LAS LUCHAS DE LA CLASE OBRERA Y LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA

 

La profundización de la Revolución Bolivariana exige producir un salto de calidad en las luchas que libran los trabajadores y trabajadoras venezolanos. En su experiencia histórica de  luchas ha prevalecido el carácter reivindicativo y economicista de las mismas. Esto es una consecuencia de la dirección ideológica  y política que impusieron al movimiento obrero las direcciones de AD y COPEI a través de la CTV, pero que también forma parte de la cultura que buena parte de la izquierda trasmitió. El imperativo de esta hora es que los trabajadores y trabajadoras asuman su papel político en la construcción de la República Bolivariana.

 El carácter profundamente democrático de la Revolución Bolivariana y su contenido popular se expresan en un punto central de la nueva Constitución: la soberanía –es decir el ejercicio del poder– reside en el pueblo y es intransferible. De este modo queda planteado el ejercicio directo del poder por parte del pueblo.

Pero la posibilidad democrática de ejercer la soberanía popular está indisolublemente enlazada al resguardo de los bienes decisivos de la riqueza nacional para el conjunto del país, es decir, al sentido nacional y antiimperialista de este proceso. Sería ilusorio cualquier intento democrático si las decisiones centrales de la economía quedasen en manos del gran capital y las multinacionales. Así lo enseña nuestra pasada experiencia, así lo muestran las recientes y negativos ejemplos de países hermanos, como Argentina, Ecuador, México.

En parte importante del articulado constitucional se desarrollan los instrumentos y mecanismos para que se concrete ese derecho básico del pueblo al ejercicio directo del poder que la constitución otorga. Ese ejercicio directo del poder no sólo es legítimo y legal, sino también una obligación que debe asumir el pueblo, y los trabajadores como parte de ese pueblo.

Aunque el reclamo por una distribución más equitativa de la riqueza nacional es no sólo justo sino necesario y urgente, la lucha principal de los trabajadores no puede quedar encerrada en esos limites. Eso era lo que siempre pretendieron los partidos del puntofijismo y sus servidores de la burocracia sindical, aunque en los hechos reprimían y traicionaban cada una de esas luchas concretas para mejorar el nivel de vida. Porque tanto ayer como hoy su objetivo real es el mismo: frenar el desarrollo de la conciencia política de los trabajadores, para que los dueños del capital y sus agentes políticos sigan siendo los dueños del poder.

Por el contrario, es una exigencia de este proceso democratizador que los trabajadores junto al conjunto del pueblo asuman una decidida acción política que debe orientar y controlar tanto la política como el gasto que se realizan desde el poder público en los distintos niveles, comunal, estadal, nacional, según determinan los mecanismos constitucionales. Esta debe ser la real democratización de la política, la concreción de la democracia participativa y protagónica que exige la Constitución.

Pero los trabajadores además tienen que asumir otra tarea decisiva. Porque son una parte vital tanto en los centros productivos como en los de  comercialización y distribución de los productos, y donde se proveen los servicios esenciales para la sociedad, tienen que intervenir con sus ideas, su acción y su organización en las decisiones que determinan que se produce, como se produce, para quien se produce y como se distribuye.

Es decir  democratizar el proceso productivo del país. Las formas de organización social de la producción como las cooperativas, la cogestión y autogestión de las empresas, es el camino hacia esa democratización.

 La lucha por la democracia política directa del pueblo con un contenido nacional y antiimperialista debe dar paso a las transformaciones en las relaciones productivas, es decir a la lucha por la eliminación de la explotación de una clase por otra, a la lucha por el socialismo.

Ninguna fracción burguesa o pequeño burguesa, por democrática y antiimperialista que sea, puede asumir ese papel si los propios trabajadores no se disponen conciente y organizadamente a  desarrollar este programa histórico.

La única clase social en capacidad de cumplir tamaña tarea son los trabajadores, los explotados de la ciudad y el campo y quienes, provenientes de otras clases, estén decididos a consolidar este proceso bolivariano sumándose a la lucha por la emancipación social de los explotados.

 

Unidad y organización de la clase obrera

 La defensa y  profundización del Programa Nacional Bolivariano, construyendo la República Bolivariana de Venezuela, nos obliga a poner en primer plano la lucha por el poder político, haciendo fracasar cualquier intento reaccionario. Hoy estamos en condiciones infinitamente más favorables que antes de 1999.

Porque en los tres años de gobierno revolucionario bolivariano toda la base constitucional, institucional y partidista del Estado puntofijista fue descompuesta, y aunque se niega a morir definitivamente y lucha por recomponerse, cada vez está más claro que no podrá hacerlo, sin quebrar, al costo de un baño de sangre, la voluntad de cambio afianzada en nuestro pueblo.

Porque la elevación de la conciencia política del pueblo y de la clase trabajadora, junto al crecimiento de la organización popular, aunque insuficiente todavía, es infinitamente superior a la que existía en la época del bipartidismo.

Porque el liderazgo de Chávez no sólo garantiza la unidad de todo el pueblo, de civiles y militares bolivarianos, sino que apunta positivamente en la dirección de producir las transformaciones que demanda la sociedad venezolana para salir del subdesarrollo y la dependencia, resaltando cada vez con mayor fuerza el papel decisivo de la clase obrera para cumplir estas tareas.

Para avanzar por esta senda tenemos que resolver problemas y limitaciones importantes.

Uno de ellos, el de nuestra unidad y para ello tenemos que formular nuestro propio programa de clase.

La Declaración Final del Encuentro Nacional de Trabajadores del 6 y 7 de septiembre es un buen punto de partida en este sentido. Ella contiene elementos importantes de un programa de la clase obrera en este período de la revolución y  en algunas de sus partes se entronca con el programa histórico del proletariado, rompiendo con una de las bases fundamentales del economismo reformista: la conciliación de clases. Propone además una plataforma de lucha concreta para las actuales circunstancias políticas.

No hay duda que los trabajadores comienzan a expresarse como clase, asumiendo el proceso revolucionario, aunque en forma incipiente. Su contribución en las grandes empresas (PdVSA, Sidor, Metro) para el fracaso de los paros patronales reaccionarios, tanto el de octubre como el reciente del día 2, ha sido decisiva. Ha empezado a superar el hecho de encontrarse diluida en el conjunto del pueblo, como sucedió en los primeros años de la Revolución Bolivariana.

En este momento histórico de Venezuela, incluso de América Latina, la responsabilidad de la clase obrera venezolana es trabajar seriamente por asumir la dirección del proceso político y productivo del país.

Ello exige que el conjunto del movimiento de trabajadores se transforme en una fuerza política, que sea capaz de incidir contundentemente en la toma de las decisiones fundamentales, con su programa, con su organización pero esencialmente con su representatividad.

Los pasos de unidad dados en ese Encuentro, son apenas los primeros y necesitan ser reafirmados en un trabajo en profundidad en cada empresa, pública y privada, en cada centro educativo, en cada centro sanitario, en cada rincón donde existan trabajadores del campo y de la pesca, para forjar desde el corazón mismo de la clase obrera una única y verdadera central sindical, capaz de asumir ese desafío.

Quienes tienen alguna papel dirigente deben trazar con responsabilidad los pasos a dar en ese camino, y religitimarse con sus ideas y su acción frente a las masas. El proceso de democratización que vive el país arrasará con los dirigentes de escritorio, con los dirigentes mediáticos, con los pequeños aparatos, cualquiera sea su ideología y su discurso.

Pero para que la clase obrera sea esa fuerza transformadora y directriz que necesita la Revolución, además del programa y de una unidad de clase que marche estratégicamente en la dirección de ese programa requiere de un partido político del proletariado y los explotados.

Y esta es una responsabilidad que no puede recaer en los dirigentes sociales de los trabajadores. Es responsabilidad directa de quienes asumimos el socialismo como perspectiva histórica y el marxismo como herramienta para entender y transformar la realidad. Si no somos capaces de dar rápidamente un paso cierto hacia la unificación estratégica de los socialistas alrededor de la defensa de la Revolución Bolivariana y de nuestro programa histórico, y de transformar nuestra militancia cotidiana en un bastión para organizar y educar políticamente a nuestra clase, no sólo habremos perdido una oportunidad histórica, sino inconscientemente le facilitaremos la acción a nuestros enemigos de clase.