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Otros números
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Número uno
Joey Ramone: In memoriam
Nuestra Banda Sonora:
elefant dosmiluno
Joy Division: ¿un grupo de culto?
Pedrito de Andía: un pijo para un pueblo
Mi interruptor
"Gabba, gabba, hey!:Un homenaje a Joey
Ramone
Vaya patín: Bilbao sobre ruedas
¿Quién con 15 años
no ha deseado ser un mod?
Cosa sucia: Una visión retroprogresiva de la mujer en
la publicidad
La muela del ego: Un nuevo artículo de El Zurdo
Dyc con Cola: Volver a los conciertos con más años, más canas, más
responsabilidades
Chicas Burda: Reflexiones a propósito de un tema de Los
Cardiacos
Alta fidelidad: La novela de Nick Hornby, la música
pop, las chicas,...
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Número Seis
"..Tus labios rojos se atrevieron a preguntar quién eran
áquellos del I don't care. ...Y yo jamás te hubiera conocido si no
llega a ser por Los Ramones..."
"Los Ramones" - Pistones
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Joey Ramone: In memoriam
Es curioso que una de las muertes más sentidas en los últimos tiempos
sea la de un macarra norteamericano, presumiblemente violento, politoxicomano,
...
Como escribiría cualquier sociólogo columnista bien remunerado de la prensa
establecida, ¿qué referentes estamos ofreciendo a nuestros jóvenes para
que lloren - bueno, no nos pasemos, tan sólo unas lágrimillas- por un
personaje como Joey Ramone?.
Quizás me equivoque, en cualquier caso no sería más que una nueva decepción
a sumar al capítulo de desencantamiento de mi universo, pero Joey y los
Ramones eran AUTENTICOS: calificativo manido por las ofertas de la tercera
planta de El Corte Inglés y por los anuncios de bebidas refrescantes -
y, no lo olvidemos, desatascadoras de retretes- pero actitud necesaria
en un mundo dominado por el parecer y el juego de espejos.
^^
Nuestra Banda Sonora: elefant dosmiluno
¿Tu mujer te ha obligado a malvender o tirar a la basura tu colección
de vinilos porque con los jarrones de Ikea, la colección de revistas El
Mueble y el biombo chino (sois una pareja moderna), no hay sitio para
ellos en vuestro piso de setenta metros cuadrados?
¿Ya no puedes escuchar música en tu casa porque interrumpes las sesiones
de yoga de tu mujer o despiertas a la criatura que duerme amenazante en
tu antiguo cuarto de lectura y audiciones musicales?
¿No puedes comprar música porque tu mujer te controla todos los gastos
ya que quiere que en veinte años amortices la hipoteca y puedas nuevamente
endeudarte en un bonito chalet "acosado"con vistas a la barbacoa,
el Audi y el chándal de tu vecino?.
¿El trabajo , la seriedad ("...¿te acuerdas las pintas que llevabas
cuando eras mod"), las animadas cenas de matrimonios jóvenes ( "nos
hemos comprado un nuevo coche") o las criaturas amenazantes te han
apartado de la música (¡quién lo diría recordándote consumidor compulsivo
de todas las inciativas musicales de los años ochenta!)?
¡Pues, no! Esta situación se va acabar porque hoy ¡has decidido comprarte
un disco !...pero, ¡maldición!, ¿qué música adquirir si hace años que
no escuchas la radio (¡Juan de Pablos, por favor, adelanta el horario
de emisión!) y no sabes qué sonidos pueden ser atractivos - tú que fuiste
un melómano exigente y con gusto- en el año 2001?
Tranquilo, amigo lector. Nuestra banda sonora está especialmente dedicada
a melómanos despistados. Elefant dosmiluno es un buen catálogo para conocer
probablemente la música más exquisita y atractiva que se hace en nuestra
país. Si necesitas retomar el amor por la música, el sello Elefant te
puede reconciliar con el mundo musical con la selección más completa y
distinguida de pop con todos sus matices (desde los posicionamientos más
naif de La pequeña Suiza o Niza hasta las propuestas electrónicas de Ibon
Errazkin pasando por viejos conocidos como Carlos Berlanga o las eternas
Vainica).
Escuchar este disco es un primer paso en tu liberación, quizás el siguiente
es prender fuego a la casa... Don Pin Pon
^^
Joy Division: ¿un grupo
de culto?
Mi amigo y redactor en jefe de este panfletillo, Juan el talibán , me
ha pedido que escriba algunas reflexiones sobre Joy Division. Y lo primero
que me viene a la mente cuando pienso en esta banda de culto es precisamente
eso: ¿cómo puede considerarse una banda de culto a un grupo que tuvo apenas
tres años de existencia y que tan sólo grabó dos LPs (Unknown pleasures
y Closer)?
Muchas veces he pensado que quizás, si Ian Curtis no se hubiera ahorcado
en la cocina de su casa una mañana de mayo de 1980, el interés que genera
Joy Division no sería el mismo. Ya sabemos que los humanos somos muy morbosos
con el tema de la muerte, sobre todo si el que acaba con la vida de alguien
es uno mismo. Y si además es joven y talentoso, mejor que mejor. Es que
nos encanta eso de llamarlos el músico maldito, o el poeta maldito.
¿Despertarían el mismo interés Elvis, James Dean o Jimi Hendrix si no
hubieran muerto jóvenes? La pregunta es retórica porque obviamente, nunca
lo sabremos. Sin embargo y, al margen de estas consideraciones, el hecho
es que Joy Division es realmente una banda prácticamente irrepetible tanto
por el tipo de música que hacían, como por sus letras desgarradas y por
la compleja personalidad de sus miembros, sobre todo la de su lider, Ian
Curtis.
Warsaw
Joy Division nació en 1977 en Manchester de un germen inicial que se había
llamado Stiff Kittens y de su evolución posterior a Warsaw (aquí ya se
comprobaba la admiración de Curtis por David Bowie, este nombre lo extrajo
del título de una canción de Bowie, Warsawa).
El nombre definitivo del grupo, Joy Division, fue extraido de la simbología
de la segunda Guerra Mundial: las joy divisions eran mujeres obligadas
a prostituirse para satisfacer las necesidades sexuales de los oficiales
nazis. Comenzaba el ocaso del punk y su música sintética fue como una
oleada de aire fresco en el panorama musical británico.
Pero no sólo fue ese aire de renovación lo que les hizo grandes, Joy
Division escribieron unas letras que hablaban de sentimientos, nada que
ver con la "riot song" predominante. Suele decirse también que
hacían canciones "oscuras". No lo creo. Puede que sean oscuras
por la voz cavernosa de Curtis y por el altísimo tono del bajo en todas
sus canciones, pero nada más. He de reconocer que las primeras veces que
escuché su música yo también pensé que era oscura. Pero una vez, una prima
mía con la que solía discutir muy a menudo de música, y que por cierto
fue la que me prestó mi primera cinta de Joy Division - por la otra cara
recuerdo que había un Grandes Éxitos de los Cars, ¡qué paradoja! - me
dijo: "Joy Division son muy optimistas, lee sus letras con atención
y verás". Así lo hice y cual fue mi sorpresa cuando las mismas canciones
que había escuchado con anterioridad me ofrecían ahora otra versión, mucho
más luminosa.
Ian Curtis y sus complejos
Separar la música de Joy Division de la personalidad y la ajetreada vida
de su lider Ian Curtis es una tarea realmente ardua, prácticamente imposible
(es lo que tienen las bandas de culto). Y Curtis era un tipo con una personalidad
compleja pero sobre todo, un acomplejado. Acomplejado por su frágil estabilidad
emocional y, sobre todo, por tener que medicarse prácticamente a diario.
Y probablemente sus canciones eran la única forma de escapar de estos
complejos. Para mi, las canciones de Joy Division navegan entre la vitalidad
del contenido y la oscuridad de la forma.
Otro de los aspectos que a mi entender los hace únicos es esa actitud
provocadora que demostraban. A diferencia de otros grupos más o menos
contemporáneos como los Who, los Clash o los Sex Pistols, no actuaban
por pose o como una forma de llegar a los medios. Curtis necesi- taba
hacer todo de forma extrema, porque sino, - y volvemos a lo mismo - se
sentía mediocre, del montón y entonces, podía sumirse en una profunda
depresión, que era lo que más le aterrorizaba. Era un provocador, sí,
pero por necesidad.
Pero quizás el factor que mejor explique su entrada en la leyenda sea
que Joy Division fueron y siguen siendo los compañeros de viaje de aquellas
personas a las que, de vez en cuando, les gusta tocar fondo. Jim Morrison
era de esta manera. Y también Ian Curtis. Y quizás por eso, no hay mejor
música para una depresión que The Doors o Joy Division. Hay mucha gente
- entre la que me incluyo - que en los malos momentos prefiere escuchar
People are strange o She's lost control antes que London Calling o My
generation.
Ahora, ya podéis juzgar vosotros mismos, ¿es esto suficiente para hablar
de ellos como de una de las bandas más influyentes del siglo? ¿Hubieran
entrado en la leyenda si Ian Curtis no se hubiera suicidado? Nunca lo
sabremos. Lo que sí sabemos es que cuando decidió acabar con su vida estaba
escuchando The Idiot de Iggy Pop y que en su lápida hay una inscripción
que reza Love will tear us apart.
Mr Shankly
^^
Pedrito
de Andía: un pijo para un pueblo
Viajad por España y visitad sus ciudades. En sus ciudades, pasead por
su parte antigua o monumental. En esa parte triste y nostálgica, alfombrada
de adoquines, buscad el escaparate de una vieja librería. Allí lo veréis,
escondido en unos sopórtales, con los marcos del cristal en madera verde
y un cartel que dice "RESERVAMOS LIBROS DE TEXTO, TODAS LAS CARRERAS
Y OPOSICIONES". Y en el lugar de honor; un libro. Es una novela romántica,
algo decimonónica, bien escrita, bastante desfasada, un tanto folklórica,
un mucho de cursi y supuestamente pintoresca. Se vende, no como best-seller
del verano, sí como un recuerdo turístico con clase. Y es que se desarrolla
en la vieja ciudad, por sus calles o en los campos de alrededor. En Santiago
es "La Casa de la Troya", en Santander "Peñas Arriba"
o "Sotileza", en Oviedo "La Regenta", en Pamplona
"Fiesta", en Soria "El Santero de San Saturio", en.....
y así, de Norte a Sur, en todas partes. ¿En todas? No, en todas no. En
las librerías bilbaínas no hay novela protagonista, hay otras cosas como
"Aprenda a tocar la txalaparta en 15 días", "Asterix eta
Obelix kaska ke kaska", "El Putrenjeim, sueño y realidad"
y mil maravillas más. ¿Qué pasa aquí? ¿Es qué no hay una sola novela costumbrista
y lugareña? ¿Es qué los de Bilbao están tan ocupados marcando goles que
a nadie se le ha ocurrido escribir un libro? ¡Pues nada de eso!
Novela bilbaina
En Bilbao hay una novela estupenda. Si me apuran, la mejor novela española
de la 2ª mitad del siglo XX. Si me amenazan con torturarme diré que quizás
sea una de las 10 mejores novelas en castellano del siglo XX.
Y si me tocan un pelo hasta confesaré que es una de las 100 mejores novelas
que se han escrito por aquí desde el Quijote. Pero mira tú qué gracia...
¡Nadie te la vende! Y no sólo no te la venden, ¡ni tan siquiera te la
prestan! (prueba a pedirla en la Biblioteca de Getxo y verás qué risas).
Luego os contaré por qué pasa esta cosa tan graciosa pero primero dejadme
que os cuente algo del librito de marras.
Incipit vita nuova
¿No os ha pasado a veces, en uno de esos tiempos muertos en que la cabeza
se va a la infancia o a la adolescencia, que recordáis algún momento bochornoso
y vergonzante de vuestra inmadurez y solo de pensarlo os sonrojais? ¿No
os ha pasado nunca que analizáis lo que hicisteis en aquel último verano
de mostos con Cointreau y os dais cuenta de que indudablemente erais unos
perfectos imbéciles? ¿No os ha pasado siempre que de esa vida de pijo
capullo y subnormal, que os ocupó unos cuantos años de vuestra existencia,
guardáis un silencio pudorosamente sepulcral? Pues imaginaos que hubiera
un tío con los huevos suficientes (2 pero muy grandes) para poner todo
ese ridículo existencial por escrito. Imaginaos, además, que el exhibicionista
ese tuviese un talento para la escritura aún más sobredimensionado que
sus adminículos reproductores. Y por último, imaginad que esa adolescencia
lamentable se desarrollase en el Bilbao de los felices años 20, entre
fiestas, clubes supuestamente elitistas, amas de cría, viajes al extranjero,
colegios jesuíticos, hotelitos de Neguri, Rolls Royces y baños en la playa
de Las Arenas. Pues eso es "La Vida Nueva de Pedrito de Andia".
Es la autobiografía con acné de un pijo bilbaíno cursi, bastante bobalicón,
romántico tardío, meapilas y beatorro que da en llamarse Pedrito de Andia
y que se enamora de una especie de Anne Igartiburu con pelas y prosodia
lingüística, a la que se pueden aplicar los mismos calificativos que a
Pedrito, pero que encima disfruta de una sosez a medio camino entre los
mejillones y los arrecifes coralinos (ya os he dicho que era una especie
de Anne Igartiburu).
fondo de cultura clásica, el toque folklórico de una fiesta vasca, el
paraíso perdido de un imaginario pueblo costero donde se ubica el caserío
familiar, las excursiones a Biarritz, los paseos en balandro desde el
antiguo marítimo, las viejas historias familiares, la murga lejana del
txistu y del tamboril y los consejos en vizcaino del aña Tiburtzi y ya
la tenemos liada. Os lo advierto, no vais a dejarla a medio leer.
Motivo del olvido
¿Tendría éxito un streaptease de Lola Ferrari ante las señoras de la Adoración
Nocturna? ¿Tendría éxito el jamón ibérico en una convención de fabricantes
de babuchas de la OLP?
¿Tendría éxito Sam Cooke en una actuación ante la plana mayor del Ku-Kux-Klan?
Me da que no. Pues ahora pensad en vender en el Bilbao de fin de siglo
el libro de un fascista como Rafael Sánchez Mazas, ministro sin cartera
durante la dictadura del general Franco y fundador de la Falange. ¡Ni
de coña!
Pero yo he hecho un experimento: Le presto el libro a 10 sujetos escogidos
al azar entre personal de marcada ideología nazionalista habiendo tomado
la precaución de retirar la solapa de la contraportada donde viene el
pedigree del autor. Resultado: Para la pagina 52 el 100% de la muestra
se está corriendo de gusto y me cuentan que es un libro precioso. Y es
que en Pedrito hay mucho de esa cosa, tan falsa y tan populona, que es
la víscera pequeño-patriotera, y que tanto gusta a los que creen tener
ideología. A mi solo me queda reírme.
Y a ti sólo te queda leerlo, porque tu eres de los míos. Eres de los que
saben que quizás a Sallinger le huela el aliento, que Richmal Crompton
era una señorona inglesa, que Bernard Shaw era un comunistón viviendo
como capitalista, que Rousseau era de todo menos consecuente, que Oscar
Wilde confundía el geranio con el colector de escape, que Jesucristo era
un hippy de mierda y que John Ford era un apestoso católico dipsomaníaco.
Y sabiéndolo, ni lo censuras ni te preocupa, simplemente sonríes porque
sabes. Y a tí, como a mí, de este absurdo pedazo de historia donde vivimos
solo te preocupa conocer el momento exacto en que tirarán de la cadena
para saltar a tiempo del fondo de la taza. Y te vas a comprar el Pedrito
de Andia y vas a jugar a adivinar quién se oculta bajo cada nombre y qué
familia negurítica se esconde tras cada apellido. Y vas a ir en romeria-penitente
a Begoña para cruzarte con Unamuno, otro castigado (el Manifiesto del
Partido Comunista al lado del prólogo de Vida de Don Quijote y Sancho
resulta una ñoñez burguesa), en las escaleras de Mallona, y sentir el
más estúpido de los éxtasis místicos de la literatura castellana.
Y vas a odiar a Pedrito porque es un imbécil. Y ese imbécil fuiste tú,
aunque tú, como yo, de ese Bilbao modelo "roaring twenties"
sólo has visto los últimos gases de la cola del cometa.
Alex Tornasol
Dedicado A Ernest Lluch que siempre vio a Pedrito de Andia como una apología
de la violencia (????) y al que, indudablemente, habrá hecho mucha ilusión
que le asesinen los fans de "Asterix eta Obelix".
^^
Mi interruptor
De pequeño tenía un interruptor en la cocina. Era un interruptor de la
vieja instalación eléctrica y por él nunca pasaba la corriente. Estaba
pegado al marco de la ventana, tras la cortina y tan arriba que, para
llegar a él, debía subirme a una silla. Cuando lo cambiaba de posición
sonaba compacto y algo hueco; un clic melodioso, sin chasquidos. Como
si deseara ser apretado. Parecía que en aquella nueva posición estaba
más cómodo, que aquélla era la buena.
De pequeño, cuando deseaba que algo cambiara, apretaba el interruptor.
No se encendía ninguna luz y ningún electrodoméstico se agitaba. Tampoco
se apagaba ninguna farola de la calle. Pero yo sentía que algo había cambiado
en un segundo, que en el universo había ocurrido una perturbación, pequeña
tal vez, pero que podía ser de grandes consecuencias. Con sólo yo apretar
un botón, algo, en alguna parte del mundo ya no era como antes. Yo me
sentía parte del mundo, yo era parte esencial del gran circo y, por tanto,
en mi vida también había cambiado algo. Y sonreía, porque era lo que quería.
Así que, como todos los niños, yo también fui paranoico y por eso, cuando
algo no me iba como quería, cambiaba el interruptor de posición.
Otras veces, recuerdo, tenía más claro lo que quería que cambiara. Esto
es: tenía un deseo definido. Entonces, el interruptor no sólo servía para
que se alterara algo del cosmos, sino que era un instrumento de ejecución.
Algo así como el conmutador de una silla eléctrica. Puede sorprender,
y tendría que sorprender tanto como echar moneditas a un estanque, soplar
unas velas, partir un hueso del pollo o rezar en un templo. Al menos,
yo era más original y tenía mi propio enchufe.
El otro día me acordé de él. Me acordé porque deseaba apretarlo con todas
mis ganas y alterar así el fluir de las cosas. Fui a la cocina, llegué
a la ventana y aparté la cortina. Ya no estaba. Según me cuentan, hace
años que se quitó.
Ahora, busco otro interruptor. Quiero encontrar otro objeto que sea capaz
de torcer el destino. Quiero encontrarlo pero no lo encuentro.
Corusco
^^
"Gabba, gabba, hey!:
Homenaje a Joey Ramone"
Yo nací el año en que se juntaron por primera vez los Ramones. Y eso
quiere decir algo. No porque posea un especial afán narcisista ni un ego
excesivamente desarrollado. Es solamente que no encuentro otra explicación
a la admiración que siento por ellos. Porque reconozcámoslo, han sido
una banda punkosa (ya sabéis que este fanzine es de corte más bien popero)
y bastante repetitiva (veintitantos años con los mismos tres acordes)...
entonces ¿qué es lo que les ha hecho tan grandes? Pues sinceramente, no
lo sé, aunque sospecho que fue precisamente eso: la fidelidad a su estilo,
un estilo juerguista y peleón. Todo fan de los Ramones sabía lo que encontraría
al comprar un disco: canciones de dos minutos con estribillos pegadizos
y, sobre todo, con un marchón impresionante.
Pero no quiero que este articulillo sea una relación de datos biográficos,
discos, conciertos, etc. Preferiría -y así lo haré puesto que soy yo el
que teclea- tratar de haceros partícipes de lo que para mi han supuesto
los Ramones. Los que ya sois adictos, me comprenderéis inmediatamente
y los que no, vosotros os lo perdéis (probad a escuchar el Loco Live;
si no os dan ganas de patear un par de brats os podéis ir directos al
geriátrico).
Terapia anti-aburrimiento
Empezaré diciendo que no recuerdo cuál fue la primera canción que escuche
de estos cuatro neoyorquinos. Probablemente sería la mítica Sheena. Sólo
recuerdo que me entraron muchísimas ganas de saltar y empujarme en plan
hooligan. A partir de ahí me empecé a comprar muchos de sus discos en
estudio y a escucharlos a todas horas. Las vidas de Sheena o Judy, el
Ku Klux Klan, Bonzo y otra serie de personajillos y elementos más o menos
freaks comenzaron a formar parte de mi vida cotidiana y a ser mi mejor
terapia anti-aburrimiento.
El estilo de los Ramones también molaba. Toda la parafernalia del aguila
con el bate, los gritos de guerra (Gabba gabba hey! o Hey, ho! Let's go!)
y ese look de metro de Nueva York contribuían a acrecentar su mito. Así
que me apunté a la movida y me compré un par de camisetillas (los vaqueros
mugrientos y ajustadísimos me parecieron un poco excesivos). Además, cada
vez que sonaba alguna de sus melodías en un bar, mis manos sentían una
tendencia incontrolable hacia mi flequillo a fin de esparcirlo sobre mi
frente y poder parecerme lo más posible a cualquier Ramone. Hoy todavía
me pregunto cómo querría alguien parecerse a seres tan rematadamente feos,
pero ya se sabe, la adolescencia...
Los Ramones en Portugalete
Otro recuerdo que me traen los Ramones no es tan agradable. Sabréis que
los Ramones gustaban de tocar en sitios tan glamourosos como el pabellón
Zubi-Alde de Portu. Resulta que, teniendo planificado con muchísima antelación
ese concierto, dos semanas antes le oigo decir a mi madre: "Ignacio,
¿que ropa vas a llevar a...?" ¡No me lo podía creer! Esas palabras
sólo podían significar que había un maléfico acto familiar a la vista
(acto familiar con viaje incorporado) ¡Me iba a perder a los Ramones!.
Supliqué, lloré, juré no salir en un año y no sé cuantas cosas más, pero
la suerte estaba echada. No recuerdo si fue un apasionante bautizo o una
divertidísima comunión...Recuerdo estar en la iglesia impotente, carcomiéndome
las entrañas...¡Me estaba perdiendo a los Ramones por una parida semejante!
Si al menos hubiéramos hablado de una guerra nuclear ...
¿Y sabéis que es lo primero que pensé cuando me enteré de la muerte de
Joey? Me acordé de aquel concierto perdido y pensé que había dejado pasar
una ocasión única porque ya nunca podré verles en directo. Y me consolé
pensando que tampoco había visto nunca a los Clash, ni a los Jam, ni a
la Velvet, pero que al fin y al cabo, siempre podría escuchar sus discos
...y eso me consuela...algo... ¡Va por ti, Joey!
Mr Shankly
^^
Vaya patín
Es pura casualidad que Alex de la Iglesia haya hecho recientemente una
lúdica semblanza de nuestro Bilbao en las páginas del Rolling Stone hispano.
Nuestro paisano cineasta glosa un día de asueto por nuestra ciudad y va
mencionando nuestras calles, nuestros locales, nuestros ambientes. Nadie
debe marchar de Bilbao sin tomar unas copas en el Scuba o en el Cubil.
Un día de marcha en Bilbao debe terminarse, si es que se quiere cumplir
los cánones, enterrado bajo una montaña de mejillones en la Tortilla.
Y es casualidad lo que dice nuestro paisano, porque no sé muy bien qué
o a quién busco cuando cada sábado dejo mi casa de pueblo y me vengo para
la capital, cuando me adentro en el Bocho. Pero no son sus acertadas indicaciones
las que me guían. Quizá influya este relumbrón que nos aturde a los bilbainos.
También puede ser que es más fácil perderse en Bilbao un sábado que lo
que resulta hacerlo en el corazón mismo de Urdaibai.
Me gusta perderme, y, reconozco, tengo gran facilidad para ello. Y además
las galas de los escaparates nos distraen con tanta eficacia como las
respingonas cumbres que flanquean la ría de Gernika y las aves que la
pueblan. Escaparates. Me había fijado yo en aquella oferta, pero el sábado
pasado ya no pude resistirme. Unos zapatos, zapatones, que tiras de una
cadenita y se convierten en patines, pues les salen unas ruedas. Y no
tienes que pagar ni una peseta para adquirir este invento, porque Airtel
te los regala si te das de alta. A mí que, tras hacerme soñar con él zapatófono
de Maxwell Smart, me dijeron que nunca lo usaríamos el común de los mortales,
ya que se trataba de un invento que sólo se usaría contra la extinta Agencia
Kaos, me resultó imposible resistirme a la oferta.
Y feliz como un niño con zapatos nuevos me fui a los Ideales, a ver Dragones
y Mazmorras, pero antes a ver salir a la gente, en cuadrilla o en pareja,
comiendo mi bolsa de snacks.
Y en esto que salió del cine Alex de la Iglesia, con unos amigotes, mientras
otros les esperaban fuera, pues habían preferido otra película. El grupo
de Alex se unió al resto de la cuadrilla, pero él se me quedó mirando.
Pensé que Alex me conocería de algo, llevado de mi delirio de grandeza.
Pero no. Sólo miraba mis pies. Su mirada se tornó triste, un rictus torció
su sonrisa. Él acabaría como siempre sepultado por una montaña de mejillones
en la Tortilla. Y yo, guisajo de mí, si tiraba de una cadenita nadie sabe
dónde terminaría.
Onésimo Fettice
^^
¿Quién con 15 años no ha deseado ser un mod?
En 1981 los mod eran - para los inquietos quinceañeros bilbainos -una
referencia estética atractiva pero confusa. Demasiado joven para haber
podido asistir al estreno de Quadrophenia (1978), mi contacto con el mundo
mod se limitaba a conversaciones con mi primo Cato, que había visto tres
veces la película; unos discos de The Who y The Jam; y unos parches con
la bandera británica, flechas y dianas adquiridos en el rastro madrileño.
Sin embargo, la capacidad de sugestión del sueño juvenil que encerraba
el mito de esta tribu urbana me animó a convertirme en parte de ella porque
seamos sinceros ¿quién con quince años no ha deseado ser un mod?.
¿Qué necesitaba para convertirme en un Jimmy Cooper bilbaino ? Lo primero,
sin duda, una buena imagen (amargura adolescente tenía ya en exceso).
Personalmente conocía poco sobre la estética mod porque en el Bilbao de
1981- en plena fiebre punki o nueva olera- esta tribu urbana era prácticamente
inexistente. Alguien, supongo que mi primo Cato, me hablo de gabardinas-
éramos un poco catetos y desconocíamos la existencia de algo llamado parka-
y acto seguido fui corriendo al armario de mi difunto abuelo donde recordaba
una prenda gris para sobrevivir con setenta años a la lluvia de Bilbao.
Resulta gracioso que el primer contacto con un movimiento juvenil pretendidamente
moderno despidiese un fuerte olor a naftalina.
Mi indumentaria se completó con unos vaqueros y un niki Fred Perry de
imitación, con el anagrama de la firma inglesa sólo que con tres ramas
de laurel en vez de las dos oficiales. A través de una habilidosa operación
- más que de mod de modistilla (perdón, por el chiste fácil)- conseguí
eliminar los hilos que dibujaban el tercer laurel y ...¡ya estaba listo
mi auténtico Fred Perry! (un poco cutre lo sé). Desde luego mi imagen
era muy distante de la de aquellos mods tan sofisticados que más tarde
conocí y cuya ropa había sido adquirida en Londres en viajes financiados
por sus padres, hombres de negocios residentes en la margen derecha del
Nervión. Por mi parte, tardaría mucho en viajar a la capital británica.
Después de todo, como los auténticos mods británicos de los años sesenta
o como Jimmy Cooper, mi extracción era obrera y mis fuentes económicas
se reducían a la suma de una paga familiar semanal y los ingresos de algún
trabajo alienante como buzoneador.
En cuanto a los discos, como casi todos los mods, comencé escuchando
a los clásicos de ese movimiento en aquellos momentos (The Who y The Jam)
evolucionando rápidamente hacia gustos cada vez más selectos y minoritarios
siguiendo la norma, propiamente adolescente y también propia de un mundo
con pretensiones de dandysmo como el mod, de "cuanto más raro, mejor".
Como en el juego de la oca, los mod parecían (y parecen) seguir un esquema
que admitía pocas variaciones, de sixtie a soluero y de aquí a psicodélico
pasando por el sarampión garajero. ( Este comportamiento también es observable
en los movimientos pólíticos radicales donde cada mes uno va cambiando
de grupúsculo buscando una iniciativa más rupturista acabando eso sí,
al cabo de un tiempo, en fiel defensor de los vicios y carencias del Sistema).
Durante varios años la imagen y los discos sesenteros me convirtieron
en un adolescente esquizofrénico que clasificaba al mundo en dos únicas
categorías: muy mod o poco mod.
Sin embargo, cuando a finales de los 80 tanto en Bilbao como en otras
ciudades de nuesto país se vivió, como cantaban los Flechazos o Brighton
64, una auténtica explosión juvenil asistí ya a este espectáculo con un
fuerte desapego fruto de mi desencanto al descubrir que tras la atractiva
estética se ocultaba la falta de propuestas sugestivas de acción y pensamiento.
Mr Ringo Rango
^^
Cosa sucia
La de las mujeres ha sido una lucha larga por conseguir la igualdad de
derechos con respecto al hombre. Y ha sido una lucha valiente y esforzada,
pero que al final no ha servido de nada. No ha rendido sus frutos por
culpa de los publicistas y de las feministas.
En los años 70 y 80, cuando un publicista quería promocionar un coche,
rápidamente le colocaba sobre el capó una turgente jovencita; cuando se
trataba de vender una bebida espirituosa, en el acto aparecía otra moza
luciendo escote y abrazándose a una botella; cuando se anunciaban unos
cigarrillos, nos hablaba una guiri de voluptuosas curvas y nos contaba
que lo que a ella más le gustaba eran los hombres a los que el aliento
les olía a Malporrow, y así todo. Entonces las feministas se quejaron
diciendo que aquello era una ordinariez y que daba una mala imagen de
la mujer tratada como simple objeto de deseo. Es posible que tuvieran
razón, pero metieron la pata. Lograron captar el odio de los publicistas
y estos se han vengado de la mujer. ¡Y de qué manera!
Si antes la mujer vista a través de la publicidad era el más deseable
de los placeres, hoy los anuncios nos la presentan como la más repulsiva
de las criaturas que pueblan la faz de la tierra. Dentro de la especie
femenina distinguimos gracias a los anuncios de la tele diversas subespecies:
Incontinentis olorosus: Un fallo en los esfínteres provoca que muchas
féminas vayan por ahí dejando un rastro como los caracoles y manchándose
el vestido en las ocasiones más comprometidas. Por suerte para ellas,
otro sabio varón ha descubierto la justa proporción de celulosa necesaria
para que la pobre desgraciada pueda circular por el mundo sin problemas.
Reglosus Repugnantis: Eran especímenes desgraciados que vivían dejando
el mundo perdido de guarrerías hasta que algún sabio científico (por supuesto,
hombre) inventó los tampones y las compresas. Por lo visto, en estas mujeres
la hemorragia periódica es su estado natural y si no llega a ser por las
alas de su compresa, tendrían que haber vivido encerradas sin poder salir
de compras, ni ir a la playa, ni comprarse flores, ni hacer felices a
sus maridos ni ninguna de esas otras actividades intelectuales a las que
son tan dadas las mujeres.
Almorranicus Inflamatorius: Trabajan de secretarias y pasan tantas horas
sentadas mecanografiando los gloriosos pensamientos de sus jefes, que
terminan por aparecerles hemorroides. El jefe en cambio nunca sufre inflamaciones
en el tramo final del recto porque nunca está sentado sino siempre activo
y en movimiento. Ahora las sufridas ya pueden ser como sus adorados jefes
porque pueden untarse pomada siempre que quieran.
Desperfectum Absolutus: Llegadas a la edad madura todo en su organismo
comienza a fallar. El pecho se desploma, el culo se transforma en una
incomoda mochila, el pelo pierde su color y lo peor de todo es que los
dientes son postizos y al masticar se les sueltan. Menos mal que un cirujano
ya se ocupa de sus grasas y un químico genial ha inventado un pegamento
para dientes infalible y unos tintes espléndidos.
Descerebratum Absolutus: A estas nada les ocurre a simple vista, pero
indagando en sus preocupaciones vitales, rápidamente advertimos que carecen
de cerebro. Sus intereses son primarios y surrealistas: que el niño les
coma, que la ropa salga blanca de la lavadora, que los muebles no se rayen,
que la vecina les tenga envidia, que sus amigas usen el mismo perfume
que ellas y que la comida tenga fibra. Para lograr su felicidad se desviven
cientos de empresas multinacionales.
Ya es hora de que las feministas reconduzcan sus iras y carguen contra
esta publicidad ignominiosa. Deben solicitar que en la publicidad se hable
de la próstata de los señores, de la calva brillante del jefe, de los
analfabetos que sólo saben hablar de fútbol, del repulsivo aliento de
los que dejan pudrirse sus muelas porque a los muy valientes les da miedo
ir al dentista, del olor de los calcetines, de los fétidos sobacos de
los maridos y de lo divertido que resulta ponerle los cuernos al memo
del esposo. Y si en la publicidad sale una señora que está muy rica, ¡pues
mejor!, que ya es hora de que todos se enteren de lo bien hecha que está
una señora.
Alex Tornasol
^^
La muela del ego
«Erase una vez una mueca escondida...» (TED HUGHES)
«¿Me estás hablando a mí? No hay nadie más aquí...» (UN TAXISTA)
«Verás lo que es justo, verás lo que es verdadero. Nunca te ha faltado
el coraje para decir lo que pensabas, pero las restricciones te impedían
ver claro.» (HANNIBAL LECTER)
Desde el 86, más o menos, se me ha venido puteando de variopintas formas
(a saber -por orden cronológico y en progresión acumulativa-):
a) cargándome con tal o cual sambenito (hay quien dice «en el principio
fue el verbo», a lo que yo añadiría «y, poco después, el Sanedrín, el
Santo Oficio, Salem y el Comité de Actividades Antialgo, para evitar que
el verbo se encarnase demasiado»);
b) haciéndome el vacío (la teoría del apestado, excelentemente expresada
por Santiago Alba Rico en su ensayo «Las reglas del caos», ya anticipada
por Guy Debord en sus disquisiciones sobre la sociedad del espectáculo
y todavía mejor por los diversos profetas de antiutopías -Kafka y sus
cucarachas, Orwell y sus disidentes alcoholizados en un oscuro bar...-);
c) dándome algo de chance comercial, sí, pero (¿cómo decirlo?) en plan
boxeador sonado (¿vísteis «Fat city» o aquella otra con el difunto Brad
Davis?: pues eso) o vedette pelleja (de las que acababan, tras alzar la
pierna en el Paralelo, encargándose de los retretes en cafés de artistas);
y d) desde finales de los 90, embromándome en sórdidos juegos de manipulación
iniciados indefectiblemente al grito de «Marcial, tú eres el más grande»
(ya sabéis, aquello de los Duques con Don Quijote y Sancho y la ínsula
y Clavileño y la madre que los parió a todos, episodio racialmente ibérico,
si pensamos en la cantidad de secuelas que ha dejado tanto en nuestra
literatura -«La comedia nueva», «El árbol de la ciencia», «Luces de bohemia»,
«La señorita de Trevélez»- como en nuestro cine -«Calle mayor», «Cómo
casarse en 7 días», «Juegos de sociedad», «La siesta» o, últimamente y
de las mejores en este género, «Mamá es boba»- y no digamos en la tv -donde
la cosa, gracias a los programas de inocentadas, las crónicas marcianas,
las tómbolas, los caiga quien caiga y los debates basura, ha adquirido
trazas de institución y hoy por hoy nadie puede esperar recibir una palabra
amable o una promesa de apoyo por parte de sus prójimos sin sospechar
una cámara oculta o unas risas enlatadas choteándose de su candidez-).
Supongo que por mi karma quijotesco de andar siempre enredándome en camisas
de muchas varas, todas estas putadas resultaban previsibles, más en una
época como la presente en la que palabras como «nobleza», «hidalguía»
o «integridad» son tan mal recibidas respecto a la salud mental de alguien
como lo puedan ser «Alzheimer» o «síndrome de Down».
Una vez me dijeron que yo tenía madera para tertuliano de telebasura («Eres
un tío raro, el prototipo del excéntrico, te encanta todo lo anómalo y
tienes buena labia: pero deberías rebajar el nivel de tu crítica y no
morder la mano que te da de comer; tú es que vas y arremetes con todo,
¿cómo no te van a echar de todas partes? Fíjate en Jesús Palacios: ése
sí que se lo sabe hacer...»).
Pero es superior a mí: no tengo madera de entertainer (no en vano mi primera
declaración de principios se tituló «Pero qué público más tonto tengo»
y abomino de conceptos como «el respetable al que tanto quiero y tanto
debo»).
Una de mis pesadillas es convertirme (en parte, ya lo he hecho -especialmente,
durante mi temporada enn «Mondo Brutto»-) en el John Salvaje de «Un mundo
feliz», cuya rebeldía es disfrutada por los curiosos como un espectáculo
más del zoo o de la feria de monstruos. Frente a eso, sólo queda o el
suicidio (opción tomada por el personaje de Huxley) o una solución más
zentrada (con z, con z), continuar en este mundo pero tras la muerte completa
del ego, tras sacarse la muela cariada de la preocupación por los otros
(por sus opiniones, por sus rechazos, por su aceptación), mirándolos con
la sonrisa hermética del que quema las naves: Venator, Travis, Lecter,
en exclusivo contacto con Lo Absoluto, redimidos de pretender redimir
a los inasequibles a la redención, asumiendo plenamente la Soledad (así,
con mayúscula), dejando quizás una imperceptible rendija para encontrar
a su afín (en el caso de Venator, la joven parsi de una peripecia anterior
-«Heliópolis»-; en el caso de Travis, si en el cuerpo de la putita Iris
hubiese latido el alma flamígera de Mallory Knox, creo habría hallado
su mitad ideal; en cuanto a Lecter, ya tiene a Starling -qué final tan
hermoso el que depara Thomas Harris a mi psicoterapeuta favorito-).
La muela del ego tarda en desprenderse. Para llegar a devenir un Venator,
un Travis, un Lecter hay que haber pagado antes una buena cuota de sufrimiento
(por eso, el amigo Hannibal no logra la Transfiguración ante nuestros
ojos hasta que no conocemos sus vivencias infantiles en el Báltico -ahí
adquiere su auténtica dimensión crística/luciférica-): de Travis vemos
segundo a segundo su angustia ante ese crimen contra la humanidad llamado
megaurbe (a lo que añadir su paso previo por «el horror, el horror» de
la jungla en la que sirvió a las órdenes del coronel Kurtz -porque un
sujeto como Travis sólo pudo servir a las órdenes de un sujeto como Kurtz-);
y Venator existe como fruto de una vida larga y plena de dolor extremo
(ahí están los diarios de guerra de Jünger o sus «Tormentas de acero»
o «Bajo los acantilados de mármol» o sus reflexiones destiladas desde
la propia memoria sobre «El dolor») y su distancia sobrehumana ha surgido
de una entraña humana, demasiado humana, de la que algunas voluntades
logran remontar el vuelo (el Cuervo del poeta Ted Hughes, uniendo la piedra
cubierta de leves capas de vida con Lo Absoluto, sin intermediarios engorrosos
y siempre mendaces).
En los primeros años de mi ostracismo, cuando me sentía reflejado en algunas
páginas de Céline («bajar la basura...sacar al perro...la fiebre, la fiebre»)
o en aquella serie emitida por el primerizo Canal Plus («Búscate la vida»),
mi ego cariado latía de impotencia y el machaqueo de mis tíos («Fíjate,
a tus años, sin oficio ni beneficio. La albóndiga de la Alaska, en cambio,
mira cómo le va. ¿Pero quién te mandaría meterte en política?») era como
el tormento de la gota de agua.
Poco a poco, el proceso de introspección se acentuó, dejé de verme como
«personaje público», dejé de esperar nada promisorio de quienes me rodean
y fui aceptando mi nula incidencia para cambiar la realidad social (a
la vez que se confirmaba la sintonía de mis intuiciones más hondas con
el Nuevo Espíritu de los Tiempos -el derrumbe de las estructuras no lo
traerá alguien sino Algo, incluidos en ese Algo amplios sectores de la
población humana, básicamente orientales, entendidos como parte de Lo
Impersonal-).
Nuevas lecturas (Deleuze -con o sin Guattari-, Foucault, Debord, Artaud,
Jung, el «Demian» de Hesse, las lecciones bélicas del milenario Sun Tzu,
Simone Weil, el ensayo sobre cine y trascendentalismo de Paul Schrader
-creador de Travis-, el ya mencionado «Hannibal» de Thomas Harris, más
y más de James Ellroy, más y más de Jünger, D.H. Lawrence, Ted Hughes...
amén de textos bastante menores pero con algunos puntos de enjundia -el
Manifiesto de Unabomber, el «Arqueofuturismo» de Guillaume Faye...-) y
nuevas películas (sobre todo de Jim Carrey -«Dumb and dumber», «The Truman
show», «Man on the moon», «Cable boy»- y John Malkovich -«Being John Malkovich»,
«Mary Reilly», «In the line of fire» o la última sobre el rodaje de «Nosferatu»-)
para reafirmar mis rasgos más profundos, mi antihumanismo innato, mi bendita
antisocialización, mi maltrecho autismo, tan traicionados desde la adolescencia
por caer en las trampas de la palabra, de la vanidad, de las megalomanías
liliputienses (porque, si pretendemos ir de megalómanos, no seamos cutres
y hagámoslo en serio -no como el merluzo del tío Adolf, Mickey Mouse con
cucurucho de Merlín-: fijémonos en los auténticos ejemplos de megalomanía,
en las santas previamente sospechosas de herejía, en las estudiosas de
gorilas y chimpancés, en los espías retirados, en los monjes zen, en Leonard
Cohen comiéndose una banana, en nuestro psicoterapeuta favorito...-).
Por eso, gracias. A todos los cabrones y cabronas que me habéis puteado
durante décadas: no lo pretendíais pero me habéis hecho un favor, bofetada
a bofetada, al arrancarme desde la raíz, sin que quede rastro, la muela
del ego.
Qué descanso. Es una gozada. Os lo recomiendo («Uy, pero qué bien hablo.
Ya no tartamudeo. El desenladrillador que...»).
FERNANDO MARQUEZ
(petición de productos corazonescos: apdo 36132 -28080 Madrid-)
(ciberseñas: www.oocities.org/lamueca1)
^^
Dyc con Cola
Faltaba media hora para que empezase el concierto y allí
estabamos los de siempre.
Hacía más de un año que no iba a un concierto, por un lado porque últimamente
no suele haber buenos conciertos y por otro porque no tengo el tiempo
ni la disposición para ir a ellos. Por el local empezaron a desfilar figuras
de otros tiempos, que ante lo atrayente del cartel habían decidido dejar
sus cómodas guaridas, y algunos vistiendo sus viejas galas, más calvos,
más canosos, con más kilos, comentaban entre ellos lo que había sido de
sus vidas y como estaban cada vez más liados y que cada vez tenían menos
tiempo. De vez en cuando echaban una risotada recordando tiempos pasados.
Saludé a viejos amigos, algunos de los cuales lucieron atrevidos aderezos
capilares y que hoy presentan una pelambrera de lo más pobre. Viejos amigos
y amigas quienes se han casado, algunos ya han tenido el primer hijo,
quienes alimentan insaciables hipotecas y sufren trabajos insufribles,
aunque en su día hubiesen gritado "No future" o "I hope
to die before get old".
Pero, en vez de abrumarme, esta situación me produjo una particular satisfacción
y conversé con ellos mientras bebíamos con ansiedad nuestros "Dyc-Cola".
Algunos habían dejado su atuendo habitual de ejecutivos de segunda clase
poco antes de asistir al concierto, pero preferí ser benévolo con ellos
y valorar positivamente su asistencia como la de hijos pródigos que retornan
por el buen camino. También estaban otros a los que la vida no ha tratado
bien, no han encontrado su sitio y siguen deambulando por los bares, algunos
incluso por los lavabos de los bares. Sorprendentemente estaban algunas
chicas a las que creía plenamente "reinsertadas" en la sociedad.
Empieza el concierto y los grupos suenan muy bien, algunos de los asistentes
dan botes como hace tiempo que no daban, sudan, gritan y son verdaderamente
ellos.
Sonando el último grupo una chica me llama por mi nombre, no la reconozco,
me dice quien es y ..... ¡ es increíble ¡ ... ¡ estás muy cambiada ¡.
Empiezo a hablar con ella y pienso en lo que pudo ser y no fue, pero ahora
ya es demasiado tarde, no pudo ser y basta; cuando eres joven porque eres
demasiado joven y cuando no eres tan joven, porque no eres tan joven.
En fin, volvía a casa sudoroso y pense que podría ser la mejor noche de
mi vida y soñé en quedarnos allí para siempre. Mas tarde pensé ¡La vida
sale bien!, di el último sorbo al "Dyc-cola" y continué mi camino.
RAMON BARROCO (El viejo amigo español)
^^
Chicas Burda
Algunas publicaciones para mujeres han tenido para mí un especial interés,
más que muchas que se suponen para hombres. En mi primera infancia nunca
me interesó la revista "Lilly" que compraban algunas chicas,
mas bien prefería el "Corsario de Hierro" y las "Joyas
literarias juveniles" de Bruguera.
Más tarde en mi adolescencia algo llamó mi atención de una manera especial;
era la revista "Burda Moden" que nuestras madres compraban para
tomar ideas y sacar patrones. Esta revista contenía fotos de gran calidad
y a color de guapas chicas de mirada dulce, elegantemente vestidas y peinadas,
cuya belleza superaba con creces lo que se solía ver por la calle por
aquel entonces.
Gracias a esta publicación teníamos a la vista una amplia variedad de
chicas que iban desde la rubia de pelo corto con minifalda y sandalias
blancas con una vaporosa blusa estampada de seda a la morena de ojos verdes
que vestía un largo abrigo y altas botas de charol negro. Realmente nunca
he entendido como Burda era una publicación para mujeres y son publicaciones
para hombres algunas que se llaman así.
No me llamaban la atención las revistas que gustaban a otros chicos y
supuestamente masculinas como "Don Balón", porque ver un póster
a todo color con la foto de Cruyff, Kempes, Juanito o Perico Alonso, vistiendo
un ridículo y diminuto pantalón Meyba no tenía para mí el más mínimo interés.
Las chicas del Burda eran elegantes y sofisticadas pero sencillas a la
vez, no tenían el divismo y la arrogancia de las modelos de hoy en día,
y su timidez y anonimato te permitían pensar en la chica de tus sueños
y no en una engreída anoréxica, podrida de dinero y cuyo protagonismo
y estrellato se refleja de una manera insultante en todos los medios de
comunicación.
Las revistas que se suponen que son masculinas (por y para el hombre)
del tipo "MAN" no me interesan, ni siquiera las chicas que salen,
ni desde el punto de vista que aparecen (desde luego nada espontáneo).
Cuando de verdad te gusta algo, y a mí me gusta el genero femenino, te
gusta en su integridad y en todos sus aspectos.
Feminidad ausente
Hoy día existen multitud de publicaciones femeninas. Abarcan un amplio
abanico que va de las publicaciones para "ejecutivas agresivas"
a revistas subvencionadas (en parte o totalmente) con fondos públicos
del capítulo "mujer", pero en las que la feminidad brilla por
su ausencia. No he encontrado ninguna de ellas que despierte en mí esa
mezcla de curiosidad, ingenuidad y admiración que me causaron las "chicas
del Burda".
RAMÓN BARROCO
^^
Alta fidelidad
¿Estoy triste porque escucho música pop o escuho música pop porque estoy
triste? ¿Qué fue primero, vaya, la música o la tristeza? Parece lógico
que esta forma de razonar, por parte de un melómano al menos, venga motivada
por algún contratiempo emocional, sentimental, digamos. Y el argumento
no puede ser más demoledor, cuando se dice haber escuchado cientos de
veces cosas como Only Love Can Break Your Heart, Love Hurts, I Just Don't
Know What To Do With Myself, o Tangled Up In Blue, Stolen Car, y Walk
Away Renee, añadiría yo.
Pero no, la validez de unir irremisiblemente el binomio pop/tristeza sólo
encuentra sentido en el pensamiento inicial de Rob Fleming (el protagonista
de la historia, propietario de una tienda de discos en Londres y que vive
con Laura, que le abandona al principio de la historia), cuando éste decide,
poniendo en marcha su recurrente formulación en forma de lista de a cinco,
repasar sus cinco rupturas amorosas más memorables. Y eso porque uno también
ha escuchado otros cientos de veces cosas como My Girl, Baby I Love You,
o I Can Hear Music, para nada sospechosas de contener soterrados discursos
empapados de melancolía, sino más bien exaltaciones vibrantes de pura
emoción vital.
¿Efectos colaterales del pop? Seguro. Los mismos que producen, insisto,
At The Club o Saturday Night At The Movies, y que hacen que no imagines
algo mejor que vivir estas canciones. Las dos caras de la misma moneda,
sin duda. Pero recopilando la banda sonora de tu vida, puedes darte cuenta
de que la balanza se inclina a uno u otro lado. O bien que se encuentra
de una forma u otra nivelada, estado más o menos ideal, si cabe.
Se trata pues de tu propia banda sonora, la que como melómano confeccionas
a base de vivencias y discos de vinilo, que curiosamente se van solapando
formando a veces uniones inseparables, o conservando una asombrosa independencia
y capacidad de adaptación a las circustancias del momento. Las canciones
quiero decir.
Ordenando la discoteca
¿No es curioso cómo algunas no puedes sino identificarlas con determinadas
vivencias, mientras que otras logran zafarse de esa encerrona y se mantienen
libres de cualquier atadura? Fue Brian Wilson quien dijo algo así como
que sólo tocaba música triste si le hacía sentir bien. ¿Contradictorio?,
para nada. Paradójico más bien. Se refería, intuyo, a ese maravilloso
poder redentor que ciertas canciones aparentemente desconsoladas poseen.
Esa clase de tristeza es la que puedo soportar, y más bien me temo que
no sea ésta a la que me refería al principio. Pero bueno, ¿y qué pasa
con el libro? Pues todo esto precisamente. Y si no recuerda ese pasaje
en que Rob, cuando Laura (la chica del contratiempo sentimental que señalaba
más arriba) le ha abandonado ya y se encuentra en la parte baja de la
ola, comienza a reordenar su discoteca. ¿Qué criterio dirías que emplea?
El autobiográfico. Exactamente. ¿Lo habías pensado alguna vez?
Por eso sienta bien, muy bien, leer este libro. Y no sólo por la infinidad
de detalles musicófilos que encierra, que no lo negemos es lo que te engancha
al principio, o por lo menos te aproxima en primera instancia al libro
(La galería de mitología rock citada es sobresaliente, desde Al Green
a Guy Clark, pasando por los Clash, Richard Thompson y Dusty Springfield)
sino porque la identificación con su protagonista no resulta para nada
artificial. Más bien al contrario: hablamos de discos de música pop, amor,
trabajo, futuro (en su doble versión laboral y sentimental), más música
pop, amigos, familia, películas, libros, desazón, buenos momentos, y algo
más de amor y música pop. Si es que salvo por la tienda de discos y una
pequeña gran lista de relaciones sentimentales (¡esto es Bilbao!), el
parecido es cuasi clónico.
Bilbao cinematográfico
Es, sin embargo, curioso lo que las distintas localizaciones espaciales
de "Alta Fidelidad" sugieren: la original de la novela en Londres,
la cinematográfica de John Cusack (dirigida por Stephen Frears) en Chicago,
y la propia de uno, Bilbao en este caso. Seguro que una versión británica
del filme hubiera resultado más ácida y próxima al original de Nick Hornby
que la americana adaptación de Cusack.
No es que cambien mucho las cosas, porque hay diálogos calcados directamente
del libro, y el feeling general de la novela está muy bien recogido, lo
que ocurre es que uno se imagina mucho mejor los primeros escarceos sentimentales
de Rob, por ejemplo, en un ambiente más gris y lluvioso (más bilbaino,
sí), que el muy soleado y atestado de cheerleaders de la película. No
sé tú, pero para mí el toque lluvioso y otoñal británico es casi consustancial
con la historia misma, por lo menos así me lo sugirió su lectura. Y es
que en la versión en celuloide, John Cusack no renuncia a introducir ciertas
modificaciones que habría que entender de gusto personal, como sustituir
el tema Got To Get You Off My Mind de Solomon Burke por el Let's Get It
On de Marvin Gaye, como la canción de Rob y Laura, o de contexto cultural
como las referencias a la revista Rolling Stone en vez del original New
Musical Express (sobre todo en esa impagable lista de "cinco trabajos
de mis sueños"), mientras que otras veces se salta algún momento
clave, como cuando Rob renuncia a comprar a precio más que de saldo una
colección de singles de verdadero infarto, que podría luego vender en
su tienda por una fortuna o quedárselos para él, y que le ofrece la mujer
despechada de un coleccionista que se ha fugado con una amiga de su hija.
Y ¿por qué no aprovecha esta ocasión única? Pues ni él mismo sabe explicarse
como se ha puesto de lado del malo de la película (al fin y al cabo a
él también le han abandonado), pero comprende lo que el tipo ("un
cabronazo", reconoce) sentirá al comprobar como su preciada (y no
sólo económicamente) colección se la han vendido por unas miserables libras.
Desternillantes vilipendios
Pero bueno, se mantienen practicamente iguales esos desternillantes vilipendios
a Art Garfunkel o Peter Frampton (la cantautora americana que conoce Rob,
y con la que tendrá una fugaz relación, interpreta su Baby, I Love Your
Way, y Rob pese a una horrorizada primera reacción, consigue emocionarse
seguidamente con su interpretación), o tantas otras escenas que, con el
monólogo interior a través del que se cuenta la historia, nos diseccionan
y explican a Rob Fleming.
Hay momentos verdaderamente memorables y por eso no me resisto a reproducirlos,
porque dicen mucho más del personaje, que lo que yo pueda decir en un
buen montón de líneas. Me refiero, además de los ya mencionados, a esas
listas de las que he hablado, y que Rob suele confeccionar junto a Dick
y Barry, dos personajes de cuidado y empleados de su tienda de discos
Championship Vinyl: "primeros cinco grupos o músicos que habrá que
matar a tiros cuando llegue la revolución musical" (Michael Bolton,
U2, Bryan Adams, Simple Minds y Genesis, aunque por los pelos), "los
cinco mejores temas de un single, solamente la primera cara, de todos
los tiempos" (Janie Jones de The Clash, Thunder Road de Bruce Springsteen,
Smells Like Teen Spirit de Nirvana, Let's Get It On de Marvin Gaye, y
Return Of The Grievous Angel de Gram Parsons), "cinco canciones preferidas
de Elvis Costello", "cinco mujeres que no viven donde yo, pero
que serían bienvenidas si quisieran mudarse a mi barrio", "cinco
canciones favoritas para un lunes por la mañana", etc. Parece así
que Rob valorase a las personas más por sus gustos que por lo que realmente
son. Y hasta él mismo lo admite en alguna ocasión, por lo menos a priori.
Vamos, que cuantas veces no hemos dicho sobre alguien eso de "joder,
¡cómo me va a caer bien si el tío tiene toda la discografía de Mike Oldfield!".
Por eso, es posible que te haya ocurrido lo que a Rob cuando va con Laura,
de mala gana, a cenar a casa de unos amigos de ésta. Aunque Rob se siente
como en un episodio de la serie Treinta y tantos, y le cueste admitirlo,
pasa una velada agradable. Hasta que Laura le invita a que eche un vistazo
a la colección de discos de la pareja anfitriona, y Rob contempla horrorizado
como se encuentra ante "una zona declarada de desastre, una colección
de compacts tan horrorosa, tan mala, que lo mejor sería meterla en un
contenedor metálico y mandarla a un país del tercer mundo. Están todos,
no falta ni uno: Tina Turner, Billy Joel, Kate Bush, Pink Floyd, Simply
Red, los Beatles, por supuesto, Mike Oldfield (Tubular Bells I y II, nada
menos), Meat Loaf..."
Encerrona
En realidad no se trata sino de una encerrona que le ha preparado Laura
para que tenga que admitir que sus amigos le han caido bien a pesar de
tener unos gustos horribles. Ese realismo del libro es lo que me conmueve,
detalles tan ordinarios como ese te hacen pensar en que Rob Fleming no
es sino, por emplear un simil cinematográfico que a Rob le gustaría, "uno
de los nuestros" (sus cinco películas: El padrino, El padrino II,
Taxi Driver, Uno de los nuestros y Reservoir Dogs). Lo que te puede llevar
también a una realización de mayores consecuencias aún: que ella(s) siempre,
o casi, parece(n) tener la razón... pero esa es otra historia, que aunque
también se expone en el libro, dejaremos para otro momento.
Así, a través de estos entrecortados retazos que te he presentado de
manera apresurada, y el retrato completo que nos presenta la obra, Rob
nos parecerá un personaje más bien patético unas veces, genial y brillante
otras, cabreado muchas, eufórico alguna menos, pero en todo momento real
como la vida misma, como tú que lees esto y como yo que lo escribo.
Pop, al fin y al cabo
¿Y la historia que cuenta el libro? Pues bueno, es como una de esas reuniones
a las que a lo mejor has tenido la suerte de no haber sido invitado aún.
Te llama alguien con quien no has hablado por lo menos en 5 o 6 años,
y te dice que unos cuantos amigos os váis a reunir para cenar. Da la casualidad
de que tampoco te has visto con ninguno de ellos en bastante tiempo. En
general el asunto no te hace mucha gracia, pero aceptas, y después de
la cena (que no es en un chino precisamente), y de la inevitable ronda
etílica posterior (lo que en total ya te ha supuesto una bonita cantidad),
te das cuenta de cómo todos ellos, o casi, han iniciado sin la menor transición
ni duda posible, su vida de adultos, con todo lo que ello conlleva y en
lo que no voy a entrar, pues intuyo sabes a lo que me refiero si me has
seguido hasta aquí (y encima lees este fanzine). Y tú te sientes extraño,
porque simplemente no has entrado en esa rueda a pesar de tener, reconócelo,
varios boletos para ello, o por lo menos aún la miras, si acaso, desde
la barrera. Y aún sientes que tu sitio no es, o no debería ser ese. O
prefieres creerlo así. O lo que sea. En fin, el caso es que si alguna
vez has tenido o tienes esta sensación (pues puede ser duradera), o una
parecida, supongo que este libro no trata sino de todo ello y algo más.
Música pop, claro.
Niki Hoeky
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