DOCTRINA CATÓLICA

Catecismo de San Pío X
De la Doctrina Cristiana
y de sus partes principales

HISTORIA BREVE DE LA RELIGIÓN

PRINCIPIOS Y NOCIONES FUNDAMENTALES 

1. Dios, sapientísimo Creador de todas las cosas, las ordenó todas a Sí como a último fin, esto es, para que le diesen gloria manifestando las divinas perfecciones en los bienes que les comunicó. El hombre, criatura principal de este mundo visible, debía también promover y realizar este fin conforme a su naturaleza racional, con los actos libres de su voluntad, conociendo, amando y sirviendo a Dios, para alcanzar luego de esta suerte el galardón que del mismo Señor había de recibir. Este vinculo moral o ley universal, con que el hombre se halla naturalmente ligado a Dios, se llama religión natural. 

2. Mas, habiendo la bondad divina preparado para el hombre una recompensa muy superior a cuanto él pudiera pensar y desear, esto es, queriendo hacerle partícipe de su misma bienaventuranza, como no bastase ya para fin tan levantado la religión natural, fue menester que Dios mismo le instruyese en los deberes religiosos. De donde se sigue que la Religión, desde el principio, hubo de ser revelada, esto es, manifestada por Dios al hombre. 

3. De hecho fue así, que Dios reveló la religión a Adán y a los primeros Patriarcas, los cuales sucediéndose unos a otros y viviendo juntos muchísimo tiempo„ podían transmitírsela fácilmente, hasta que Dios nuestro Señor se formó un pueblo que la guardase hasta la venida de Jesucristo, nuestro Salvador, Verbo de Dios encarnado, quien no la abolió, sino que la cumplió, perfeccionó y confió como en custodia a la Iglesia por todos los siglos. Todo lo cual se demuestra por la historia de la Religión, que se confunde así puede decirse, con la historia de la humanidad. Por donde es cosa manifiesta, que todas las que se llaman religiones, fuera de la única verdadera revelada por Dios, de la cual hablamos, son invenciones de los hombres y desviaciones de la Verdad, de la que algunas conservan una parte, mezclada empero con muchas mentiras y absurdos. 

4. En cuanto a las sectas o .divisiones que se hicieron de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, las suscitaron y promovieron, o bien los hombres presuntuosos, que abandonaron el sentir de la Iglesia universal por irse voluntaria y obstinadamente tras algún error propio o ajeno contra la Fe, y son los herejes, o .bien hombres orgullosos y -codiciosos de Mando, y que teniéndose por más alumbrados que la santa Iglesia, le arrancaron .una parte de sus hijos, para rasgar, contra la palabra de Jesucristo, la católica unidad, separándose del Papa y del Episcopado a El unido, y son los cismáticos. Mientras tanto, el fiel cristiano católico, que inclina su razón ala palabra de Dios, predicada en nombre de la santa Iglesia por los legítimos Pastores, y cumple fielmente la santa divina ley, camina con seguridad por el camino que le guía a su último fin, y cuanto más se instruye en la Religión, más echa de ver lo razonable de la santa fe. 

5. Este fue cabalmente el modo establecido por Dios para la perpetua tradición de la religión: la sucesiva y continua comunicación de los hombres entre sí, de modo que la verdad enseñada por los mayores se transmitiese en igual forma a los descendientes; lo cual debió durar aun después que en el decurso del tiempo movió él Espíritu Santo diversos escritores a poner en libros compuestos bajo su inspiración una parte de la ley divina. Estos libros escritos con la inspiración de Dios, se llaman Sagrada Escritura, Libros Santos o la Sagrada Biblia. Llámanse libros del Antiguo Testamento los que se escribieron antes de la venida de Jesucristo, y los que se escribieron después, se llaman del Nuevo Testamento. 

6. Aquí Testamento es lo mismo que Alianza o Pacto hecho por Dios con los hombres, a saber: de salvarlos por medio de un Redentor prometido, con la condición de que prestasen fe a su palabra y obediencia a sus leyes. El antiguo Pacto lo asentó primero Dios con Adán y Noé, y después más especialmente con Abrahán y su descendencia; pacto que exigía la fe en el futuro Redentor o Mesías y la guarda de la ley dada al principio por Dios, y promulgada más tarde a su pueblo por medio de Moisés. El nuevo Pacto, después de la venida de Jesucristo, Redentor y Salvador nuestro, lo asienta Dios con todos los que reciben la señal que Él ha establecido, que es el Bautismo, y creen en Él y guardan la ley que el mismo Jesucristo vino a perfeccionar y completar, predicándola en persona y enseñándola de palabra a los Apóstoles. - Estos recibieron de su divino Maestro el mandato de predicar por todas partes el santo Evangelio, y lo predicaron realmente de palabra, antes que fuese escrito por divina inspiración, como después lo fue. Pero ni todos ni solos los Apóstoles escribieron, y ciertamente ni unos ni otros escribieron todo lo que habían visto y oído. 

7. Por cuanto acabamos de decir, y por lo que indicamos en el número 5, se comprende la suma importancia de la Tradición divina, que es la misma palabra de Dios, declarada por Él mismo de viva voz a sus primeros ministros. Por donde en ella también estriba nuestra fe, como en solidísimo fundamento. 

8. Esta Tradición divina, junto con la Sagrada Escritura, es decir, toda la palabra de Dios escrita y transmitida de viva voz, fue confiada por nuestro Señor Jesucristo a un Depositario público, perpetuo, infalible, esto es, a la santa Iglesia Católica y Apostólica; la cual, fundada puntualmente en aquella divina Tradición, apoyada en la autoridad que Dios le ha dado v reforzada con la prometida asistencia y dirección del Espíritu Santo, define qué libros contienen la divina revelación, interpreta las escrituras, fija el sentido en las dudas que acerca de las mismas sobrevienen, decide en las cosas que miran a la fe y a las costumbres, y juzga con sentencias inapelables sobre cuantas cuestiones respecto de estos puntos de suprema importancia puedan de cualquier modo extraviar la inteligencia y el corazón de los fieles creyentes. 

9. Pero adviértase que este juicio compete a aquella parte escogida de la Iglesia que se llama docente o enseñante, formada, primero, por los Apóstoles, y después, por sus sucesores los Obispos, con el Papa a su cabeza, que es el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro. - El Sumo Pontífice, dotado por Jesucristo de la misma infalibilidad de que está adornada la Iglesia, y que le es necesaria para conservar la unidad y pureza de la doctrina, puede, cuando habla ex cáthedra, esto es, como Pastor y Doctor de todos los cristianos, promulgar los mismos decretos y pronunciar los mismos juicios que la iglesia en lo que toca a la fe y a las costumbres, los cuales ninguno puede recusar sin menoscabo de su fe. Asimismo puede ejercer siempre la suprema potestad en todo lo concerniente a la disciplina y buen régimen de la Iglesia, y todos los fieles deben obedecerle con sincero obsequio de la mente y del corazón. En la obediencia a esta suprema autoridad de la Iglesia y del Sumo Pontífice - por cuya autoridad se nos proponen las verdades de la fe, se nos imponen las leyes de la Iglesia y se nos manda todo cuanto al buen gobierno de ella es necesario - consiste la regla de nuestra fe. 

PARTE PRIMERA 

RESUMEN DE LA HISTORIA DEL ANTIGUO TESTAMENTO 

Creación del mundo 

10. En el principio creó Dios el cielo y la tierra, con todo lo que en el cielo y en la tierra se contiene; y aunque pudiera acabar esta gran obra en un solo instante, quiso emplear seis períodos de tiempo, que la Escritura Santa llama días. El primer día dijo: hágase la luz, y hubo luz; el segundo hizo el firmamento; el tercero separó las aguas de la tierra, y a ésta le mandó que produjese hierbas, flores y toda suerte de frutos; el cuarto hizo el sol, la luna y las estrellas; el quinto creó los peces y las aves; el sexto creó todos los otros animales y finalmente, creó al hombre. El día séptimo cesó Dios de crear, y este día, que llamó Sábado, que quiere decir descanso, mandó más tarde, por medio de Moisés, al pueblo hebreo que fuese santificado y consagrado a Él. 

Creación del hombre y de la mujer 

11. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y lo hizo así: formó el cuerpo de tierra; luego sopló en su rostro, infundiéndole un alma inmortal. Dios impuso al primer hombre el nombre de Adán, que significa formado de tierra, y le colocó en un lugar lleno de delicias, llamado el Paraíso terrenal. 

12. Mas Adán estaba solo. Queriendo, pues, Dios asociarle una compañera y consorte, le infundió un profundo sueño, y mientras dormía le quitó una costilla, de la cual formó la mujer que presentó a Adán. Este la recibió con agrado y la llamó Eva, que quiere decir vida, porque había de ser madre de todos los vivientes. 

De los Ángeles 

13. Antes que al hombre, que es la criatura más perfecta de todo el mundo sensible, había creado Dios una infinita muchedumbre de otros seres, de naturaleza más elevada que el hombre, llamados Ángeles. 

14. Los Ángeles, sin forma ni figura alguna sensible, porque son puros espíritus, creados para subsistir sin tener que estar unidos a cuerpo alguno, habían sido hechos por Dios a su imagen, capaces de conocerle y amarle, y libres para obrar el bien y el mal. 

15. En el momento de la prueba, muchísimos de estos espíritus permanecieron fieles a Dios; pero muchos otros pecaron. Su pecado fue de soberbia, queriendo ser semejantes a Dios y no depender de Él. 

16. Los espíritus fieles, llamados Ángeles buenos o Espíritus celestes, o simplemente Ángeles, fueron premiados con la eterna felicidad de la gloria. 

17. Los espíritus infieles, llamados Diablos o Demonios, con su cabeza, que se llama Lucifer o Satanás, fueron lanzados del cielo y condenados al infierno por toda la eternidad. 

Pecado de Adán Eva y su castigo 

18. Había Dios puesto a Adán y Eva en estado perfecto de inocencia, gracia y felicidad, exentos, por tanto, de la muerte y de todas las miserias de alma y cuerpo.

19. Les había permitido que comiesen de todos los frutos del Paraíso terrena, vedándoles solamente que gustasen del fruto de un árbol que estaba en medio del Paraíso, y que la Escritura llama árbol de la ciencia del bien y del mal. Llamósele así porque por él Adán y Eva, en virtud de su obediencia, hubieran conocido el bien, esto es, hubieran tenido aumento de gracia y de felicidad; o en pena de su desobediencia habrían caído ellos y sus descendientes de aquella perfección y experimentado el mal, así espiritual como corporal. Quería Dios que Adán y Eva, con el homenaje de esta obediencia, le reconociesen por Señor y Dueño. El demonio, envidioso de su felicidad, tentó a Eva, hablándole por medio de la serpiente e instigándola a quebrantar el mandamiento recibido. Tomó Eva del vedado fruto, comió, indujo a Adán a que también él comiese, y ambos pecaron. 

20. Este pecado les acarreó a ellos y a todo el linaje humano los más desastrosos efectos. Adán y Eva perdieron la gracia santificarte, la amistad de Dios y el derecho a la bienaventuranza, quedando esclavos del demonio y merecedores del infierno. El Señor pronunció contra ellos la sentencia de muerte, los desterró de aquel lugar de delicias y los lanzó afuera a que se ganasen el pan con cl sudor de su frente, entre innumerables trabajos y fatigas. 

21. El pecado de Adán propagóse luego a todos sus descendientes, excepto María Santísima, y es aquel con que todos nacemos y se llama pecado original. 

22. El pecado original mancha nuestra alma desde el primer instante de nuestro ser, nos hace enemigos de Dios, esclavos del demonio, desterrados por siempre de la bienaventuranza, sujetos a la muerte y a todas las demás miserias. 

Promesa de un Redentor 

23. Pero Dios no desamparó a Adán y a su descendencia en tan desdichada suerte. En su infinita misericordia les prometió luego un Salvador (el Mesías), que había de venir a librar al género humano de la servidumbre del demonio y del pecado y a merecerles la gloria. Esta promesa la fue Dios repitiendo en lo sucesivo otras muchas veces a los Patriarcas y, por medio de los Profetas, al pueblo hebreo 

Los hijos de Adán y los Patriarcas 

24. Adán y Eva, después que fueron lanzados del Paraíso terrenal, tuvieron dos hijos, a quienes dieron los nombres de Caín y Abel. Crecidos ya en edad, Caín se dedicó a la agricultura, y Abel al pastoreo. Habiendo mostrado Dios que se agradaba de los sacrificios de Abel, el cual, piadoso e inocente, le ofrecía lo mejor de su rebaño, y que desdeñaba los de Caín, que le ofrecía los peores frutos de la tierra, éste, lleno de enojo y de envidia contra su hermano, le sacó consigo al campo como para solazarse, arrojóse, sobre él y lo mató. 

25. Para consolar a Adán y Eva de la muerte de Abel, les dió el Señor otro hijo, que llamaron Set, y fue bueno y temeroso de Dios. Adán, durante su larga vida de novecientos treinta años, tuvo otros muchos hijos e hijas, que se multiplicaron y poco a poco poblaron la tierra. 

26. Entre los descendientes de Set y los otros hijos de Adán, los ancianos, padres de inmensa progenie, quedaban a la cabeza de las tribus formadas de las familias de sus hijos y nietos, y eran príncipes, jueces y sacerdotes. La historia los honra con el venerado nombre de Patriarcas. La Providencia les otorgaba larguísima vida para que enseñasen a sus descendientes la religión revelada y para que, velando sobre la fiel tradición de las divinas promesas, perpetuasen la fe en el futuro Mesías. 

El diluvio 

27. Con el correr de los siglos pervirtiéronse los descendientes de Adán y llenóse toda la tierra de vicios y deshonestidades. Por tanta corrupción, primero amenazó, después castigó Dios al género humano con un diluvio universal. Entonces hizo llover cuarenta días con cuarenta noches, hasta que las aguas cubrieron los montes más altos. Murieron anegados todos los hombres; no se salvaron más que Noé y su familia. 

28. Noé, por orden de Dios, recibida cien años antes del diluvio, había empezado a fabricar su Arca, o especie de nave, en que después entró él con su mujer y sus hijos, Sem, Cam y Jafet, con las tres mujeres de éstos y con los animales que Dios le había indicado. La torre de Babel 

29. Los descendientes de Noé se multiplicaron muy luego y crecieron en tan gran numero, que no pudiendo ya estar juntos, hubieron de pensar en separarse. Pero antes determinaron levantar una torre tan alta que llegase al cielo. La obra adelantaba a grandes pasos, cuando Dios, ofendido de tanto orgullo, bajó y confundió las lenguas por manera que los soberbios edificadores, no entendiéndose unos a otros, tuvieron que dispersarse sin llevar, a cabo su ambicioso proyecto. La torre tuvo el nombre de Babel, que quiere decir confusión. 

El pueblo de Dios 

30. Los hombres después del diluvio no permanecieron mucho tiempo fieles a Dios, sino que recayeron muy pronto en las maldades pasadas, y aun llegaron al extremo de perder el conocimiento del verdadero Dios y de entregarse a la idolatría, que consiste en reconocer y adorar como divinidad las cosas creadas. 

31. Por lo cual, Dios, a fin de conservar en la tierra la verdadera religión, escogió un pueblo y tomó a su cargo el gobernarlo con especial providencia, preservándolo de la general corrupción. 

Principio del pueblo de Dios. Renuévase con Abrahán el antiguo pacto 

32. Para padre y tronco del nuevo pueblo escogió Dios a un hombre de Caldea, llamado Abrahán, descendiente de los antiguos Patriarcas por la línea de Heber. El pueblo que de él tuvo origen llamóse Pueblo hebreo. Abrahán habíase conservado justo en medio de su nación, entregada al culto de los ídolos; y para que perseverase en la justicia, le ordenó Dios que saliese de su tierra y pasase a la de Canaán, llamada también Palestina, prometiéndole que le haría cabeza de un gran pueblo y que de su descendencia nacería el Mesías. En confirmación de la palabra de Dios, Abrahán tuvo de su mujer Sara, bien que de edad provecta, un hijo, que llamó Isaac. 

33. Para probar la fidelidad y obediencia de su siervo, le ordenó Dios que le sacrificase éste su único hijo, a quien tanto amaba y en quien recaían las divinas promesas. Pero Abrahán, seguro de estas promesas, no titubeó en la fe, y, como se escribe en la Sagrada Escritura, esperó contra la misma esperanza; dispuso todo lo concerniente al sacrificio, y lo iba a ejecutar. Pero un ángel le detuvo la mano, y en premio a su fidelidad, Dios le bendijo y le anunció que de aquel su hijo nacería el Redentor del mundo. 

34. Isaac, llegado a los cuarenta años, se casó con Rebeca, su prima, madre después a un mismo tiempo de dos hijos: Esaú y Jacob. A Esaú, como primogénito, tocábale la bendición paternal; pero el Señor dispuso que, por la solicitud de Rebeca, Isaac bendijese a Jacob, a quien antes había cedido Esaú, por una mísera compensación, el derecho de primogenitura. 

35. Jacob entonces, para librarse de la ira de Esaú, tuvo que huir a Harán, a casa de su tío Labán, que le dio por esposas a sus dos hijas, Lía y Raquel, y después de veinte años regresó a su casa muy rico y con numerosa familia. A la vuelta, por el camino, antes que se reconciliase con su hermano, en una visión que tuvo, fuéle cambiado el nombre de Jacob por el de Israel. 

36. Jacob fue padre de doce hijos, de los cuales los dos últimos, José y Benjamín, eran hijos de Raquel. Entre los hijos de Jacob, el más discreto y morigerado era José, queridísimo, más que todos, de su padre. Por este motivo le cobraron aborrecimiento sus hermanos, y este aborrecimiento los llevó a tratar contra él, primero la muerte, y después, la venta a ciertos mercaderes ismaelitas, que lo condujeron a Egipto y vendieron, a su vez, a Putifar, ministro de Faraón. Jacob y sus hijos en Egipto 

37. José en Egipto se granjeó luego con su virtud la estimación y afecto de su amo: pero después, calumniado por la mujer de Putifar, fue echado en la cárcel. Allí estuvo dos años, hasta que, por haber interpretado al Faraón o rey de Egipto dos sueños y profetizado que tras siete años de abundancia seguirían siete años de carestía, fue sacado de la cárcel y nombrado virrey de Egipto. En el tiempo de la abundancia hizo José grandes provisiones, por manera que cuando el hambre empezó a desolar la tierra, Egipto rebosaba de víveres. 

38. De todas partes había que acudir allí por trigo; Jacob se vio también forzado a enviar a sus hijos, los cuales no conocieron al principio a José; mas reconocidos de él y dándoseles a conocer, les encargó que llevasen a Egipto a su Padre con toda su familia. Jacob, deseoso de abrazar a su amado hijo, fue allá, y el rey le señaló para su estancia y de los suyos la tierra de Gesén. 

39. Después de diecisiete años de permanencia en Egipto, Jacob, vecino a la muerte, reunió en torno de sí a sus doce hijos, y con ellos a los dos hijos de José, por nombre Efraín y Manasés; recomendó que volviesen a la tierra de Canaán, mas sin dejar olvidados sus huesos en Egipto; los bendijo a todos en particular, prediciendo a Judá, que el cetro o potestad suprema no saldría de su descendencia hasta la venida del Mesías. 

Servidumbre de los hebreos en Egipto 

40. Los descendientes de Jacob, llamados hebreos o israelitas, fueron por algún tiempo respetados y tolerados de los egipcios. Pero multiplicados en gran número, hasta formar un gran pueblo, otro Faraón, que reinó más tarde, los oprimió con el yugo de la más dura servidumbre, llegando a ordenar que todos los hijos varones recién nacidos fuesen arrojados al Nilo. 

Liberación de los hebreos por Moisés 

41. En la espantosa servidumbre de Egipto hubiera perecido todo el pueblo hebreo sin ver la tierra de Canaán, si Dios no viniera a sacarlo prodigiosamente de las manos de sus bárbaros opresores. 

42. Un niño hebreo, por nombre Moisés, había sido salvado providencialmente de las aguas del Nilo por la hija de Faraón, que le hizo instruir y educar en la misma corte de su padre. De él se sirvió Dios para librar a su pueblo y cumplir las promesas hechas a Abrahán. 

43. Crecido ya Moisés, ordenóle el Señor que, en compañía de su hermano Aarón, fuese al Faraón y le intimase que permitiese a los hebreos salir de Egipto. Rehusólo el Faraón. Entonces Moisés, para vencer el endurecido corazón del rey, armado de una vara, hirió el Egipto con diez castigos prodigiosos y terribles, llamados las Plagas de Egipto, la última de las cuales fue que un Ángel, hacia la medianoche, comenzando por el hijo del rey, mató a todos los primogénitos de los egipcios, así de los hombres como de los animales. 

44. La misma noche en que sucedió esta mortandad, los hebreos, de orden de Dios, celebraron por primera vez la fiesta de la Pascua, que quiere decir paso del Señor. He aquí el rito mandado por Dios: que cada familia matase un cordero sin mancilla y rociase con la sangre de él la puerta de su casa, con lo cual estaría a salvo al paso del Ángel; que asase la carne y la comiese luego en hábito de caminante, con el báculo en las manos, como gente que se dispone a la partida. Este cordero, era figura del Cordero inmaculado Jesús, el cual con su sangre había de salvar de la muerte eterna a todos los hombres. 

45. Faraón y todos los egipcios, a la vista de sus hijos muertos, sin más tardanza dieron prisa a los hebreos que saliesen, entregándoles todo el oro y plata y cuanto pidieron. Partieron los hebreos, y después de tres días halláronse junto a la playa del mar Rojo. Paso del mar Rojo 

46. Muy pronto se arrepintió el Faraón de haber dejado salir a los hebreos, e inmediatamente fuese tras ellos con su ejército, y los alcanzó junto al mar. Moisés alentó al pueblo, que estaba espantado a la vista de los egipcios, extendió su vara sobre el mar y las aguas se dividieron de parte a parte hasta el fondo, dejando ancho camino a los hebreos, que pasaron a pie enjuto. 

47. Obstinado el Faraón en su perversidad, se lanzó tras ellos por aquel camino, pero apenas llegó adentro, cayeron sobre él las aguas, y todos, hombres y caballos, quedaron anegados. 

Los hebreos en el Desierto 

48. Pasado el mar Rojo, entraron los hebreos en el Desierto, y en brevísimo tiempo hubieran podido llegar a la tierra prometida, Palestina, si hubieran sido obedientes a la divina ley y a las órdenes de su caudillo Moisés; pero habiendo prevaricado y rebelándose muchas veces, Dios los entretuvo cuarenta años en el desierto, dejando morir allí a todos los que habían salido de Egipto, menos dos solos: Caleb y Josué. Por todo este tiempo proveyó Dios a su mantenimiento con una especie de escarcha de blancos y menudos granos, llamada maná, la cual todas las noches cubría la tierra y a la madrugada la recogían. Pero la noche que precedía al Sábado, día festivo para los hebreos, no caía el maná, por Id cual recogían el doble la madrugada del Viernes. Para beber, proveyóles Dios de agua, que brotó muchas veces milagrosamente de las peñas heridas por la vara de Moisés. Una gran nube, que de día los defendía de los rayos del sol y de noche, mudándose en columna de fuego, los alumbraba y mostraba el camino, los acompañó en todo el viaje. 

Los diez mandamientos de la ley de Dios 

49. Al tercer mes de su salida de Egipto llegaron los hebreos a la falda del monte Sinaí. Allí fue donde, entre relámpagos y truenos, habló Dios v promulgó su ley en diez mandamientos, escritos en dos tablas de piedra, que entregó a Moisés en la cima del monte. 

50. Mas cuando bajó, a los cuarenta días, de hablar con el Señor, halló Moisés que el pueblo hebreo había caído en la idolatría y adoraba un becerro de oro. Abrasado de santo celo por tamaña ingratitud e impiedad, hizo pedazos las tablas de la ley, redujo a polvo el becerro y castigó con la muerte a los principales instigadores de tan grave pecado. Volvió a subir al monte, imploró el perdón del Señor, recibió otras tablas de la ley, y cuando bajó quedó atónito el pueblo al ver que de la faz le salían rayos de luz que la llenaban de gloria y resplandor. 

El Tabernáculo y el Arca

51. Aquí, al pie del Sinaí, fabricó Moisés, por orden de Dios, y según las divinas prescripciones, el Tabernáculo y el Arca. El Tabernáculo era una gran tienda a modo de templo que se levantaba en medio de los reales cuando los hebreos acampaban. El Arca era un cofre de madera preciosísima, guarnecido por dentro y por fuera de oro purísimo, donde después se pusieron las tablas de la ley, un vaso del maná del desierto y la vara florida de Aarón. 

52. Muchas veces los hebreos en el desierto, por murmuraciones contra Moisés y contra el Señor, se atrajeron graves castigos. Fue notable entre éstos el de las serpientes ponzoñosas, por cuya mordedura pereció gran parte del pueblo; muchos, arrepentidos después, sanaron de las mordeduras mirando una serpiente de metal que, levantada en un asta por Moisés, presentaba figura de cruz. La virtud de este emblema era símbolo de la virtud que había de tener la santa Cruz para curar, las llagas del pecado. 

Josué y la entrada en la tierra de promisión 

53. Después de haberlos detenido por espacio de cuarenta años en el desierto, introdujo Dios a los hombres en la tierra de promisión. Moisés la vio desde lejos, pero no entró; Josué le sucedió en el gobierno del pueblo. 

54. Precedidos del Arca, pasaron el río Jordán, cuyas aguas se habían parado para dejar libre el paso por el cauce del río: tomaron la ciudad de Jericó, sojuzgaron los pueblos que habitaban la tierra de Canaán y la dividieron en doce partes, según el número de tribus. Así castigó Dios por medio de su pueblo los gravísimos delitos de aquellas naciones. Estas tribus tomaron el nombre de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Benjamín, hijos de Jacob, y de Efraín y Manasés, hijos de José. Sin embargo la tribu de Leví no tuvo territorio aparte. Dios la llamó al oficio sacerdotal y quiso ser El mismo su porción y su herencia. De la tribu de Judá, según había profetizado Jacob a la hora de su muerte, nació más tarde el Redentor del mundo. 

Job 

55. Por aquellos tiempos vivía en Idumea un Príncipe muy acaudalado y justo, por nombre Job, el cual temía a Dios y guardábase de obrar mal. Queriendo el Señor hacer de él un dechado de paciencia en las mayores penalidades de la vida, permitió que Satanás le tentase con tribulaciones inauditas. En pocos días le arrebataron sus inmensas posesiones, la muerte le privó de su numerosa familia y él mismo vióse herido en todo el cuerpo de unas úlceras malignas. Atribulado Job con tantas desgracias, no pecó por impaciencia; derribóse la faz en tierra, adoró al Señor, y dijo: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor". Dios, en premio de su resignación, le bendijo y devolviéndole la salud, le dio más prosperidades que antes. Todo esto se describe luminosamente. en uno de los libros santos titulado Job. 

Los hebreos bajo los jueces 

56. Habiéndose apoderado de Palestina los hebreos guiados por Josué, ya no la abandonaron; siendo gobernados según la ley de Moisés, o por los ancianos del pueblo, o por jueces, y más tarde por reyes. Los jueces eran personas (entre ellas dos mujeres: Débora y Jael) suscitadas y elegidas por Dios de tiempo en tiempo para librar a los hebreos siempre que en castigo de sus pecados caían bajo la dominación de sus enemigos. 

57. Los dos jueces más ilustres fueron Sansón y Samuel. Dotado Sansón de una fuerza extraordinaria y maravillosa, molestó y causó durante muchos años mil estragos a los filisteos, enemigos de Dios muy poderosos. Traicionado después y perdidas sus prodigiosas fuerzas, recogió las que le quedaban para sacudir y derribar un templo de sus enemigos, bajo cuyos escombros se sepultó con muchos de ellos. Samuel, último de los jueces, vencidos ya los filisteos, juntó por orden de Dios al pueblo, que alborotado hedía rey, y en su presencia eligió y consagró a Saúl, de la tribu de Benjamín, por primer rey de todo el pueblo hebreo. 

Los hebreos bajo los reyes 

58. Muchos años reinó Saúl, mas después de los dos primeros fue desechado por Dios a causa de una gravísima desobediencia, y fue ungido y consagrado rey un joven por nombre David, de la tribu de Judá, quien luego se hizo célebre matando en singular combate a un gigante filisteo llamado Goliat, que insultaba al pueblo de Dios puesto en orden de batalla. 

59. Saúl, derrotado por los filisteos, se dio la muerte Entonces subió al trono David, que reinó sobre el pueblo de Dios cuarenta años. Acabó de conquistar toda la Palestina, sojuzgando a los infieles que allí quedaban, y se enseñoreó especialmente de la ciudad de Jerusalén, que eligió para asiento de su corte y capital de todo el reino. 

60. A David sucedió Salomón, que fue el hombre más sabio que hubo jamás. Edificó el templo de Jerusalén y gozó de largo y glorioso reinado. Pero los últimos años de su vida, por las artes insidiosas de mujeres extranjeras, cayó en la idolatría, y algunos temen por su eterna salvación. 

División del Reino 

61. Sucedió al Rey Salomón su hijo Roboán. Por no querer éste aliviar la carga durísima de los tributos impuestos por su padre, se le rebelaron diez tribus, que tomaron por rey a Jeroboán, cabeza de los insurrectos y solas dos tribus permanecieron fieles a Roboán, las de Judá y Benjamín. El pueblo hebreo se halló de este modo dividido en dos reinos, el reino de Israel y el reino de Judá. Estos dos reinos no se unieron ya más, sino que cada uno tuvo historia por sí. 

Reino de Israel y su destrucción 

62. Los reyes de Israel, en número de 19, todos perversos y sumidos en la idolatría, a la que arrastraron la mayor parte del pueblo de las tribus, gobernaron por espacio de doscientos cincuenta y cuatro años. Finalmente, en castigo de sus enormes iniquidades, parte del pueblo fue dispersado, parte llevado cautivo a Asiria por Salmanasar, rey de los Asirios, y el reino de Israel cayó para no levantarse más. (A. a. C. 722.) Enviáronse para repoblar el país colonias de gentiles, a los que se asociaron en tiempos sucesivos algunos israelitas vueltos de su destierro y algunos malos judíos, y entre todos formaron después un pueblo, que se llamó Samaritano, enemigo acérrimo de la nación judaica. Entre los israelitas llevados cautivos a Nínive, capital de Asiria, se halló Tobías, varón santísimo de quien hay en los Libros Santos una particular historia, muy acomodada para hacernos cobrar alta estima del santo temor de Dios y de las disposiciones de su providencia. 

Reino de Judá y cautividad de Babilonia 

63. Los reyes de Judá, en número de 20, de los cuales algunos fueron piadosos y buenos y otros harto criminales, reinaron en junto trescientos ochenta y ocho años.

64. En tiempo de Manases, uno de los últimos reyes de Judá, aconteció lo que se escribe en el libro que se titula de Judit, la cual, matando a Holofernes, capitán general del rey de los Asirios de aquel tiempo, libró la ciudad de Betulia y toda la Judea. Más tarde, otro rey de los Asirios, por nombre Nabucodonosor, puso fin al reino de Judá; se apoderó de Jerusalén y la destruyó, junto con el templo de Salomón, hasta los cimientos; hizo prisionero y sacó los ojos a su último rey, Sedecías, y al pueblo lo llevó cautivo a Babilonia. 

Daniel 

65. Durante la cautividad de Babilonia vivió el profeta Daniel. Escogido con otros jóvenes hebreos para ser educado y luego destinado al servicio personal del rey, se granjeó con su virtud la estimación y afecto de Nabucodonosor, mayormente después de haberle manifestado e interpretado un sueño que éste había tenido y de que después se había olvidado. También fue muy amado del rey Darío: pero los émulos le acusaron de adorar a su Dios. desobedeciendo el edicto real que lo prohibía, y lograron que fuese arrojado al foso de los leones, de los que Dios le guardó ileso milagrosamente. 

Fin de la cautividad de Babilonia y vuelta de los hebreos a Judea 

66. La cautividad de Babilonia duró setenta años, después de los cuales los judíos alcanzaron de Ciro la libertad. Vueltos a su patria, guiados por Zorobabel (A. a. C. 539), reedificaron Jerusalén y el Templo, alentados en la santa empresa por Nehemías, ministro del rey, y por el profeta Ageo. 

67. Mas no todos regresaron a su patria. Entre los que se quedaron en tierra, extranjera se halló por divina disposición, Éster, la cual, escogida por el rey Asuero para esposa suya, salvó después a su pueblo de la ruina a que estaba condenado por el rey, instigado por el ministro Amán, que aborrecía. a Mardoqueo, tío de la reina. 

68. Los judíos, recobrada la libertad, fueron en adelante más fieles al Señor, viviendo en la guarda de sus propias leyes y reconociendo por cabeza de su nación al Sumo Sacerdote, con cierta dependencia, ya del rey de Persia, ya del de Siria o de Egipto, según la suerte de las armas. 

69. Entre estos reyes, algunos dejaron en paz a los judíos y otros los persiguieron para reducirlos a la idolatría. El más cruel tirano fue Antíoco Epífanes, rey de Siria, quien publicó una ley por la que todos sus vasallos estaban obligados, so pena de muerte, a abrazar la religión gentílica. Muchos judíos entonces consintieron en aquella impiedad, pero, muchos más se mantuvieron firmes y se conservaron fieles a Dios, y otros muchos murieron con glorioso martirio. Así acaeció a un santo anciano que se llamaba Eleazar y a siete hermanos, qué se decían Macabeos, con su madre. 

Los Macabeos 

70. Alzáronse entonces contra el impío y cruel Antíoco algunos intrépidos defensores de la religión y de la independencia de la patria, a la cabeza de los cuales, se puso un sacerdote, por nombre Matatías, con sus cinco hilos, virtuosos y esforzados como él. Se retiró primero a los montes, y juntando allí a otros valientes, bajó y desbarató a los opresores. 

71. Judas, por sobrenombre Macabeo, hijo de Matatías, prosiguió la guerra comenzada por su padre, y con el favor de Dios y con la ayuda de sus hermanos fundó el pequeño reino llamado dé los Macabeos, que por espacio de ciento veintiocho años gobernaron la Judea como pontífices y capitanes, y después también como reyes. Este gran capitán, llamado en la Sagrada Escritura varón fortísimo, dio insigne ejemplo de piedad con los difuntos y confirmó solemnemente la fe en el purgatorio, ordenando una gran colecta de dinero con destino a Jerusalén, para que allí se ofreciesen dones y sacrificios en sufragio de los que habían caído muertos en la guerra santa. Fue por sus muchas victorias bendecido del pueblo y el terror de sus enemigos. Mas al fin, oprimido de éstos, y no sostenido de los suyos, murió como héroe con las armas en la mano el año 161, antes de la era cristiana. A Judas Macabeo sucedieron uno en pos de otro sus hermanos Jonatás y Simón, y después el hijo de éste Juan Hircano, que gobernó sabia, gloriosa y felizmente. 

72. Pero los hijos y descendientes degeneraron de la virtud de sus mayores, y discordes entre sí se enzarzaron en desastradas contiendas con sus poderosos vecinos, y en breve la Judea, perdidas las fuerzas y la autoridad, vino a caer poco a poco en poder de los romanos. Los romanos y fin del reino de Judá 

73. Los romanos la hicieron primero tributaria, y poco después le impusieron un rey de nación extranjera, Herodes el Grande, llamado así por algunas felices empresas, pero no ciertamente grande a juicio de la historia, la que no calla las trapacerías y vilezas que empleó para subir al ambicionado poder, del cual se valió más tarde paró perseguir la persona adorable de Jesucristo en su infancia. Afortunado en lo exterior, vivió y murió desgraciadísimo: fin ordinario de los perseguidores. Tras él reinaron, con más o menos extensión de poderío, tres hijos suyos y dos nietos, pero duró poco su gloria, pues el reino fue presto reducido a provincia del imperio romano, que envió un gobernador para que la gobernase en su nombre. 

Los Profetas 

74. Para conservar a su pueblo en la guarda de la ley, o para volverlo a ella de nuevo, cuando prevaricaba y en especial para preservarlo de la idolatría, a que poderosamente propendía, suscitó Dios en todo tiempo hombres extraordinarios llamados Profetas, que inspirados por El predecían los sucesos por venir. 

75. Algunos de estos Profetas, como Elías y Elíseo, no dejaron nada escrito, pero de ellos y de sus hazañas se hace mención en la Historia Sagrada. Otros dieciséis dejaron escritas sus profecías, que se conservaron entre los Libros Santos. 

76. Cuatro de éstos, Jeremías, Daniel, Ezequiel e Isaías, se llaman mayores, porque sus profecías son más extensas; los otros doce se llaman menores, por la razón contraria. 

77. El principal encargo de los Profetas era conservar viva la memoria de la promesa del Mesías y preparar al pueblo para que le reconociese. Muchos siglos antes anunciaron el tiempo preciso de su venida, y describieron con tales pormenores su nacimiento, vida, pasión y muerte, que, leyendo el conjunto de sus profecías, más parecen historiadores que Profetas. Algunas profecías relativas al Mesías 

78. He aquí algunas profecías que se refieren al tiempo de la venida del Mesías. El profeta Daniel, hacia el fin de la cautividad de Babilonia, anunciaba con toda claridad que el Mesías aparecería, viviría, sería negado y muerto por los judíos de allí a setenta semanas de años, y que poco después Jerusalén sería destruida y los judíos dispersados, sin poderse ya constituir en nación. 

79. Los profetas Ageo y Malaquías anunciaban a los judíos que el Mesías vendría al segundo templo, y por consiguiente antes de su destrucción. El profeta Isaías, además de describir muchas circunstancias del nacimiento y vida del Mesías, anunció que, después de su venida, se convertiría la gentilidad. 

80. Lo que éste y demás Profetas anunciaron tuvo su cumplimiento. A saber: se cumplieron las setenta semanas, fue destruida Jerusalén, destruido el segundo Templo, los judíos fueron y siguen derramados por toda la tierra, y se convirtieron los gentiles: luego el Mesías debe haber venido. Más todas estas profecías tuvieron su realización en la personó de nuestro Señor Jesucristo, y sólo en El; luego El es el verdadero Mesías prometido.