TERESITA CANTABA
Por: Evelio José Rosero


Para Nicolle María

Teresita desapareció esta mañana. Era la vaca de mi abuelo, la vaca más vaca del pueblo. Todo su pelo negro, sedoso, brillaba como una mancha vivificada en el valle, debajo del sol. Era extraordinaria; mugía como si cantara, y parecía entendernos. Nos oía con atención cuando charlábamos, y se quedaba mirándonos pensativa, como a punto de darnos una respuesta, la respuesta definitiva que se guardaba sólo para ella, arrepentida de hablar. No pedía otra cosa que pasto verde y agua pura del río. Era tan plácida y sensitiva que un día se la quisieron comprar al abuelo.

-Teresita puede ganar la medalla en laa feria de exposición -le dijeron los compradores-; es una vaca representativa de su raza.

El abuelo no quiso vender a su vaca.

-Teresita sigue conmigo hasta el fin --ddijo, y él mismo viajó a presentar a Teresita en la feria; sólo que no pudo competir porque no le fue posible pagar la inscripción; de todos modos la gente decía: "Es la vaca más vaca de la feria, la única vaca negra que hay por estas tierras". De manera que el abuelo y su vaca volvieron a casa victoriosos.

Pero esta mañana desapareció Teresita. El establo se quedó sin ella, como nosotros. El abuelo y yo la buscamos hasta el cansancio. Hemos ido a sus sitios predilectos, un verde remanso en el río, los verdísimos prados del bosque, el jardín detrás del gallinero de don Lucho, los gordos pastos que orillan la carretera.

Teresita no se ve por ningún lado. Su gran mancha de vaca se esfumó de los campos. Las comadres nos dicen que a lo mejor a Teresita se la robaron; que ayer en la noche oyeron pasar un camión desconocido por el pueblo; que con seguridad allí metieron a Teresita y se la llevaron. Quién sabe. Mi abuelo se ha sentado en una piedra, cerca de la casa, y se limpia el sudor de la cara con su pañuelo, ¿o llora?

-Mi tristeza es la leche -dice como sii se disculpara-. Qué haremos sin leche. No podremos vender más leche, para comprar pan. Sin pan y sin leche qué haremos. Mejor dicho, sin Teresita. Si la vaca no vuelve hoy por la tarde tendremos que salir a buscarla en la noche, hasta encontrarla. No es posible el trabajo sin Teresita.

-Difícil hallarla de noche -le ddicen los hombres al abuelo-. Es una vaca negra: ni la luna la encontrará, se confundirá con lo oscuro, no se podrá ver. Mejor aproveche la luz y siga buscándola.

El abuelo y yo nos hemos partido de tanto caminar, desde la madrugada. Toda la mañana la pasamos buscando a Teresita, el sol en las caras. Los pies nos dolieron.

Los hombres ayudan. Se han ido de sitio en sitio, llamando a la vaca. Recorren los mismos montes que el abuelo y yo recorrimos; van hasta el río, regresan. De vez en cuando oímos sus voces, por el valle, detrás de los arbustos: "To, to, Teresita", y al fin aparecen, sin noticias.

-Se la robaron -dicen. Y preguntan:

-¿Estaba atada al establo?

-Nunca -replica el abuelo-. Yo nunca aatté a Teresita.

-Ah, entonces se pudo ir sola. Se aburrrrió.

-No -replica el abuelo-. Teresita era uuna vaca feliz con nosotros.

-Ayer por la noche hizo helada -siguenn diciendo los hombres-. El frío debió espantarla, empujarla a caminar por la carretera, quién sabe hasta dónde.

Nadie da noticias de Teresita.

Hemos preguntado a los caminantes, recién llegados al pueblo por la carretera. -¿No vieron ustedes una vaca negra? Traía un cencerro plateado al cuello, con su nombre grabado: "Teresita". Ninguno de ellos vio una vaca negra, y mucho menos llamada Teresita.

Finalmente el abuelo y yo nos quedamos solos, ante la casa. Voy al establo, esperanzado. No hay nadie. Sólo mi perro y dos gallinas que picotean. El recuerdo de Teresita dormita en su cama de heno, invisible. Las paredes del establo son sólo tablas atadas, desniveladas; con el frío que hizo anoche Teresita debió asustarse. Las ráfagas de viento debieron caerle encima, entumeciéndola; todavía hay briznas de hielo en el piso de tierra. Teresita tuvo que echarse a caminar, como dicen los hombres, hasta perderse. O la robaron, es posible. Una vaca tan vaca y tan negra, que no estaba a la venta, que parecía oírlo a uno como a punto de echarse a responder, que mugía como si cantara... se aburrió: estas noches son frías, son noches de hielo, heladas; las flores se resienten y mueren, ¿cómo no iba a resentirse Teresita? Era una flor que mugía.

Todavía sigo en el establo, intentando imaginar a dónde pudo ir la vaca del abuelo. Y me he puesto a mirar al cielo, limpio de nubes, ¿acaso se echó a volar? Una vez soñé que Teresita volaba: iba y venía por el cielo, como si pastara en las nubes, como si bebiera rayos de sol. Fue un sueño de los que nadie olvida. Recuerdo que desperté riendo y fui a buscar a Teresita y le conté mi sueño. Me escuchó atenta (yo diría que halagada). Al final movió la cabeza y lanzó un mugido largo que a mí me pareció de alegría, y se puso a mirar al cielo como si ella misma se contemplara volando. Después sacudió la cabeza, su cencerro plateado sonó, y siguió pastando.

El abuelo permanece sentado en la piedra, la cabeza en las manos, pensativo. Habíamos dicho que hoy recogeríamos las moras del huerto. Pero, ¿cómo ponerse a recoger moras con lo sucedido? Teresita no estó con nosotros, las cosas no son las mismas.

Voy donde el abuelo.

-Esto me preocupa -dice-. La leche de TTeresita era lo único que teníamos.

Y da un suspiro:

-Mejor dicho, no es posible la vida siinn Teresita. Esa es mi tristeza. No sólo el trabajo. Todavía sin leche, lo único importante era Teresita. No me importaría que se tratara de una vaca vieja y escuálida, igual que yo, pero cerca de nosotros. Pobre Tere, ¿en qué pastos pastará ahora?

Se ve realmente triste el abuelo. O suda o llora. Llora.

-Tráeme una taza de café; -dice.

Yo entiendo que quiere quedarse solo.

Lo dejo y camino a la casa. Haré un café negro, pienso, lo serviré quemando, como le gusta al abuelo. A lo mejor un día nos olvidamos de Teresita y podremos, si nos va bien, comprar otra vaca negra, idéntica a Teresita.

Me detengo en la entrada, ante la puerta: "Sería imposible conseguir una vaca, ni siquiera parecida. Teresita mugía sin preocupación, era un mugido dulce, como si cantara; era un humo negro en el valle; sus ojos nos entendían. Me acuerdo que cuando cantaba los hombres y mujeres volteaban a escucharla, todos los pájaros, los gatos y perros, las piedras. Su voz nos ayudaba. Los días, por su mugido, empezaban contentos. Así era Tere, la vaca del abuelo".

-Qué fue del café -me diicce el abuelo sentado. Y yo acabo de entrar en la casa y qué veo, ¿qué estoy viendo al pasar a la cocina? En el cuarto, donde duermen nuestras camas (la cama del abuelo y mi cama), a los pies de las mismas camas, sigue muy tranquila Teresita, echada. ¿Cómo fue que no la vimos al despertar? ¿Cómo no la presentimos? Nos pareció imposible, casi un sueño, que la vaca durmiera al lado nuestro, que arribara de noche a la casa, prudente, sin ruido, en punta de patas, y se pusiera a dormir en el cuarto, donde el frío es menos frío. Allí está Teresita, y nosotros todo este tiempo buscándola, llorándola, y ella en la casa, tan campante.

Voy corriendo donde el abuelo. No puedo gritar de la pura alegría; desaparecen las palabras. El abuelo mira a donde yo le señalo. La casa.

Allí, asomándose a la única ventana, aparece la cabeza majestuosa de Teresita. Agita su esbelto pescuezo negro y suena su cencerro, saludándonos. Acaba de vernos, desaparece y aparece de nuevo, lenta, una eternidad en el umbral, y avanza como una sabia y se mete al sol del mediodía. El abuelo abre la boca, se rasca la nuca, refriega sus ojos, incrédulo.

-Ah vaca bendita -dice, riendo. Y Tereessita sigue mirándolo, detenida, igual que si respondiera por fin a sus palabras.

Muge. Muge como si cantara.

Cartagena, septiembre 2000


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