EMPANTANADOS EN IRAK
Aumenta
la resistencia iraquí. En Washington debaten si están frente a otro Vietnam.
Los ideólogos del imperio coinciden en que no hay más alternativa que un
protectorado por largo tiempo.
El New York Times sintetizaba en una simples líneas la situación que enfrenta las fuerza invasora en Irak. Decía el columnista que si en el momento de la invasión la mayor preocupación de los estrategas yanquis era evitar que el mayoritario sector chiita –oprimido en el gobierno de Saddam Hussein– desencadenase una guerra civil contra los sunnitas en quienes se apoyó el régimen, la preocupación actual de los mismos personajes era la opuesta: evitar que ambos sectores consoliden su unidad.
Esta imagen describe exactamente el cambio cualitativo que experimentó el cuadro político en estos quince meses de ocupación extranjera de la Mesopotamia: comienza a generalizarse la respuesta militar del pueblo iraquí al invasor y aparecen acciones solidarias entre los dos principales sectores del país.
El mando estadounidense ya no puede ocultar o minimizar las pérdidas de vidas de su tropa ni el constante hostigamiento al que se enfrentan, que crece en intensidad, en audacia operativa y en extensión territorial.
La nueva fase militar de la resistencia se desencadenó hace casi un mes cuando se produjo una verdadera insurrección popular en la ciudad de Fallujah, bajo control sunnita, que comenzó con el ataque y muerte a cuatro mercenarios de la empresa privada de seguridad Blackwater, que no eran humildes “contratistas” como intentó hacer creer la propaganda imperialista.
La represalia yanqui que cercó la ciudad, anunciando una invasión que aún no se concretó, no hizo más que acelerar las acciones de las milicias del sector chiita dirigido por el líder más jóven y radical, el ayatollah Moqtada al-Sadr, en la ciudad de Nayaf, quien además organizó una caravana solidaria con medicinas y alimentos para la población sitiada en Fallujah.
Desde entonces las acciones militares no han hecho más que diversificarse y extenderse desde la zona sunnita –llamada el triángulo– a otras ciudades en zonas chiitas como Kerbala y en el sur hasta la estratégica Basora.
Desde bastante tiempo antes de esta nueva fase de la resistencia militar había claros indicios que los planes de Paul Bremer –el moderno virrey impuesto por los invasores– estaban fracasando. La intención de entregar la dirección del país a un gobierno formalmente independiente y democrático, pero controlado desde USA, a partir del próximo 30 de junio se vio frenado de hecho por la presión que las propias masas chiitas ejercieron sobre el ayatollah conservador Al Sistami, uno de los integrantes del Consejo Interino de Gobierno organizado por los yanquis después de la invasión con diversos dirigentes opositores al antiguo régimen, para negociar una salida política bajo su control .
Esa salida negociada y controlada se apoyaba en dos premisas: una interna, que era acordar en una Constitución y un gobierno de unidad nacional transitorio, hasta el llamado a elecciones en el 2005. Esa primera condición se vio trabada cuando el sector chiita no aceptó el poder de veto dado en el proyecto constitucional a la minoría kurda – un aliado más confiable para los yanquis por su distancia con el gobierno iraní – ni la limitación a imponer un Estado religioso, por el peso de la tradición laica en sectores importantes del pueblo iraquí.
El otro apoyo requerido por el plan era de orden externo: la intervención en el mismo de las Naciones Unidas. Esto se aleja cada día más por el desmoronamiento acelerado de la ya débil coalición invasora tras la decisión del nuevo gobierno español de retirar sus tropas, y la posibilidad que esa actitud sea imitada por otros integrantes de la misma.
Lo cierto es que el cuadro de situación en este momento – que puede sufrir cambios bruscos por el desequilibrio de la situación – encuentra al gobierno del Sr Bush haciendo frente a una resistencia militar del pueblo iraquí que ya no se limita a las fuerzas diseminadas de la guardia republicana del antiguo régimen y a ciertos militantes del Baas, sino a una guerrilla urbana en ascenso con apoyo social de masas, a los elementos iraquíes colaboracionistas cada vez más aislados , y a los pocos aliados que se plegaron al genocidio imperialista tratando de salir de la trampa.
No es aventurado pensar que en Washington estarán reflexionando como afrontar otra guerra prolongada de liberación nacional de un pueblo oprimido.
EL SÍNDROME DE VIETNAM
No es casual que en los principales periódicos de USA aparecieron desde el último mes notas introduciendo el debate sobre la posibilidad que la situación iraquí termine en una similar a la que se vivió a finales de la década del 60 con la guerra de Vietnam, una carga que aún pesa en la conciencia colectiva estadounidense después de treinta años.
Esta posibilidad no entraba en los cálculos de los belicistas que hoy manejan la política yanqui, que se imaginaban un paseo triunfal por los desiertos iraquíes. No tuvieron en cuenta – entre otras cosas – que por alguna misteriosa razón la poderosa coalición del 91 no se atrevió a cruzar la frontera iraquí, con un potencial político mayor por el aval logrado en la ONU y con razones más sólidas para justificar la invasión.
Se comprueba una vez más que cuanto mayor es la presión que la crisis de la economía mundial ejerce sobre las propias estructuras del país más desarrollado del capitalismo – razón última del creciente uso de la fuerza – sus cuadros dirigentes actúan en forma más irracional y aventurera.
El Pentágono ya debió aumentar de hecho los 135.000 efectivos al prolongar el tiempo de estadía de 24.000 efectivos que no regresaron a sus bases. Frente a la posible escalada militar de poco le servirá al imperialismo la utilización de mercenarios –encubiertos ahora como agencias de seguridad– y deberá avanzar al reclutamiento forzoso, con el costo social y político que eso implica
Pero la irracionalidad no hace más que cerrarle al imperialismo el camino de una salida política que busca en Irak. El ataque con misiles a una mezquita, con su secuela de muertos civiles, no hace más que profundizar el abismo entre invasores y la población, al punto que los mandos yanquis hablan que no se puede confiar en los agentes policiales reclutados –chiitas muchos de ellos– y tratan de incorporar a ex miembros de los cuerpos militares de Saddam.
En estos días, “un halcón”, el ex canciller Henry Kissinger, coincidió con un ex asesor de Kennedy –James Schlesinger supuestamente más liberal– en proponer exactamente lo mismo: que Estado Unidos no debe pensar en retirarse de Irak, debe reafirmar el compromiso militar y establecer un gobierno bajo su control. En pocas palabras: a esta altura la única alternativa para el imperialismo es asumir sin vueltas la realidad: el protectorado con un gobierno títere.
La potencia más poderosa de la historia aparece nuevamente en camino de quedar prisionera de sus propias acciones por la fuerza de la resistencia de un pueblo que no está dispuesto a resignar su soberanía.