lenguas ondulantes de fuego, que
ardían sobre la cabeza de cada uno de ellos como una ancha cinta batida por el
viento.
Desde
ese momento se operó en los discípulos una completa transformación. Los que
antes eran tímidos y cobardes, que habían huido en presencia de los enemigos de
su Maestro, dejándolo abandonado entre sus manos, preséntanse con frente alta y
corazón animoso delante de los tribunales de la nación, que les intimaban la
orden de callar, para decirles con acento varonil y resuelto: «Antes que a los
hombres obedeceremos a Dios.» -Podéis, si lo tenéis a bien, mandarnos al
patíbulo; pero callar... non possumus, -no podemos. Los que eran pobres
é ignorantes pescadores se trasformaron en sapientísimos doctores de las cosas
divinas y en inspirados maestros de las verdades de la fe, y se esparcen por
todo el mundo conocido para predicar el Evangelio. Tanto fue el entusiasmo de que
se sintieron poseídos, tanto el amor que ardía en sus corazones, que las gentes
que los veían los creyeron tomados del vino. ¡Cual seria el gozo de Maria al
contemplar estos estupendos prodigios!-Ella, tan interesada como el mismo
Jesús en la prosperidad de la grande obra fundada al precio de su sangre, debió
sentir inmenso júbilo al ver a esa falange de denodados atletas que iban a
extender por el mundo el fruto de la pasión de su Hijo arrancando a los
infieles de las sombras de la muerte.
La oración de María en el Cenáculo, fue sin duda, la más poderosa para apresurar el advenimiento del Espíritu Santo. Por su mediación debemos nosotros alcanzar también los dones y gracias de ese mismo Espíritu. Aquel que puso en el dedo de María el anillo de es posa y que cubrió su seno con la sombra de su poder para obrar el prodigio de la Encarnación del Verbo, no puede olvidar la efusión de sus dones en favor de aquellos por quienes se interesa. ¡Y cuánta necesidad tenemos de esos dones y gracias! -Cobardes, no nos atrevemos muchas veces a confesar con la frente erguida y corazón entero la fe de Jesucristo delante del mundo que la desprecia y la insulta. Ignorantes de las cosas divinas y de las vías de la santificación, necesitamos del espíritu de luz que alumbre nuestras inteligencias, que nos haga conocer nuestros únicos verdaderos intereses, que son los de la propia salvación, y que nos señale la ruta que a ellos conduce. Tibios y pusilánimes para las cosas de Dios, habemos menester del espíritu de amor que inflame nuestro corazón en las llamas de la caridad divina, y que llenándolo de Dios, destierre de él todo afecto desordenado a las criaturas. Siempre desidiosos en el servicio de Dios y en lo que concierne a la santificación de nuestras almas, necesitamos del espíritu de piedad que nos haga solícitos en el cumplimiento de aquellos ejercicios de piedad y de devoción, que son para el alma como el rocío y el riego para las plantas, sin los cuales no podrá producir fruto de santidad. Invoquemos a María siempre que tengamos necesidad de algunos o de todos esos dones, seguros de que su intercesión poderosa nos los alcanzara con abundante profusión.
EJEMPLO
María Luz de los ciegos
Hay
en Turín, consagrado a María Auxiliadora, un templo venerando y eminentemente
popular. Cuando en 1865, el San Vicente de Italia, Don Bosco, fundador de la
Pía Sociedad de San Francisco de Sales, echó los cimientos de esa iglesia
apenas tenía 40 céntimos en caja. Concluidos los trabajo en 1868 el valor
alcanzaba a mas de un millón de liras. Y
tamaña empresa se había realizado sin correr una sola suscripción. ¿Quién
proporcionó los recursos?-María; si, porque los fieles que incesantemente
llegaban a Don Bosco con una piadosa ofrenda significábanle al mismo tiempo era
sólo el pago de una deuda contraída con la Madre de Dios de quien habían alcanzado
un señalado favor. Cada piedra de ese santuario, cada uno de los exvotos sin
número que relucen en sus muros atestigua una gracia de María Auxiliadora. Sin
que sea posible mencionar tantos hechos extraordinarios, baste la relación del
siguiente:
Vivía
en Vinovo, aldea cercana a Turín, una joven llamada María Stardero, la cual
tuvo la desgracia de perder totalmente la vista. Ansiosa de recobrarla
concibió el pensamiento de hacer una peregrinación a la iglesia de Maria
Auxiliadora, y un sábado del mes que le esta consagrado, acompañada de su tía
se presentó en el templo. Después de breve oración ante la imagen de Nuestra Señora,
fue conducida a la presencia de Don Bosco, en la sacristía, y allí tuvo con él
esta conversación:
-¿Cuanto
tiempo hace que estáis enferma?
-Ya
mucho tiempo, pero hace como un año que nada veo.
-¿Habéis
consultado a los médicos? ¿Qué dicen? ¿No os han medicinado?
-Hemos usado toda clase de remedios sin resultado alguno, respondió la tía. Los médicos no dan la menor esperanza... -y se echó a llorar.
-¿Distinguís los objetos grandes de los pequeños?
-No, señor; no distingo nada absolutamente.
-¿Veis la luz de esa ventana?
-No, señor; nada veo.
-¿Queréis ver?
-Señor, soy pobre, necesito la vista para buscar la subsistencia; ¿no he de quererlo?
-¿Os serviréis de los ojos para bien de vuestra alma y no para ofender a Dios?
-Lo prometo con todo mi corazón.
-Confiad en la Santísima Virgen; ella os sanara.
-Lo espero, mas entretanto estoy ciega.
- Veréis.
-¡Ver yo!
Entonces Don Bosco con tono y ademán solemnes exclamó:
-A gloria de Dios y de la bienaventurada Virgen María, decid ¿que tengo en la mano?
La joven abrió los ojos, los fijó en el objeto que Don Bosco le presentaba, y gritó:
-Veo... una medalla... y de la Santísima Virgen.
-Y en este otro lado de la medalla, pregunta Don Bosco, mostrándoselo, ¿qué hay?
-Un anciano con una vara florida: es San José.
Renunciamos a describir lo que entonces pasó; sólo añadiremos que habiendo María extendido la mano para coger la medalla, cayó ésta al suelo, yendo a parar a un rincón de la sacristía, y la misma María, por orden de Don Bosco, la buscó y la encontró, con lo que dejó a todos perfectamente convencidos de la realidad de la curación, la cual fue tan completa como prodigiosa, porque María Stardero no ha vuelto a padecer de los ojos.
JACULATORIA
Madre de Dios, madre mía,
Mi vida, mi cuerpo y mi alma
Te ofrezco desde este día.
ORACIÓN
¡Augusta esposa del Espíritu Santo! fuente inagotable de gracias y de bendiciones, dignaos alcanzarnos de vuestro divino Esposo los dones que tan profusamente otorgó a los apóstoles reunidos en el Cenáculo: el don de sabiduría, que disipa los errores de nuestra inteligencia, haciéndonos comprender la vanidad de los falsos bienes de la tierra y la excelencia de los bienes del cielo; el don de entendimiento que nos instruya acerca de nuestros deberes y de todo lo que concierne a los intereses de nuestra santificación; el don de fortaleza, que nos comunique entereza bastante para desafiar las burlas y desprecios del mundo, hollando sus máximas con santa energía; el don de ciencia, que nos esclarezca acerca de las verdades eternas; el don de piedad, que nos haga amar el servicio de Dios; y, en fin, el don de temor, que nos inspire un santo respeto mezclado de amor por Dios. Bien sabéis ¡Virgen bendita! que nuestras pasadas resistencias a las inspiraciones del Espíritu Santo nos hacen indignos de sus beneficios; pero, ayudados de vuestras oraciones obtendremos del autor de todo don perfecto las gracias que nos son necesarias para vivir santamente en la tierra y llegar un día a la eterna felicidad. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1.
Invocar al Espín tu Santo en solicitud de sus dones, rezando devotamente el
himno Ven a nuestras almas.
2.
Rezar cinco Salves en honor de la pureza inmaculada de María.
3. Hacer una comunión espiritual pidiendo a Jesús, por intercesión de María, que encienda nuestra alma en el fuego del divino amor.
DIA VEINTIDOS
CONSAGRADO A
HONRAR LA FELICISIMA MUERTE DE MARIA
CONSIDERACIÓN
El
Sol de justicia no derramaba ya sobre el mundo la luz de sus enseñanzas y de
sus ejemplos; pero la Estrella de los mares alumbraba aún con sus suaves
resplandores el campo inculto y dilatado en que los obreros del Evangelio
sembraban semillas divinas. Jesús había subido al cielo y María vegetaba aún en
la tierra como una enredadera separada del olmo que la sostiene. Lejos estaba
su tesoro y allí estaba su corazón. La tierra era para ella un doloroso
destierro, y en medio de los rigores de su ostracismo, se consolaba tan sólo
tornando al cielo sus miradas y respirando de lejos los aires puros de la
patria. Peregrina aun sobre la tierra, daba aliento a los sembradores de la
palabra divina, que a sus pies iban a deponer las primeras espigas cosechadas
en la heredad que había hecho fecunda la sangre de su Hijo.
Cuando
la Iglesia, fortalecida por la persecución, había afianzado sus cimientos, su
presencia era menos necesaria, y “como una segadora fatigada que busca el
descanso en medio del día, quiere reposar a la sombra del árbol de la vida que
crece cerca del trono del Señor.” Un ángel desprendido de la celestial milicia,
vino a anunciarle que sus deseos serian bien pronto realizados.
Retiróse
María al lugar santificado por la venida del Espíritu Santo para aguardar allí
su última hora. Los apóstoles y discípulos congregados en gran número, fueron a
rendir a la Madre de Dios los postreros homenajes de su amor filial. Reclinada
sobre su humilde lecho, los recibió a todos con la afabilidad encantadora que
le era característica.
Era la noche: la luz pálida de una bujía alumbraba aquella multitud silenciosa y conmovida que, deshaciéndose en torrentes de lágrimas, rodeaba el lecho de la mujer bendita. Ella entre tanto, con rostro sereno, pero en el cual se dibujaba un tinte melancólico que realzaba admirablemente su belleza más que humana, fijó en todos sus hijos adoptivos mirada cariñosa. Su voz dulcísima, resonando en el recinto fúnebre, los consolaba prometiéndoles que no los olvidarla jamás; que en medio de las celestiales delicias, siempre abrigaría por ellos y por todos los redimidos con la sangre de su Hijo un amor verdaderamente maternal. Clavó después sus ojos en el cielo; una sonrisa suave como el último rayo de la tarde se dibujó en sus labios; un color más encendido que el de la rosa de Jericó se pintó en su rostro embellecido con celestial belleza. Acababa de ver que el cielo se abría en su presencia y que su Hijo bajaba sentado en nube resplandeciente para recibirla entre las purísimas efusiones del amor filial. Veía a legiones innumerables de espíritus angélicos que venían a su encuentro agitando palmas triunfales y trayendo coronas inmarcesibles para coronarla como Reina del empíreo. Arrebatada en inefable arrobamiento, su alma desprendióse dulcemente de su cuera la manera que el lirio de los valles despide al marchitarse un último perfume. El ángel de la muerte, a quien ningún poder humano detiene en su carrera, revoloteaba en torno de esa humilde hija de David sin atreverse a herirla; pero si el Hijo pagó tributo voluntario a la muerte, la madre hubo de someterse también a su imperio.
Al punto, luz misteriosa bañó con resplandores celestiales la estancia de María y cánticos que no ha escuchado jamás oído humano, turbaron el silencio de la callada noche, cuyos ecos repitieron los sepulcros de los reyes y las ruinas de sus palacios. María había dejado de existir; pero la muerte se había despojado en su presencia de todos sus horrores: ella no fue más que un dulce y apacible sueño. Las brisas de la noche, robando sus aromas a las flores del valle, soplaban perfumadas en la fúnebre estancia, y el brillo melancólico de las estrellas penetraba por entre sus rejas silenciosas.
La muerte es ordinariamente el reflejo de la vida. María, cuya existencia fue enteramente consagrada a Dios, no podía dejar de tener un fin adecuado a lo que fue su vida. María murió a impulso del deseo de unirse al amado de su corazón. Su vida fue un largo y prolongado suspiro de amor; su muerte fue el instante en que ese suspiro se escapé de su pecho para ir a clavarse como una saeta en el corazón de Jesús y no separarse jamás de ahí.
Por mucho que amase María a su castísimo cuerpo, su separación le era grata, porque mediante esa separación iba a unirse con Dios. Si tanto anhelaba ese momento el apóstol San Pablo, ¿cuánto lo anhelaría aquella que no hizo otra cosa que amar? No hay un deseo más vehemente en el corazón del que verdaderamente ama, que el de unirse con el objeto amado; por eso María, sí vivía en la tierra separada de Jesús, era solamente porque cumplía la voluntad de Dios, pero para ella la vida era un tormento y uno de los muchos sacrificios que le fueron impuestos. Jamás recibió María noticia mas fausta que la de su muerte, y jamás un alma humana se desprendió mas fácilmente de un cuerpo humano. El fruto bien maduro se desprende del árbol con la más leve sacudida. Así como la paloma, libre de los lazos que la tenían cautiva, emprende sin violencia el vuelo a las alturas, así María, libre de Su cuerpo, voló a las regiones del gozo eterno.
¡Qué muerte tan envidiable!-De todas las ventajas del amor divino es ésta la mas preciosa y la más apetecible. ¡Qué dulce es la muerte para las almas que aman!
EJEMPLO
María, Auxilio de los cristianos
La bondadosísima Madre de Dios, no solamente se complace en acudir en auxilio de las necesidades particulares de sus devotos, sino que ostenta su misericordia y poder en las calamidades públicas que afligen a los pueblos. Testimonio fehaciente de esta verdad es la célebre victoria obtenida en las aguas de Lepanto por las armas cristianas contra los musulmanes, que amenazaban con una formidable flota a Italia y a la Europa entera.
Para
conjurar este peligro, el gran Pontífice San Pío V convocó a los príncipes
cristianos para resistir unidos al poderoso enemigo de la Cristiandad y de los
pueblos. Respondieron a su llamamiento Italia, España y Venecia, y con su
auxilio se reunió una flota de doscientas galeras tripuladas con más de veinte
mil combatientes, bajo las órdenes del denodado guerrero español Don Juan de
Austria.
Aunque la armada cristiana era una de las más poderosas que había surcado los mares de Europa, era inferior a la flota otomana en número y calidad. Pero los cristianos, mas que del poder de sus armas, esperaban la victoria de la protección divina alcanzada por la intercesión de María, que por disposición del Papa, era invocada en toda la Cristiandad por medio del Santísimo Rosario. Animosos marcharon al combate los cristianos bajo tan poderoso patrocinio, mientras que el turco ensoberbecido con su poder se regocijaba de antemano de su triunfo.
Avistáronse las dos formidables flotas en las aguas del mar jónico, y entraron en lucha el 7 de octubre de 1571. Al tiempo de entrar en batalla, don Juan de Austria izó en el palo mayor de la nave capitana una bandera con la imagen de Jesús crucificado que inflamó el valor de los guerreros cristianos, y el estandarte de María se desplegó al viento en cada una de las principales naves. A la sombra de estas gloriosas enseñas se peleó con un arrojo invencible, hasta que tomada por don Juan de Austria la nave capitana de los turcos y muerto su jefe, entró la confusión en la flota otomana, y un grito de victoria salió ardiente y sonoro de los labios de los soldados cristianos.
Entre tanto, el Papa, como un nuevo Moisés, oraba fervorosamente en el fondo de su palacio, y una visión celestial le dio a saber el triunfo de los cristianos en el momento en que la batalla se decidía en su favor. La conmemoración de este fausto acontecimiento es el objeto de la fiesta del Rosario, que celebra la Iglesia el primer domingo de Octubre.
Un siglo después, el poder de la Media Luna se presentó de nuevo amenazante bajo los muros de Viena con un ejército de doscientos mil hombres. Una cruzada de los príncipes cristianos, inspirada por el Papa Inocencio XI y mandada por Juan Sobieski, rey de Polonia, reprodujo el drama libertador de Lepanto. El día en que debía librarse la gran batalla asistió Sobieski a la misa con todos sus generales y se mantuvo durante toda ella con los brazos extendidos en cruz. Terminado el sacrificio se levantó exclamando: «Vamos al encuentro del enemigo bajo la protección del cielo y la asistencia de María.»-Pocos días después volvía al mismo templo a depositar a los pies de su celestial protectora las banderas tomadas al enemigo.
JACULATORIA
Salud ¡oh Madre admirable!
Lirio hermoso de los valles
Y pura flor de los campos.
ORACIÓN
DE SAN
LIGORIO PARA PEDIR UNA BUENA MUERTE
¡Oh María! ¿Cuál será mi muerte? Cuándo yo considero mis pecados y pienso en ese momento decisivo de mi salvación o condenación eterna, me siento sobrecogido de espanto y de temor. ¡Oh Madre llena de bondad! el único sostén de mis esperanzas es la sangre de Jesucristo y vuestra poderosa intercesión. ¡Oh consoladora de los afligidos! no me abandonéis en esa hora y no rehuséis consolarme en esa extrema aflicción. Si hoy me siento atormentado por el remordimiento de mis pecados, por la incertidumbre del perdón, por el peligro de volver a caer en él, por el rigor de la Divina Justicia. ¿Qué será entonces? Si Vos no venís en mi auxilio, yo seré perdido para siempre. ¡Oh María! antes del momento de mi muerte, obtenedme un vivo dolor de mis pecados, un verdadero arrepentimiento y una entera fidelidad a Dios por todo el tiempo que me queda de vida. Esperanza mía, ayudadme en esas terribles angustias de la postrera agonía; alentadme para que no desespere a la vista de mis faltas que el demonio procurará poner delante de mis ojos; obtenedme la gracia de poder invocaros fervorosamente en esa hora a fin de que espire pronunciando vuestro santo nombre y el de vuestro Divino Hijo. Vos, que habéis otorgado esta gracia a tantos de vuestros siervos, no me la rehuséis a mí. ¡Oh María! yo espero aún el que me consoléis con vuestra amable presencia y con vuestra maternal asistencia; mas si yo fuera indigno de tan inestimable favor, asistidme, al menos, desde el cielo, a fin de que salga de esta vida amando a Dios para continuar amándolo eternamente. Amén.
PRACTICAS
ESPIRITUALES
1.
Hacer un cuarto de hora de meditación sobre la muerte de María, a fin de
estimularnos a vivir santamente para obtener una muerte dichosa.
2.
Examinar atentamente la conciencia para descubrir nuestra pasión dominante y
aplicarnos a corregirla.
3. Rezar
las Letanías de la buena muerte para alcanzar de Jesús, por mediación de María,
la gracia de tenerla feliz.
DIA VEINTITRÉS
CONSAGRADO
A HONRAR LA ASUNCIÓN DE MARIA
CONSIDERACIÓN
Los apóstoles, tristes y abatidos, preparaban el entierro de la Madre de Dios. Los bálsamos más preciosos y las telas más finas fueron traídos con inmensa profusión para honrar los restos queridos, que, depositados en un lecho portátil, condujeron los apóstoles en sus propios hombros. En el fondo del Getsemaní las piadosas mujeres habían preparado una cuna de flores, que tal parecía la fosa cineraria. Una piedra empapada en lágrimas de los fieles cubrió el santo cuerpo. Allí velaron durante tres días alternando con los Angeles cantares dulcísimos que parecían arrullar el sueño de María.
Tomas, el que había puesto su mano en las llagas de Jesús resucitado, no habiendo estado presente a los últimos instantes de la divina Madre, no pudo resignarse a no ver sus restos helados para tener la satisfacción de dejar en ellos el tributo de sus lágrimas. Fue preciso ceder a sus instancias; todos los apóstoles y discípulos se congregaron para levantar la losa del sepulcro y cual no fue su sorpresa al ver que el sagrado cuerpo había desaparecido del sarcófago, no quedando en su lugar sino las flores, frescas y lozanas todavía, que le habían servido de lecho, mas el sudario de finísimo lino que despedía perfume celestial.
Los ángeles lo habían arrebatado al sepulcro y lo habían conducido en sus alas a la mansión del gozo eterno. Porque el cuerpo en cuya formación había intervenido el cielo y había sido el tabernáculo de la divinidad no podía ser pasto de gusanos.
Era
necesario escribir sobre su tumba las mismas palabras que los ángeles
pronunciaron sobre el sepulcro de Jesús: «Ha resucitado, no esta aquí.» Ved el
lecho en que lo habéis colocado, vedlo vacío, porque su cuerpo no esta ya en
la tierra, sino en el cielo, en un trono de inmensa gloria.
Sí; María, exenta de las miserias de la naturaleza decaída, no podía pagar a la muerte sino un corto tributo. Por eso, alzándose majestuosa en cuerpo y alma sobre las plumas de los vientos, fue a tocar a las puertas del empíreo, donde su santísimo Hijo le tenía aparejado un trono de gloria sólo inferior al suyo y donde debía ser coronada por el Eterno Padre como Reina de los ángeles y de los hombres.
Los ángeles al verla
llegar con tan brillante cortejo, exclamarían asombrados: «¿Quién es ésta que
avanza como la aurora, que es más bella que la luna, elegida entre millares
como el sol y fuerte como un ejército ordenado en batalla?»-Y los serafines
responderían: «Es la Virgen María que sube al tálamo celeste7 en el
cual el Rey de los reyes se sienta en solio de estrellas.» Y la humilde
doncella de Nazaret exclamaría: «Mi alma glorifica al Señor, porque se ha
dignado mirar la humildad de su sierva, y he aquí que todas las generaciones me
llamaran bienaventurada.»
El triunfo de María en
su gloriosa Asunción abre nuestro corazón a la más dulce esperanza. Ese triunfo
nos enseña que las dolorosas pruebas de la vida son breves y que los
sacrificios que hacemos por Dios o que soportamos con santa resignación, serán
resarcidos en el cielo por una gloria que la lengua humana no puede explicar. «Las
lágrimas, esa sangre del alma, triste privilegio del hombre, tributo fatal de
una maldición hereditaria, expresión común de todos los sufrimientos y que
forman el principal lote de la virtud,» serán enjugadas en el cielo por la
mano de Dios mismo para tornarías en otros tantos motivos de felicidad y de
consuelo. Esa mano que sostiene el mundo y que pesa con terrible pesadumbre
sobre el infierno, se cambiara entonces en mano llena de misericordia y de
bondad. No habrá una sola lágrima, por oculta y silenciosa que haya sido, que
no sea recogida por Dios y recompensada en el cielo.
He aquí lo que esta reservado a las almas que siguen las huellas de María estampadas en el camino real de la cruz. ¿Quién no querrá derramarlas en abundancia si tan grandes son los premios que le están reservados? -«Por largo que sea el camino, marchad, viajeros de la vida, porque, en verdad os digo, las visiones de la patria valen de sobra las penas que os impone la trabajosa jornada del tiempo.»
EJEMPLO
María, Reina del Santísimo Rosario
No hay tal vez devoción
más grata a los maternales ojos de María que la del Santísimo Rosario, práctica
que ella misma se dignó inspirar a Santo Domingo de Guzmán, y con la cual
convirtió innumerables herejes y obstinados pecadores. El que practica esta
santa devoción puede tener la seguridad de merecer una protección especial de
la Madre de Dios. Entre mil casos que pudiéramos citar, prueba esta consoladora
verdad el hecho siguiente.
El célebre artista Gluk,
tan fervoroso cristiano como hábil músico, dio los primeros pasos en la senda
del arte cantando, cuando niño, bajo las suntuosas bóvedas de una basílica
católica. Dios lo había dotado de una voz tan maravillosa que era inmenso el
numero de fieles que concurría al templo, cuando se anunciaba que él cantaría
algún cántico sagrado.
Nada hay que contribuya más poderosamente a desenvolver el sentimiento religioso en las almas bien dispuestas que la practica del arte musical en el santuario. Por eso el joven artista sentía que su fe y piedad se acrecentaban a medida que, haciendo el oficio de los ángeles en el cielo, cantaba las alabanzas del Señor en el templo católico.
Salía un día del coro, después de haber cantado admirablemente una plegaria a María, cuando se acercó un religioso con los ojos húmedos en lágrimas para felicitarlo por su talento artístico. --«Quisiera tener, le dijo, algo digno de tu mérito para expresarte la complacencia que siento al ver que empleas tus admirables talentos en honrar al soberano Señor que te los ha dado. Pero soy pobre, lo único que puedo ofrecerte es este rosario, que pongo en tus manos con la súplica de que lo reces todas las tardes en honra y gloria de la Madre de Dios: si así lo hicieres, te pronostico que el cielo bendecirá tus esfuerzos y llegaras a ser grande entre los hombres.»
Sorprendido y a la vez complacido de lo que acababa de oír, Gluk tomó respetuosamente el rosario que le ofrecía aquella mano escuálida por las austeridades, prometiendo rezar el rosario todos los días de su vida.
No tardó la Santísima Virgen en premiar el obsequio del joven artista. Sus padres, comprendiendo las felices disposiciones de su hijo, resolvieron enviarlo a Roma para que se perfeccionase en el arte. Pero eran pobres, carecían de los recursos necesarios para educar al niño y costear su permanencia en país extranjero. Una tarde en que Gluk acababa de terminar su rosario, llamaron reciamente a la puerta de su humilde morada. Era el Maestro de Capilla de la Catedral de Viena que encargado de ir a Italia para formar la colección de las obras de Palestrina, llegaba por encargo del Arzobispo a proponer a los padres de Gluk el cargo de secretario para su hijo.
Sus deseos estaban cumplidos: Gluk iría a Roma sin sacrificio alguno y bajo el patrocinio de un sabio profesor. Gluk dejaba a los quince años la casa paterna para ocupar un puesto que envidiarían muchos hombres después de una larga carrera. Su fama llegó hasta los palacios de los reyes, quienes lo colmaron de honores. Fue el favorito de dos reinas, Maria Teresa y Maria Antonieta de Austria, y el preferido de la corte de Versalles.
Pero, en medio de los honores, de la gloria y de las riquezas, no olvidó ni un solo día la promesa que había hecho al monje al salir del templo de su pueblo. Interrumpía los banquetes y los saraos de las cortes para rezar el rosario con el fervor de los primeros días. Durante los años de su larga y brillante carrera resistió con admirable entereza a las seducciones del mundo y a la voz insidiosa de las pasiones. Cruzó por entre las perversiones de la sociedad de su época sin contaminarse, como la paloma vuela por encima de los pantanos sin manchar sus blancas alas.
JACULATORIA
Ruega por mí, ¡oh Madre mía!
Para que sufra contigo
Y contigo goce un día.
ORACIÓN
¡Qué grato es para nosotros! ¡Oh Madre bienaventurada! ¡verte en el cielo al lado de tu divino Hijo en un océano de inefables delicias después de la furiosa tormenta que se descargó sobre Ti! Hijos de vuestros dolores, queremos manifestarte hoy con nuestros himnos de júbilo que compartimos también contigo la alegría de que disfrutas en la mansión del perenne gozo. Jamás un hijo puede ser indiferente así a las lágrimas como a la felicidad de su adorada madre; por eso nosotros, que hemos llorado contigo al pie de la cruz, nos gozamos también contigo de la gloria de que gozas al pie del árbol de la vida. Peregrinos en este valle de lágrimas, tenemos también mucho que padecer. Permítenos, dulce Madre, descansar en tu regazo en las horas de la tribulación para no desfallecer en la prueba y perder el mérito del padecimiento. ¡Oh María, ten piedad de los que llevamos a cuestas la cruz del sacrificio; pero que no se haga, no, nuestra voluntad, sino la de Dios! Queremos seguir en tu compañía a Jesús hasta la muerte, para poder decir con él y como él: «Todo esta consumado, ya no hay más que sufrir, vengan ahora las eternas coronas y las palmas inmarcesibles.» Hasta que ese momento llegue, dígnate sostenernos en nuestra debilidad; permítenos tomar algún reposo en tus brazos, y en me dio de la tribulación, habla a nuestro corazón palabras de aliento y esperanza, a fin de que, cesando un día para siempre nuestras lágrimas, den lugar a los eternos gozos del cielo. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Hacer una visita a la Santísima Virgen en alguno de sus Santuarios para felicitarla por la gloria de que disfruta en el cielo.
2. Rezar devotamente el Acordaos por la conversión de los pecadores.
3. Dar una limosna para contribuir a los gastos que demanda la celebración del Mes de María en los templos en que se practican estos santos ejercicios.
DIA VEINTICUATRO
DESTINADO A HONRAR LA CORONACIÓN
DEMARIA EN EL C1ELO
CONSIDERACIÓN
Después del triunfo de
Jesús, jamás presenciaron los ángeles triunfo más espléndido que el de María
al hacer su entrada en el Paraíso. Los príncipes de la corte celestial le salen
al encuentro batiendo palmas triunfales y entonando dulcísimos cantares al
compás de sus citaras de oro. Un trono hermosísimo aparejado a la diestra de
Jesús, es el lugar destinado para aquella a quién los ángeles proclaman reina y
soberana, yen medio del júbilo universal ocupa ese trono que habían visto hasta
ese momento vacío. Los más encumbrados serafines ciñen la frente de María con
una corona más rica y gloriosa que la de todos los reyes de la tierra. Forman
esa corona doce relucientes estrellas, como habla el Apocalipsis, que
representan a los apóstoles, de los cuales es proclamada reina, como fue en la
tierra su madre, su apoyo y su consuelo. Además de esas estrellas de primera
magnitud que hermosean la corona de María, brillan muchas otras que representan
a los nueve coros de los ángeles, quienes ven en ella ala mujer bendita que
quebrantó la cabeza de la serpiente. Esas estrellas representan a los patriarcas
y profetas de la antigua ley, que prepararon la descendencia de esa mujer
incomparable y anunciaron su venida; a los doctores de la Iglesia, que se
reconocen deudores a María de la luz que por su medio les fue comunicada, y en
la cual bebieron la doctrina con que resplandecieron; a los mártires, que
aprendieron de María la invencible fortaleza con que desafiaron las iras de
los tiranos y dieron contentos su vida por la fe de Jesucristo; a las
vírgenes, a quienes enseñó María a abrazarse con la bellísima flor de la
virginidad, que era hasta entonces desconocida en el mundo y que hoy perfuma
con sus aromas el cielo. Todos los bienaventurados la miran con el más profundo
acatamiento, por cuanto fue la madre del Redentor, y a impulsos de su gratitud
y de su admiración, le rinden sus coronas, confesando que ella es
verdaderamente su reina y la de todo el universo.
La Iglesia militante no cede en entusiasmo a la triunfante en reconocer a María por soberana. Los peregrinos de la tierra la invocan en medio de los contratiempos de la vida con la confianza que inspira su poder, porque nada le podrá ser rehusado después del triunfo que alcanzó en su entrada al Paraíso. ¡Qué gloria y qué dicha para nosotros tener una Reina tan poderosa y tan clemente! ¡Qué inestimable felicidad la nuestra al saber que ella se honra con ejercer su amoroso imperio en los desvalidos para socorrerlos, en los menesterosos para enriquecerlos, en los atribulados para consolarlos, en los pecadores para llamarlos a penitencia, en los justos para sostenerlos en sus combates y en los desgraciados para comunicarles la resignación y el aliento en sus trabajos. ¡Ah! nosotros debiéramos tener a mayor honra ser el último de sus vasallos que empuñar el primer cetro del mundo. En su protección tendremos cuanto podemos necesitar en nuestro destierro; luz, fuerzas, consuelos, esperanza, una prenda segura de salvación. Sirvámosla como fieles y rendidos vasallos; hagamos nuestros los intereses de su gloria; alegrémonos de verla tan colmada de grandezas y extasíense nuestros apasionados corazones en la gloria de que Dios la colma en el cielo. ¡Felices los que la honran y la sirven!...
EJEMPLO
Magnificencia de María en el cielo
Había
en el monasterio de la Visitación de Turín una religiosa doméstica, que por su
santidad era la edificación de sus hermanos en religión. Distinguíase
especialmente por una devoción ternísima a la Santísima Virgen. En 1647
Nuestro Señor favoreció a su sierva con una enfermedad que al parecer debía
terminar con la muerte. Los médicos declararon que no la entendían, y los
remedios que le propinaban, en vez de aliviarla, redoblaban sus padecimientos.
Un día en que sus dolencias llegaron a un extremo de rigor insoportable, se sintió de improviso poseída del espíritu de Dios y en un estado de completa enajenación de sus facultadles y sentidos. Dios quiso premiaría haciéndola gozar por un momento de la visión del cielo y en especial de la gloria de que allí disfruta la Santísima Virgen.
«¿Quién
podrá referir, decía la venerable religiosa, los portentos de la hermosura y
grandeza incomparables de esta Reina del empíreo? Para dar una idea de tanta
grandeza necesitaría la lengua de los ángeles y hablar un idioma que no fuese
humano. Esa hermosura y grandeza son tales que jamás se ha dicho en el mundo
nada que se aproxime ni de lejos a la realidad. Después de haber visto lo que
me ha sido dado ver, no experimento ya la satisfacción que antes sentía al oír
publicar las alabanzas de María, pues la expresión humana me parece baja y
grosera. Incapaz de declarar convenientemente lo que he visto, sólo diré
respecto de la grandeza de María, lo que decía del cielo el Apóstol San Pablo,
esto es, que el entendimiento del hombre no puede comprender lo que Dios nos
prepara de placer y felicidad con sólo ver a la Santísima Virgen en la plenitud
de su gloria. Yo la vi sentada en un trono brillante como el sol, sostenida por
millares y millones de ángeles. En rededor de este trono vi un infinito número
de santos que le rendían y tributaban mil alabanzas. Esto me hizo pensar que
aquellas almas bienaventuradas eran como otras tantas reinas de Saba alabando
en la celestial Jerusalén a la Madre del inmortal Salomón.»
«Tan
dulces eran sus miradas, tan suaves y deliciosas sus sonrisas, tan llenos de
gracia y majestad sus movimientos que habría estado toda una eternidad contemplándola
sin cansarme. Su rostro, de hermosura incomparable, despedía una luz tan viva
que llegaba hasta mi envolviéndome en sus resplandores. Una corona de
relucientes estrellas formaba un cerco en torno de su frente. Me parecía ver
que con una respetuosa y amorosa Majestad ella adoraba un objeto que se
escondía a mis miradas: era, sin duda, la Divinidad que se ocultaba en medio
de una luminosa oscuridad adonde mis ojos no podían llegar. Yo vi que la soberana
Reina del cielo, revestida de una gracia arrobadora, pidió a Dios, no sólo, mi
salud sino también la prolongación de mi vida, y una dulcísima sonrisa que se
dibujó en sus labios purísimos me dio a entender que la Divinidad accedía a su
súplica. En efecto, el día de la gloriosa Asunción me encontré completamente
curada, y en disposición de dejar la cama y ejercer mis oficios.»
«Esta visión me inspiró un desprecio tan grande por todo lo creado, que desde entonces no he visto ni hallado nada que me cause ni el mas ligero placer: me hallo enteramente insensible para todo lo de este mundo. Esta visión me ha inspirado además, una confianza sin límites en el poder y bondad de esta Madre de amor, pues be podido comprender cuan grande es la eficacia de su intercesión por la prontitud con que fue atendida la súplica que por mi se dignó presentar, de manera que habría podido decirse que en vez de suplicar habla ordenado.»
«Fáltame aún decir, que he comprendido que la incomprensible grandeza de María es debida al abismo de su humildad. Si, la humildad la ha hecho Madre Dios, la humildad la ha elevado sobre todos los ángeles y santos...»
He aquí un pálido reflejo de la gloria de María en el cielo revelada a la tierra por un alma que mereció el insigne favor de contemplarla por un instante. Acreciente esta revelación el amor y la confianza hacia ella en nuestros corazones, para que invocándola en nuestras necesidades, logremos un día la dicha inefable de gozar de su compañía.
JACULATORIA
Salud ¡oh Reina del cielo!
Salud ¡oh Madre querida!
Fuente de paz y consuelo,
Sé nuestro amparo en la vida.
ORACIÓN
¡Oh poderosa Reina del cielo y de la tierra, postrados a vuestros pies, venimos en este día, consagrado a recordar las coronas que ciñeron vuestra frente, a unir nuestras voces de júbilo a los himnos que entonaron los ángeles y los bienaventurados el día de vuestra gloriosa coronación!
¡Cuan dulce es para nosotros, que nos complacemos en llamaros nuestra madre, veros levantada a tan excelsa gloria y revestida de tan alto poder! Sabemos, dulce madre, que todo lo podéis en el cielo y que jamás será desgraciado el que merezca vuestra decidida protección; sabemos también que a Vos, como madre, Dada os será tan grato que alargar a vuestros hijos una mano compasiva para auxiliar los y protegerlos. Por eso nos es permitido depositar en Vos nuestra mas dulce confianza; por eso acudimos a Vos con la seguridad de no ser jamás desoídos; por eso experimentamos tan dulce complacencia al invocar vuestro nombre; al llamaros en nuestro socorro. Tierna madre nuestra, nosotros necesitamos en toda horade vuestra maternal solicitud; no nos abandonéis en medio de las borrascas del camino. Vasallos rendidos, os imploramos como a Reina que dispone de un omnímodo poder para emplearlo en provecho de sus fieles súbditos; no permitáis, Señora, que abandonemos alguna vez nuestra gloriosa cualidad de vasallos humildes y rendidos para hacernos esclavos de las pasiones, del mundo y del demonio. Alcanzadnos la gracia de vivir y morir a la sombra de vuestro manto de madre y vuestro cetro de Reina, a fin de haceros un día eterna compañía en el cielo. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Rezar una tercera parte del Rosario en homenaje a la gloria de María en su coronación en el cielo.
2. Hacer tres actos de vencimiento de la propia voluntad, pidiendo a María el espíritu de sacrificio.
3. Repetir nueve veces el Gloria Patri en honra de la Santísima Trinidad en agradecimiento de los favores otorgados a María.
DIA
VEINTICINCO
MARIA
CONSIDERADA COMO MADRE DE LOS HOMRRES
CONSIDERACIÓN
Cuando el hombre levanta al cielo sus ojos llorosos, por grande que sea el abismo de iniquidad o de desgracia en que haya caído, encuentra allí la imagen amorosa de un Padre que le inspira valor y confianza. Pero Dios que se complace en que nuestros labios lo invoquen diciéndole: Padre nuestro que estás en los cielos, nos señala también a su lado la imagen de una madre que sonríe llena de amor: esa imagen es la de María.
Así convenía que sucediese, porque la paternidad va siempre unida a la maternidad. Donde existe un padre, hay también una madre. La gran familia de los hijos de Dios no podía carecer de un bien que es común á la familia terrestre: el amor de una madre. Nada hay en el mundo que pueda reemplazar dignamente el amor maternal; su ausencia deja en el corazón de los hijos un vacío que ningún otro amor puede llenar. Es cierto que el amor de Dios satisface cumplidamente las aspiraciones del corazón; pero el amor de María es un afecto que hace brotar en el alma la más grata ternura y la más dulce confianza, y, alojando todo temor, abre el corazón de los hombres a la más halagüeña esperanza.
He ahí porque Dios ha querido que tuviésemos, no solamente una madre en el mundo, sino también una madre en el cielo. Próximo a espirar en la cruz, quiso Jesús darnos una última y suprema manifestación de su amor. Pero ¿Qué podría darnos en el estado a que la perfidia de los hombres lo había reducido? Desnudo de todo bien terreno, sin poseer ni siquiera la túnica que había vestido durante su vida, lo único que le quedaba era su madre que lloraba afligida al pie de la cruz de su sacrificio. Y después de habernos dado toda su sangre, después de haberse dado á si mismo en el Sacramento de nuestros altares, Jesús moribundo, lanzando sobre el mundo una última mirada de amor y de misericordia, nos lega a María por madre en la persona de su amado discípulo, diciéndole: He ahí a tu Madre, después de haber dicho a María: He ahí a tu Hijo, señalando al discípulo. ¡Oh! mujer afligida, le dice, a quien un amor infortunado os hace experimentar tan rudos sufrimientos, esa misma ternura de que estáis llena por mi, tened la por todos los redimidos con mi sangre, representados en la persona de Juan; amadlos como me habéis amado a mi.
Después de estas palabras, Jesús inclina su cabeza sobre el pecho y muere. Parece que faltaba el último sello de la salvación del mundo, que consistía en hacer a los hombres el precioso legado del corazón de su madre. ¡Ah! si los últimos encargos de un hijo moribundo son tan sagrados para una madre, ¿cómo dudar de que María nos aceptase por sus hijos después de la tierna recomendación de Jesús agonizante? Si, nuestra adopción de hijos es tanto más amada para ella, cuánto más cara le ha costado. Ella sacrifica, por salvarnos, a su Hijo único, y prefiere verlo espirar en un mar de tormentos á vernos á nosotros perdidos. Dos hijos tuvo María: el uno inocente y el otro culpable; pero con tal de salvar al culpable consiente en entregar a la muerte al inocente. ¿Puede concebirse un amor más tierno y desinteresado? ¿Puede exigírsele una prueba más elocuente de su amor por los hombres? Como si esta fineza no bastara a convencernos de su amor, no cesa de añadir nuevos y brillantes testimonios de su maternal afecto. No hay miseria que no esté pronta a remediar, no hay necesidad que no satisfaga, no hay lágrimas que no enjugue ni dolor que no temple. María está sentada en un trono de misericordia, dispuesta siempre a escuchar el grito de nuestras necesidades; ella depone a los pies de su Hijo la ofrenda de nuestras lágrimas, y para hacer de ellas un holocausto más valioso, las mezcla con alguna de las que ella derramó al pie de la cruz.
¡Ah! ¿quién no amará a tan tierna madre? Su amor es el consuelo más dulce de la vida; ese amor hace gustar en medio de los trabajos y amarguras del destierro, las primicias de la felicidad eterna. «¡Qué consuelo, exclama Tomás de Kempis, no debéis encontrar en medio de las penas de la vida, en las entrañas de aquella en quien se ha encarnado la misericordia y a quien el Salvador ha colocado a su diestra para hacer de ella la dispensadora de todas sus gracias!»
EJEMPLO
La vuelta de un pródigo.
En
un hermoso día de primavera acababa de pasearse la imagen de María por entre
sendas de flores y arcos triunfales en un pueblo situado al sur de Francia.
Terminada la fiesta religiosa, el párroco se había retirado a su casa para
terminar en el silencio de la oración un día lleno de dulces y santas
emociones; ponía fin al rezo divino con el Salve
Regina, cuando oyó que
llamaban a su puerta. En el umbral de esta puerta que nunca se cierra, apareció
un joven sombrío y taciturno que con acento tembloroso dijo al sacerdote: - No
tengo el honor de conoceros; pero sé que sois el padre de todos y en especial
de los desgraciados. Este titulo me da derecho para importunaros, viniendo en
solicitud del auxilio de vuestro sagrado ministerio. -Decid lo que queráis,
hijo mío, le dice con bondad paternal el sacerdote; que las horas más felices del
párroco son aquellas en que le es dado endulzar las amarguras de la desgracia.
Dios nos hace a menudo testigos de resurrecciones inesperadas. Ministro de
Aquel que llamó a Lázaro de la podredumbre del sepulcro, estamos siempre
dispuestos a sacar las almas del cieno de la culpa y restituirías a la vida de
la gracia.
Al oír estas palabras, el joven pareció reanimarse, y un rayo de alegría surcó su frente pálida.
-Yo, dijo en seguida, soy uno de esos desgraciados que naufragan desde temprano en la corriente de las pasiones, olvidando las enseñanzas de una madre cristiana y el respeto que se debe a un nombre ilustre. Llegado a esa edad en que las pasiones alborotan el corazón me dejé arrastrar de pérfidos consejos, y pronto hube de reconocer que un abismo llama a otro abismo. Irritado por las reconvenciones saludables de mi virtuosa madre, resolví, alejarme y dar libre curso a mis ilusiones juveniles. Mi padre puso en mis manos una considerable cantidad de dinero, para que viajase por los Estados Unidos de América de los que tan lisonjeras alabanzas habla oído a mis compañeros de placer y de desórdenes. Mi madre lamentó profundamente esta resolución; porque Dios ha concedido al amor de las madres cierta luz e intuición profética sobre el porvenir de sus hijos. Ella me siguió con sus oraciones derramadas sin cesar a los pies de María y con sus cartas llenas de conmovedoras exhortaciones.
No necesito deciros que esta libertad me fue funesta, y amaestrado ahora por dolorosa experiencia, yo diría a todas las madres que no permitiesen viajar solos a sus hijos en la edad de las ilusiones. Me establecí por algún tiempo en Washington, donde mi vida transcurrió entre partidas de placer y de disolución.
Un día arriesgué en el juego todo el dinero que me quedaba, y de improviso me vi sumido en la mayor miseria en tierra extraña y sin recursos para volver a mi patria. En esta situación fui a ver al capitán de un buque francés para que me recibiera en su nave sin pagar flete, lo que no me fue concedido sino a condición de que fuese en la tripulación como criado.
Aunque esto era para mi en extremo humillante, hube de aceptarlo; y vistiendo el traje de marinero, comencé a trabajar como los demás.
Pero no era esta ni la única ni la mayor desgracia que me acarrearon mis locos devaneos. En nuestro viaje de regreso nos asaltó una furiosa tempestad a las alturas de las islas Azores. Gruesas nubes se amontonaron sobre nuestras cabezas y el mar levantaba montañas de agua. Un huracán deshecho rompió nuestro palo mayor, y la nave, falta de gobernalle fue a estrellarse contra enormes rocas. En aquel angustioso momento, imploré postrado de rodillas sobre cubierta, a Aquella que es llamada Estrella de la mañana, prometiéndole que, si libraba de aquel peligro; pondría fin a mis desórdenes. Entonces me lancé al mar asido de una tabla, y por espacio de veinticuatro horas floté a merced de los vientos y las olas.
Quiso mi buena protectora que pasase cerca de mí un barco americano que iba en dirección a Marsella, y me recogiese a bordo.
Vengo, pues, a cumplir mi promesa, postrándome a vuestros pies para confiaros los secretos de mi conciencia. Dignaos abrirme las puertas del cielo y derramar sobre mi alma con la santa absolución una gota de esa dulce paz que hace quince años que no he gustado...
La bondad maternal de María devolvía a un nuevo pródigo al doble regazo de la religión y de la familia.
JACULATORIA
Madre de Dios, madre mía,
Un hijo amante te invoca,
Ven en mi auxilio ¡oh María!
ORACION
DE SAN FRANCISCO DE SALES A LA SANTISIMA VIRGEN CONSIDERADA COMO MADRE
Yo os saludo, dulcísima Virgen María, Madre de Dios, y os escojo por madre querida. Os suplico me aceptéis por hijo y servidor vuestro, porque yo no quiero tener otra madre sino á Vos. No olvidéis ¡oh mi buena, graciosa y dulce madre! que soy vuestro hijo y una criatura vil y miserable. Dirigidme en todas mis acciones, porque soy un pobre mendigo que tengo extrema necesidad de vuestro socorro y protección. Santísima Virgen, mi dulce madre, hacedme participante de vuestros bienes y de vuestras virtudes, principalmente de vuestra santa humildad, de vuestra virginal pureza y de vuestra encendida caridad. No me digáis ¡oh María! que no podéis hacerlo, porque vuestro amado Hijo os ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. No me digáis tampoco que no debéis hacerlo, porque Vos sois la madre común de todos los pobres hijos de Adán y especialmente la mía. Y si sois madre y reina poderosa ¿qué os podría excusar de prestarme vuestra asistencia? Acceded, pues a mis súplicas, escuchad mis gemidos y concededme todos los bienes y gracias que sean del agrado de la Santísima Trinidad, objeto de mi amor en el tiempo y en la eternidad. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Incorporarse en
alguna cofradía que tenga por objeto honrar a María bajo alguna de sus
consoladoras advocaciones.
2. Abstenerse de todo
acto de impaciencia o de ira.
3. Rezar el oficio parvo de la Santísima Virgen, pidiéndole que nos conceda su protección durante la vida y en especial en la hora de la muerte.
DIA VEINTISÉIS
LA MATERNIDAD DE MARIA DEBE INSPIRARNOS LA MAS GRANDE CONFIANZA
CONSIDERACIÓN
Si María es madre de
los hombres nada hay después de Dios que pueda inspirarnos más dulce confianza,
porque nada hay en el mundo comparable con el amor maternal. En todos los
peligros y circunstancias adversas de la vida, un hijo se arroja lleno de
seguridad y de confianza en los brazos de su madre porque sabe por instinto que
el amor de una madre vela siempre solícito por sus hijos, y que jamás ese amor
padece olvidos e indiferencias.
Ese
afecto santo transportado a la religión y aplicado a María, se reviste de un
carácter de dulzura, de suavidad, de confianza familiar que tempera la majestad
del Dios que, si es nuestro Padre, es también nuestro Juez. Viendo a María, se
aleja del alma todo pensamiento terrible para dar cabida a los pensamientos
consoladores de la bondad y misericordia de su Hijo divino. Sin María, nosotros
seriamos, sin duda, hijos de Dios; pero seriamos hijos sin madre en presencia
de un Dios justamente irritado por nuestras infidelidades. ¿Qué esperanza
tendríamos de doblegar con nuestras súplicas el rigor de la justicia incorruptible,
si no tuviésemos en María una madre que no rehúsa jamás valorar nuestras
súplicas con sus méritos para alcanzar nuestro perdón? -Cuando consideramos que
María fue, como nosotros, una peregrina de la tierra, una hija de Eva que
sufrió y lloró como nosotros, no podemos menos que sentir una confianza que
disipa todo temor. Ella conoce lo que son las miserias de la vida, lo que
cuesta la practica de la virtud, las dificultades que se oponen a la santificación,
la fuerza de las pasiones, la astucia de nuestros enemigos; y por lo mismo,
sabe compadecerse de nuestra flaqueza y esta pronta a remediar nuestras desgracias.
Por eso, en este valle anegado con nuestras lágrimas, María se nos presenta
siempre inclinada hacia nosotros, estrechando con una mano la diestra de su
Hijo en ademán suplicante y curando con la otra todas las llagas de nuestras
almas.
«Vosotros podéis ahora, dice San Bernardo, acercaros a Dios con confianza, porque tenéis una madre que se presenta delante de su Hijo y un Hijo que se presenta delante de su Padre. María muestra a su Hijo el seno que lo engendró y el regazo en que descansó; Jesucristo muestra a su Padre su costado abierto y sus manos y pies llagados. Los méritos del Hijo todo lo obtienen del Padre, y los méritos de la Madre todo lo obtienen del Hijo. Es imposible, agrega, que Dios rehúse conceder una gracia que le es pedida con tan tiernas muestras de amor. No, él no puede rehusar lo que se le pide con un lenguaje tan elocuente.
«El dulce nombre de madre encierra toda ternura, despierta los más tiernos recuerdos y hace nacer las más caras esperanzas. Es el símbolo de la bondad, de la paz, de la misericordia. Pero el corazón de María, siendo la obra maestra de la gracia, sobrepasa a todas las madres en bondad, amor y misericordia para con sus hijos. Como suele acontecer a las madres de la tierra, María demuestra una predilección tanto más solícita, cuanto más desgraciados son sus hijos. ¡Qué motivos tan poderosos de consuelo para los que sufren y lloran! ¡Qué motivos de dulce confianza para los pecadores! María les ofrece toda la ternura, la piedad, la solicitud de una madre que nada anhela tanto como verlos felices. Pobre huérfano, que habéis visto arrebatar a vuestro amor a una madre tiernamente amada, consolaos, que es falso que el hombre no tenga mas que una madre. La tierra nos da una, esa suele desaparecer entre las lágrimas y llantos de sus hijos; pero el cielo nos da otra que no muere y que siempre esta prodigándonos sus divinas caricias.»
EJEMPLO
María, Rosa mística
El venerable Nicolás
Celestino de la Orden de San Francisco, ardía en vivos deseos de procurar a María
la mayor honra y gloria posible. Antes que la Inmaculada Concepción fuese un
dogma de fe, no faltaban en la Iglesia quienes pusiesen en duda la verdad de
este maravilloso privilegio. Nicolás no comprendía que María hubiese estado
alguna vez enemistada con Dios ni un solo instante; y por lo mismo, era un
defensor ardiente de esta verdad. Aunque la orden a que pertenecía celebraba
anualmente la fiesta de la Inmaculada Concepción, el siervo de Dios no se contentaba
con esto, sino que deseaba además que como todas las grandes solemnidades de la
Iglesia, se celebrase con octava.
No
tardó mucho el venerable religioso en ser elegido superior; entonces, aunque
venciendo grandes dificultades, pudo ver realizado su piadoso deseo. Mas, como
oyese que algunos religiosos criticaban la nueva solemnidad, se afanó por
discurrir un medio que convenciese a todos sus hermanos de que el obsequio era
agradable a los ojos de la Santísima Virgen.
Un
día llamó a los religiosos y les dijo: -Sé que algunos de vosotros dudáis de
que sea del agrado de la Santísima Virgen que celebremos con toda solemnidad
su Concepción Inmaculada. Pues bien, yo con la ayuda de Dios voy a demostraros
de una manera irrefutable que ella se complace de este obsequio.
Dicho
esto, se encaminó con todos sus monjes al jardín del convento donde lucían muchas
esbeltas rosas que perfumaban el ambiente.- Coged, les dijo, la rosa que os
parezca mejor de todas las que tenéis a vuestra vista: la que escojáis será
colocada en un vaso sin agua ante el altar de María Inmaculada. Si esta rosa,
como es natural, se marchitase al tercer día, tendrán razón los que critican lo
que nuestra Orden ha dispuesto hacer en honra de María; pero, si por espacio de
un año, permanece milagrosamente fresca y lozana, como en el momento de
desprendería de su tallo, entonces deberemos confesar, no solamente que María
fue concebida sin pecado, sino que es la voluntad del cielo que celebremos con
todo esplendor, así su fiesta como su octava.
Todos aceptaron la propuesta: se cogió una rosa blanca, y depositada en un vaso sin agua, se colocó en el altar de la Purísima Concepción. Pasaron los días unos en pos de otros, y la rosa conservaba intacta su lozanía y fragancia hasta que, terminado el año, dejó caer sus bojas marchitas.
En vista de aquel prodigio, los religiosos celebraron con grande entusiasmo la fiesta que de tal manera justificaba y aplaudía el cielo. Por este medio fue glorificada María, premiada la fe del venerable Nicolás Celestino y confirmada la verdad del excelso privilegio que, declarado dogma de fe, es hoy una piedra preciosa que abrillanta la corona de gloria de la Madre de Dios.
JACULATORIA
¡Qué dulce y grata es la vida
Si la perfumas y alientas
Con tu amor, madre querida!
ORACIÓN
Cuando considero ¡oh María! tierna y dulce Madre de los hombres, que vuestras entrañas están siempre llenas de amor para con nosotros, yo siento que la más firme confianza renace en mi corazón y que se disipan todos los negros temores que me afligen en orden a mi salvación. ¡Sois tan buena, tan amable, tan misericordiosa! ¡Ah! si Vos no fuerais mi madre, ¿quién me consolarla en mis sufrimientos, quién me sostendría en mi debilidad, quién calmarla las inquietudes que turban mi corazón? Vos sois la salvaguardia del pobre y del desvalido; Vos sois el gozo y la esperanza de los que padecen; Vos la estrella que jamás se oscurece en medio de las tempestades de la vida. Vos sois la mediadora entre Dios y nosotros, Vos desarmáis con vuestros ruegos la mano irritada del Señor. Vos nos abrís un corazón de madre para que depositemos en él nuestras tristes confidencias. Vos sois mi Madre, ¡oh qué felicidad!.. Yo lo diré a todas las criaturas: María es mi madre; yo lo repetiré sin cesar en todas las horas de mi vida, en el gozo como en el dolor; de mis labios moribundos caerá esa última palabra: ¡Vos sois mi Madre! Teniéndoos á Vos por Madre, nuestra felicidad es mayor que la de los ángeles, porque ellos sólo os tienen por Reina. Escuchad ¡oh María! con especialidad las plegarias de todas las madres que colocan a sus hijos bajo vuestra maternal protección, a fin de que madres e hijos, en la tierra y en el cielo, seamos recibidos en los brazos de vuestra divina maternidad. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Hacer un acto de entera y perpetua consagración a la Santísima Virgen como una prueba de que la reconocemos por Madre.
2. Saludar a la Santísima Virgen con una Avemaría toda vez que veamos alguna imagen suya.
3. Oír
una misa en sufragio del alma más devota de María.
DIA VEINTISIETE
AMOR QUE DEBEMOS
PROFESAR A MARIA
CONSIDERACION
Si la bondad maternal
de María no fuera bastante motivo para decidirnos a amarla, la consideración de
sus perfecciones no podrá menos de hacer brotar en nuestros corazones el más
ardiente y generoso amor por la que reúne en si todo lo que hay de grande y
perfecto en el orden de la naturaleza y de la gracia.
La belleza física y
la belleza moral, la hermosura del cuerpo y del alma arrebatan espontáneamente
el amor a nuestros corazones, porque, como dice un sabio de la antigüedad,
cualquiera que tenga ojos para verla, no puede menos que tener corazón para
amarla.
Ahora bien, ninguna
criatura, después de Jesucristo, ha poseído en grado más excelso la hermosura
del cuerpo y del alma. María fue la obra predilecta del poder del Altísimo y en
ella tuvo sus complacencias desde la eternidad. Su cuerpo destinado a ser el
santuario de la divinidad, debió de poseer toda la perfección de que es capaz
la naturaleza y toda la hermosura que convenía a la que debía ser el tabernáculo
vivo y animado de la belleza infinita. Por eso los Libros Santos, profetizando
esa belleza incomparable, han podido exclamar: «Toda hermosa eres, amiga mía,
toda hermosa eres;» lo que vale tanto como decir que en su persona se encierra
una belleza sin medida.
La belleza por
excelencia es Dios; y esa hermosura se comunica a las criaturas en el mismo
grado en que se unen a Dios, como la pureza de las aguas es tanto mayor,
cuanto mas cerca están a la fuente. Y ¿con cuál criatura se ha unido más
estrechamente la infinita belleza que con María? ¿No la amó y la prefirió a todas
eligiéndola por madre del Verbo encarnado? -Esta consideración hacia exclamar a
San Epifanio: «Sois ¡oh María! la primera belleza después de Dios, y en
comparación de la vuestra, no tienen sombra de hermosura los serafines, ni los
querubines, ni todos los nueve coros de los ángeles. Los considero en vuestra
presencia como a las estrellas del cielo, que pierden toda su luz cuando el sol
aparece.» Pero, sin necesidad de acudir a tales conjeturas, para conocer la
belleza física de María no necesitamos sino oír el testimonio de los que
tuvieron la dicha incomparable de verla cuan do aún era peregrina de la tierra.
San Dionisio Areopagita, después de haberla visto, decía que si la fe no le
enseñara que no podía existir más que un Dios, habría adorado a la Santísima
Virgen como a Dios. La belleza cautiva sin violencia los corazones, y aun esas
bellezas frágiles e imperfectas que el mundo admira han tenido poder para
trastornar a pueblos enteros. Arrebate, pues, nuestro amor la hermosura
incomparable de María y encienda en nuestro pecho un incendio voraz.
Pero si tanto puede la hermosura del cuerpo, ¿cuanto mas deberá seducirnos la belleza del alma, que excede a la primera como el alma excede en excelencia al cuerpo?-Decía Santa Catalina de Sena, que si pudiésemos ver con los ojos del cuerpo la belleza de un alma sin pecado y con sólo el primer grado de gracia, quedaríamos tan sorprendidos al reconocer cuánto sobrepujaba a todas las bellezas de la naturaleza corpórea, que no habría quien no desease morir, si fuera preciso, por conservar beldad tan hechicera. Ahora bien, si la última de las almas en el orden de la gracia encierra en sí tanta belleza, y si remontado el vuelo contemplásemos a las almas que han sabido a otros grados de gracia más elevados hasta llegar a la más perfecta, ¿cuánta no sería nuestra admiración en presencia de su hermosura? Pues bien, la más elevada de esas almas no es más que una sombra comparada con María, porque ella posee más gracias y por consiguiente, mas belleza que todos los Santos y bienaventurados juntos. Todas esas celestiales bellezas son siervos y vasallos de María. Ella sola es la madre del Creador de todos ellos; ella después de Dios, es quien tiene extasiados de amor y de dicha a los moradores de la celestial Jerusalén.
¡Ah! ¡si los que se deleitan en las efímeras bellezas del mundo hubiesen contemplado por un instante la beldad de María, todo otro afecto moriría al punto en sus corazones! Mas si no nos es dado contemplar con los ojos del cuerpo la hermosura de su alma adornada con todas las piedras preciosas de las virtudes, a lo menos procuremos verla siempre con los ojos del alma para extasiamos en su belleza y embriagarnos en las delicias de su amor.
EJEMPLO
El
Papa de la Inmaculada Concepción
Pío IX, cuya santa memoria está unida con lazo de oro a las glorias de María, debió a la protección de esta Madre bondadosa un señalado favor al comenzar su carrera sacerdotal. Mientras el joven Juan María Mastai era estudiante, le acometió una grave enfermedad que lo inhabilitaba para seguir las inclinaciones, que lo arrastraban al estado eclesiástico. Esta enfermedad era la epilepsia, que común-mente es incurable. Los médicos confesaron su impotencia para contener el mal y presagiaban en poco tiempo un término lamentable. Cuando comenzó a cursar teología los ataques eran menos frecuentes, y pudo recibir las órdenes menores.
En esa época pasaron por Sinigaglia, pueblo natal de Pío IX, varios misioneros, a quienes prestó el joven Juan María con celo ferviente los humildes servicios de Catequista. Esto le valió la dispensa de la Santa Sede del impedimento para su ordenación, con la condición de celebrar el santo sacrificio acompañado de otro sacerdote. La enfermedad no había desaparecido, y todo inducía a creer que llegaría con el tiempo a imposibilitarlo para el ejercicio del ministerio sacerdotal, no obstante la bondad y condescendencia paternales que había usado para con él el Papa Pío VII.
El joven sacerdote había aprendido a amar a María en las rodillas de su piadosa madre, y desconfiando de los recursos humanos, puso toda su confianza en la protección de la Santísima Virgen. Con el fin de interesaría más en su favor emprendió una peregrinación al célebre santuario de Nuestra Señora de Loreto, donde pidió con fervoroso ahínco la salud para dedicarse todo entero a la salvación de las almas. La Reina del cielo acogió benignamente la súplica de aquel humilde sacerdote que tanto había de glorificaría, y desde ese momento la epilepsia desapareció para siempre.
Reconocido a tan insigne favor, se consagró con mayor esmero a servir y ensalzar a su protectora celestial; y a este amor hacia María acrecentado por esta curación milagrosa, debe la Cristiandad la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción, que tanto ha contribuido a encender en las almas el amor y la confianza en la Madre de Dios.
Elevado mas tarde a la más alta dignidad de la tierra, y después de haber ornado las sienes de María con la corona de la Inmaculada Concepción, volvió Pío IX al santuario de Loreto para cumplir un segundo voto. Allí puso a los pies de su soberana protectora un cáliz de oro de exquisito valor artístico, y rogó por la Iglesia y el mundo en aquella Casa donde comenzó la obra de la redención del mundo. No estaban lejanos los días tempestuosos en que la ola de la impiedad arrebató al Papado sus dominios temporales y derribó el trono secular en que se sentaba el Papa-rey.
La misma generosa mano que libertó al sacerdote de una enfermedad incurable, infundió valor indomable en el pecho del Pontífice para resistir a los enemigos de la Iglesia y sostener la dignidad del Pontificado Romano, que nunca ha sido más grande que en las horas de su martirio.
María, que ha sido en todas los tiempos la celestial protectora de la Iglesia, lo ha sido muy en especial del ilustre Pontífice que pasará a la historia con el nombre del Papa de la Inmaculada Concepción.
JACULATORIA
Dulce Madre, pues me amas,
Haz que siempre el alma mía
Tanto te ame, que algún día
Pueda al fin morir por ti.
ORACIÓN
¡Oh la más pura y hermosa de las criaturas! dulcísima madre mía, ¿qué otra cosa podré deciros yo, vuestro hijo y vuestro siervo, al considerar la perfección y belleza así de vuestro cuerpo, santuario del Verbo encarnado, como de vuestra alma, precioso relicario de las más excelsas virtudes, sino protestaros que os amo con toda la ternura del más amante de los hijos? Yo os amo, María, porque en Vos se encierra toda perfección y belleza. Yo os amo, María, porque sois más pura que la luz del sol, más galana que la flor del campo, más bella que la aurora cuando sonríe a los prados, más amable que todo lo que arrebata en la tierra nuestro amor. Yo os amo, María, porque sois tan buena, tan misericordiosa, tan compasiva con vuestros pobres hijos, porque sois Madre generosa que olvidáis las ingratitudes para no atender sino a nuestra gran miseria. Yo os amo, María, porque sois la Reina de los ángeles, la soberana de los mártires y de las vírgenes, a quienes sobrepasáis en santidad y en perfecciones, como el sol sobrepuja en esplendor a los demás astros del firmamento. Yo os amo, María, porque sois la consoladora de los afligidos, el refugio de los pecadores, el sostén de los justos, el baluarte de los débiles y la dispensadora de todas las gracias. Concededme, Señora mía, la gracia de amaros siempre con la misma ternura, de serviros siempre con ardiente solicitud y de acompañaros un día en el cielo para unirme eternamente a Vos. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Adoptar la práctica de llevar al cuello un escapulario, medalla u otro objeto que tenga la imagen de María, e invocaría en la hora de la tentación y del peligro.
2. Rogar a María delante de alguna imagen suya por las necesidades de la Iglesia y en especial de la de Chile.
3. Privarse en algún día por amor a María, de comer cosas de gula y apetito.
DIA VEINTIOCHO
CONSAGRADO
A HONRAR EL CORAZÓN
INMACULADO
DE MARIA
CONSIDERACIÓN
María es, entre las
puras criaturas, la que ha subido a más sublime altura en la escala de las
perfecciones naturales y sobrenaturales. Sin embargo, si se busca en ella algún
signo exterior de su incomparable grandeza, apenas será dado encontrarlo. Es
una doncella modesta y pobre que ha ligado su suerte a la de un humilde obrero
que vive de su trabajo y habita bajo un pobre techo. Es porque toda la gloria
de la hija querida del Rey del cielo está oculta en su corazón, en el cual se encierran
perfecciones más que humanas y más que angélicas. Preservado de la corrupción
universal que anegó a manera de impetuoso torrente a todos los hijos de Adán,
el corazón de María fue concebido en la inocencia, nacido en la santidad y
enriquecido con todos los dones del cielo. Dios ve reaparecer en él toda la
belleza y toda la pureza que el pecado desfiguró en el corazón del primer
hombre, que halla en él sin mancha alguna que lo desfigure, ni germen alguno de
pasión que lo turbe, ni la más ligera falta que lo haga menos digno de su amor.
Es
un corazón cuyas inclinaciones son enteramente santas y cuyos afectos todos son
celestiales. En él se contempla la divinidad como en un espejo donde descubre
su propia imagen y se complace en sus perfecciones como en la obra maestra de
sus manos, más primorosas que la creación de todos los mundos visibles. El
Padre, adoptándola por hija predilecta, preservó a María del pecado; la colmó
de sus favores y la adornó con sus más preciados dones. Desde que nace a la
vida, Dios la recibe en sus brazos y la separa del mundo para que no conozca ni
ame a otro padre que a él. Cautiva voluntaria del amor, apenas salida de la
cuna, va a ofrecer su corazón en holocausto al pie de los altares de su Dios.
Jamás se extinguió en su corazón el fuego sagrado del amor, que ardía como un
leño seco sin consumirse jamás.
En ese corazón virginal se celebraron las nupcias de una criatura humana con el santo de los Santos, el Espíritu vivificador. La más rica variedad de las virtudes forma los atavíos de la feliz esposa, y tanta era la belleza y la excelencia de la divina desposada, que Dios la recibe en el seno intimo de su amistad y la regala con todas las delicias de su amor. Si ese mismo Espíritu, descendiendo sobre los apóstoles, los transformó en hombres nuevos, ¿qué maravillosos efectos no produciría en ese corazón al cual no descendió como lengua de fuego, sino como un torrente de llamas divinas para consumir todo lo que hubiera en él de humano y hacerlo digno tabernáculo de la divinidad? ¡Ah! ¡qué perfecciones no comunicaría á un corazón con el cual quería unirse con nudos tan estrechos de amor! -El entendimiento humano es demasiado limitado para sondear tan hondos misterios y la lengua humana impotente para narrar tan grandes maravillas.
Pero lo que da al corazón de María una excelencia más augusta es su calidad de Madre de Dios. Es ésta una dignidad incomparable que abisma y confunde. Si Dios, cuando está unido a una criatura por la caridad, le comunica tantas perfecciones y gracias, ¿qué torrente de gracias y qué cúmulo de perfecciones lo comunicaría a su Madre durante los nueve meses que habitó en su seno? ¡Qué emociones tan duras y tan santas harían latir el corazón de María cuando llevaba en sus brazos y estrechaba contra su pecho al divino infante! ¡Qué santidad comunicaría a su Madre durante los treinta años que vivió con ella bajo el techo de un mismo hogar, en un comercio tan íntimo y en mutuas y diarias comunicaciones!
Honremos, pues, con un culto digno y homenajes de amor y de alabanzas al corazón inmaculado de María, santuario de la divinidad, relicario de virtudes y dechado de las más sublimes perfecciones. Amemos con amor ardiente y agradecido a ese corazón que ardió por nosotros en tan vivas llamas de amor: es el corazón de una madre que se sacrifica por sus hijos; es el corazón de una Reina, lleno de piedad y de misericordia para con sus pobres vasallos; es el corazón de la buena y amable Pastora que buscaba a la oveja descarriada, que la carga amorosamente sobre sus hombros y la conduce al abrigado aprisco.
EJEMPLO
María,
Salud de los que la invocan
Uno
de los muchos peregrinos a quienes el amor a la Reina del cielo conduce a la
gruta de Lourdes, escribía en 1873 lo siguiente:
«Llegado
a Lourdes en la mañana del día de la Asunción, me dirigí inmediatamente a la
gruta milagrosa, y vi que un gran número de personas se acercaban a la reja con
un apresuramiento y emoción que me indicaron que algo de extraordinario
acababa de suceder. Pregunté la causa del movimiento, y se me respondió: Es un
milagro que acaba de verificarse, y el sacerdote a quien la Santísima Virgen
ha sanado milagrosamente esta firmando cédulas para todos aquellos que deseen
tener un atestado del milagro. Yo me acerqué y pude obtener una cédula que
llevaba al pie la firma del abate de Musy de la diócesis de Autún.»
«Todos
deseábamos conocer los pormenores del prodigio; entonces un sacerdote se acercó
a la reja y lleno de emoción dijo lo siguiente a la numerosa concurrencia de
peregrinos que allí estaba: Deseáis saber lo que acaba de pasar, y voy a
complaceros para alentar vuestra confianza en la protección de María. Un
sacerdote padecía desde hace veinte años una enfermedad dolorosa que la ciencia
no ha podido aliviar. De once años a esta parte no podía celebrar el santo
sacrificio, y desde hace tres meses estaba enclavado en una silla rodante sin
poder hacer ni el más ligero movimiento... Esta mañana fue llevado trabajosamente
a la cripta para oír una misa que se iba a aplicar por su salud. En el momento
de la elevación ese sacerdote inválido se sintió con fuerzas para ponerse en
pie sin auxilio ajeno; poco después pudo ponerse de rodillas y terminar la misa
en esa posición. Terminada la misa, pudo bajar por si solo de la cripta a la
gruta sin fatiga ni cansancio; y ya lo veis en pie sin rastro de enfermedad
como cualquiera de vosotros; porque sabed que ese feliz sacerdote, tan
bondadosamente curado por María es el mismo que os habla en este instante.»
«Ayudadme
a dar gracias a mi celestial bienhechora por el extraordinario prodigio de que
acabo de ser objeto, a pesar de mi indignidad; y pedidle conmigo que complete
su obra, obteniéndome la gracia de emplear lo que me queda de vida en ganar
muchas almas al amor de su divino Hijo.»
Mientras
esto decía, el sacerdote derramaba abundantes lágrimas, y lloraban con él
todos los presentes... «He aquí, decían unos la tierra de los prodigios... Que
venga la incredulidad, decían otros, a explicar naturalmente las cosas que
aquí se ven... - María, exclamaban los de más allá, es la gran bienhechora del
mundo...»
Así es en verdad: ¿quién podrá reducir a guarismo sus beneficios? ¿Quién podrá contar el número de los que han hallado a sus pies el consuelo, la salud, la gracia y la vida? Más fácil sería contar las estrellas del cielo y las arenas del mar.
JACULATORIA
Tu corazón ¡oh María!
Será mi asilo y refugio
En las penas de la vida.
ORACIÓN
¡Oh corazón amabilísimo de María! santuario augusto de la beatísima Trinidad, dechado perfectísimo de todas las virtudes, yo os amo y bendigo con todas las efusiones del amor más ardiente que puede caber en el corazón de un hijo amante. En vuestro corazón ¡oh María! buscaré yo un asilo en todas las desgracias de la vida; en vuestro corazón buscaré el consuelo en medio de las penas que aflijan mi existencia, en vuestro corazón buscaré la paz, la seguridad y el aliento en medio de los combates que debo librar contra los enemigos de mi salvación. Vos seréis ¡oh corazón maternal! el nido, donde, ave fugitiva del mundo, iré á buscar el reposo que tanto anhela mi corazón. Ved cuan triste y despedazado lo tienen las aflicciones, las contrariedades y las pasiones que lo turban; ved como gimo bajo el peso de mis pasadas infidelidades y de mis numerosos delitos. ¡Oh corazón adorable de María! corazón traspasado por siete agudos puñales de dolor, corazón el más puro, santo y perfecto, despréndanse de vuestras llagas raudales de bendiciones que robustezcan mis postradas fuerzas, que alienten mi debilidad y me consuelen en mis penas y sinsabores. A Vos acude un hijo lloroso que no tiene, después de Dios, otra esperanza que Vos, ni otro amparo ni otra tabla de salvación en medio de las tempestades de la vida. Pero ya siento ¡oh corazón querido! que renace en mi alma la paz turbada y la esperanza perdida, porque es imposible que sea desoído quien, como yo, os llama y quien como este afligido y desamparado hijo, os implora. Protegedme, y seré salvo por vuestra piedad nunca desmentida. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Besar amorosamente
alguna imagen de María para avivar en nuestro corazón el amor hacia ella.
2. Rezar siete Salves en
honra del Corazón inmaculado de María, pidiéndole que nos con ceda la pureza de
alma y cuerpo.
3. Hacer el propósito de
honrar de una manera especial a la Santísima Virgen todos los sábados del año.
DIA VENTINUEVE
MARIA MODELO DE TODAS LAS VIRTUDES
CONSIDERACIÓN
El corazón de María es como un vaso lleno de las más exquisitas esencias que por su mezcla forman el más delicioso de los perfumes. Esos perfumes son la suave exhalación de las virtudes que brotaron en él, como plantas aromáticas en un vergel cerrado, que crecen resguardadas de los ardores del estío y de los hielos del invierno.
María
fue pura como el lirio de los valles: jamás mancha alguna empañó su inocencia.
Y sin embargo, ¡cuántas precauciones para conservar un tesoro que no podía
perder! Desde sus más tiernos años huye del aliento pestífero del mundo; va a
colocar su inocencia al abrigo de la soledad. Su pudor se turba aún a la vista
de un ángel, y tanto amaba la virginidad que no sólo la prefiere a los goces y
grandezas de la tierra, sino aun al insigne honor de ser la Madre de Dios, si
para serlo hubiera sido preciso perderla.
La
humildad más profunda se unía con amorosa lazada a la pureza más angelical.
Ella contaba entre sus ascendientes una falange de gloriosos monarcas, pero
humilde y modesta, se condena a la más triste oscuridad y da su mano de
esposa, no al poderoso y al grande, sino á un pobre artesano, para aceptar
juntamente con su mano de esposo las humillaciones inseparables de la pobreza.
Favorecida con la plenitud de las gracias, jamás se gloría de los favores de
que es objeto.
María
desprecia desde su infancia el fausto y las riquezas para someterse a los
rigores y privaciones de la indigencia. Habita en una pobre aldea y en una
morada estrecha y desmantelada, aquella que habla de sentarse un día sobre los
coros de los ángeles. Groseros y pobres vestidos cubren la desnudez de aquella
que había de tener el sol por manto y las estrellas por corona. Ella no tiene
para su Dios y su Hijo otra cuna que una roca, ni otro lecho que un puñado de
tosca paja. ¡Digna madre del Dios que no tuvo donde reposar su cabeza, que
vivió de su trabajo y que murió desnudo! María comprendió cuantos tesoros se
encerraban en aquella máxima divina que lleva el consuelo al corazón del
menesteroso: Bienaventurados los pobres.
Y ¿quién no admira su paciencia invencible en medio de los trabajos y sufrimientos, su inalterable dulzura aun en presencia de los más implacables enemigos de su Hijo; su tranquilidad jamás turbada aun en medio de los mayores peligros; su generosidad superior a todos los sacrificios y, en fin, su obediencia ciega y muda que no investiga, ni sufre tardanzas ni pone excusas?
Contemplemos, pues, llenos de admiración ese digno objeto de nuestra religiosa veneración; pero no nos limitemos a honores estériles y a una manifestación puramente exterior de nuestra admiración. Lo que hay de más esencial en el culto que le debemos, es la imitación de esas excelentes y preciosas virtudes que son su más rica corona. Esta es la expresión más positiva y elocuente del verdadero amor: el que ama con sinceridad es arrastrado por un impulso irresistible a copiar en sí mismo la imagen del objeto amado, conformándose a él en todo lo que le permite su condición. El pequeño niño que tiene todo su amor concentrado en su madre, trata de imitarla hasta en sus defectos.
Uno de los designios más altos que Dios se propuso en la creación de este tipo maravilloso de perfección, fue el de presentar a los hombres una criatura humana ataviada con todas las virtudes, para que la tuviesen sin cesar a la vista y la imitasen a medida de las fuerzas de cada uno. Dios quiere que imitemos a María, haciendo de cada uno de nosotros otras tantas copias de ese divino original. Ella no aceptarla con gusto nuestros obsequios si no fueran acompañados del deseo de imitarla. Nos abre su corazón a fin de que dibujemos en el nuestro todos los preciosos delineamientos del suyo.
EJEMPLO
Un rasgo de amor a
María
En un pueblo de Francia habla una capilla dedicada a Santa Bárbara, en que se veneraba una hermosa estatua de María Inmaculada, que era objeto de tierna devoción para los habitantes de la ciudad y de sus contornos. Sucedió que esta capilla fue destruida para sustituirla por una iglesia de mayores dimensiones; pero los recursos de que se disponía para la obra no alcanzaron sino para lo indispensable, por lo cual la venerada estatua de María se encontraba como relegada a un rincón del nuevo templo en tanto que fuese posible reunir los fondos necesarios para destinarle un santuario especial.
A pesar del aparente abandono en que se la tenía, el pueblo no cesaba de venerarla, pudiéndose ver cada día a muchas personas de rodillas ante el pedestal en que estaba provisionalmente colocada. Entre sus más asiduos adoradores se señalaba una pobre obrera que vivía escasamente de su trabajo. Su corazón amante se sentía lastimado de ver que la sagrada imagen no se hallara dignamente honrada, y no cesaba de discurrir la manera de remediar este involuntario abandono ocasionado por la falta de recursos.
Un día, después de una fervorosa oración, se dirigió resueltamente a la portería del convento de Capuchinos, encargados del servicio de la iglesia, e hizo llamar al Guardián. Éste, creyendo que la pobre obrera iba en solicitud de alguna limosna, comenzó a informarse con benevolencia acerca de su posición. No fue pequeña su sorpresa al oír que la obrera le preguntó con ademán humilde, pero resuelto, cuál sería la cantidad que se necesitaba para construir un altar a la imagen de María Inmaculada.
-No
se necesita menos de mil quinientos francos, le respondió el Padre Guardián.- ¿Esta
suma bastaría, replicó la obrera, para hacer un altar elegante y hermoso? -Eso
sería suficiente, agregó el religioso: pero, a pesar de nuestros buenos deseos,
no hemos podido reunir esa cantidad, y nos hemos resignado a esperar que la
Providencia nos la proporcione.
Seis
meses después la misma obrera volvía a tocar a la puerta del convento y a
llamar al Padre Guardián. Al verle, le dijo con aire de satisfacción: La Divina
Providencia os envía por mi mano la cantidad necesaria para construir el altar
de María.-¿Cómo, hija mía, le dijo el religioso, sois vos la que erogáis esta
suma?
-No
os asombréis, padre mío, pues aunque soy pobre, durante seis meses trabajando
más y gastando menos, he podido reuniría para el objeto indicado.-Pero, vos
tendréis familia, padres o hermanos... -Yo soy sola en el mundo: mis padres,
mi familia y mi todo es la Santísima Virgen María.-Pero a lo menos, replicó el
padre, este dinero es vuestro porvenir, y puede ser vuestro recurso en las
enfermedades o en la vejez.-Tengo buena salud respondió la obrera, y aún puedo
con mi trabajo formar algún pequeño peculio para más tarde. En cuanto el
dinero que pongo en vuestras manos, lo he reunido para María, y a ella sola
pertenece.
El
buen religioso recibió, maravillado y enternecido, aquella suma ganada con el
sudor de un pobre a costa de penosas privaciones, y se alejó de la obrera
bendiciéndola por este acto de generosidad que hallaría su recompensa en el
cielo.
En
poco tiempo la estatua de María Inmaculada se levantaba en un hermosísimo
altar, sin que nadie supiera cual había sido la mano que lo había costeado. Con
esto la devoción a María se acrecenté en el pueblo, y la generosa obrera, llena
de contento, iba cada día a recoger a los pies de su Madre bendiciones que la
santificaron.
JACULATORIA
De virtudes relicario,
Dechado de perfección,
Haced de mi alma un santuario
Que sea digno de Dios.
ORACIÓN
¡Oh
María! cuán grato me es contemplaros ataviada de las más preciosas virtudes
para ser el modelo y dechado de toda santidad. La perfección de una madre es
siempre un motivo de mayor ternura y de más decidido amor para los hijos, que
no sólo ven en ella á la autora de su existencia, sino también un modelo que
imitar. Al veros tan santa, tan perfecta y tan favorecida de Dios, no puedo
menos que amaros más y más, como el tipo que Dios quiere que me proponga copiar
en mi mismo para agradarlo y conseguir la eterna salvación. Daos a conocer ¡oh
María! para que yo, penetrando en el conocimiento de vuestras sublimes
perfecciones, pueda hacerme semejante a Vos. Abrid vuestro corazón para que
mis ojos puedan extasiarse en la contemplación de las heroicas virtudes que lo
adornan. Ayudadme ¡oh Madre de gracias! a practicar la virtud y a adquirir los
merecimientos que pueden asegurarme la posesión del reino eterno. Que la
humildad, la caridad, la angelical pureza, el desasimiento de todos los bienes
de la tierra, la obediencia, y la entera sumisión a la divina voluntad, sean
¡oh María! las piedras preciosas de mi corona. Yo quiero que en adelante el más
valioso homenaje que deje a vuestros pies sea el propósito de imitaros, porque
ese es un obsequio que Vos estimáis en más que las coronas y las flores con que
vengo diariamente a embellecer vuestra imagen querida. La mejor prueba del
verdadero amor es el deseo de asemejarse al objeto amado; y como yo os amo con
todo el amor de un hijo, me propongo copiar en mí, en cuanto me sea permitido,
la bella imagen de vuestro corazón, a fin de que imitándoos en la tierra,
alcance en el cielo la bienaventuranza que está prometida a todos los que os
imiten. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Ejercitarse
frecuentemente en la humildad, aceptando en silencio las humillaciones y
haciendo actos que nos rebajen en concepto de los demás.
2. Adoptar desde hoy la
saludable resolución de honrar a María rezando todos los días el santo
Rosario, por ser la devoción que le es más grata.
3. Rogar a María por la
persona o personas que nos hubiesen ofendido o que nos inspiren más aversión y
desprecio.
DIA TREINTA
LA DEVOCIÓN A MARIA
CONSIDERACIÓN
La devoción a María es tan antigua como el mundo y tan prolongada como la historia. Nació el mismo día en que, en medio de la catástrofe del paraíso, fue anunciada al mundo como la corredentora del linaje humano. El mismo Jesús, mientras estuvo en la tierra, fue el maestro de esa devoción consoladora que tantas horas felices y tantos consuelos inefables depara a los desgraciados peregrinos de la tierra. La devoción no es más que una expresión del amor interno. Y ¿quién dio manifestaciones más tiernas y elocuentes de amor hacia María que su divino Hijo? Cuando pendiente del cuello de María imprimía en sus mejillas ternísimos ósculos de amor; cuando corría a refugiarse en el regazo de su madre para dormir allí el sueno de los ángeles; cuando la acompañaba en sus veladas y compartía con Ella el fruto del trabajo; cuando, en fin, próximo a espirar en la cruz, la recomendó a la solicitud del más amado de sus discípulos, ¿qué otra cosa hacía Jesús sino enseñarnos a amar a María?
Jesucristo quiso dejar establecida en el mundo la devoción a su Madre juntamente con la Iglesia. Por eso los apóstoles, herederos del espíritu de su Maestro, propagaron la devoción a María al mismo tiempo que llevaban a todas partes la luz del Evangelio, La Iglesia, por su parte, la ha conservado, propagado y defendido con el celo que requieren los grandes intereses de las almas. Por eso todos los hijos de la Iglesia emulan en entusiasmo por el culto de la Madre de Dios. ¡Desventurado de aquel cuyo corazón esté negado a los dulcísimos consuelos que esa devoción produce en el alma! Como es triste y amarga la condición de un pobre huérfano, que jamás conoció las ternuras del amor maternal, así es triste y digna de compasión la condición del hombre que no ha probado las delicias que se encierran en el amor a María.
Y nada hay más justo que esa devoción. Ella es el Refugio de los pecadores, que se compadece de su miseria y procura su salvación con más amorosa solicitud que la que tiene una madre por la felicidad de sus hijos. Ella es la amable Consoladora de los afligidos, que guarda en su corazón de madre consuelo para las almas atribuladas, remedio para todas las dolencias, bálsamo celestial para todas las heridas. Ella ha sido tan generosa para con nosotros, que no ha omitido sacrificio con tal de socorrernos y salvarnos. Si se sometió al dolor de ver morir a su Hijo fue únicamente, porque sabía que ese sangriento sacrificio era necesario para salvarnos. Pero ¿quién podrá fijar los limites de su amor? -Más fácil sería medir la extensión de los mares, la inmensidad del espacio y la profundidad de los abismos.
Para que la devoción a María sea verdadera, es preciso que viva y se manifieste dentro y fuera del hombre; que viva en el corazón y que se manifieste en las obras. Si de alguna de estas dos condiciones careciese, seria o un cuerpo sin alma o un alma sin cuerpo.
Nuestra devoción debe consistir en honrarla, amarla y servirla. Debemos honrarla porque ha sido sublimada a la más excelsa grandeza. Toda dignidad merece ser honrada, y ¿quién puede sobrepujar en dignidad a la que ha sido Madre de Dios? -A ella, pues, debemos tributarle un culto sólo inferior al de Dios pero superior al de los ángeles y de las santos porque a todos ellos sobrepasa en dignidad, grandeza y excelencia.
Debemos amarla, porque si la grandeza merece respeto, la bondad despierta amor y confianza. ¿Quién más amable y bondadosa que María?
Pero nuestro amor sería
estéril si no se manifestase por medio de nuestras obras: por eso debemos
servirla, como un hijo sirve a su madre y un súbdito a su señor. Sólo con
estas condiciones nuestra devoción será verdadera y atraerá sobre nosotros las
bendiciones de María.
EJEMPLO
La
perseverancia en la devoción a María recompensada
El sabio obispo de
Orleans escribe el hecho que pasamos a referir:
«Hay algunas veces en la
vida del sacerdote circunstancias en que un rayo de gracia eterna penetra en el
alma y proyecta resplandores celestiales que no permiten olvidarlas jamás. Yo
tuve un día una revelación clara y manifiesta del poder que encierra el Ave
María en la escena conmovedora que tuve ocasión de presenciar junto a un lecho
de muerte al recoger y bendecir el último suspiro de una joven, que había
asistido algunos años antes a la preparación que yo hacía a los niños de
primera Comunión.
«Yo tenía la costumbre
de recomendar a los niños que siempre fuesen fieles a la recitación diaria del Ave
María, como un medio de perseverancia en los buenos propósitos hechos al
pie de los altares. La joven moribunda, que frisaba apenas en los veinte anos
de edad y que hacia un ano se había desposado, había sido siempre fiel a mis
consejos.
«Hija de uno de los viejos mariscales del Imperio, adorada de un padre, de una madre y de un esposo, rica, joven y feliz, con toda la felicidad que pueda apetecerse en el mundo, en medio de toda esa dicha del presente y acariciada por los mas hermosos sueños del porvenir, fue herida en la primavera de su vida por la guadaña que no perdona ni edades, ni condiciones. Era necesario morir, porque hay enfermedades ante las cuales la ciencia y el poder de los hombres son vanos. Yo fui encargado de comunicar a la joven enferma tan terrible nueva. Lleno de dolor, pero con frente serena, entré en la alcoba de la enferma. Su madre estaba desolada, su padre anonadado, su marido desesperado. Pero cual no fue mi sorpresa al ver dibujarse en sus labios una dulce sonrisa. ¡Esa joven que iba a ser arrebatada súbitamente a las esperanzas mas halagüeñas, a las más legitimas felicidades, a los afectos más tiernos, más ardientes y más puros, sonreía dulcemente!.. La muerte se acercaba con pasos apresurados: ella lo sabía, lo sentía y lo adivinaba, y sin embargo sonreía con cierta tristeza dulce y con una serenidad heroica. Al verla, yo no pude reprimir las emociones de mi corazón, y mis labios se abrieron involuntariamente para exclamar: «Hija mía, ¡qué desgracia!» Y ella con un acento, cuyo eco suave resuena todavía en mi oído, me dijo: «¿Acaso no creéis que yo vaya al cielo?» -Hija mía, repliqué, yo abrigo esa dulce esperanza. -Yo estoy segura, repuso la joven sin vacilación. -Y ¿qué os da esa certeza, hija mía? le dije.-Un consejo que vos me disteis en otro tiempo. Cuando tuve la dicha de hacer mi primera Comunión, me recomendasteis que recitase todos los días el Ave María con filial amor. Yo he sido desde entonces fiel a esa práctica y de cuatro años ha, no he dejado ni un solo día de recitar mi rosario. Este es lo que me concede la dulce seguridad de irme al cielo, porque yo no puedo creer que habiendo dicho tantas veces: Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora, Ahora y en la hora de mi muerte, la Virgen me desampare en este momento en que voy a espirar.
«Así habló la piadosa joven con un acento que me arrancó lágrimas de admiración y de ternura. Yo presenció el espectáculo de una muerte enteramente celestial. Yo vi a una criatura arrebatada en flor a todo lo que puede amarse en el mundo, dejar a un padre, á una madre, á un esposo y a un pequeño hijo sin lágrimas en los ojos y con una serenidad imperturbable en el corazón. En medio de todos esos lazos que se cortaban y que en vano se empeñaban en retenerla, no viendo más que el cielo, no hablando más que del cielo, escápase de su pecho su último suspiro como el último perfume que despide la flor al inclinar su corola marchita por el viento helado de la tarde.»
JACULATORIA
En tu regazo ¡oh María!
Mi vida, mi alma y mi cuerpo
Yo pondré desde este día.
ORACIÓN
Sólo al pensar ¡oh María! en que pueda alguna vez olvidar tus favores y abandonar tu amor, siento mi alma desgarrada por la más amarga pena. ¡Ser ingrato a tus beneficios, ser desconocido a tus finezas, ser indiferente a tu amor! ¡oh qué terrible desgracia! Vivir privado de los consuelos que se encierran en tu regazo maternal, vivir sin probar las dulzuras de tu amor, vivir sin ser acariciado por tu mano de madre, es, Señora mía, vivir muriendo. ¡Ah! no lo permitas, bondadosa Madre, no me prives, por piedad, de la felicidad de amarte, no me niegues jamás la dicha de ser siempre tu hijo y de poder llamarte siempre mi madre. ¡Qué sería de mi si tú no me consolaras con tus amorosas palabras, y no me regalaras con tus bendiciones, si no me alentaras en las desgracias de la vida, si no vinieras a enjugar mis lágrimas y a sostener en mi debilidad!... No, mil veces no: yo seré siempre fiel a tus inspiraciones, recordaré siempre con ardiente gratitud tus beneficios, estimaré siempre más que mi propia vida la conservación de tu amor. No me importa vivir privado de todos los goces de la vida, con tal de verte siempre a mi lado y sentir en mi corazón el perfume de tu aliento y en mi frente el contacto de tu mano. Amame ¡oh María! y vengan después sobre mí todas las tribulaciones, que nada temo si me es permitido tener la seguridad de que me amas. Amame ¡oh María! nada me importará que el mundo me olvide y me desprecie. Con tu amor todo lo tengo, con tu amor todo lo espero, con tu amor seré feliz en la vida, y tendré la inefable seguridad de gozar contigo en el cielo de la eterna bienaventuranza. Amén.
PRÁCTICA ESPIRITUAL
Coronar los ejercicios de este Mes con una comunión fervorosa.
DIA DE CLAUSURA
(Se comenzará por
rezar la oración de todos los días y terminada que sea, se hará con el mayor
fervor posible la siguiente)
CONSAGRACIÓN
ENTERA Y PERPETUA
A LA SANTISIMA VIRGEN MARIA
Al terminar ¡oh María! el bello Mes que, llenos de amor y de alegría, hemos consagrado a vuestro culto, no podemos menos de venir a vuestras plantas a rendiros el último y más valioso homenaje de nuestro amor filial, consagrándonos entera y perpetuamente a vuestro servicio. Bien escaso valor tendrían ante vuestros ojos ¡oh María! los obsequios con que hemos procurado honraros, si ellos no fueran la expresión del deseo de serviros, de amaros y de honraros mientras nos dure la vida. Permitid, pues, que antes de separarnos de vuestro santuario querido, antes que se despoje vuestro altar de las flores que lo embellecen, antes que cesen de subir al cielo las nubes de incienso con que hemos perfumado vuestra imagen, os hagamos en presencia del cielo y de la tierra una consagración pública y solemne de cuanto somos y tenemos en correspondencia a vuestras amorosas finezas. Os consagramos ¡oh Madre querida! nuestra alma con sus potencias, nuestro cuerpo con sus sentidos, nuestro corazón con sus afectos y nuestra vida con sus goces. Sois ¡oh María! nuestra tierna Madre, y los hijos todo lo deben a aquellas de quienes recibieron el ser. Pobres son las ofrendas y humildes los obsequios que, llenos de complacencia, os consagramos en este día, el último de esta hermosa serie en que hemos sido tan favorecidos por vuestra maternal bondad. Pero si esos obsequios son pobres, atended ¡oh María! a que ellos son todo lo que tenemos y a que es grande la voluntad con que os los ofrecemos.
Queremos en adelante
perteneceros como un hijo pertenece a su madre, como un siervo pertenece a su señor,
como un súbdito a su reina. Nada habrá en nosotros de que Vos no podáis
disponer: si queréis nuestro corazón, aquí lo tenéis dispuesto a consagraros sus
más puros y encendidos afectos. Ya las criaturas y los falsos bienes de la
tierra que por tanto tiempo nos han seducido, no debilitarán el amor que os
debemos; ya la tibieza con que, hasta hoy os hemos servido, se convertirá en
solicitud asidua y ardiente por vuestra gloria y vuestro culto; ya, en fin, los
votos de nuestro agradecimiento os harán olvidar nuestra pasada ingratitud.
Acoged
benigna esta consagración que hoy os hacemos con el corazón lleno de amor y de
alegría; dignaos bendecirla y hacerla fecunda en gracias y mercedes; haced que
perseveremos siempre en esta resolución, y que el último aliento de nuestra
vida sea también el postrer suspiro de amor que hacia Vos exhale nuestro
corazón. Esta es ¡oh Madre! la gracia que con más fervor os pedimos al terminar
este Mes de bendición, y esta resolución que hacemos en presencia de los
ángeles y bienaventurados, será también la flor más preciosa que coronará el
ramillete místico que hemos procurado formar con nuestros actos de virtud.
Levantad ¡oh María! vuestra mano y bendecidnos, y haced que esa bendición sea
para vuestros hijos prenda de eterna felicidad en el cielo. Amén.
Aquí se hará una breve pausa para pedir a la Santísima Virgen la gracia
que se desea conseguir, y después se terminará con la siguiente:
ORACIÓN
PARA TERMINAR
LOS EJERCICIOS DEL MES
¡Oh María! se acerca el fin de este bello Mes que nuestro amor os ha consagrado, y ya vemos concluir el último de sus días; pero jamás nos abandonará el recuerdo de los goces que en él hemos experimentado; guardaremos con sumo cuidado las bendiciones y gracias que habéis derramado sobre nosotros, permaneciendo fieles a los santos juramentos que tantas veces hemos renovado al pie de este altar. Ya no nos reuniremos diariamente en este piadoso santuario para cantar vuestras alabanzas y expresar los votos de nuestros corazones; pero volveremos aquí a repetiros que os amamos y que queremos amaros siempre. No veremos ya este trono de flores que nuestras manos os han preparado y desde donde os dejáis ver con vuestros brazos abiertos, inspirando la más tierna confianza. Muy luego van a desaparecer y á marchitarse las bellas flores que os adornan; pero sabemos que hay otras que jamás se secan y cuya belleza puede saciar vuestras miradas y su perfume subir hasta Vos: éstas son las que os prometemos conservar en nuestros corazones.
Sí, el fervor, la piedad, la inocencia, la caridad, la dulzura son los lirios y rosas que os agradan; nos reputaríamos felices si siempre os los pudiéramos ofrecer. ¡Oh María! en este último momento recibid los postreros votos de vuestros hijos; prosternados a vuestros pies al concluir este día, bendicen por última vez vuestras misericordias y se consagran a Vos de nuevo y para siempre; ponen en Vos toda su confianza, ya en el tiempo como en la eternidad que jamás concluye: ¡no permitáis que os seamos infieles! Que mediante vuestro socorro se concluya este año en el fervor y en el más exacto cumplimiento de nuestros deberes. Cuando se acerque la hora del peligro, cuando el mundo nos presente sus falsos placeres, recordadnos los goces de estos días felices y las promesas que tantas veces os hemos repetido, y que entonces os invoquemos triunfantes.
¡Adiós, Mes dichoso de María! ¡adiós, bellos días que nos habéis deparado tan dulces goces! ¿Por qué, decidnos, habéis transcurrido tan pronto? -Tan dulce como nos era celebrar a nuestra Madre y presentarle diariamente el tributo de nuestras oraciones y de nuestro amor. ¡Bellos días! ¡felicísimos días! ¡no deberíais haber concluido!... ¡Ah! ¡no veremos ya levantarse vuestra aurora sobre nuestro horizonte!
¡Santuario querido, donde se elevaban nuestras oraciones con el perfume de las flores hacia el trono de María! no resonaréis ya con nuestros cantos de alegría. Bien pronto habrá desaparecido toda esta piadosa magnificencia con que nuestra mano había embellecido el altar de la Reina de los cielos; no veremos ya esas guirnaldas suspendidas en torno de su imagen querida. No podremos venir a sus pies, al fin de cada día a cantar sus alabanzas y a escuchar la voz amiga que nos cuenta sus grandezas y bondades. ¡Oh! amables reuniones de la tarde, ¡cuántas veces habéis enternecido nuestros corazones! Angeles y Santos, sin duda que entonces bajaríais de los cielos a participar de nuestra dicha y alegría, y a honrar a nuestra Reina y a nuestra Madre.
¡Adiós, pues, y por última vez adiós! ¡oh hermosos días! ¡Adiós, feliz Mes de María! ¡Adiós, delicias puras que aquí gustaban nuestros corazones! ¡Horas afortunadas, días de paz y de inocencia, adiós! -¡Bien pronto no seréis para nosotros más que un dulce y lejano recuerdo!
LAS ROMERIÁS
Las peregrinaciones responden a un sentimiento natural del corazón humano. Hijos alejados de la cuna de nuestra raza, marchamos de camino hacia una patria que no esta aquí. La vida es una jornada más o menos larga cuyo término buscamos con incansable anhelo.
Por eso el hombre es arrastrado por un impulso poderoso a ir a buscar en lugares apartados los favores del cielo, visitando los sitios santificados por la presencia de Dios y de María y que han sido teatro de los prodigios del poder y de la munificencia divina.
Dios se ha complacido siempre en predestinar ciertos lugares para grabar en ellos la memoria de sus más grandes beneficios, haciéndolos fecundos en gracia y bendiciones para los que los visitan. La presencia de un lugar santo no puede menos que despertar la fe y nutrir la devoción. ¿Quién podrá dejar de experimentar un sentimiento de amor y una emoción santa y saludable a la vista de Nazaret, de Belén o de Jerusalén? El recuerdo que está adherido a esos lugares santificados por la presencia de Jesús y de Maria, como se adhiere el musgo a las piedras del camino, hace subir del corazón a los ojos raudales de dulces lágrimas. Si la vista de la antigua y ruinosa morada donde jugueteó en mejores días nuestra infancia y donde habitaron seres queridos que ya no existen, ejerce en el alma tan poderosa influencia, ¿cuán dulce y tierna emoción no despertará la vista de los sitios elegidos por Dios para la manifestación de su amor y de su poder?
No es extraño entonces, que el amor a la Reina de los cielos arrastre hoy a multitud innumerable de peregrinos que van a visitar a los santuarios que ella ha escogido como teatros privilegiados de su bondad maternal. ¡Con qué alegría marchan pueblos enteros por esos senderos desiertos que conducen a un lejano santuario! El peregrino, apoyado en su bordón de viajero y sin más provisiones que las indispensables para el viaje, deja contento sus hogares, su patria y los seres más queridos de su corazón para ir a implorar la clemencia de la Madre de Dios. Ora atraviese las espesuras de los bosques, llanuras fértiles o valles solitarios e incultos, ora costee las orillas de los mares o las riberas de los ríos, el peregrino, con su rosario en la mano, va bendiciendo las bondades de Dios, las misericordias de María y ensordeciendo los aires con sus cánticos de alabanzas, que se prolongan en los valles, encuentran eco en las montañas y son acompasados por el rumor de los torrentes y cascadas del camino.
María no puede ser indiferente a tan sinceras manifestaciones del filial amor. Es indudable que esos piadosos peregrinos recogerán a manos llenas los favores de la bondadosa Madre, que jamás deja de corresponder generosamente a los obsequios de los que la aman y veneran. Millares de hechos elocuentes nos prueban de sobra esta verdad. ¡Cuántos enfermos recobran su salud, cuántos desgraciados encuentran el alivio en sus desgracias y cuántos que fueron pobres de gracias tornan de sus romerías ricos en merecimientos y en gracias espirituales!
Y ya que no nos es permitido a nosotros enrolamos en las filas de los felices peregrinos que visitan los más venerados santuarios del mundo cristiano, al menos unámonos a ellos en espíritu o visitemos, si nuestra condición nos lo permite, algunos de los santuarios de María que están situados a corta distancia de nuestras habitaciones. De esta manera lograremos las gracias con que María favorece a los que dejan sus habitaciones para ir a visitarla en sus santuarios. Esta piadosa práctica podrá ejecutarse en los cuatro domingos del Mes, ya sea en la iglesia o ya en las casas particulares donde se hayan seguido los ejercicios del Mes. Para los que se sientan con el deseo de agregar este precioso obsequio a los que se tributan a María durante este tiempo de bendición, pondremos aquí la manera práctica de hacerlo, asegurando a los piadosos hijos de María, en nombre de nuestra buena Madre, copiosos frutos de salud y de gracias.
ROMERIA
AL SANTUÁRIO DE
NUESTRA SEÑORA DE LORETO, QUE SE HARA EL PRIMER DOMINGO DEL MES.
NOTICIA
HISTÓRICA DEL SANTUARIO
Después del Santo Sepulcro y de San Pedro de Roma, no existe en el mundo cristiano una romería más célebre que la de la Santa Casa de Loreto. La pequeña y humilde habitación en que Jesús y María pasaron la mayor parte de su vida es para todo corazón cristiano un objeto de la más tierna veneración. Esa pobre casa que cobijó durante treinta años bajo su techo al Salvador del mundo y a su divina Madre, fue venerada aún por los Apóstoles, que veían en ella un recuerdo siempre vivo de la permanencia en la tierra de Jesús y de Maria. Santa Elena, impulsada por su fervoroso celo, la encerró en un suntuoso templo que recibió el nombre de Santa María.
Bajo la dominación de los Califas árabes, multitud de peregrinos iban a ese santuario a llevar sus obsequios a la Madre de Dios: pero cuando los turcos Seljúcidas subyugaron a sus antiguos dueños, no fue permitido a los cristianos llevar sus ofrendas a ese querido recinto, porque eran víctimas de los más duros tratamientos.
Pero Dios no permitió
que los piadosos deseos de los devotos de María fuesen de esa manera
contrariados, ni que quedase tan preciosa reliquia a merced del furor impío y
fanático de los mahometanos, y por ministerio de los ángeles, la Santa Casa de
Nazaret fue transportada a la Esclavonia y de allí a la Marca de Ancona, en
medio de un bosque que pertenecía a una noble y virtuosa viuda llamada Laureta.
Fácil es comprender que un suceso tan prodigioso no podía menos que atraer la atención del mundo cristiano. En efecto, la generosidad de los fieles suministré bien pronto recursos sobrados para levantar en aquel sitio una de las más hermosas basílicas de Italia, que ha sido magníficamente enriquecida por los Papas y recibe continuamente la visita de un inmenso número de peregrinos, que rivalizan en celo por obsequiar a María –
Se dará principio a
la Romería con el cántico BENEDICTUS,
cántico de los
peregrinos y que copiamos a continuación.
IN VIAM PACIS
Benedictus Dominus, Deus Israel:
quia visitavit, et fecit redemptionem plebis suae.
Et erexit cornu salutis nobis, in
domo David pueri sui.
Sicut locutus est per os sanctorum;
qui a saeculo sunt, Prophetarum ejus.
Salutem ex inimicis nostris, et de
manu omnium, qui oderunt nos.
Ad faciendam misericordiam cum
patribus nostris: et memorari testamenti sui sancti.
Jusjurandum quod juravit ad Abraham
patrem nostrum, daturum se nobis.
Ut sine timore, de manu iuimicorum
nostrorum liberati, serviamus illi.
In sanctitate et justitia coram
ipso, omnibus diebus nostris.
Et tu, puer, Propheta Altissimi
vocaberis:
praeibis enim ante faciem Domini parare vias
ejus.
Ad dandam scientiam salutis plebi
ejus: in remissionem peccatorum eorum:
Per viscera misericordiae Dei
nostri: in quibus visitavit nos Oriens ex alto:
Illuminare his, qui in tenebris, et
in umbra mortis sedent: ad dirigendos pedes nostros in viam pacis, etc.
Gloria Patri, etc.
ANTIPHONA. In viam pacis et prosperitatis
dirigat nos omnipotens et misericors Dominus et Angelus Raphael comitetur
nobiscum in via, ut cum pace, salute, et gaudio revertamur ad propia.
v.) Dominus vobiscum.
R.) Et cum spiritu tuo.
OREMUS
Deus qui filios Israel per maris
medium sicco vestigio ire fecisti, quique tribus Magis ad te, stella duce,
pandisti, tribue nobis, quaesumus, iter prosperum, tempusque tranquilluin; ut
Angelo tuo sancto comite, ad eum quo pergimus, locum ac demum ad aeternae
salutis portum pervenire feliciter valeamus. -Per Dominum nostrum...
Et mismo cántico en castellano
Ant. EN LA
VIA DE LA PAZ
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y rescatado a su pueblo.
Y porque suscitó un Salvador poderoso a la casa de su siervo David.
Según lo ha prometido por boca de sus santos Profetas que ha habido en todos los siglos pasados.
Librarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen.
Para ejercer su misericordia con nuestros padres y acordarse de su alianza santa.
Según el juramento, por el cual prometió a Abraham, nuestro padre, que nos haría esta gracia.
Para que, siendo librados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor.
Conservándonos
en la santidad y en la justicia, estaremos en su presencia todos los días de
nuestra vida.
Y tú ¡oh niño! seréis
llamado el Profeta del Altísimo, porque marcharéis delante del Señor para
prepararle sus caminos.
Para dar a su pueblo el
conocimiento de la salvación, a fin de que obtenga la remisión de sus pecados.
Por las entrañas de la
misericordia de nuestro Dios, ha venido a visitarnos de lo alto ese Sol
naciente.
Para iluminar a los que
están envueltos en las tinieblas de la muerte y para conducirnos por el camino
de la paz.
Gloria al Padre, etc.
ANTIFONA. -El omnipotente y misericordioso Señor nos dirija por el camino de la paz y de la prosperidad, y el ángel Rafael nos acompañe en el camino para que volvamos a nuestra casa en paz y llenos de salud y gozo.
v.) El Señor sea con vosotros.
R.) Y con tu espíritu.
ORACION
¡Oh Dios! que hiciste caminar a los hijos de Israel a pie enjuto por medio del mar, y que a los tres Magos, dándoles por guía una estrella, los hiciste llegar hasta ti, te rogamos nos concedas un camino próspero y un tiempo tranquilo para que, acompañados de tu ángel lleguemos felizmente al lugar de nuestro destino y al puerto de nuestra eterna salvación. Amén.
En seguida todos los presentes se trasladarán con la imaginación al
santuario a que la peregrinación se dirige, uniéndose en espíritu a los
peregrinos que tienen la, felicidad de visitarlo, y humildemente postrados al
pie de María rezarán la siguiente
ORACIÓN
Peregrinos, venimos ¡oh María! a visitaros en este venerado santuario donde os habéis complacido en ostentar los prodigios de vuestra bondad y vuestra maternal clemencia. Hemos dejado atrás nuestros hogares y suspendido por algunos momentos las atenciones de nuestra vida para venir á deciros, más con nuestro corazón que con nuestros labios, que os amamos con toda la ternura de los más amantes hijos. Venimos de lejos tras el olor de tus suavísimos perfumes, a honraros en esta vuestra casa predilecta y bajo las bóvedas de este santuario que habéis escogido como una morada de predilección y como un teatro de vuestras misericordias. Nosotros hemos oído decir que os complacéis en llenar de gracias y bendiciones a los que vienen a implorar en este lugar, santificado con vuestra presencia, vuestros favores y vuestra protección; por eso venimos hoy a postrarnos a las plantas de esta vuestra imagen querida, cargados con los obsequios de nuestro amor, sin reparar en los inconvenientes que trae consigo una larga y penosa jornada.
En cambio, abrigamos ¡oh María! la esperanza de que habéis de concedernos audiencia para exponeros con toda la franqueza de un hijo las dolencias que afligen nuestra alma y las necesidades privadas y públicas cuya satisfacción humildemente reclamamos de vuestra bondad. Ved ¡oh dulce Madre! cuántas llagas ha abierto en nosotros el pecado y las disipaciones de nuestra vida pasada; ved cuánto peligra nuestra salvación con la tibieza y debilidad propias de nuestra condición; ved, en fin, la red de peligrosos lazos que el mundo tiende á nuestros pies y que amenazan destruir nuestras más firmes resoluciones. Para todos estos males os pedimos remedio; para todas estas necesidades os pedimos auxilio.
Mirad también los males que afligen a la Iglesia, sin cesar combatida por el furor de poderosos y encarnizados enemigos: su Pontífice yace cautivo, disperso el rebaño, oprimidos los pastores, perseguidas las vírgenes, despreciado y vejado el sacerdocio. Vos que fuisteis la columna poderosa que disteis consistencia al edificio cuando su divino Fundador zanjó sus cimientos indestructibles, alargadle una mano protectora y desquiciad el poder de sus enemigos. No nos olvidaremos, Señora, de pediros clemencia en favor de los pecadores, de los herejes, de los infieles, todos los cuales marchan por el camino que conduce á la eterna ruina. Dad al mundo católico paz y bendiciones, a nuestra patria prosperidad y progreso en la religión y en la justicia; a nuestras familias piedad, fe y bienestar temporal y espiritual.
Antes de separarnos de
vuestro santuario, antes de volver a nuestros hogares, levantad vuestra mano
misericordiosa, y bendecid a los peregrinos que han venido a golpear a las
puertas de vuestra morada; y que esa bendición sea prenda de nuestra eterna
salvación. Amén.
Se
terminará la romería con el siguiente cántico:
Ave maris Stella,
Dei
Mater alma,
Atque
semper Virgo,
Felix
Coeli porta.
Sumeus
illud Ave
Gabrielis
ore,
Funda
nos in pace,
Mutans
Eve nomen.
Solve
vincla reis,
Profer
lumen caecis,
Mala
nostra pelle,
Bona
cuncta posce.
Monstra
te esse Matrem:
Sumat
per te preces
Qui, pro nobis natus,
Tulit esse tuus.
Virgo
singularis,
Inter omnes
mitis,
Nos, culpis
solutos,
Mites fac et
castos.
Vitam
praesta puram,
Iter para
tntum,
Ut videntes
Jesum
Semper
collaetemur.
Sit laus Deo
Patri,
Summo
Christo decus,
Spiritui
Sancto,
Tribus honor
unus. Amén.
Salve del mar Estrella,
De Dios Madre sagrada
Y siempre Virgen pura,
Puerta del cielo santa.
Pues de Gabriel oíste
El Ave
¡oh Virgen sacra!
En él
mudando el de Eva
Da paz a
nuestras almas.
A los ciegos da vista,
Las prisiones desata,
Destierra nuestros males,
Nuestros bienes alcanza.
Muéstrate Madre nuestra,
Y lleguen
tus plegarias
Al que
por redimirnos
Nació de
tus entrañas.
Virgen que igual no tienes
La más dulce entre tantas,
Libra el alma de culpas,
Hacedla pura y mansa.
Renueva nuestra vida,
El camino prepara,
Y así a Jesús veamos
Alegres en la Patria.
Rindamos a Dios Padre
Y a
Cristo sus alabanzas
Y al
Espíritu Santo,
Una a los tres sea dada. Así sea.
ROMERIA
AL SANTUÁRIO DE MONTSERRÁTE, QUE SE
HARÁ EL SEGUNDO DOMINGO
DEL MES
NOTICIA HISTÓRICA
En las faldas ásperas y escarpadas de una inmensa montaña formada por una reunión de pirámides cilíndricas, que se levantan hasta las nubes, sobre una enorme base de rocas aisladas, se encuentra situado el famoso santuario de Nuestra Señora de Montserrate en España.
He aquí como se refiere el origen misterioso de este
venerado santuario:-«En el año 880, bajo el gobierno del conde de Barcelona,
Vifredo el Velloso, habiendo tres jóvenes pastores observado una noche
que bajaba del cielo un gran resplandor, y oído en los aires una música
melodiosa, avisaron de ello a sus padres. El alcalde y el obispo de Manresa,
que se dirigieron también con todas aquellas personas al lugar señalado,
observaron igualmente el resplandor celestial, y después de algunas indagaciones,
descubrieron la imagen de la Virgen, y quisieron transportarla a Manresa; pero
habiendo llegado al sitio en que se halla actualmente el monasterio, no
pudieron pasar adelante. Este prodigio indujo al alcalde y al obispo a hacer
construir una capilla en el mismo lugar, ocupado ahora por el altar mayor de la
iglesia.»- «Príncipes y reyes de España y muchas otras personas de las más
elevadas clases, subieron a pie con frecuencia por el sendero escabroso que
conduce al altar de María; un Sin número de cautivos fueron allí a colgar los
grillos y cadenas, que habían arrastrado entre los moros, siendo innumerables
los prodigios realizados por la bondad y poder de María.»
Todo lo demás se hará
como en la primera romería.
ROMERIA
AL SANTUARIO DE
NUESTRA SEÑORA DE LAS VIOTORIAS, QUE SE HARÁ EL TERCER DOMINGO DEL MES.
NOTICIA HISTÓRICA
Entre los santuarios más célebres consagrados en honor de la
Madre de Dios, debe mencionarse el de Nuestra Sen ora de las Victorias, en París.
Construido en 1656 por el rey Luis XIII y dedicado a Nuestra Señora de las
Victorias en conmemoración de una victoria que acababa de obtener, ha sido
enriquecido con los obsequios de los fieles que atribuyen a su protección
numerosos milagros y señalados favores. Pío IX, en prueba de su veneración por
la Santísima Virgen de las Victorias, obsequió para su estatua una rica diadema
de oro guarnecida de preciosas piedras. El altar de María está rodeado de ex votos y de cirios que la
piedad y la gratitud de los fieles han ido é deponer allí, como símbolo de una
esperanza, de un voto y de una acción de gracias que sube hasta el cielo. Más
de tres millones de peregrinos visitan anualmente este venerable santuario.
Todo lo demás como en la primera romería.
ROMERIA
AL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES,
QUE SE HARÁ EL CUARTO DOMINGO DEL MES.
NOTICIA HISTÓRICA
Una de las últimas y más espléndidas manifestaciones con que la Santísima Virgen ha querido atestiguar su amor por los hombres, ha sido su maravillosa aparición en las rocas de Masabielles, en Lourdes, pequeña aldea de la diócesis de Tarbes, en Francia.
Una joven e inocente pastora de las cercanías de Lourdes, llamada Bernardita Soubirous, cogía una tarde trozos de leña en las márgenes del río Gabes, para llevar a la pobre choza de sus padres. María, que se complace en comunicarse con las almas sencillas y en derramar sus bendiciones en los corazones inocentes, eligió a esa humilde pastora para hacerla depositaria de sus maternales secretos e instrumento de las más grandes maravillas de su amor maternal.
En
una gruta abandonada y solitaria, formada en las concavidades de las rocas de Masabielles, apareció la Madre de Dios a Bernardita
dieciocho veces y le reveló la voluntad que tenía de que allí se construyese un
santuario en su honor. Los más estupendos prodigios confirmaron la verdad de
la declaración de la humilde pastora. Una fuente de agua pura y cristalina
brotó allí milagrosamente en cuyas corrientes han encontrado la salud del
cuerpo y del alma millares de enfermos y de desvalidos.
Esos prodigios encendieron en los pueblos un ferviente y ardoroso entusiasmo, y multitud innumerable de peregrinos visitan en romerías esas poco antes abandonadas y solitarias rocas, habitadas tan sólo por las aves del cielo que iban a buscar en sus grietas un lugar abrigado para sus nidos. Hoy esas mismas rocas están coronadas por una suntuosa basílica, lujosamente decorada y de cuy os muros penden millares de ex votos que significan otras tantas gracias obtenidas por la protección de María.
Todo
lo demás como en la primera romería.
FIN DEL MES DE MARIA
CÁNTICOS
EN HONOR DE
MARIA SANTISIMA
PARA
El mes que se dedica a su culto
I
Coro: Venid y vamos
todos
Con flores a porfía
Con flores a María
Que madre nuestra
es.
De nuevo aquí nos tienes,
Purísima Doncella,
Más que la luna bella,
Postrados
á tus pies.
Á ofrecerte venimos
Flores del bajo suelo,
Con cuánto amor y anhelo,
Señora, tú lo ves.
Por ellas te rogamos
Si cándidas te placen,
Las que en la gloria nacen
En
cambio tú nos des.
También te presentamos
Como más gratos dones,
Rendidos corazones
Que tu ya posees.
No nos dejes un punto,
Que el alma pobrecilla,
Cual frágil navecilla,
Sin ti diera través.
Tu poderosa mano
Defiéndanos Señora,
Y siempre desde ahora
A nuestro lado estés.