El día 4 de Octubre celebramos la fiesta de San Francisco de Asís.
Francesco
Bernardone, fundador de la gran familia franciscana (franciscanos,
capuchinos, conventuales, clarisas), nació en Asís, Italia, en 1182.
Y allí murió, el 3 de octubre de 1226.
Su padre, Pietro Bernardone, era un rico mercader de tejidos, de Asís.
Su madre, Pica, se dice que era de familia noble de la
Provenza, Francia. Francisco fue uno de sus varios hijos.
San Francisco de Asís
recibió en su bautismo el nombre de Juan, pero su padre lo cambió
después por el de Francesco, "francesito", por su cariño por
Francia, a donde sus negocios lo habían llevado, poco antes de nacer su
hijo.
Francesco recibió una educación elemental; él no era muy
estudioso y su educación literaria nunca se completó. A pesar de que
trabajó con su padre en el comercio, nunca mostró gran interés por la
carrera mercantil, y parece que sus padres le consentían todos sus
caprichos.
Ciertamente la primera parte de la vida del santo no
vaticinaba los años dorados que estaban por venir.
Nadie disfrutaba más
del placer que Francisco.
Muy simpático, cantaba alegremente, y gustaba de lucir buena ropa. Bien
parecido, jovial, audaz, bien educado, pronto se convirtió en el
favorito de los jóvenes nobles de Asís, el más aventajado en toda
actividad marcial, líder de las parrandas, el auténtico rey de la
diversión.
Pero con todo, desde entonces ya mostraba una innata
compasión por los pobres.Rondando
los veinte años, Francisco salió con sus
paisanos a pelear contra los habitantes de Perusa, en uno de tantos
combates tan frecuentes entre ciudades rivales de aquel tiempo.
En esa
ocasión fueron derrotados los soldados de Asís, y Francisco, que se
contaba entre los que fueron capturados, estuvo en cautividad en Perusa
por más de un año.
Durante su cautiverio cayó enfermo, y esto le hizo
meditar mucho sobre las cosas espirituales. Durante la larga enfermedad, el vacío de la
vida que había llevado hasta entonces se le hizo patente.
A pesar de
ello, en cuanto sanó, se despertó su sed de gloria y su fantasía volvió
a vagar en busca de nuevas victorias.
Al fin, decidió abrazar la carrera
militar y todo parecía favorecer tales aspiraciones.
Una noche antes de partir hacia su destino militar, tuvo un sueño en el
que él veía un gran salón lleno de armaduras marcadas que tenían la
insignia de la Cruz. "Estas"- dijo una voz-
"son para ti y
tus jóvenes soldados".
_ "Ahora sé que seré un gran príncipe",
exclamó exaltado Francisco, mientras se ponía en camino hacia Apulia.
Pero una segunda enfermedad
detuvo su camino en Espoleto. Se narra que fue ahí donde Francisco tuvo
otro sueño en el que se le ordenó volver a Asís, cosa que cumplió
inmediatamente.
Era el año 1205.
A pesar de que Francisco aún se unía a veces a las
ruidosas fiestas de sus antiguos camaradas, la diferencia de su actitud
claramente mostraba que su corazón ya no estaba del todo con ellos.
Una
especie de añoranza acerca de la vida del espíritu lo tenía poseído.
Los
compañeros hacían burla de él por andar en las nubes, y le preguntaban si
andaba pensando en casarse. "¡Sí!"- les respondía-
"estoy por
tomar una esposa de insuperable hermosura".
Ella era nada menos que la
Dama Pobreza.
Así
dejó aparte
su ropa llamativa y sus despilfarros.
Cierto día, mientras cruzaba las planicies de Umbría en su caballo,
Francisco llegó inesperadamente cerca de un pobre leproso.
La súbita
aparición de tan repulsiva visión lo llenó de náusea e instintivamente
dio marcha atrás, pero habiendo controlado su rechazo natural, desmontó,
abrazó al pobre hombre y le dio todo el dinero que traía.
Por ese tiempo Francisco realizó una peregrinación a Roma.
La vista de
las pobres limosnas que se depositaban en la tumba de San Pedro lo
mortificó tanto que ahí mismo vació toda su bolsa. Y enseguida, como
para poner a prueba su carácter quisquilloso, intercambió sus ropas con
un andrajoso mendigo, y durante el resto del día guardó ayuno entre la
horda de limosneros a un lado de la puerta de la basílica.
Poco después de su regreso a Asís, al estar en oración ante un antiguo
crucifijo en la olvidada capilla de San Anselmo, camino abajo desde el
poblado, escuchó una voz que le decía: "Ve, Francisco, y repara mi casa que, como puedes ver, está en ruinas".
Él lo entendió literalmente,
refiriéndose a la ruinosa
iglesia en la que estaba. Fue al taller de su padre, tomó un
montón de telas de colores, montó su caballo y se dirigió apresurado a
Foligno, por entonces una plaza mercantil de cierta importancia, donde
vendió tanto las telas como el caballo para obtener el dinero necesario
para restaurar San Damián.
Sin embargo, cuando el pobre sacerdote que
celebraba ahí, rehusó a recibir un dinero adquirido de tal modo,
Francisco se lo arrojó en forma desdeñosa.
El viejo Bernardone, hombre tacaño, se puso inmensamente furioso
por la conducta de su hijo; y Francisco, para evitar la ira de su padre,
se escondió en una cueva cercana a San Damián durante todo un mes.
Cuando volvió al pueblo, mugriento y
enflaquecido por el hambre, una turba escandalosa lo seguía,
arrojándole lodo y piedras, y burlándose de él
como de un loco.
Su padre
lo arrastró a casa, lo golpeó, lo ató y lo encerró en un cuarto oscuro. Liberado por su madre durante una
ausencia de su padre, Francisco volvió a San Damián, donde
buscó asilo con el sacerdote.
Pronto fue citado por su padre ante el
consejo de la ciudad. El padre, no contento con haber recuperado el dinero, buscaba obligar a su hijo a
renunciar a su herencia.
Francisco aceptó de muy buen grado, pero declaró
que, dado que él se había puesto al servicio de Dios, ya no estaba bajo la
jurisdicción civil.
Y así, llevado a la presencia del arzobispo, Francisco se
quitó incluso la ropa que traía puesta, y entregándola a su padre, le dijo: "Hasta hoy te he llamado padre en la tierra;
de ahora en adelante yo sólo
deseo decir, Padre Nuestro que estás en los cielos".
Francisco se puso en camino a las colinas en la parte posterior
de Asís, improvisando himnos al caminar. "Soy el heraldo del Gran Rey",
declaró como respuesta a unos bandidos que enseguida procedieron a
despojarlo de lo que tenía y lo arrojaron despectivamente en la nieve.
Desnudo y a medio congelar, Francisco se arrastró a un monasterio cercano
en el que por un tiempo trabajó como galopín.
En Gubbio, a donde viajó después, Francisco obtuvo como limosna de un
amigo una túnica, un ceñidor y un bastón de peregrino. Vuelto a Asís, iba
y venía por la ciudad pidiendo piedras para la restauración de San Damián.
Llevaba éstas a la vieja capilla, las colocaba personalmente en su lugar y
finalmente la reconstruyó.
Del mismo modo Francisco restauró otras dos capillas abandonadas, San
Pedro, a cierta distancia de la ciudad, y Santa María de los Ángeles, en
la planicie camino abajo, en un punto llamado la Porciúncula. Mientras
tanto, redoblaba su celo en trabajos de caridad, muy especialmente
cuidando a los leprosos.
Cierta mañana de 1208, probablemente el 24
de febrero, Francisco oía misa en la capilla Santa María de los Ángeles,
cerca su choza. El evangelio del día decía que los discípulos de Cristo no
deben poseer ni oro ni plata, ni viáticos para el viaje, ni dos túnicas,
ni calzado, ni bastón, deben anunciar el Reino de
Dios, y exhortar a los pecadores al arrepentimiento y la penitencia.
Esas palabras le entraron muy hondo, en cuanto terminó la misa abandonó lo poco que le quedaba
de bienes temporales: sus zapatos, la túnica, el cayado de peregrino y su
bolsa vacía. Por fin había encontrado su vocación.
Se puso una túnica áspera, (usada por los campesinos más pobres), y atándose una cuerda anudada a la cintura, Francisco se puso
inmediatamente en camino, exhortando a la gente del campo a la penitencia,
al amor fraterno y la paz.
La gente de Asís había cesado de mofarse de Francisco; ahora se
detenían asombrados. Su ejemplo incluso atrajo a otros.
Bernardo de Quintavalle, un
magnate de la localidad,
fue el primero
que se unió a Francisco.
También Pedro Cataneo, un renombrado
canónigo de la catedral.
Con verdadero espíritu de entusiasmo religioso
Francisco reparó la iglesia de San Nicolás, y buscó allí descubrir la
voluntad de Dios acerca de ellos abriendo
tres veces al
azar el libro de los evangelios que estaba sobre el altar.
Cada vez aparecieron pasajes en los que Cristo les decía a sus discípulos
que debían dejar todo y seguirlo.
"Esta será nuestra regla de vida",
exclamó Francisco. Condujo a sus compañeros a la plaza pública, donde
ellos entregaron todas sus pertenencias a los pobres. Luego consiguieron
hábitos ásperos como el de Francisco y se construyeron pequeñas chozas
cercanas a la de él, en la Porciúncula.
Cuando el número de sus compañeros había crecido hasta once, Francisco
consideró conveniente escribir una regla para ellos.
Esa primera regla,
como se le conoce, de los frailes menores no nos ha llegado en su forma
original.
Parece que era muy breve y simple, una mera adaptación de los
preceptos evangélicos que previamente Francisco había seleccionado para la
guía de sus primeros compañeros, y que él deseaba practicar perfectamente.
Una vez redactada la regla, los Penitentes de Asís, como se llamaban a si
mismos Francisco y sus seguidores, marcharon a Roma a buscar la aprobación
de la Santa Sede, aunque en ese entonces no era obligatoria aún esa
aprobación.
El Papa Inocencio, movido, según cuentan, por un sueño que tuvo en el
que vio al Pobre de Asís sosteniendo una tambaleante basílica de Letrán,
dio una autorización verbal a la regla presentada por Francisco y concedió
al santo y a sus compañeros salir a predicar el arrepentimiento en todas
partes.
Antes de partir de Roma todos ellos recibieron la tonsura
eclesiástica, y Francisco fué ordenado diácono
posteriormente. Después de su retorno a Asís, los
Frailes Menores, que así
había llamado Francisco a sus hermanos, por los
minores, o clases
inferiores, como algunos piensan, o en referencia al Evangelio.
(Mateo
25, 40-45).
Se establecieron en Asís, gracias a la generosidad
de los benedictinos de Monte Subasio, quienes les dieron la pequeña
capilla de Santa María de los Ángeles en la Porciúncula.
El convento franciscano se formó en cuanto se levantaron unas cuantas
chozas de paja y lodo, cercadas por una valla, a un costado del
humilde santuario que ya desde antes era el preferido de Francisco.
De
este establecimiento, que se convirtió en la cuna de la Orden
Franciscana (Caput et Mater Ordinis) y el punto central de la
vida de San Francisco, los frailes menores salían de dos en dos,
exhortando a la gente de los alrededores a la penitencia y amor de Dios.
En poco tiempo Francisco y sus compañeros llegaron a tener una
influencia enorme, de modo que varones de toda clase social y forma de
pensar pedían ser admitidos a la orden. En la cuaresma de 1212 una joven rica de Asís, movida por
la predicación del santo en la iglesia de San Jorge, lo buscó y le
solicitó que le permitiera abrazar la nueva forma de vida que él había
fundado.
Por consejo suyo, Clara, que a la sazón tenía apenas dieciocho
años, dejó en secreto la casa de su padre la noche siguiente al Domingo
de Ramos, y acompañada de dos amigas se dirigió a la Porciúncula, donde
los frailes le salieron al encuentro en procesión, con antorchas.
Enseguida, habiéndole cortado el cabello,
Francisco le puso el hábito de los menores y de ese modo la
recibió en la vida de pobreza, penitencia y retiro.
Clara permaneció provisionalmente con unas monjas benedictinas cerca de
Asís hasta que Francisco logró encontrar un lugar adecuado para ella y
para Santa Inés, su hermana, y las demás vírgenes piadosas que se habían
unido a ella.
Finalmente las estableció en San Damián, en una habitación
adjunta a la capilla que él había reconstruido con sus propias manos, y
que había sido donada al santo por los Benedictinos como morada para sus
hijas espirituales. Esa casa se convirtió así en el primer monasterio de la Segunda Orden
Franciscana de las Damas Pobres, conocidas hoy día como
Clarisas Pobres.
En 1214 Francisco se dirigió a Marruecos, en otro intento más de llegar
a los infieles y de, si fuera necesario, derramar su sangre por el
Evangelio, pero estando en España fue atacado por una enfermedad tan
severa que se vio obligado a tornar de nuevo a Italia. Estuvo
presente a la muerte del Papa Inocencio II, en julio de 1216.
Poco después, en los inicios
del pontificado de Honorio III, se concedió la famosa
indulgencia de la Porciúncula. Se cuenta que cierto día,
mientras Francisco oraba en la Porciúncula, Cristo se le apareció y le
ofreció concederle cualquier favor que le
pidiera.
La salvación de las almas era la preocupación constante de
Francisco y así solicitó una indulgencia plenaria para aquéllos que, habiendo confesado
sus pecados, visitaran la pequeña capilla de la Porciúncula.
Nuestro Señor concedió su deseo con la condición que el Papa ratificara
la indulgencia.
Francisco fué a entrevistarse con Honorio III. Este último, a pesar de
cierta oposición de la Curia ante favor tan poco común, concedió la
indulgencia, un día al año: el 2 de agosto,
día en que debía ganarse la indulgencia, conocida en Italia
como il perdono d’Assisi.
En mayo de 1217 se llevó a cabo el primer capítulo
general de los Frailes Menores, en la Porciúncula, teniendo la orden
dividida en provincias y el mundo cristiano en igual número de misiones
franciscanas.
Aunque Francisco y sus frailes tuvieron gran éxito, con
él también llegó la oposición.
Para tratar de corregir cualquier
prejuicio que la Curia pudiera haber albergado sobre sus métodos,
Francisco, por insistencia del Cardenal Ugolino, fué a Roma y predicó
ante el Papa y los cardenales en Letrán.
La visita, que tuvo lugar entre
1217 y 1218, fué al parecer la ocasión del memorable encuentro entre
Francisco y Santo Domingo.
Francisco se convirtió en un verdadero conquistador de almas. Atraídos
por la magia de su presencia, las multitudes, admiradas por lo
desacostumbrado de una predicación popular en el idioma del pueblo,
seguían a Francisco de lugar en lugar.
Una vez aconteció que, mientras
el santo estaba predicando en Camara, un pueblecillo cerca de Asís, la
multitud fue motivada de tal modo por sus
"palabras de
espíritu y vida" que se presentaron a él como una sola
persona y le rogaron que los admitiera en su orden.
Para responder a tales solicitudes Francisco creó en 1221 la
Tercera Orden de los Hermanos y Hermanas de la Penitencia. El lo veía como una especie de camino intermedio
entre el claustro y el mundo, para quienes no podían dejar su hogar o
traicionar sus vocaciones para entrar en la
Primera Orden de Frailes Menores, o la
Segunda Orden de las Damas Pobres.
Durante el segundo capítulo general (Mayo, 1219),
decidido llevar adelante su proyecto de evangelizar a los infieles.
Francisco encargó una misión distinta a cada uno de sus discípulos más
aventajados, y se reservó para sí mismo el sitio de la guerra entre los
cruzados y los sarracenos.
Con once compañeros, que incluían al Hermano Iluminado y a Pedro de
Cataneo, Francisco se embarcó en Ancona el 21 de junio, rumbo a San Juan
de Acre, y estuvo presente durante el sitio y la toma de Damietta.
Luego
de predicar ahí ante las fuerzas cristianas, Francisco se pasó sin temor
al campo de los infieles, donde fue tomado prisionero y llevado ante el
sultán.
Según el testimonio de Jacques de Vitry, quien estaba entre los
cruzados en Damietta, el sultán recibió a Francisco cortésmente, pero
fuera de haber obtenido del gobernante un trato más indulgente que a los prisioneros cristianos, la predicación del santo no tuvo mayor efecto.
Se cree que el santo, antes de retornar a Europa, visitó Palestina y obtuvo para los frailes el derecho, que aún
conservan, de ser los guardianes de los santos
lugares.
Lo que sí consta es que Francisco fue
obligado a regresar de prisa a Italia a causa de varios problemas que se
habían suscitado en su ausencia.
La pobreza heroica que practicaban
Francisco y sus compañeros al principio se volvía cada vez más difícil
en la medida en que aumentaba el número de frailes.
Al regresar a Italia,
Francisco no pudo evita darse cuenta de todo eso.
La caridad de los poblados vecinos les abasteció de alimento, al tiempo
que caballeros y nobles les servían con gusto. Fue en esa ocasión que
Francisco, indudablemente molesto y desanimado por la tendencia mostrada
por un gran número de frailes a relajar los rigores de la regla, según
los dictados de la prudencia humana, y sintiéndose quizás fuera de lugar
en una posición que demandaba cada vez más habilidades de organización,
cedió su lugar como general de la orden a
Pedro de Cataneo.
Mas este último falleció en menos de un año, siendo sucedido como
vicario general por el Hermano Elías, quien continuó en ese puesto hasta
la muerte de Francisco. Pasando por Bolonia a su regreso de Oriente, Francisco
había rehusado a entrar en un convento porque oyó que lo llamaban "la
casa de los frailes", y porque se había instituido en él un institutum.
Ordenó a todos los frailes que ahí vivían, incluso a los que
estaban enfermos, que lo abandonaran inmediatamente.
Francisco nunca se convirtió en esclavo de alguna teoría en lo
concerniente a la observancia de la pobreza o de cualquier otra cosa. No
había nada en él de estrechez de miras o de fanatismo. En lo tocante al
estudio, Francisco sólo deseaba para sus frailes tanto conocimiento
teológico como fuera necesario para la misión de la orden, que era ante
todo una misión de ejemplo.
La acumulación de muchos libros lo veía
como un distanciamiento de la pobreza que los frailes profesaban, y
resistió el deseo de simple erudición, tan popular en su tiempo. En 1221 redactó una nueva regla para los
Frailes Menores.
Otros ven esta regla de 1221 no como una nueva regla
sino como la primera que fue aprobada oralmente por Inocencio. La así
llamada Regla de 1221 es totalmente distinta de cualquier otra regla que
se haya elaborado.
Era demasiado larga y vaga para ser una regla formal.
Dos años después, Francisco se retiró a Fonte Colombo, un eremitorio
cerca de Rieti, y reescribió la regla en una forma más compendiada.
Confió el borrador de la regla revisada al Hermano Elías, quien poco
después confesó que lo había perdido.
Francisco regresó a la soledad de Fonte Colombo y volvió
a escribir la regla, pero
reduciendo sus 23 capítulos a 12, y modificando ciertos detalles de
algunos de sus preceptos a instancias del Cardenal Ugolino.
Regla aprobada por Honorio III, el 29 noviembre 1223 (Litt. "Solet annuere").
Esta Segunda Regla, o
"Regula Bullata" de los Frailes Menores,
es la que desde entonces se ha profesado en la Primera Orden de San
Francisco.
Está basada en los tres votos de obediencia,
pobreza y castidad, con un énfasis
especial en la pobreza, la que Francisco quiso que fuera la
característica de su orden, y que se convirtió en el signo de
contradicción.
Este voto de pobreza absoluta en la primera y segunda
órdenes, y la reconciliación de lo religioso con el estado secular en la
Tercera Orden de Penitencia, son las principales novedades introducidas
por Francisco en la regulación monástica.
Francisco fué el primero en celebrar la Navidad con el
pesebre.
La Navidad parece haber sido su fiesta favorita, y quiso
persuadir al emperador de que hiciera una ley para obligar a los
ciudadanos a cuidar bien de las aves y de las bestias, igual que de los
pobres, de modo que todos tuvieran ocasión de regocijarse en el Señor.
– El día de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz,
14 de septiembre, mientras oraba en la ladera de la montaña, tuvo la visión del serafín, cuya
secuela fue la aparición en su cuerpo de las señales visibles de las
cinco heridas del Crucificado.
– San Francisco fué el primer santo estigmatizado conocido.
El Hermano León, quien estaba con Francisco cuando éste
recibió los estigmas, nos ha dejado en su nota a la bendición autógrafa
del santo que se conserva en Asís una narración simple y clara del
milagro que, por otro lado, fue mejor atestiguado que muchos otros
acontecimientos históricos.
Después de recibir los estigmas Francisco sufrió dolores cada vez
mayores, en todo su cuerpo, ya de por sí debilitado por la
continua mortificación. Siendo Francisco muy condescendiente con las flaquezas de los
demás, se trataba tan duramente a sí mismo que al final se vio
obligado a pedir perdón al "Hermano Asno", como él llamaba
a su cuerpo,
por haberlo tratado tan malamente.
Desgastado como estaba Francisco entonces por dieciocho años de trabajos
incansables, su fuerza dio de si completamente, y a veces su vista
fallaba de tal modo que se quedaba casi ciego. Durante un acceso de
angustia, Francisco visitó a Santa Clara en San Damián y fue en esa
pequeña choza de varas, construida para él en el jardín, que el santo
compuso en en Septiembre de1225 el "Cántico
del Sol".
En julio de 1226, muy enfermo, Francisco llegó a salvo al palacio
arzobispal de su ciudad natal, entre el entusiasmo de todo el populacho.
A principios del otoño, como Francisco sentía sobre si la mano de la
muerte, fue llevado a su amada Porciúncula, para que
pudiera exhalar su último aliento en el sitio en el que se le había
revelado su vocación y donde su orden había visto la luz.
La víspera de su muerte, el santo, a imitación de su maestro, pidió que
le llevaran pan y lo partieran. Luego lo distribuyó entre los presentes,
bendiciendo a Bernardo de Quintaville, su primer compañero, a Elías, su
vicario, y a todos los demás de la orden.
"He
hecho mi parte"- dijo; -
"espero
que Cristo les enseñe a hacer la suya".
Después, para dejar una última señal de desprendimiento y
mostrar que ya no tenía nada en común con el mundo, Francisco se
quitó su pobre hábito y se postró sobre el piso, cubierto con una ropa
prestada, feliz de haber sido fiel a su "Dama Pobreza" hasta el final.
Pidió que le leyeran la pasión según San Juan,
concluido lo cual él procedió a cantar el salmo CXLI con voz
desfalleciente.
Al llegar al versículo final,
"Libera mi alma de la prisión", Francisco fue llevado de este mundo por la "Hermana Muerte", en alabanza
de la cual él había añadido poco antes una nueva estrofa a su "Cántico
del Sol".
Era la tarde del sábado 3 de octubre de 1226.
Francisco
contaba cuarenta y cinco años de edad.
Francesco Bernardone, San
Francisco de Asís, fué canonizado por el Papa Gregorio IX el 16 de
julio de 1228. Su fiesta se celebra el 4 de octubre, y la conmemoración
de la impresión de los estigmas el 17 de septiembre.
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