A TODOS LOS
SACERDOTES Y FIELES DE LA
ARQUIDIOCESIS DE MEXICO, Y A TODOS
LOS MEXICANOS DE BUENA VOLUNTAD.
Un
servidor de todos Ustedes, trigésimo cuarto sucesor del
Arzobispo Zumárraga, con profundo interés y sensibilidad
he seguido, participado y compartido, como todos Ustedes,
las últimas difusiones de los medios de comunicación, según
algunas de las cuales, y parafraseando al
Nican Mopohua, resultaría
que a nuestro Pueblo "nomás le hemos contado mentiras,
que nada más inventamos lo que hemos siempre dicho, que sólo
lo soñamos o imaginamos" (1), que la Aparición de
Nuestra Madre Santísima de Guadalupe no fue real, que no
es, por tanto, verdadera su peculiar presencia entre
nosotros a través de la milagrosa Imagen que para dicha
nuestra conservamos...
Agradezco
a muchísimos de Ustedes que, con toda razón y derecho, me
han interpelado pidiendo un pronunciamiento claro y
explícito como Arzobispo de México, y quiero hacerlo
ahora con toda la fuerza que me permitan el Señor y
nuestra Madre Santísima; pero también con toda la
objetividad y caridad que Ellos mismos demandan de toda
relación o discrepancia entre nosotros sus hijos.
Yo,
como millones de mis hermanos, me he sentido lastimado en mi
sensibilidad de hijo y de mexicano;
no en mi fe de católico, porque de ninguna
manera me considero insultado o agredido porque otros
hermanos míos se hayan servido de su derecho a discrepar en
un punto en el que todos gozamos de plena libertad de
conciencia para creer o no creer, según las razones que se
nos expongan. Ruego, pues, me permitan exponerles una y
otras, tanto mi sensibilidad como mis razones:
En
cuanto a lo primero, a mis sentimientos de hijo y de
mexicano, agradezco a la Providencia poder poder proclamar
que creo que María, la doncella de Nazaret, la esposa
de José el carpintero,
permaneciendo siempre Virgen, concibió por obra del Espíritu
Santo y dio a luz a su Hijo unigénito, Quien
es inseparablemente, -("hipostáticamente")-,
Hijo eterno del Padre, Dios de Dios, luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero;
que es por tanto Ella, verdadera Madre
de Dios y Madre nuestra.
Así
mismo creo,
amo y
profeso con todas las veras de mi alma que
Ella es, en un sentido
personal y especialísimo,
Reina y Madre de nuestra Patria mestiza, que vino en
persona a nuestro suelo de México, a pedirnos un templo para
ahí "mostrárnoslo, ensalzarlo, ponérnoslo de
manifiesto, dárnoslo a las gentes en todo su Amor, que es
El, el que es su mirada compasiva, su auxilio, su salvación;
porque en verdad Ella se honra en ser nuestra Madre
compasiva, nuestra y de todos los hombres que en esta tierra
estemos en uno, y de todas las demás variadas estirpes de
hombres"(2).
No
para quitarnos las penas y problemas que nos templan, porque
todos los que deseemos ir en pos de su Hijo hemos de
"tomar su cruz y seguirlo"(3); pero siempre contando con
que cuando quiera que "estemos
fatigados y agobiados por la carga, Ella, a la par de El,
nos aliviará, pues su yugo es suave y su carga ligera"(4),
y para eso Ella ruega que le permitamos "escuchar
nuestro llanto, nuestra tristeza, para remediar, para curar,
todas nuestras diferentes penas, nuestras miserias, nuestros
dolores."(5).
Comprendo
y compadezco a todos aquellos de mis hermanos que no
comparten esta seguridad. Y los
compadezco no porque yo me crea bueno y mucho menos
porque los considere inferiores o menos ilustrados, sino
porque en verdad me duele que no disfruten de algo tan
bello, tan maravilloso, del poder gozar la ilimitada
seguridad y felicidad que brinda saber que, aun en nuestros
peores dramas, "es nada lo que nos espanta, lo que nos
aflige, que nuestro corazón no tiene por qué temer
enfermedades, ni cosa punzante, aflictiva."(6).
En
verdad, Hermanos míos todos, "si pudieran conocer el don de
Dios"(7), y sé que de alguna manera lo conocen los millones
de peregrinos del Tepeyac, cuán grata es la dicha de vivir
su Amor expresado y entregado en el Amor de su Madre, que
nos dice: "No estoy yo aquí que soy tu Madre? No estás bajo
mi sombra y resguardo? No soy la fuente de tu alegría? No
estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?
Qué mas puedes querer?" (8).
Este
amor de Madre nos impulsa, nos transforma, nos hace crecer,
nos hace profundizar en nuestra fe, nos lleva a buscar el
progreso de nuestra Patria por caminos de justicia y de paz
y nos hace disfrutar nuestros logros aunque estos sean
pequeños. Su
servidor tiene esa dicha, al igual que la inmensa
mayoría de mis hermanos mexicanos, de
experimentar este sentimiento de amor
a mi Madre
Santísima, en esta bendita advocación suya de Guadalupe,
con tanta firmeza, con tan inconmovible seguridad filial,
que no necesitaría que ningunas otras razones para así por
siempre amarla y venerarla... pero le agradezco también que
nos haya dejado suficientísimas pruebas, sólidas y seguras
y, al mismo tiempo, ninguna tan evidente que nos despoje de
"la dicha de aquellos que no vieron, pero creyeron."
(9).
Esa
fe es un don, un don que no está en mi mano otorgar a nadie,
sino sólo pedirlo al Padre de las Luces, como lo pido de
corazón para todos mis hermanos. Lo que puedo hacer, y hago
ahora con fraternal esperanza, es compartir mis razonescon
todo el que desee escucharme, aunque reconociendo que la
diáfana claridad con que las vemos los creyentes es también
un don que nos proporciona esa misma fe. Y mis razones son
las normales, las usuales de nuestra seguridad de que
realmente sucedió un evento pretérito, es decir: la
tradición, los documentos, los hechos que tachonan y
constituyen nuestra Historia.
Quien
se compenetra, con la profundidad que ya se ha hecho, de esa
historia nuestra, no puede menos de preguntarse: Cómo
podríamos existir nosotros si su amor de Madre no hubiera
reconciliado y unido el antagonismo de nuestros padres
españoles e indios? Cómo hubieran podido nuestros ancestros
indios aceptar a Cristo, si Ella no les hubiera
complementado lo que les predicaban los misioneros,
explicándoles en forma magistralmente adaptada a su mente y
cultura, que Ella, "la Madre de su verdaderísimo Dios
por Quien se vive, del Creador de la Personas, el Dueño de
la cercanía y de la inmediación, del Cielo y de la Tierra"(10),
era también "la perfecta Virgen, la amable, maravillosa
Madre de Nuestro Salvador, Nuestro Señor Jesucristo?"(11).
Esos
testimonios, están ahora reforzados mejor que nunca, puesto
que, durante años, muchos de los mejores talentos de la
Iglesia, severos profesionales de la Historia y de la
Teología, los examinaron, discutieron, juzgaron y aprobaron
con motivo del Proceso de Canonización de Juan Diego,
y porque, en base a eso, el
Santo Padre en persona lo refrendó. Y este Proceso no sólo vino a
confirmarnos lo que ya sabíamos, sino nos aportó nuevos y
sorprendentes datos que empezamos apenas a conocer.
Estos
conocimientos, tan novedosos algunos que están todavía muy
poco difundidos, aun entre nosotros los sacerdotes
mexicanos, no son exclusividad esotérica de pocos iniciados;
están a disposición de todo el que se aboque al esfuerzo de
estudiarlos. Si alguien se acreditara como serio
investigador, y deseara examinar directamente en Roma
todo el voluminoso expediente, puede contar con mi
recomendación; pero no hace ninguna falta: Ya, con este
motivo, han ido saliendo de la imprenta varios libros, que
están al alcance de todos y que no temo recomendar como
serios y sólidos, que resumen y difunden lo que se hizo,
cómo se hizo y lo mucho valioso e inesperado que se
descubrió.
En
nuestra Universidad Pontificia, de la que me cabe el
honor y la responsabilidad de ser Vice Gran Canciller,
se imparte un curso anual sobre este tema, al que es
bienvenido todo aquel que esté genuinamente interesado. En
papel aparte cuidaré de que se les amplíen estos datos, pero
ruego me sea permitido dejarles consignado esto mismo que
aquí he expuesto, repitiéndolo en la forma que mi corazón de
mexicano, de hijo, de hermano, de padre Arzobispo sucesor de Zumárraga, más vivamente siente que puede entregarles
todo cuanto soy y deseo compartirles: mis sentimientos, mis
convicciones, mis razones, mis anhelos... en una palabra:
mi plegaria con todos Ustedes y por todos Ustedes a nuestra
Madre Santísima:
"Dueña
mía, Señora, Reina, Dueña de mi corazón, mi Virgencita!"(12)
Yo, "tu pobre macehual... cola y ala, macapal y
parihuela"(13), pero a quien tu misericordia confió el
cuidado de tu bendita Imagen y el gobierno de esta porción
tan amada de tus hijos, vengo "para hacerte saber,
Muchachita mía, que está muy grave tu amado pueblo, una gran
pena se le ha asentado"(14); que entre las muchas
crisis con las que el amor de tu Hijo divino desea
purificarnos, se ha inquietado ahora porque ha creído oír
que quizá tu Aparición no fue real, que quizá no sea
verdadera tu presencia milagrosa entre nosotros, que quizá
no existió tu elegido, Juan Diego, por quien quisiste llegar
a nosotros los moradores de estas tierras.
No vengo, sin
embargo, Señora y Niña mía, a quejarme de nada ni de
nadie. Muy al contrario, vengo a agradecerte, en
nombre de mis hermanos y mío, este maravilloso favor que nos
otorgas de poder clamar con todo el vigor de nuestro corazón
de hijos, que no sólo creemos en Ti y te veneramos como
Madre de Dios y nuestra, sino como Reina y Madre de
nuestra Patria mestiza; que por supuesto que es real que
Tú viniste a este suelo tuyo para "ser
en verdad nuestra Madre compasiva, nuestra y de todos los
que en esta tierra estamos en uno, y de las demás variadas
estirpes de hombres, los que te amamos, los que te buscamos,
los que tenemos el privilegio de confiar en
ti..."(15).
Permite,
pues, mi
Virgencita bienamada, que a través
de mi boca resuene la voz de todo mi Pueblo, dándote mil
gracias por ser todo lo que eres. Permite que me escuchen
todos mis hermanos, que resuenen nuestras nieves y montañas,
nuestras selvas y bosques, lagos y desiertos con el eco de
mi palabra, proclamando que Yo, tu pobre
macehual
pero también custodio de tu Imagen y por ello
portavoz de tus hijos todos, creo, he creído desde que tu
Amor me dio el ser a través del de mis padres, y,
con tu misericordia espero defender y creer hasta mi
muerte en tus Apariciones en este monte bendito, tu Tepeyac,
que ahora has querido poner bajo mi custodia espiritual;
que, junto con mis hermanos, las
creo, (las
apariciones allí sucedidas), las
amo y las
proclamo tan reales y presentes como los
peñascos de nuestros montes, como la vastedad de nuestros
mares, más aún, mucho más que ellos, pues
"ellos pasarán, pero tus palabras de
Amor no pasarán jamás"(16).
Esta
proclamación que te agradezco me concedas hacerte, no es un
favor que te hago, es un don tuyo, pues "nadie
puede siquiera llamar a tu Hijo Señor! si no es por el
Espíritu Santo"(17), y por ello, Mil Gracias, Madre
amadísima e Hijita nuestra la más pequeña!; Gracias por
este privilegio de poder creer!;
Gracias
porque esta fe que nos regalas puede ser al mismo tiempo
ciega e ilustrada! Gracias por habernos dado tantas pruebas
de tu venida a nuestro Tepeyac, y porque ninguna de
ellas sea tan evidente que nos despoje del poder tributarte
esa fe filial nuestra (18); pero gracias también de que sí
podamos ver tu imagen amadísima! "Sabemos a Quién hemos
creído!"(19). "Le hemos creído al Amor... al Amor que
nos amó primero!"(20);
Gracias
por Juan Diego, a quien nos honramos en reconocer,
como a tu antepasado Abraham, por "nuestro
verdadero padre en la Fe"; Gracias por la fe de él, que
deseamos hacer siempre nuestra, tan grande que Tú lo
proclamaste "tu embajador, en
quien absolutamente depositaste tu confianza"!(21);
Gracias por la
desconfianza de mi venerado antecesor Zumárraga, que
te brindó ocasión de darnos tus flores y tu imagen, y
gracias por la confianza férrea que me concedes hoy a mí, su
sucesor, para poder compartirla con todos mis hermanos!;
Gracias por esas
flores que hiciste brotar en nuestro suelo, helado y árido
entonces, que tan elocuentes fueron para nuestros padres
indios!;
Gracias por el
primer milagro con que Tú, Salud de los enfermos,
favoreciste a Juan Bernardino y sigues favoreciendo a todos
los enfermos y afligidos; gracias por tu nombre de
Guadalupe, con el que le pediste que te invocáramos,
pues con él los hermanaste con nuestros padres españoles,
que así te invocaban siglos hacía en tu santuario de los
montes de su Extremadura!;
Gracias por haber
inspirado a tu hijo Valeriano el legarnos el
bellísimo relato de tu venida a nuestro suelo, tan exquisito
y profundo que apenas ahora empezamos a comprenderlo!;
Gracias por todas
las menciones que tus hijos, nuestros padres indios, dejaron
en sus códices y anales; gracias por las dudas, titubeos y
aun choques que consignaron nuestros padres españoles!;
Gracias por todos
los escritos que inspiraste durante todo el tiempo que
formamos parte política de la España; gracias por las
investigaciones que se efectuaron respecto a tu presencia;
gracias por los siglos que nos han permitido rendirte
nuestro amor en tu "casita sagrada" del
Tepeyac!;
Gracias por las
dudas que, siglos después, permitiste surgieran de tu
llegada a nosotros, que nos permitieron corroborar aun más
firmemente la verdad histórica de ese don de tu amor;
gracias por las intrigas en torno a tu Coronación, hace un
siglo, que hicieron que Romate estudiara y proclamara
oficialmente su aprobación!;
Gracias por haber
inspirado y ayudado a mi amado antecesor, el Cardenal
Corripio, a incoar la Causa para examinar y probar la
realidad, la Santidad y el amor con que nosotros, tu Pueblo,
hemos siempre venerado a Juan Diego, "tu embajador, muy
digno de confianza"!;
Gracias por la
profesión de amor y de fe que han hecho mis hermanos Obispos
a nombre de todo el Pueblo Mexicano y en unión con Juan
Pablo II quien devota y continuamente te invoca y te
venera!;
Gracias por el
escrupuloso cuidado que puso Roma en investigarlo;
gracias por los obstáculos y objeciones que la
responsabilidad de nuestros hermanos quiso aportar; gracias
por la luz con que pudieron ser resueltos!;
Gracias por las
incontables horas de trabajo en el proceso; gracias por los
miles de actas en que se consignó la deposición de todos los
que intervinieron, tanto en pro como en contra; gracias por
las montañas de libros y documentos que pudieron revisarse;
gracias por los oficiales de la Congregación de los
Santos que tanto cuidaron, examinaron, objetaron y
exigieron; gracias por los Consultores Historiadores y
Teólogos, que tantas horas gastaron en revisar todo lo
actuado; gracias por la Comisión de Cardenales que dio su
aprobación final; gracias por la aceptación de tu hijo
Juan Pablo, que nos honró viniendo en persona a
publicarla; gracias por el privilegio que nos otorgó por
declararlo Beato, sino de aceptar y endosar la
veneración que siempre le tuvimos...!
Gracias por tantos
nuevos y asombrosos conocimientos que nos has otorgado
descubrir! Gracias por la libertad que nos otorgas a tus
hijos para creer y para no creer en tu Aparición; gracias
por la honestidad de los que no creen, y gracias por tu
generosidad en concedernos creer a todos los que te
invocamos con tu nombre dulcísimo de Guadalupe!
Gracias por los
trabajos de construcción y mantenimiento de tu nuevo
Santuario que por tantos años ha querido encabezar el Señor
Abad de la Basílica y gracias por su disponibilidad y
obediencia que le ha ofrecido al Obispo a quien Tú
encomendaste la custodia de tu imagen!;
Gracias por las
reacciones tan maravillosas de fe que han tenido tus hijos y
también aquellos que sin compartir nuestra fe tienen
profundo respeto a nuestra historia, a nuestra cultura y a
nuestra identidad. Pero también gracias porque estos
acontecimientos han desenmascarado a aquellos que quisieran
vernos divididos, sin fe y sin esperanza, sin símbolos
patrios y en camino de absorción por otras culturas y otros
poderes!;
Permite, pues, que
"mi corazón en amarte eternamente se ocupe, y mi lengua
en alabarte, Madre mía de Guadalupe! Dueña mía, Señora,
Reina, Dueña de mi corazón, mi Virgencita! haz que nunca
angustie yo con duda alguna tu rostro, tu corazón; que con
todo gusto vaya siempre a poner por obra tu aliento, tu
palabra, que de ninguna manera lo deje jamás de hacer ni
estime por molesto el camino"(22), que sea siempre un
fiel custodio de tu templo y de tu Imagen; que sea "tu
querer, tu voluntad" que podamos ver pronto canonizado a
tu "xocoyotito, al más pequeño de
tus hijos"
Juan Diego; que mi pobre vida, mi
obra, y -si "por ventura llegara a ser digno, ser
merecedor"(23) de testimonio tan excelso
- también mi
sangre, sean una proclamación del rendido amor y fe que
te profesamos y profesaremos siempre "los mas pequeños de
tus hijos", tus hijos mexicanos.
NORBERTO RIVERA CARRERA
ARZOBISPO PRIMADO DE MEXICO
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Solemnidad de la Santísima Trinidad.
México-Tenochtitlan, Domingo 2 de junio de 1996
1.-
Nican Mopohua, v. 86.
2.-
Ibidem, vv. 27-31.
3.- Mt. 16,24, Mc 8,34.
4.- Mt. 11, 28.
5.-
Nican Mopohua, v. 32.
6.-
Nican Mopohua, v. 32.
7.- Jn. 4, 10.
8.-
Nican Mopohua, v. 119.
9.- Jn. 20, 29.
10.-Ibidem,
v. 33.
11.-Ibidem,
v. 75.
12.-Nican
Mopohua, v. 50.
13.-Ibidem,
v. 50.
14.-Ibidem,
vv. 111-12.
15.-Ibidem,
vv. 29-31.
16.-Mc. 13, 31; Luc. 21, 33; Mat. 24, 35.
17.-Cor. 12, 3.
18.-Cfr. Jn. 20, 29.
19.-2 Tim., 1, 12.
20.-1 Jn.,4, 16; 4, 10.
21.-Nican
Mopohua, v. 139.
22.- v. 63.
23.-
Ibidem, v. 9.
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