2003: UN AÑO DE REVOLUCION
Transformar las instituciones, demoliendo las viejas estructuras y la vieja cultura que sostiene esas instituciones y que tiende a reproducirse. No hay transformación fuera del pueblo y sin intervención del pueblo. Eso es la Revolución.
El proceso de recolección de firmas para activar los referendos revocatorios cierra el segundo año de una abierta confrontación política en el país. El inicio del mismo encontró a las fuerzas sociales y políticas de la Revolución movilizadas para desbaratar el colapso económico que la reacción pro-imperialista intentaba lograr con el llamado paro petrolero. Era una nueva maniobra para intentar por otro camino el golpe de Estado frustrado en abril del año pasado por la decidida intervención del pueblo y los militares patriotas.
El nuevo revés les cerró las posibilidades inmediatas de una vía rápida para acabar con el gobierno bolivariano. Carentes de fuerza suficiente para intentar con éxito un nuevo alzamiento militar, y desmoralizados los sectores sociales que en su momento lograron movilizar, tanto por las sucesivas frustraciones como por la desconfianza en dirigencias que prometieron triunfos imposibles sin asumir la responsabilidad por los fracasos, a la derecha no le quedó otra alternativa que aceptar los mecanismos constitucionales para intentar la sustitución del gobierno bolivariano.
Quedaron nuevamente presos en su propia trampa: tuvieron que aceptar el reto de contarse. Y las cuentas demuestran un fracaso estrepitoso de la oposición.
Esto los hace tanto o más peligrosos que en abril y en diciembre. Las direcciones de esas fuerzas reaccionarias en descomposición saben que ni el grosero fraude cometido en la recolección de firmas podrá pasar, ni podrá durar mucho tiempo la ficción de números cuyo única legitimidad es la que le otorgan las falacias de los medios de comunicación.
No hay ingenuidad del lado de la reacción: el reciente editorial de uno de sus diarios desnuda lo que preparan. Simplemente si el CNE desconoce masivamente la cantidad de falsificaciones – como no puede dejar de hacerlo – invocarán el derecho a la rebelión para abrir así el camino hacia una crisis institucional, y fundamentalmente para poner en acción algún mecanismo que permita la intervención yanqui por vía de la OEA y su Carta Democrática. Mientras esperan esa ayuda externa los grupos más fascistas de la reacción no dejarán de realizar atentados, sabotajes e intimidaciones personales.
Esa es su real estrategia. Saben que no pueden aspirar a legitimarse por el voto democrático porque tienen conciencia de la magnitud de las fuerzas bolivarianas. En rigor ellos no cambiaron: está en su historia política manejar el país siendo minorías. No es nuevo el fraude en la práctica del puntofijismo ni los acuerdos de cúpulas para burlar la voluntad mayoritaria.
Lo que cambió es que el pueblo ahora logró su unidad atrás de un objetivo común, está cohesionado por la dirección reconocida del Presidente Chávez, y desarrolló en estos años de lucha una madurez política que permitió descubrir a tiempo las maniobras con las firmas y superar intimidaciones.
MAS DEMOCRACIA
Los sectores mayoritarios del pueblo demuestran a diario que, a diferencia de los decadentes partidos de la oposición, realmente creen en la democracia, la practican y la exigen. Por eso es cada vez mayor el distanciamiento con esos partidos, incluso de sectores que en algún momento fueron arrastrados por la prédica antichavista.
Cuando el pueblo no dudó en enfrentar a los asaltantes fascistas de Miraflores demostró que creía en la democracia. La participación popular en una dimensión antes no conocida en diversos planes educativos, sociales y económicos en las comunidades no es otra cosa que el camino práctico para la democracia. La crítica a funcionarios o dirigentes, por muy bolivarianos que sean aunque a veces parezca desproporcionada, es una forma de esa exigencia para que las decisiones vuelvan a las manos del pueblo, es decir el rescate de la soberanía popular.
Si la Revolución Bolivariana no hubiese hecho otra cosa que impulsar ese espíritu democrático en los sectores más amplios del pueblo su tarea ya sería inmensa. Porque no hay transformación estructural posible de las condiciones económicas y sociales sin la decisión política del pueblo de asumirla en sus manos y realizarla.
Pensar que corresponde a los sectores ilustrados o técnicos la responsabilidad de realizar esas transformaciones que el país exige, es en última instancia reproducir la cultura con la cual fueron educadas las élites de distinto tipo, entre ellas los defenestrados cuadros meritocráticos de la antigua PDVSA.
Es en el accionar de los trabajadores de la empresa petrolera para rescatar la producción y ponerla en marcha a pleno, donde mejor puede encontrarse la acción ejemplar impulsada por la conciencia democrática, que muestra que sin participación del pueblo no hay transformación posible.
Pero esa necesidad de transformación estructural, es decir de revolucionar la organización del país, no puede limitarse a PDVSA por significativa que esta sea, ni puede postergarse por las exigencias coyunturales del enfrentamiento a la reacción y al imperialismo.
Al contrario de lo que proclamaban los voceros de la oligarquía nuestro pueblo demostró que las necesidades insatisfechas no nos impidieron cerrar filas alrededor de la Revolución. Pero esa convicción se nutre del sentimiento popular que con Chávez manda el pueblo. Esta idea colectiva debe tomar cuerpo en una forma política definida: asumir la democracia en nuestras manos según los caminos dispuestos por la Constitución. No hay razones valederas para demorar el cumplimiento del programa constitucional.
MÁS REVOLUCION
Es cierto que la república oligárquica no acaba de morir. Pero no morirá de muerte natural si no la terminamos de enterrar con la intervención política del pueblo.
Aunque es muy importante, no basta con destrabar en la Asamblea las leyes demoradas por el bloqueo opositor. Toda ley siempre puede ser burlada por algún juez de turno. La Revolución es demasiado importante para dejarla en manos de abogados y funcionarios.
Es necesario transformar las instituciones, demoliendo las viejas estructuras y antes que nada la vieja cultura en las cuales se sostienen esas instituciones, y que como un mal endémico tiende a reproducirse. No hay transformación fuera del pueblo y sin intervención del pueblo. Eso es la Revolución.
Podemos y debemos sepultar con los sufragios a los candidatos de la oposición para quitarle espacios a la reacción. Pero poco habremos avanzado en la derrota definitiva de la cultura que alienta a la vieja república si se sigue gobernando desde las instituciones en nombre del pueblo, aunque se lo haga con probidad.
La próxima campaña electoral para la renovación de alcaldes, gobernadores y para revocarles el mandato a los diputados traidores es un escenario abierto y posible para debatir en el seno del pueblo estas transformaciones. A las provocaciones de la reacción habrá que responderle afianzando una nueva y mejor democracia: la que comenzará a delinearse cuando se concreten los poderes populares que deben constituir la República Bolivariana, en particular el que se debe ejercer desde el Municipio.
El pueblo reclama intervenir día a día en las decisiones que determinan su vida en forma creciente. No basta con convocar al pueblo cada tanto a emitir el voto, ni llamarlo a movilizarse. Es necesario poner en sus manos los instrumentos para que asuma la gestión de los asuntos públicos allí donde la Constitución lo determina, comenzando en su Municipio. Este debe ser un compromiso de todos los candidatos bolivarianos.
Chávez insiste que para acabar con la pobreza hay que darle poder a los pobres. De eso se trata. Poder para el pueblo reclamamos desde nuestro origen los socialistas. La Constitución indica los pasos a seguir en esa dirección y no cumplirla es dar la espalda a la voluntad mayoritaria. Consolidar en el 2004 el ejercicio soberano y democrático de las decisiones políticas por amplios sectores del pueblo será el mejor camino para defender la Revolución.