LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA EN EL CORAZÓN DEL PAÍS

 

 

No dejan de retroceder pero proclaman a los cuatro vientos que no darán un paso atrás. Hace 50 días comenzaron llamando paro al lock-out empresarial y la presión terrorista contra el comercio minorista; luego transformaron ese primer fracaso en paro cívico, que es el nombre que le dan al actual desabastecimiento de productos básicos y a la sucesión de marchas -cada vez menores- de un sector medio en el elegante este de Caracas.

 En el medio se agotó como elemento de coerción el sabotaje a la producción petrolera con complicidad de los cuadros ejecutivos y gerenciales de la empresa estatal; se frustró el intento de dejar al país sin bancos y el cierre de empresas dispuesto por sus dueños sólo golpea a sus propios trabajadores.

 Sin embargo la consigna mentirosa encierra algo real. Porque bien entendido, el griterío mediático de ese comando golpista llamado coordinadora, no sólo tiene el objetivo de sumar sectores confundidos de la clase media como base social a la contrarrevolución que se prepara, sino que anuncia también una decisión: el capital financiero internacional y la gran burguesía local sienten amenazada su existencia como clase dominante, y no están dispuestos a perder el papel hegemónico de más de siglo y medio sin dejar hasta su último aliento. Históricamente ninguna clase se retira del poder, ni lo abandona voluntariamente por más elecciones que pierda. 

   

Desde hace más de un año esa coalición de clases reaccionarias decidió que el tiempo de Chávez y la Revolución Bolivariana estaba cumplido cuando el nuevo texto constitucional abrió el camino para sancionar las leyes que permiten modificar una estructura económico-social modelada a la medida y para beneficio de esas viejas clases. Allí comenzaron a organizar la conjura golpista, con el auxilio de una burocracia sindical ilegítima y arrinconada por el desprecio de su clase. 

         Pero si en el 2001 esas clases ya estaban decididas a acabar con Chávez y el proceso democrático y antiimperialista que crecía en la conciencia de millones de hombres y mujeres venezolanos, después de la enorme insurrección de masas de abril último que  abortó el golpe fascista en 47 horas, comprobaron las dificultades que tendrían para cumplir su objetivo.

El aplastamiento de esa voluntad popular que hizo retroceder la contrarrevolución es el primero y mayor de los obstáculos que deben enfrentar las fuerzas reaccionarias.

No es un camino sencillo de transitar en las circunstancias actuales, tanto por la correlación interior de las fuerzas sociales y militares en Venezuela, como por el cuadro general  de América Latina, que impide aplicar el tradicional intervencionismo norteamericano -abierto o encubierto– , porque las fuerzas políticas capaces de apoyar esa aventura están en franco retroceso en los principales países de la región. 

         La alianza contrarrevolucionaria vuelve a fracasar en su objetivo central: quebrantar la confianza del pueblo en el gobierno de Chávez, apoyados ahora en la escasez de productos básicos –gas, lácteos, harina pan–, generada por ellos mismos. Chocaron nuevamente con la creciente conciencia política de amplios sectores sociales, corporizada en la multiplicidad de organizaciones populares que desde abril no hacen más que  desarrollarse. 

         Aún cuando el objetivo de mantener bajo su control la estratégica cuenca petrolera venezolana esté siempre presente en los planes del Departamento de Estado, lo que ahora desvela a sus estrategas es esta enorme experiencia de masas civiles y militares, unificadas y movilizadas en pos de objetivos nacionales y democráticos. Porque su eco se expande rápidamente hacia los pueblos latinoamericanos que ven surgir una alternativa ante el fracaso estrepitoso de las políticas impuestas a nuestros países por el imperialismo.

Si con facilidad se puede ver cuales son las fuerzas sociales y políticas que confrontan  en esta histórica batalla que hoy se libra en Venezuela, no siempre es tan sencillo comprender quien tiene la ofensiva.

 

DE QUIÉN ES LA OFENSIVA

 

         Como un jugador de ajedrez enloquecido que entrega piezas vitales buscando el jaque mate de su adversario a cualquier precio, la contrarrevolución sacrificó en cada paso frustrado posiciones decisivas de su engranaje de poder. En abril perdió gran parte de sus cuadros militares con mando de tropas. Ahora sacrificó gran parte de los gerentes de PDVSA comprometidos desde siempre con los intereses de las multinacionales petroleras. Antes ya vio desarticulados sus partidos y fracturados los aparatos sindicales burocráticos mediante los cuales controló por años a los trabajadores. Para mantener la ancestral impunidad de su clase, ahora los jueces deben incurrir a diario en el delito de violar groseramente las normas constitucionales que ya no los amparan. La reacción del pueblo contra el descarado uso reaccionario de los medios de comunicación es la toma de conciencia masiva que hay que acabar con el monopolio de las grandes corporaciones mediáticas. 

         Pero las fuerzas reaccionarias no están enloquecidas. Actúan porque saben que el tiempo está en contra de ellas por el desarrollo de las fuerzas revolucionarias. El tiempo se los impone la Revolución. Sin alternativas, mueven sus hombres como fichas de un juego, arriesgando sus posiciones antes que el proceso de cambio que vive el país termine igualmente por barrerlos.  

 

Cuando deben ceder posiciones estratégicas actúan como una fuerza de ocupación extraña dejando tierra arrasada al retirarse. Los innumerables actos de sabotaje de estos días lo demuestran, y sus efectos económicos se harán sentir durante meses. 

Por el contrario, las fuerzas revolucionarias no han dejado de crecer. Pero no sólo en número, sino en madurez, conciencia política, organización y capacidad de movilizarse.

¿Puede acaso alguien negar que esta Fuerza Armada se ha transformado en estos años en detrimento del ejército corporativo y aislado del pueblo que necesitan las clases explotadoras? ¿Puede acaso alguien negar que sin la decisiva acción del pueblo y de estos militares la columna vertebral del país –su industria petrolera– ya estaría quebrada en beneficio de los planes de la reacción? ¿Puede acaso alguien negar que sin la intervención activa de las comunidades y cientos de educadores voluntarios no se hubiera consumado el macabro plan de cerrar las escuelas?.      

En términos de lucha política y militar estas acciones fueron posibles porque la ofensiva estratégica sigue del lado de la Revolución. En este punto, y en medio de una batalla decisiva como la actual, los revolucionarios no tenemos derecho a la confusión.

 

CONFRONTACIÓN DE PODERES

 

Nada indica que los sucesivos fracasos induzcan a las fuerzas reaccionarias a poner fin a la trama conspirativa, aceptando el programa bolivariano adoptado por el pueblo en la Constitución como marco de la convivencia social. Todo lo contrario.

La táctica de la provocación se acentúa. Es el método de lucha que mejor se adecua a esta correlación de fuerzas desfavorables para ellas y que usan cotidianamente.

Esta táctica tiene su punto de partida en la base social sobre la cual se apoya: la manipulación de los prejuicios ideológicos y la incultura política de sectores de la clase media, desorientados por el colapso de los partidos tradicionales en los cuales confiaron históricamente. No es sorprendente que épocas de grandes cambios dejen al desnudo antiguas fractura de clases, que en tiempos de quietud permanecen atenuadas y en sordina.

Pero a diferencia de lo que ocurre en otros países del continente –Argentina o Uruguay por ejemplo– la clase media venezolana no fue víctima de un proceso de expropiación masiva por parte del gran capital. Por eso muchos se abrazan en las calles con los banqueros. Paradójicamente se puede decir que a la clase media la salvó la llegada de Chávez.

Pero el método de la provocación también tiene un punto de llegada, un objetivo: pasar de la lucha política, de la agitación de calles, a la guerra civil. Sin posibilidad de resolver el problema del poder por la vía de un golpe militar breve y contundente –un pinochetazo– la  contrarrevolución necesita un elemento decisivo para forzar la entrada en acción de tropas extranjeras a favor de su parcialidad. No es difícil imaginar quienes son los que pueden cruzar la frontera desde Colombia.  

 

Una cantidad de hechos confirman que esta es la meta de la reacción: la entrada de armas al país, las bandas fascistas y policiales que actúan como fuerza de choque que ya se han cobrado una cantidad de vidas, los llamados a las poblaciones del este para preparar la defensa de las modernas urbanizaciones.

Las clases contrarrevolucionarias preparan la confrontación armada porque no están dispuestas a perder ni el poder económico, ni el cultural ni la parte sustancial  del Estado que aún controlan. 

La forma en la que se manifiesta la aguda lucha de clases que vive nuestro país se explica por la coexistencia de dos poderes, expresados en la supervivencia del viejo estado que cruza a todas las instituciones con su sistema de clientelismo y corrupción como en el caso del poder judicial y electoral, y el del proyecto bolivariano, de una democracia enraizada en las comunidades para permitir la decisión directa del pueblo en las cuestiones públicas, estado que aún no termina de nacer.  

 

HACIA UNA NUEVA FASE

 

         Ese nuevo estado sin duda surgirá, más allá de las indecisiones de quienes deben impulsarlo. En estos largos días de confrontación el pueblo no ha hecho más que prepararse para tomar decisiones y generar iniciativas en todos los órdenes. La lucha contra la contrarrevolución es una escuela de educación política popular, cuyos efectos se verán en corto plazo.   

         Ahora la Revolución llegó a PDVSA, un bastión del imperialismo que parecía inexpugnable. No se había tomado ni aún con el empuje de las masas en abril.      

 

La actual batalla se libra en todos los terrenos, pero su centro neurálgico está en la petrolera. De cómo se resuelva depende en mucho el futuro de la Revolución. Porque no se trata sólo de desarmar la intricada red de vínculos entre la empresa y las multinacionales y eliminar a sus personeros, o reducir los cambios a buscar hombres idóneos y de conciencia nacional. 

Los protagonistas principales de estos días han sido y son los trabajadores petroleros -obreros, técnicos, ingenieros- sin cuya decisión antiimperialista la empresa no se hubiese reactivado. Y este hecho representa ya en si mismo un salto cualitativo en el proceso bolivariano, que debe reflejarse en la intervención de estos trabajadores en los planes futuros de la empresa. 

Un salto que se viene gestando desde abril en una sucesión de acontecimientos en el interior de las organizaciones obreras, pero que se consolidó en una respuesta contundente de un numeroso sector del proletariado más concentrado del país, dando la espalda no sólo a los burócratas golpistas, sino a una larga educación sindical de clientelismo y estrecho espíritu corporativo. Pero los petroleros no estuvieron solos, igual actitud adoptaron los trabajadores de las grandes industrias básicas del hierro, el aluminio y el carbón, en Guayana.    

         Empujado por el vendaval del pueblo bolivariano, el sector más decisivo del movimiento obrero industrial desbarató los planes golpistas en el corazón productivo del país. Este paso decisivo coloca a los trabajadores en condiciones de ubicarse al frente de la Revolución. 

         Muchas de las reuniones entre trabajadores, militantes populares y militares para discutir medidas de emergencia que garanticen la producción y el abastecimiento se transformaron en verdaderas asambleas políticas.

         Ahí está sembrada la semilla para que florezcan las nuevas formas de organización de los trabajadores y el pueblo que esta Revolución necesita. Cultivarla es tareas de todos, pero en primer lugar de quienes luchamos por el socialismo. 

Infinidad de debates, críticas, reclamos, denuncias agitan en estos días las masivas filas de la Revolución. Pero hay una coincidencia decisiva de todos con el Presidente Chávez: HABRA VICTORIA.