¿Cómo se
relacionan los componentes del marketing mix con el comportamiento
de los consumidores?
Los componentes
del marketing mix son el producto, el precio, la plaza y la
promoción. Estos cuatro elementos están muy interconectados e
interactúan entre sí. Los mismos en parte determinan el
comportamiento de los consumidores. Esto es así, cuando, en
conjunto, estos componentes interactúan con las necesidades,
urgencias, expectativas, apetencias y percepciones, justificadas o
no, de los consumidores, antes y después que los mismos se
transforman, primero, en clientes potenciales y, luego, en nuestros
clientes.
Cualquier
comportamiento es en última instancia una respuesta deliberada o no,
consciente o inconscientemente orientada a satisfacer la demanda,
necesidad o urgencia, también consciente o inconsciente que, con esa
respuesta, queremos satisfacer, nos demos o no cuenta que ese es el
motivo principal de nuestro comportamiento.
El conjunto del
marketing mix —el producto, precio, plaza y promoción (las 4
Ps); o, desde otro punto de vista, el producto, la
logística de su distribución, la impulsión que le
imprimimos para que llegue al oído y atención de los que pueden
adquirirlo, y el valor asignado y visualizado para ese
producto en la mente del consumidor en perspectiva (PLIV)— se
relacionan con el consumidor en perspectiva, transformándolo o no,
de un consumidor potencial a un efectivo consumidor de nuestro
producto y comprador de nuestra empresa.
Que ese
marketing mix realice esta transformación, depende de que, con los
componentes de ese mix, se interpreten adecuada y oportunamente las
necesidades y expectativas de los consumidores en potencia, y de
que, luego, efectivamente los oriente y asesore suficiente y
convincentemente en el sentido de que con la adquisición de nuestro
producto, en nuestra empresa, satisfacen sus necesidades y
expectativas.
En este sentido,
los componentes del marketing mix, pueden o no ser determinantes del
comportamiento de los consumidores. Lo importante es que, nosotros
como empresa, trabajemos estos elementos y hagamos que en el efecto
del desenvolvimiento de los mismos los consumidores en potencia se
transformen efectivamente en nuestros clientes
fidelizados.
¿Con el
precio? Percepciones de precio y calidad
Un precio más
bajo que el de la competencia no es toda y la única ventaja que
tenemos que ofrecer; pero, si comparativa y evidentemente nuestro
precio es el más alto de la competencia, todas las demás ventajas
que podamos ofrecer valen de poco a nada.
Si contamos con
un producto aparentemente igual o no tan evidentemente distinto en
calidad que alguno a disposición de la competencia, no nos podemos
confiar en que los clientes, desde fuera y por la publicidad o
promociones que hagamos, se darán cuenta de esa diferencia y nos
escogerán a nosotros.
Necesitamos
contar con un producto igual o de calidad equivalente a un precio
igual o preferiblemente inferior al de la competencia, para que
podamos atraer clientes en perspectiva a nuestros puntos o salones
de ventas.
Ya con nuestros
clientes en perspectiva en el salón, podemos darle la alternativa de
comprar ese producto de calidad inferior y más barato, o ese otro
producto que nos diferencia y que, aunque un poco o bastante más
caro, su valor, al tener su calidad en cuenta, hace que a los
clientes les convenga más comprárnoslo a nosotros que a la
competencia.
Es esencial que
nuestros clientes perciban que la combinación precio/calidad de
nuestro producto les da un mayor y mejor valor relativo que el valor
relativo que brinda cualquiera de nuestros competidores. Este es
nuestro desafío: Desde fuera y desde dentro de nuestro salón de
ventas, ésto es desde todas nuestras “líneas de fuego,” tenemos que
asegurarnos que cualquiera sea nuestra ventaja comparativa, la misma
sea clara y evidente para todos o la mayoría de nuestros segmentos
de clientela.
Para ésto, nos
preguntamos ¿cómo perciben los clientes el precio, la calidad,
las combinaciones precio/calidad, y en fin el valor de cualquier
producto como reflejo de esas combinaciones? - Los clientes
perciben el precio desde al menos dos puntos de vista:
1. Sus
posibilidades de poder o estar dispuesto a pagarlo frente a otras
exigencias sobre sus recursos probablemente escasos; y
2. La
comparación entre dos o más precios de productos de calidad igual,
equivalente, o de diferencias de calidad que justifican o no las
diferencias de precios que pudieran haber.
Circunscriptos
al precio y de acuerdo a los puntos anteriores y principalmente al
primero, nuestras combinaciones precio/calidad tienen que estar en
consonancia con las posibilidades económico-financieras de los
segmentos de clientela a los que habitualmente servimos y para los
cuales, consciente o inconscientemente, configuramos nuestra cultura
y estamos orientados y organizados en términos de nuestros actuales
sistemas y procedimientos, comunicaciones, y la trama de apoyos y
respaldos personales a nuestros clientes internos y externos.
Si nuestra
orientación principal ha sido y es a servir clientes de ingresos
bajos, no es conveniente que entre nuestro arsenal de productos
tengamos productos cuya combinación precio/calidad sea de un valor
cuyo monto esté fuera del alcance de una proporción significativa de
nuestra clientela actual. Reorganizarnos para incluir los segmentos
económicos-financieros más elevados para los que esa combinación es
suficientemente atractiva, puede demandarnos esfuerzos e inversiones
en cambios y reorganizaciones o reingenierías para los que no
estamos preparados, no hemos analizado, e incluso puede ser que
definitivamente no nos convenga.
Ya más en
profundidad, los clientes perciben la calidad de un producto según
las características de sus características distintivas peculiares.
Ahora bien, esas características distintivas particulares pueden o
no ser significativas y relevantes para ese producto en particular.
En algunos
casos, un determinado material puede ser valuado como de mayor
calidad que otro; pero, ese mismo material de mayor prestigio y
calidad reconocida, si es incorporado a un artículo en particular a
ser usado en distintos lugares, puede no ser el más conveniente.
Por ejemplo, la
madera maciza tiene mayor prestigio y calidad reconocida que casi
cualquier tipo de aglomerado. Pero en una región húmeda, es posible
que en un determinado mueble de cocina las puertas hechas con
ciertos aglomerados sean más convenientes que las hechas con madera,
para evitar las deformaciones a las que la madera es más proclive.
Sin embargo, es posible que esta ventaja comparativa no sea
suficientemente evidente como para que cualquier cliente en
perspectiva la perciba directamente y sin que le den la
argumentación correspondiente.
Consecuentemente, la percepción de un cliente en perspectiva
acerca de la calidad intrínseca de cualquier producto, y mucho más
aún sobre la combinación precio/calidad, rara vez es clara y
evidente; requiere de información relevante y, frecuentemente,
referida específicamente a cada caso en particular.
Pero ¿quién
brinda esa información al cliente?, y ¿cuán creíble es ese “quién”?
No es fácil que esta información sea siempre proporcionada por
terceros no interesados. La mayor parte de las veces, esta
información será proporcionada por los vendedores. Por esta razón,
es fundamental la confianza y la tradición de confiabilidad que
los clientes perciben acerca de la empresa.
En la mente de
una buena parte o en la mente de la mayoría de los clientes, la
confiabilidad de la empresa juega un importante y a veces
decisivo papel en el valor percibido de la combinación
precio/calidad ofrecida por distintas empresas competidoras.
En fin, como
escuché decir al destacado empresario tucumano Oscar Castillo,
“el precio no es todo; pero sin el precio el todo es nada.”
La percepción combinada de precio y calidad, más otros posibles
factores persuasivos ocultos o no tan visibles ni probablemente
concretos como son los de confiabilidad y otros tan abstractos y
decisivos como éste, son los que determinan el valor en la mente
de un consumidor, más que el precio mismo. Pero si el precio
está fuera del alcance y posibilidades del consumidor, o
desmesuradamente alto con respecto al precio ofrecido por nuestros
competidores, “hasta ahí llegamos.” Probablemente estamos fuera de
mercado.
Inferencias de
calidad a través del precio
En la mente de
los consumidores potenciales el precio puede ser o no un indicador
indirecto o inferencial de la calidad del producto.
Según sean las
circunstancias que asocian a determinados productos con las
características y peculiaridades de quienes los venden, o de quiénes
lo compran en unos y otros lugares del medio, el precio pasa a
asociarse, con mayor o menor fuerza, directa o indirectamente, con
la imagen de los productos, con los deseos de status y con las
estrategias de mercadeo.
Si un mismo
producto es vendido por una empresa prestigiosa y otra que no lo es
tanto, los consumidores potenciales tienden a pensar, o a estar
inclinados a pensar, que el producto de la primera de las empresas
es probablemente de mayor calidad que el de la segunda. Y, aunque la
calidad fuera la misma, pueden estar más proclives a visualizar que
los servicios de posventa y la garantía del producto será más alta y
mayor en la primera que en la segunda.
De igual forma,
si grupos referentes de la sociedad prefieren a una más que a otra
de las empresas, los demás consumidores potenciales en estratos
sociales no tan visibles, tienden a asociar que esa preferencia se
debe a factores de calidad que, aunque ellos no los vean,
seguramente deben estar allí.
En fin, sea ya
por el prestigio relativo de las empresas vendedoras, o por el
prestigio relativo de los referentes sociales que compran
habitualmente en ellas, es posible que, a un mayor precio en esos
lugares, los consumidores potenciales en estratos sociales
seguidores de esos valores y reconocimientos, asocien los mayores
precios con una mayor calidad.
Las empresas de
más prestigio o las empresas en las que compran los más prestigiosos
de los referentes, pueden a veces tener precios más altos sin que
necesariamente pierdan ventas, toda vez que ese prestigio, por
abstracto que sea, se agrega como un valor adicional al precio del
producto en la mente de los consumidores.
Las empresas que
no tienen esas ventajas comparativas abstractas, tienen que
adquirirlas o, por la ausencia de ese valor adicional, ofrecer
precios significativamente menores, como para lograr los niveles de
compensación necesarios.
El precio y la
imagen del producto interactúan y se potencian mutuamente. La
imagen de los productos es de por sí parte del valor que en la mente
de los consumidores se les asigna a estos últimos. Un producto con
imagen más prestigiosa que otro adquiere un mayor valor relativo y
por lo tanto permite cobrar por él un más alto precio que cuando ese
prestigio no se visualiza en la mente de los consumidores. Como
parte de este prestigio, está el status y otros valores que se
asocian a los distintos productos.
Por esto, frente
a los deseos de status y de otros valores similarmente
abstractos posicionados significativamente en la mente de los
consumidores, las estrategias de mercadeo tienen que
acomodarse para tenerlos en cuenta.
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