Poesías
ANTES DE LA GUERRA
Antes de la guerra previsible
dejadme tocar a los muertos necesarios:
ya lloré con los lloros y las sangres
de mi mundo amarillo y opulento.
Ahora que los jefes de la tierra
andan juntando revanchas y castigos
para ocultar sus vicios y mentiras;
ahora que los dioses educados y correctos
cambian los rezos por las armas
y dan consignas y panfletos en los templos;
ahora que los ciudadanos bienpensantes
del mundo confortable y bien comido
se van acostumbrando a la malicia...
dejadme tocar a los muertos necesarios.
Sabré que estoy vivo
porque no haré piras de conciencias
con mis valores eternos, porque
habré medido sin iras ni fusiles
la longitud de mi alma solidaria
en un ejercicio convincente y convencido.
Sabré que estoy muerto
porque haré carnavales patrióticos
con la voz de la esperanza acorralada,
porque bajaré los ojos y las manos
y rendiré mis silencios al olvido
en un ejercicio vergonzante.
Se acumularán las sangres y las muertes
en ese lugar espantoso de la Historia
donde caen las iras poderosas y solemnes
del hombre contra el hombre, de los dioses
que pueblan de banderas tricolores, disonantes,
los más viles instintos de la especie.
Antes de la guerra previsible
dejadme, de nuevo, la voz y la palabra:
ya sé que mi grito
no moverá a las estrellas,
pero dejadme que lo grite, por lo menos...
Luis E. Prieto
Premonitorio-
A LA HORA DEL TÉ O LA COMIDA
Acabaremos pidiendo a bocanadas o a silencios
que dejen de parir mentiras detrás de los periódicos
y que las bombas y los muertos y los odios
no descarguen cotidianos sus gritos de derrumbe
a la hora del té, entre alfombrillas de pacíficos solaces.
¿O es que acaso hay que adornar los postres
con dolores de fanáticos deseos; hay que comerse
el olor putrefacto de los llantos en camillas
para que la ceguera o la estulticia conjuren a los mártires?
Veremos de hacer la pira necesaria
-de fuego ignominioso, de verdades a medias, de mentiras-,
juntando a los soberanos del negocio de las armas
con los caciques protegidos por disquetes invisibles
de playas con palmeras en caribes luminosos.
Y vomitar sin complejos
porque solo la percepción de la revancha inteligente
hará salir a las ratas de sus casas de colores.
Los escondites ya son públicos, ya no es imprescindible
taparse en los largos corredores del fango acumulado
para ser los dueños del mambo y del negocio:
figuras del mundo y la farándula, elegantes figurines, fariseos,
presiden las Asociaciones de la muerte programada.
Solo es necesario, por eso del despiste y de los tontos inútiles,
entender que un negocio es un poema del momento
y que dinero y poderío deben rimar con quiero y albedrío
para acumular sangres y dolores, para coleccionar
muertes cotidianas, cotidianas angustias y tristezas, gritos
a la hora del té, la merienda o la comida.
Luis E. Prieto
Quien me presta una escalera?
Quien me presta una escalera para subir al madero
y quitarle los clavos a Jesus el nazareno? (saeta popular)
Jesus, dile a nuestro padre
que para quererlo no me mueve
ni el cielo que me tiene prometido
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderlo
Nuestro padre me conmueve al verte
clavado en una cruz y escarnecido;
me conmueve ver tu cuerpo tan herido;
me conmueven tus afrentas y tu muerte
Mueveme, en fin, tu amor y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te escuchara
Quien me presta una escalera para subir al madero
y quitarle los clavos a Jesus el nazareno?
¿Dónde está Dios?... ¿Se ve, o no se ve?
por Gloria Fuentes
Si te tienen que decir dónde está Dios, Dios se marcha.
De nada vale que te diga, que vive en tu garganta.
Que Dios está en las flores y en los granos,
en los pájaros y en las llagas,
en lo feo, en lo triste, en el aire y en el agua.
Dios está en el mar y, a veces, en el templo;
Dios está en el dolor que queda y en el viejo que pasa,
en la madre que pare y en la garrapata,
en la mujer pública y en la torre de la mezquita blanca.
Dios está en la mina y en la plaza.
Es verdad que Dios está en todas partes,
pero hay que verle, sin preguntar
que dónde está,
como si fuera mineral o planta.
Quédate en silencio,
mírate la cara.
El misterio de que veas y sientas, ¿no basta?
Pasa un niño cantando, tú le amas:
ahí está Dios.
Le tienes en la lengua cuando cantas,
en la voz cuando blasfemas,
y cuando preguntas que dónde está,
esa curiosidad es Dios, que camina por tu sangre amarga.
En los ojos le tienes cuando ríes,
en las venas cuando amas.
Ahí está Dios, en ti;
pero tienes que verle tú.
De nada vale quien te le señale,
quien te diga que está en la ermita, de nada.
Has de sentirle tú,
trepando, arañando, limpiando,
las paredes de tu casa.
De nada vale que te diga
que está en las manos de todo el que trabaja;
que se va de las manos del guerrero,
aunque éste comulgue o practique cualquier religión,
dogma o rama.
Huye de las manos del que reza, y no ama;
del que va a misa, y no enciende a los pobres
una vela de esperanza.
Suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,
en el Hospital, y en la casa enrejada.
Dios está en eso tan sin nombre que te sucede
cuando algo te encanta.
Pero, de nada vale que te diga
que Dios está en cada ser que pasa.
Si te angustia ese hombre que se compra alpargatas,
si te inquieta la vida del que sube y no baja,
si te olvidas de ti y de aquéllos, y te empeñas en nada,
si sin porqué una angustia se te enquista en la entraña,
si amaneces un día silbando a la mañana
y sonríes a todos y a todos das las gracias,
Dios está en ti, debajo mismo de tu corbata.
EL Verdugo
Sumiso, cual cordero que acompañan
Camino de su propio matadero,
Avanza entre la turba sin entrañas
el hombre más sincero
Cargado con la cruz, no retrocede,
Soporta con heroica valentía
Las burlas que continuas se suceden
Haciendo interminable su agonía.
Lo azotan, y sus labios no maldicen.
Lo insultan, y sus ojos no condenan.
Sus manos doloridas, aún bendicen
A aquellos que por El lloran de pena.
Y asciende hasta la cumbre del Calvario
Cual mártir, sin quejídos ni lamentos.
Envuelven al Señor como un sudario
La sangre y el dolor de sus tormentos.
Lo clavan en la cruz y no se queja…
Levantan el madero y sufre horrores…
Su cuerpo se desgarra, mas El deja
Que el hombre le descargue sus furores.
¿Pero es posible, oh Dios, tanta ceguera?…
¿No ven que aquel ser puro es inocente?…
No pueden acusarlo tan siquiera
De ser ante el dolor indiferente.
Con tanta enfermedad como sanaste,
¿no hay nadie que con pecho agradecido
defienda tu inocencia? ¡Que contraste…!
Hoy todos con temor se han escondido.
Los mismos que horas antes prometían
Su causa defender, lo abandonaron,
Y ocultan su verguenza y cobardía
No lejos del que sufre el desamparo.
Y sigue allá en la cruz: mientras la gente
Le injuria sin piedad, hieren y afrentan.
El ruega con amor al Dios Potente
Que aquel pecado atroz no tenga en cuenta.
¡Con cuánta abnegación sufre el martirio…!
¡Que amor tan sin medida está mostrando!…
Soporta aquel satánico delirio
Y aún ruega por los que le están matando.
Su cuerpo está bañado en sangre pura,
De sangre inmaculada, redentora.
Rebosa ya su copa de amargura
Pero El aguanta firme aquella hora.
Contemplo aquella escena horrorizado,
Al ver la crueldad de aquel proceso.
No entiendo por qué el odio han desatado,
Ni por qué le traicionan con un beso.
Tratando de entender, sigo las huellas
De sangre que deja el Nazareno,
Y encuentro alrededor rostros de piedra
Miradas ponzoñosas de veneno.
Verdugos con las caras impasibles.
Soldados con coraza en los sentidos.
Escribas, fariseos, insensibles
Con alma y corazón empedernidos.
Me acerco y en mi ser siento el impulso
Rabioso de escupir a aquella escoria.
Alli están, los infames que yo acuso
Del crimen más horrendo de la historia.
Les miro y mi sorpresa es pavorosa.
Los seres que yo encuentro allí delante,
Me miran con sonrisa maliciosa
Y en todos se refleja mi semblante.
Mi cara, mi expresión, mis movimientos,
Lo mismo que un espejo reflejaban.
Y ahora, igual que yo, todos a un tiempo
con gesto retadores me acusaban.
¡Señor…! ¿Qué significa?…¿por que un yugo
me une en semejanza tan terrible?
Resulta, que yo soy el cruel verdugo
Que esta crucificándote… ¡¡Es horrible…!!
Me siento avergonzado, confundido,
Al ver con realidad lo revelado.
El principal verdugo, sólo ha sido
La furia criminal de mi pecado.
Mis vicios, mis pasiones y rencores,
El odio, envidia, orgullo y vanidad,
Cual lanza y clavo fueron los autores
Que dieron muerte a Cristo en realidad.
No quiero yo acusar con osadía
Ni a Herodes, ni Pilatos, ni a Caifás.
Si Cristo padeció, la culpa es mía.
No es noble que me excuse en los demás.
¿Por qué te irrita, oh mundo, el ver a veces
la imagen de Jesús crucificado?
Tú mismo que al mirarlo te enterneces,
támbien por culpa tuya fue clavado.
Quien puso a Jesucristo en el madero
No fueron ni judíos ni romanos.
Ha sido tu maldad, el verdadero
Verdugo de aquel crimen tan villano.
Murió por el mortal que no merece
Ni amor ni compasión por su extravío,
Y gracias a su cruz, hoy nos ofrece
Perdón para el pecado tuyo y mío.
¿Que harás ante la gracia Redentora?
Acude con el alma arrepentida,
Que Cristo el Salvador te espera ahora
Dispuesto a darte amor y eterna vida.
Ignoro el autor..
CAMINOS
Señor, ¿no me das la mano?
¿No ves? Me estoy hundiendo
en el cieno del pecado.
Llegué tarde, lo sé, me entretuve
por ese camino andando.
Camino, mejor caminos,
¡hay Señor, anduve tantos!
Anduve por aquel que parecia lucir,
lienzo de nubes de color blanco
y eran nubes de polvo, polvos sucios.
Los ojos de la carne me han engañado.
Caminé con pie firme en el otro,
altiva la cabeza, y encumbrado.
Pero cedió a mis pies todo el camino.
Era Señor, mi orgullo tan pesado,
y el otro iluminado por las velas, los lirios,
las liturgias y los cantos.
Cuando pasé por él, no hubo mas voces.
Las velas y los lirios se apagaron.
¡Como engañan los hombres, Señor mío!
¡Cuantos falsos caminos me indicaron!
Caminé lejos y conté mis pasos.
Miro a mis pies y estoy desalentado.
No moví un paso en este lodo inmundo.
¡Señor, Señor, estoy hundido en el pecado.
Y que será de mí cuando ya sienta
que el fango va subiendo despiadado,
me cubra el pecho y entre en mi garganta,
y se apague mi voz y el fin haya llegado.
¡Hay que será de mí, Señor, Señor!
¿Me escuchas?, perdido estoy
si no me das la mano. Quizás tampoco tú
sacarme puedas. Quizas soy yo que tarde
te he buscado.
¡Pero mira Señor, mira!, ¿no ves?
¿No ves mis ojos? Estan húmedos.
¿Ves?, se han mojado. ¿Ves como golpean
aquí dentro? Mi corazón tambien está llorando.
¡Soy yo, Señor!, yo soy que me arrepiento,
del lodo en que yo mismo me he ensuciado,
de andar por los caminos que me han dicho,
de volverte la espalda Dios amado!
Te dije.... Te dije, Amado. ¿Ves Señor?
Te quiero, te dije Amado. ¿Ves Señor?
Te amo, y lo dije con voz que era un sollozo.
Lo dije de rodillas y temblando.
Quiero estar junto a ti, no quiero lodo.
Quiero tu firme amor, no quiero fango.
No tengo nada, ni me quedan fuerzas.
Mas viviré si tu me das la mano.
¡Señor, Señor! ¿no me respondes?
Más presiento que ocurrira tal vez
algún milagro. Las lágrimas dejaron ya
mis ojos, mi corazón cesó con su quebranto.
¡Señor, Señor! ¿no me respondes?
Y parece como si un viento suave
y perfumado, acariciara con amor mi rostro.
¡¡Señor!! ¡Mira, Señor!, ya no hay mas barro!
Ya puedo caminar con paso firme.
Ya no se mueve el suelo con mis pasos.
Ya no hay lodo que ensucie mas mi vida.
Tú solo me sacaste de este fango.
¡Señor, me diste la mano! ¿no ves?
Jamás he de hundirme en el cieno del pecado.
Porque, limpiaste con sangre,
ese camino de barro.
de http://www.tagnet.org
SEMBRANDO
Marcos Rafael Blanco Belmonte (Al sembrar los montes 1913)
De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.
Aún no se si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!
Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño;
¡desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
—Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.
—¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa?— dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
—«Acaso tú imagines que me equivoco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho;
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!
»Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?...
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.
»Por eso cuando al mundo, triste, contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura».
Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
—«¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!...»
Sakar