Caretas (Lima) n°518, 5 de mayo de 1977
El reposo imposible

Alfredo Barnechea

Fotos Víctor Manrique, Caretas. (Archivo Max Silva Tuesta)

Mario Vargas Llosa viajó esta semana a Europa, para presidir el congreso del Pen Club Internacional en Hamburgo. Después visitará nada menos que Moscú, para negociar con autoridades soviéticas el establecimiento independiente del Pen Club en Rusia. Dos semanas antes de viajar terminó su nueva novela, que aparecerá en España este setiembre y cuyo título provisional es “Vida y milagros de Pedro Camacho” [terminó titulándose La tía Julia y el escribidor]. En el mirador-estudio de su casa en Barranco, Vargas Llosa habla por primera vez de ella, y de lo que siente un escritor cuando termina de escribir, en esta entrevista exclusiva de Alfredo Barnechea.

Acabas de terminar “Vida y milagros de Pedro Camacho “, tu nueva novela. Creo que ésta será la primera entrevista estrictamente “literaria” que concedes en buen tiempo. ¿Por qué has hablado tanto de política últimamente?
—Yo lo lamento mucho, realmente, porque puede dar una imagen falsa de mí. Yo soy un escritor, no un político. Lo que pasa es que la mayoría de entrevistas creo que me las hacen por razones políticas. De otra parte, es verdad que ha habido una iniciativa mía. Y es que en una situación tan desastrosa, como la del Perú ahora, el escritor no sólo no está exonerado sino que está obligado a pronunciarse sobre asuntos públicos. Y a hacerlo con toda claridad. Aunque sin olvidar que escribir novelas no confiere derecho a la infalibilidad.

—¿Qué se siente al terminar una novela?
—A ratos exaltación, a ratos curiosidad por ver qué has hecho. Pero sobre todo un gran malestar. Tú esperas llegar al final. Crees que ése es el premio. Pero al final no hay sino ese malestar, esa sensación de haberte quedado vacío que te hace lanzarte hacia otro libro, a escribir otra novela. Y así otra vez. No deja de ser triste.

—La novela iba a ser la historia de un autor de radioteatro y, a través de ella, el retrato de la huachafería limeña. ¿Qué ha resultado?
—Inicialmente era efectivamente la historia de un autor de radioteatro. Quería crear dos planos. Uno que era la vida diaria, real del protagonista y otro que era el mundo imaginario que iba creando. Quería mostrar cómo este segundo plano deformaba, magnificaba, distorsionaba el primero. Quería introducir esa sensiblería, esa truculencia en hechos, virtudes y decorados que es tan típica de los radioteatros y de toda la literatura de consumo. Así, la novela estaría enraizada en la huachafería. Pero no en su sentido criollista sino en la huachafería pura, sin más, que es siempre una cierta distorsión de la indumentaria, del lenguaje o la sensibilidad. Luego, como escribía de mis propios recuerdos, y como la historia transcurría en un año que fue muy importante para mí —el año en que me casé por primera vez y en el que se decidió mi vocación de escritor—, decidí que incluiría capítulos estrictamente autobiográficos, que contaría de la manera más fiel que había, realmente, pasado.

—Tú eras un defensor y un practicante de la teoría del “demiurgo”, de que el autor no se inmiscuyera nunca en su historia. Ahora has vio lado esa autonomía de la historia.
—Más que en cualquiera de mis otras novelas, en ésta la ficción se encuentra separada de la autobiografía. Mejor dicho, la autobiografía se encuentra menos camuflada. Pero el punto de partida siguen siendo obsesiones con las que he estado viviendo mucho tiempo. Ahora bien, estamos hablando de lo que era mi plan original. Al final los capitulos autobiográficos, que yo quería tan verídicos, terminaron contaminados de ficción.

—Esos capítulos autobiográficos, ¿iban a ser “memorias” estrictas?
—Sí. Pero comprobé que era una quimera. No hay posibilidad de transmitir fielmente la realidad por la palabra. Es una comprobación quizá triste para un escritor, pero es así. Al hacer hablar o pensar a un personaje, tú modificas la realidad. Además, hay una doble adulteración, porque, antes que por la palabra, la realidad ha sido filtrada por la engañosa memoria.

—Es una derrota para un escritor que aspiraba —como dijiste desde tus primeras declaraciones— a “ser fundamentalmente realista”.
—He comprobado o vuelto a comprobar lo que siempre supe o al menos siempre sospeché: que el realismo no existe. Lo único que existe es una ficción de realismo.

—¿No has sentido, digamos, pudor al escribir sobre cosas autobiográficas? Céline decía que habían los escritores exhibicionistas y los escritores voyers. ¿Ya estás en la categoría de los exhibicionistas?
—Todos los escritores son exhibicionistas porque todos escriben sobre experiencias personales. Pero es verdad, he sentido un gran pudor. El "escritor-voyer” puede ser más libre. Cuando camuflas tienes más libertad. Ha sido muy difícil escribir esta novela. Sentía enormes tabús. No sólo ni tanto cuando trataba de cosas mías sino, sobre todo, cuando trataba de cosas de otros. Los capítulos autobiográficos me han costado el doble de trabajo que los de ficción. El penúltimo capítulo sobre todo, donde cuento mi primer matrimonio, fue un horror. ¿Con qué derecho secuestras la vida de gentes a las que has conocido por la amistad o por el amor? Es la primera vez que he pasado esto y no sé si he vencido el pudor.

—Mientras escribías, ¿pensabas en algún lector?
—Nunca trato de identificar un público, de imaginar quiénes me leen. Mi único lector soy yo.

—No te creo que no te haya preocupado cómo reaccionarían los personajes de tu novela.
—Bueno, si. En las otras novelas los personajes que tomaba de la realidad se hacían casi inmediatamente los personajes de la novela y punto. Me olvidaba de ellos. En ésta he sentido todo el tiempo que cada personaje real me miraba por encima del hombro. Cada personaje real ha sido un estorbo, una carga pesada. Completamente distinto a Pantaleón, que escribí con total libertad, casi jugando.

—Me has dicho que la novela que comenzaras a escribir será sobre la rebelión de los “canudos” en Brasil. Veo que en tus cuadernos tienes ya muchos apuntes.
—Apunto en estos cuadernos esbozos, situaciones, frases que luego complemento con fichas. Mientras escribo una novela muchas veces voy tomando notas para las siguientes. Voy a convertir en novela el guión que hice para una película de Ruy Guerra que no se filmó, sobre la vida de Antonio Conselheiro y la rebelión de los canudos brasileños. Al escribir ese guión descubrí el gran libro de Euclides Da Cunha, “Os Sertoes”, y quedé fascinado por la historia de esa rebelión. Quiero convertir ese guión en una gran novela de aventuras.

—Que es una veta permanente de tus libros.
—Absolutamente. En mis novelas hay siempre una historia de aventuras pero como frustrada ¿no? Ahora quiero escribir una novela de aventuras de verdad, episódica, sin ninguna vergüenza.

—En el arte de la poesía, Pound escribió que muchos poetas escribirían menos estupideces si leyeran seis o siete cosas fundamentales que comenzaban con Homero. Según tu experiencia, ¿qué recomendarías leer a un novelista?
—Empezar con Cervantes o una novela de caballerías. Del siglo XVIII, un gran escrito erótico: de preferencia Sade o Lacios. Luego aconsejaría que se demorara mucho en el siglo XIX, en los constructores de grandes sagas: Dickens, Balzac, Melville, y naturalmente Flaubert. Del siglo XX, leer un libro de Joyce, de preferencia Ulises porque con Finnegan‘s wake o se aburre o se orienta por el mal camino de la linguística. Luego Proust y Kafka y la novela norteamericana de los ‘20, ‘30 y ‘40, primordialmente Faulkner, que hay que leer de principio a fin y varias veces. Después, por qué no, Borges, el único latinoamericano vivo del que podemos estar seguro que quedará.

—Borges está seguro de lo contrario: de que el próximo siglo nadie se acordará de él, mediocre copista.
—¿Qué va a ocurrir con las novelas del boom, por ejemplo, incluso con las más grandes, dentro de cien años? Puede que queden, claro, pero no lo sabemos. En cambio Borges... Ha establecido todo un sistema de apropiación de la literatura del pasado, ha modificado la prosa castellana. Ha sido una ruptura tan grande como lo fue Darío para el verso.

—En la película, “Pantaleón” perdió una parte de la locura que tenía en la novela. A muchos cineastas que comienzan les pasa que “achatan” sus historias por miedo a que se les escapen de las manos. ¿ Te pasó algo así?
—Tal vez. Está muy fiel al guión, ¿no? En todo caso tiene un tono como de moraleja que yo no quería que tuviera. Como con la novela, yo sólo quería contar una historia divertida.

—Bueno, Mario, no perdamos la costumbre: terminemos con una pregunta política. En una revista española, Bedoya dijo que tú eras un probable candidato a la Presidencia. ¿ Qué opinas?
—No conozco al doctor Bedoya pero no se qué mal pueda haberle hecho para que me desee eso. Yo soy un escritor y quiero seguir siendo un escritor. ¿Yo Presidente? ¡Qué locura, viejo!

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© Augusto Wong Campos, 2002. Yahoo! Geocities Inc.