Red Nacional de Investigadores en Comunicación

III Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación
"Comunicación: campos de investigación y prácticas"


 

Peñarol - Quilmes: identidad y rivalidad en el básquet marplatense

Gastón Julián Gil

e-mail: jmgil@mdp.edu.ar

* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad de Buenos Aires).

* Investigador del grupo "Deporte y Sociedad", Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), coordinado por Pablo Alabarces.

* Investigador de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Proyecto: "La investigación en Ciencias Sociales: la búsqueda de un proyecto transdisciplinario para el estudio de la cultura". Director: Manuel Comesaña, cátedra de Filosofía de la Ciencia, carrera de Filosofía, Facultad de Humanidades.

El nacimiento de las rivalidades

La Liga Nacional de básquet ofrece en ciudades como Mar del Plata la posibilidad de disfrutar de dos equipos en el máximo nivel. Estos dos conjuntos han dado lugar a procesos de identidad y rivalidad tan fuertes que han fijado para cada caso una serie de características percibidas como "esenciales" por los participantes de este masivo ritual deportivo en el interior del país. Si bien el desarrollo de las competencias de Liga Nacional ha generado poderosos mecanismos de identificación regional (Gil, 1997) en el caso que nos ocupa estamos ante una rivalidad local que fue moldeándose con la misma historia de la Liga Nacional. Ser "milrrayitas" (de Peñarol) o ser "cervecero" (de Quilmes) no significa lo mismo en 1997 que en 1987. Cada identidad se fue conformando con el correr de los enfrentamientos, en la misma Liga Nacional A, y con las rivalidades institucionales que le dieron forma original. Un caso puntual en el que la presencia de fuertes bloques de alteridad en el mismo territorio de la ciudad crearon el terreno propicio para la sublimación de pasiones y rencores.

Los clásicos del básquet marplatense constituyen uno de los espectáculos deportivos de mayor trascendencia en el interior del país. El marco que es posible lograr gracias al Polideportivo Panamericano permite vivir en las tribunas un espectáculo difícilmente repetible en otros lugares del país, con alrededor de siete mil personas alentando a sus equipos. Además, este clásico es el único evento deportivo completamente marplatense que arrastra una amplia cobertura de los medios de comunicación nacionales.

En el básquet de Mar del Plata, estos dos conjuntos no tienen una larga tradición de enfrentamientos y sólo a partir de sus choques en el máximo certamen del básquet argentino pudo vivirse esta nueva rivalidad, en la que los hinchas tienden a construir sus propias representaciones como categorías esenciales. Los fanáticos presentan la confrontación como una rivalidad ahistórica, sin origen conocido ya que "se supone que la mayoría de los grupos sociales deben su fuerza a su exclusividad; es decir, al sentimiento de que los demás son diferentes a nosotros" (Hoggart, 1990: 87). Tanto los "milrrayitas" como los "cerveceros" (y obviamente no constituyen el único caso) se asumen como dueños de características intrínsecas, que "se llevan adentro" y que deben defender por todos los medios. Ambos se definen por lo que creen que son y por lo que están convencidos de que no son.

Esta rivalidad entre Quilmes y Peñarol que concita la atención de gran parte de la ciudad, de los medios locales y nacionales, y que llega a generar violentos enfrentamientos entre las parcialidades, no siempre se dio de la misma manera. Antes de que estos dos equipos se enfrentaran por primera vez en la élite del básquet argentino (Peñarol ascendió en 1987 y Quilmes en 1991) ya se había sembrado la semilla del odio entre ambos bandos. Las vinculaciones entre las hinchadas de Peñarol y Aldosivi, por un lado, y la de Quilmes y la de Alvarado, por el otro, fueron factores determinantes, que marcaron por primera vez la irrupción de grupos violentos procedentes de las dos principales facciones del fútbol marplatense. En los primeros años de liga esto no había ocurrido, ya que los aficionados del básquet solían concurrir a todos los encuentros, porque lo indispensable parecía ser que la ciudad llegara a tener un equipo entre los mejores del país. Paralelamente a este ascenso de Peñarol, otro equipo marplatense, Quilmes, consiguió superar las instancias regionales y accedió a la Liga B, de la que Peñarol se había ido para ya no regresar (por lo menos hasta el momento). El día del ansiado ascenso de Peñarol, una nota en La Capital dejaba en claro que la pertenencia a la ciudad era lo más importante para todos: "la mayoría de los jugadores peñarolenses asistieron la noche del viernes a alentar a Quilmes (...) y hoy será a la inversa ya que los quilmeños han prometido su masiva asistencia al Súper Domo" (13-12-87). Y en la noche del partido, el mismo diario destacaba que Peñarol fue "alentado, estimulado, vitoreado por todo el estadio -embanderado con los emblemas de más de 10 instituciones marplatenses-..." (14-12-87).

Pero, ¿qué fue lo que sucedió que sembró la semilla de una rivalidad tan encarnizada? ¿Fue sólo la identificación de ciertos simpatizantes del fútbol radicalizados y apoyados por dirigentes ávidos de contar con una hinchada que grite en todo momento? La explicación debe apuntar a un hecho fundamental ocurrido el 13 de noviembre de 1989 en la ciudad de Buenos Aires. Aquel día, en medio de una reunión de la Asociación de Clubes, los dirigentes de Peñarol presentaron una moción para que la Liga Nacional no volviera a disputarse con 16 equipos, tal cual se había pactado con anterioridad. El hecho, en apariencia sólo burocrático, nos dice mucho más que eso, porque era Quilmes la institución que estaba esperando la decisión de retornar a la modalidad anterior (la de los 16 participantes), que años más tarde se retomaría definitivamente. Quilmes de Mar del Plata, había quedado ubicado en la tercera posición en la Liga B (ascendían directamente dos), luego de haber sido derrotado en escandalosos 5 partidos por GEPU de San Luis, pero todavía guardaba esperanzas de obtener un sitio en la máxima categoría. Una determinación de la Asociación de Clubes de jugar nuevamente con 16 plantillas le habría dado el ansiado ascenso a la institución quilmeña. Pero la realidad marcaría un camino bien distinto. Los dirigentes de Peñarol, temerosos de que la presencia de su vecino en la máxima categoría le restara recursos para solventar la campaña, presentaron una nota que pedía que no se retornara a la vieja usanza de los 16 clubes. Casi en pleno, los integrantes de la división superior del básquet argentino decidieron que la edición de 1990 se jugaría con sólo 15 equipos.

El 14 de noviembre de 1989, una nota en el diario La Capital rezaba en su título que "Quilmes no jugará en la «élite» del básquet", para rematar con una volanta concluyente: "Moción de Peñarol lo «condenó». Un análisis frío de los hechos lleva relativizar esta moción de Peñarol, ya que de no haber existido tampoco se habría producido el ascenso de Quilmes. La posición de la entidad quilmeña fue secundada por un par de la Liga A, Sport Club de Cañada de Gómez, pero rechazada por otras 12 instituciones. Pero el hecho fue presentado y percibido como una delación, aunque la revista bahiense Encestando haya calificado al tema como un "respeto reglamentario". De hecho fue así, porque había un compromiso previo que se respaldó y que no permitió que se cambiara lo pactado previamente.

La respuesta de los considerados "delatores" cobró un tono reglamentarista, aunque dejó escapar algunas palabras interesantes acerca del escozor que sentían los directivos de Peñarol por tener a su vecino en el mismo nivel de competencia. Uno de los hombres fuertes de Peñarol, Enrique Kubo, declaró en La Capital el 15 de noviembre que:

"sacándonos la careta y así ser claros, a nosotros no nos interesaba, económicamente, que ascendiera Quilmes. Somos totalmente francos en eso. Si hubiera ascendido, no hubiese habido problemas y estaríamos compitiendo los dos. Pero aquí está en juego una cuestión de reglamentación. A lo mejor el próximo campeonato Quilmes asciende y eso va a hacer bien. Estamos en la misma ciudad y debemos convivir".

Las palabras de Kubo fueron casi como una premonición. El ascenso de Quilmes le daría al básquet de esta ciudad una dimensión jamás conocida por otro deporte de conjunto. Y cinco años después, el campeonato de Peñarol llevaría a la cima de popularidad a una actividad deportiva que fue capaz de congregar 50 mil personas por las calles para festejar este primer gran lauro del deporte profesional de un conjunto marplatense en toda su historia, y a una cifra estimada de 100 mil espectadores en las transmisiones en directo por los tres sistemas de cable de la ciudad.

La respuesta de Quilmes fue diplomática. El comunicado oficial finalizó así: "dejamos al periodismo y a la opinión pública el análisis de los hechos y el respectivo juicio de valor". Oficialmente la gente de Quilmes se cuidó de explicitar el rencor que dejaba traslucir el escueto comunicado. Deberían esperar dos años para ahora sí, con el título de la Liga B en su poder, acceder al máximo peldaño del básquet argentino. Pero en noviembre de 1989, después del hecho clave para el inicio de las hostilidades entre Quilmes y Peñarol nada fue igual: la guerra se desató y continúa hasta hoy. Pablo, socio del Quilmes aclara que:

"yo siempre fui «cervecero» pero me gustaba ir a ver a Peñarol porque era un equipo de mi ciudad que estaba en la Liga A. Pero después de la traición que nos hicieron, ya nunca más fui a hinchar por Peñarol".

Fernando, un ex jugador de inferiores de la entidad cervecera y abonado a la platea de Quilmes, dice que en esa ocasión sintió:

"un odio hacia Peñarol como nunca antes porque eso fue una traición que no tenía razón de ser. Quilmes jamás habría hecho eso porque acá la gente trabaja honestamente sin pensar en perjudicar al rival".

Pero, ¿a qué nivel llega la rivalidad y el desprecio mutuo? Las palabras de dos de mis principales informantes, pueden clarificar aún más la cuestión. Domingo, empleado de Tribunales, por ejemplo, ya cree que:

"lo mío ya debe ser una enfermedad. Yo antes abría el diario al día siguiente y si decía que Quilmes perdió, me ponía contento. Pero ahora no me alcanza. De vez en cuando ni siquiera me doy cuenta de que estoy escuchando la radio solamente para hacer fuerza por el rival de Quilmes".

Rodolfo, un abonado a la platea de Peñarol y profesor de historia, confiesa su rechazo hacia Quilmes de manera terminante:

"cuando Quilmes juega contra un equipo importante, no dudo en ir la cancha. Cuando viene Atenas me siento en la platea para disfrutar el triunfo de un gran equipo sobre otro que de antemano ya sé que va a perder, porque Quilmes pierde todos los partidos importantes".

Del otro lado, el desprecio es similar, pero en términos distintos. Pablo, un plateísta de Quilmes, también disfruta con las derrotas de Peñarol, pero de no con tanto encono como los hinchas "milrrayitas":

"a mí me gusta verlo perder a Peñarol pero la verdad es que no voy a la cancha para eso. Ni siquiera escucho los partidos de ellos por radio. La campaña de ellos no me quita el sueño, lo único que me interesa es que nos ganan todos los clásicos".

Las palabras de Pablo obedecen a un hecho fundamental: Peñarol no suele perder en su cancha ante los rivales más poderosos. Una nota de La Capital explica con claridad que "Quilmes sumó los puntos que debía ante los más débiles, pero cedió casi todos los partidos en los que enfrentó a rivales de jerarquía similar" (14-5-96). Este comentario nos introduce en un tema central: los estereotipos de cada club. Como se puede apreciar, y se fundamentará más adelante, a Quilmes se lo acusa de perder los partidos difíciles y de triunfar cuando se mide a los más débiles. Y en los clásicos, ante cada derrota, se mencionan temas relacionados a que Peñarol es un equipo "con hombría" o que gana "con la camiseta". Aparece implícitamente el estigma más deshonroso de las actividades deportivas: ser gallina.

 

Hacia los estereotipos particulares

Este largo proceso de la construcción de las identidades en el básquet ha logrado fijar de manera concluyente los estereotipos particulares, que abarcan tanto a cada club como equipo dentro de la cancha y al comportamiento de cada hinchada. Las siete ediciones de la Liga Nacional que mostraron a los equipos marplatenses compitiendo en la máxima división, han ido solidificando la construcción de imágenes esenciales en cada bando. Un proceso de identificación en donde la cantidad de espectadores que asiste a la cancha, las campañas realizadas por ambos equipos, el comportamiento de los hinchas, las repercusiones de los medios de comunicación y hasta las mismas percepciones de los jugadores, cumplieron la función de establecer categorías exclusivas que transforman a uno de los dos clubes en dueño del honor (Peñarol) y al otro en depositario del estigma (Quilmes).

Lamentablemente una de las grandes materias pendientes de la organización de Liga Nacional es lo referente a la estadísticas, por lo que es muy complicado hacer estimaciones del todo fundadas empíricamente. De acuerdo a los datos que aparecen en los medios de comunicación, las percepciones propias y de extraños y ajenos, Peñarol ha gozado de una convocatoria mucho mayor que la de su rival. En las temporadas previas al campeonato obtenido en la edición 93-94, eran escasas las ocasiones en que la concurrencia bajaba de 2000 personas en los partidos normales, y de 3000 en los partidos importantes. Los números de Peñarol recién comenzaron a bajar, aunque parezca paradójico, una vez que obtuvo el campeonato. En la edición 94-95 ya le resultó un poco más difícil a Peñarol juntar más de 2000 personas por encuentro, cifra todavía superior a las convocatorias actuales de Peñarol ahora que juega en el Polideportivo Panamericano. Sin embargo, en los partidos contra los grandes, las cifras históricas del Súper Domo son superadas con amplitud. Las visitas de Olimpia, Atenas, Independiente y Andino consiguen, en ocasiones, cerca de 5000 espectadores de asistencia. Por supuesto, los clásicos son capaces de juntar cerca de 8000 almas, pero eso forma parte de otro tema.

Por el contrario Quilmes siempre necesitó de campañas brillantes para lograr una concurrencia apenas similar a la de Peñarol. Es por demás sugestivo que la cantidad de espectadores en tiempos difíciles baja notoriamente, con partidos disputados ante menos de 500 personas. Mientras jugó en el gimnasio de Once Unidos (3000 de capacidad) sólo en la etapa de los play-off o en situaciones muy favorables el escenario se vio colmado. Esta situación es inclusive reconocida por muchos hinchas de Quilmes. Fernando dice al respecto:

"y sí, Peñarol lleva más gente, aunque ande mal. Ahora quizás no tanto, pero en la época del Súper Domo, antes de que salieran campeones, vos veías la cancha siempre llena. En cambio, hay partidos que da lástima estar alentando a Quilmes porque no hay nadie"

Domingo, plateísta de Peñarol, aclara que:

"Ser de Peñarol es tener huevos, no como esas gallinas de Quilmes que además de perder siempre no son capaces de gritar como nosotros. La única manera de escucharlos es que ganen por veinte puntos".

Peñarol lleva un matiz más popular que su rival, en gran parte por la capacidad de movilizar mayor cantidad de gente, pero sin que esto implique una linealidad ni una categoría esencial. Pero en cuanto a la propia identidad de cada club, sí estamos en condiciones de asegurar que Quilmes siempre trajo asociado un matiz asociado al poder económico y a la prolijidad en el manejo de los números. El hombre que conduce el básquet del club, Oscar Rígano, es el gerente de una importante casa de cambio de la ciudad y se mantiene a la cabeza de la Subcomisión de Básquet desde las primeras presentaciones cerveceras en la Liga.

Peñarol fue todo lo contrario. Víctima de serios conflictos institucionales, desprolijidades administrativas y, hasta hace poco tiempo, de magros resultados deportivos. En este club fueron una constante las deficientes políticas de contratación de jugadores y los manejos nada claros de los fondos de la primera camada de dirigentes encabezada por los hermanos Otálvarez, que además de haber llevado al equipo al ascenso le dejaron una importante cantidad de juicios a la institución por contratos incumplidos.

Sin embargo, para el periodista Rodolfo Puleo podemos rastrear estas características de cada club mucho antes de que se soñara la posibilidad de organizar la Liga Nacional:

"Estoy convencido de que esta relación de club popular-cajetilla viene de mucho antes de esta rivalidad en la Liga Nacional. No es que sea así, ni que Peñarol sea el pueblo y que Quilmes sea un club de ricos, pero hay elementos que han permitido hacer esa asociación. Quilmes tradicionalmente dominó los torneos de fútbol y siempre tuvo la mejor infraestructura, con una dirigencia bastante prolija y de cierto prestigio en la ciudad. En Peñarol no se dio nada de eso, nunca fue un club ganador o con demasiados recursos. Pero más cerca en el tiempo, pasaron cosas que ilustran lo que estoy diciendo. En la época de la «plata dulce», los clubes locales se decidieron a traer jugadores de los Estados Unidos y ya en la elección que hicieron tenemos una idea de las distintas maneras de pensar en cada club. Quilmes trajo a un rubio y a un moreno muy atlético a los que daba gusto verlos jugar, por la elegancia que demostraban dentro de la cancha. En cambio, Peñarol trajo dos negros del Bronx, Eugene Holloway y Stan Cooper, que eran dos atorrantes".

Además de esta relación clasista que suma para la consolidación de los estereotipos mencionados, existe otro punto nodal en la suma de estos atributos esenciales de cada club: las hinchadas. Y aquí juegan un rol importante las frustrantes participaciones de Peñarol en las primeras ligas, que generaron esa sensación de hinchada seguidora y fiel ante las adversidades. La representación de la hinchada de Peñarol como "una de las más fieles" fue consolidándose en forma definitiva a partir de la temporada 92-93, con la llegada de una serie de protagonistas bahienses al equipo (especialmente el base Marcelo Richotti y el entrenador Néstor García), quienes surgieron como voces autorizadas para destacar el comportamiento de un público tan especial como el de Peñarol. Ya en los primeros partidos, con un Súper Domo desbordante y habituales seguimientos como visitante de hinchas marplatenses, Marcelo Richotti declaraba ante La Capital que:

"cuando yo leía que a Peñarol, en épocas que atravesó rachas adversas, llegando a acumular hasta ocho derrotas consecutivas, su hinchada lo seguía y asistía al Súper Domo en número de 1000 aficionados, me resultaba difícil de creerlo y cuando un amigo me lo aseguró, no podía entender tanta fidelidad. Ahora que tengo la suerte de formar parte de Peñarol, lo comprendo perfectamente" (22-9-92).

Pero el punto culminante vendría un par de meses más tarde. En una noche de diciembre en la que Peñarol vio frustrada la posibilidad de alcanzar la punta en la tabla de posiciones al caer en el Súper Domo ante GEPU, la hinchada avanzó hasta el rectángulo de juego para premiar el esfuerzo de los jugadores, pese a la derrota. El diario La Capital describió así el episodio:

"El sentimiento de la gente de Peñarol, para con sus colores, es algo muy pocas veces visto. Una vez finalizado el encuentro, la cancha fue invadida por simpatizantes que se quedaron más de 15 minutos festejando el momento del equipo marplatense (...) Néstor García fue llevado en andas, visiblemente emocionado y con lágrimas en los ojos expresó que «siento muchísima vergüenza porque la gente no se merecía esto (...) prometo que vamos a dejar el alma por esta camiseta para darle a la gente lo que está esperando»".

Ese "lo que está esperando" se traduce en una sola palabra: "campeón", en la primera temporada en que un equipo de la ciudad se mostraba con serias pretensiones de llegar a lo más alto del básquet nacional. La realidad le mostraría a la ciudad que el momento no había llegado. Esa liga 93-94 sería cada vez más dificultosa para un Peñarol que a partir del mes de enero viviría un verdadero calvario que lo depositó en el magro noveno lugar de la Liga Nacional de Básquet.

El mismo Néstor García en las columnas que firmaba los martes en La Capital finalizó su artículo con un reconocimiento hacia la hinchada. El entrenador escribió que:

"una vez más quiero hacer un párrafo aparte para la gente de Peñarol.

Realmente lo que hicieron el domingo no se puede creer. Nunca me pasó algo así. No tengo palabras. Nunca viví algo así. He recibido muchas muestras de afecto pero siempre a raíz de triunfos. Nunca debido a una derrota. Sin demagogia, esto es único en el mundo. No sé que hacer para agradecerle a la hinchada de Peñarol. Juro que no pude contener el llanto. Por eso, yo no digo que esta hinchada es «la número uno», ni la «mitad más uno», sino que es ÚNICA. Esto lo puedo asegurar. De ahora en más, todo lo que haga cualquier hinchada va a ser una imitación. De todo corazón, me daba ganas de jugar el partido otra vez, esta gente te compromete espiritualmente y llegás a pensar que no podés perder con todo ese apoyo....".

Las referencias hacia la fluctuante escasez de simpatizantes quilmeños en las canchas datan aún de los mejores tiempos en la Liga B. A punto de ascender, en La Capital se expresaba el 3 de mayo de 1991 que "para completar la fiesta, debe contar con el apoyo del público de la ciudad, ese público que no lo ha acompañado como el «tricolor» lo hubiese necesitado a lo largo de la temporada y que en esta serie definitoria, puede resultar de vital importancia".

Esta constante, mercada con insistencia desde los medios de comunicación y reconocida por los propios protagonistas, alcanzó su punto máximo al cierre de la temporada 95-96, cuando las expectativas creadas por el plantel quilmeño estaban esfumándose al ritmo de las derrotas. El 23 de marzo de 1996, luego de una humillante derrota ante Andino de La Rioja en su propia casa, en La Capital se mencionaba que "una tribuna que por momento alentó, por momentos llamó a la reflexión y finalmente terminó insultando" (24-3-96). En aquella noche los simpatizantes de Quilmes pidieron la vuelta del entrenador Oscar Sánchez, quien justamente dirigía a Andino. La presencia de Sánchez en el club coincide con los mejores resultados (un quinto puesto en el debut de la liga 91-92) y, sobretodo, con una balanza equilibrada en los clásicos (4 triunfos por bando en tres temporadas). Seis días después del partido ante Andino, La Capital publica una "carta abierta a los hinchas quilmeños", que decía, en lo esencial, que "con respecto a los insultos y protestas de los jugadores, aclaramos que no es la primera vez que ocurre, demostrando una falta de actitud dentro de la cancha. El hincha quiere otro tipo de entrega de parte de los jugadores". La carta firmada por tres simpatizantes quilmeños contenía serios cuestionamientos al entrenador Daniel Frola (duraría pocos días más en el club), al pivote de la selección argentina Rubén Wolkowisky y al base Sebastián Ginóbilli.

La respuesta no se hizo esperar. El símbolo de Quilmes, Eduardo Domine, tomó la responsabilidad de defender el honor de sus compañeros, ya que el suyo jamás fue puesto en duda por los hinchas quilmeños (y por la prensa). Su carta publicada por La Capital el 31 de marzo, bajo el título: "Como quilmeños que somos", se refería a que "hace dieciocho años que siento esta camiseta con todo mi corazón, con todo respeto y toda la fuerza. Por eso y por mucho más es que estoy orgulloso del club que represento". El jugador también se manifestó "orgulloso de los dirigentes (...) de mis compañeros".

Este último acontecimiento enlaza el otro tema alcanzado por esta estereotipación de cada club y ya mencionado más arriba. No sólo la hinchada de Quilmes será considerada "amarga", sino que los mismos jugadores son acusados de "no poner lo que hay que poner dentro de la cancha". Por el contrario, Peñarol también fue cosechando menciones referentes al coraje de sus hombres y a sus atributos de equipo ganador. Fue especialmente el campeonato conseguido en 1994 el que ayudó aún más a solidificar esta imagen estereotipada de Peñarol. A los tradicionales halagos a su hinchada poco a poco fueron sumándose las referencias hacia un equipo con coraje. La primera parte de la Liga 94-95 ofreció las condiciones justas para la cristalización de estos atributos positivos. Peñarol puede jugar mal (como en efecto se lo acusa reiteradamente) pero nunca se pondrá en duda la entrega de sus jugadores dentro del rectángulo. Así es que para La Capital, al terminar la primera fase de la Liga 94-95, "de todos los que sueñan con el campeonato, es el que tiene más carácter y determinación para jugar partidos importantes" (firmado por Sebastián Arana, 28-12-94). Una imagen que contrastó notoriamente con una nota aparecida en el diario El Atlántico y rubricada por Marcelo Olivera en la que este periodista se refería a la levantada que había experimentado Quilmes con la incorporación del moreno Keith Nelson, en reemplazo del lesionado goleador Todd Jadlow, quien "le puso color a un equipo de blancos" (15-11-94). Mientras tanto, las referencias a Peñarol eran de este tenor: "Falta juego, sobra carácter". Con su extranjero estrella lesionado, Samuel Ivy, y con sus dos tiradores en bajas condiciones físicas, el segundo puesto en la clasificación general detrás del poderosísimo Atenas de Córdoba, parecía poco menos que una hazaña, en base al "temperamento ganador de sus hombres, un coraje sin límites para sobreponerse a las circunstancias desfavorables" (La Capital, 23-11-94). Mientras tanto, Quilmes no lograba calmar a las adversidades.

 

A modo de cierre

Estas cristalizaciones del imaginario social en los estereotipos clásicos de "gallina" y el "aguante" hacen creer a gran parte de los protagonistas que no importa quien esté en el club, porque nunca perderán sus características, aunque "el ´estilo´ de un equipo no siempre se corresponda a la práctica real de los jugadores -quienes cambian las diferentes tácticas dependiendo del entrenador, de la moda, etc.- sino a una imagen estereotipada, enraizada en la tradición, que la colectividad se da a sí misma y desea dar a otros" (Bromberger y otros, 1993). Todo el seguimiento de la manera en que cada institución fue cosechando estos atributos también nos obliga a reconocer que esas estereotipaciones guardan un fuerte anclaje en la realidad, aunque su existencia pertenezca al imaginario. En concreto, la consolidación de los estereotipos sí tiene su raíz en hechos puntuales (la paternidad en los clásicos, triunfos heroicos, etc.). Existe una motivación clara, pero no una determinación que lleve a sostener que alguien, al ponerse la camiseta de Quilmes o hacerse hincha de ese equipo, se transformará en "gallina". A menos que se crea en la existencia de elementos mágicos que transformen a uno de los jugadores de mayor personalidad en todo el básquet argentino como Esteban De la Fuente, en un hombre sin temple y carente de deseos de triunfo, por el sólo hecho de cambiar de club, se debe desechar la posibilidad de que los atributos contrapuestos pertenezcan a la esencia de las categorías "milrrayitas" y "cervecero". Lo que sucede es que esta estereotipación actúa con tanta fuerza y se encuentra tan enraizada en la mitología del básquet marplatense, que condiciona la lectura de los espectadores, de los periodistas, de los entrenadores y hasta de los propios jugadores. Los integrantes de Quilmes parecen haber asumido el estigma, mientras que los de Peñarol han demostrado sentirse muy cómodos con esa caracterización de "equipo con hombría" que los acompaña en cada presentación. En la presente temporada, los dirigentes de Quilmes parecieron asumir el compromiso de cambiar la imagen del equipo y renovaron el plantel con contrataciones de jugadores reconocidos por su capacidad técnica y, de manera especial, por su coraje, como Sebastián Uranga y Esteban Pérez (ídolo de Peñarol hasta hace menos de un año). Así lo entendió un simpatizante quilmeño que, en la conferencia de prensa de presentación de los jugadores, le pidió encarecidamente a Sebastián Uranga que no cambiara una vez que se ponga la camiseta de Quilmes.

 

Mar del Plata, octubre de 1997

Bibliografía

 

Bromberger, Christian y otros (1993) "Allez l' O. M., Forza Juve!", en Steve Redhead (ed.): The Passion and The Fassion. Football Fandom in New Europe, Aldershot: Arena.

Gil, Gastón Julián (1997) "Rebotes de identidad: el básquet en la cultura urbana del interior", en Pablo Alabarces, Roberto Di Giano y Julio Frydenberg: Deporte & Ciencias Sociales, Buenos Aires, CBC - Instituto Gino Germani (UBA), 1997(en prensa).

Hoggart, Richard (1990) La cultura obrera en la sociedad de masas, México: Grijalbo.


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