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Se enfoca el suicidio desde el punto de vista sociológico. Y establece
sus tres son las formas de autoeliminación humana, a saber:
1. El suicidio egoísta
Es propio de las colectividades desintegradas, en las
cuales el individualismo prevalece sobre la personalidad colectiva y los fines
comunes.
La sociedad firmemente integrada tiene a los
individuos bajo su dependencia y no les permite disponer libremente a su antojo de sus vidas.
Al contrario cuando los grupos sociales se debilitan,
los sujetos tienden a remitirse cada vez a sí mismos y prescindir de toda regla
de conducta que no esté dictada por los intereses privados.
Es típico de los individuos ligados fuertemente a la
sociedad. Admite tres subclases:
Suicidio Altruista obligatorio. Perpetrado en cumplimiento de un deber socialmente
impuesto, por ejemplo en las sociedades antiguas todo viejo tenía el deber de
arrojarse desde una peña, para así no ser una carga a la sociedad.
Suicidio Altruista facultativo. Cometido en situaciones en que no está expresamente
obligado a morir por ejemplo la viuda
que se suicida luego de morir su marido—llamado también suicidio pasional—.
Suicidio
Altruista agudo. El
sujeto se elimina por placer de sacrificio, existe un alto motivo de causa
religiosa.
Depende exclusivamente del poder regulador de la sociedad.
Este tipo de suicidio surge en épocas de crisis, es
decir, en periodos en que el orden colectivo sufre perturbaciones.
La persecución de un fin inaccesible condena a un
perpetuo estado de descontento, pues es difícil no sentir, a la larga, la inutilidad
de una persecución si término. Por esto la tasa de suicidios se eleva en épocas
de prosperidad económica, sin embargo, también los desastres financieros, que
arrojan a los individuos por debajo del nivel social que hasta ese momento
ocupaban, producen idéntico fenómeno.
Además de la anomia económica existe la anomia
doméstica, que surge en el estado de viudez, hay un trastorno de familia, cuya influencia sufre el
sobreviviente.
En la raíz del suicidio anomico anida, por consecuencia la cólera y la decepción, dándole un cariz psicológico particular de irritación y de cansancio exasperado. Frente a la falta de mecanismos sociales reguladores capaces de poner un horizonte a las ambiciones del hombre.