¿Qué
le pasa a Bush?
Nora Ephron*
Lo lamento, pero tengo que volver a lo que para mí es el Rosebud del segundo
gobierno de George Bush, pero como vivo en Nueva York y libre de los
“trascendidos” y de las fuentes que agobian a los que escriben de política,
sigo pensando en aquel día en que voló un avión y el Presidente andaba en
bicicleta.
Fue, recordarán,
el 11 de mayo de 2005, cuando un pequeño avión se metió sin permiso en el
espacio aéreo del Congreso, disparando una alerta roja. El Servicio Secreto
evacuó al vicepresidente Dick Cheney y llevó corriendo a Laura Bush a un
bunker en la Casa Blanca. El Presidente no estaba ahí. Montaba bicicleta en
Beltsville, Maryland, y el Servicio Secreto no le avisó del incidente hasta que
había terminado. En ese entonces dijeron que no querían interrumpir su
ejercicio. Mi teoría es que este incidente fue una de las razones de la
distancia que hay entre Bush y Cheney, distancia que me enorgullezco en haber
sido de las primeras en señalar basándome en nada en particular y que ahora es
confirmada como absolutamente cierta por nada menos que Newsweek.
Reforzada por
el éxito de esa deducción, quiero hacer otra pregunta que me viene intrigando
hace tiempo: ¿Qué le pasa al Presidente? ¿Tiene una depresión? ¿Le están
dando alguna medicación que no está funcionando? ¿Qué pasa? Hasta me compré
una de esas revistas de escándalos porque decía en la tapa que Bush estaba
bebiendo de nuevo, pero el artículo, como todos en ese tipo de revista, no tenía
la menor consistencia: hasta la foto que mostraba a Bush con una copa de vino en
la mano resultó ser vieja e irrelevante porque estaba proponiendo un brindis en
un banquete. No había ninguna evidencia en el artículo de que estaba empinando
de nuevo.
Pero yo me
pregunto qué hay con George desde que salió de ese extraño veraneo de topo
aislado y respondió a las noticias del huracán Katrina como si él estuviera
bajo el agua. No mostraba emociones. Casi parecía un robot. Su escaso
vocabulario parecía haberse reducido todavía más. No mostraba sentir algo por
las víctimas, y esto ocurría apenas empezada la crisis, cuando nadie sabía
que eran todos pobres. Fue raro. No es difícil mostrarse solidario con víctimas
de un huracán, sobre todo si uno cree que son blancos ricos que perdieron su
casa de veraneo en el Golfo.
En ese momento
me pregunté si Bush no estaba tomando Paxil o Lexapro, drogas que varios de mis
amigos están frecuentando y que los deja como versiones lavadas, asordinadas,
de ellos mismos. Le pregunté a mi amiga Rita, que es psiquiatra, pero ella es
muy cuidadosa en sus comentarios sobre este tipo de cosas. Sin embargo, Rita señaló
que a veces, cuando Bush habla, su boca tiene un ligerísimo temblor lateral,
que según parece es común en gente que está tomando antidepresivos. ¿O fue
mi marido que lo notó? Ya no me acuerdo.
Hace unas
semanas me acordé de todo esto porque en televisión mostraron escenas de la
campaña presidencial del año pasado. Bush aparecía al aire libre, hablando
con un grupo de gente con cascos de trabajo. Se le veía enérgico, en foco,
confiado, al mando. Claro que uno podría decir que por supuesto que parecía
todo eso, porque era un lindo día, estaba rodeado de partidarios, todo iba
bien. Pero el Presidente que vemos en estos días es un hombre muy diferente.
Por supuesto,
Bush tiene razones más que suficientes para estar deprimido, ni falta hace
enumerarlas porque ya las conocemos. Yo creo que más que todo está deprimido
porque su puesto resultó ser mucho más pesado de lo que se esperaba, como se
lo dijo a un grupo de amigos en septiembre. “No se hacen una idea —les
dijo— de lo difíciles que fueron estos cinco años”. Es un comentario
bastante asombroso considerando el número de personas que están muertas como
resultado de esos cinco años en la Casa Blanca.
El tema es que
me parece posible que cuando Bush dejó el alcohol en 1986 haya compensado la
depresión que muchas veces acompaña dejar de tomar con un exceso de ejercicio.
Y hacer ejercicio es su ocupación central desde entonces. El hombre nunca tuvo
algo que pueda ser confundido ni de lejos con un trabajo. Ser dueño de un
equipo de fútbol no es un trabajo. Resulta que ser gobernador de Texas te ocupa
dos meses por año. O sea, que tenía tiempo para hacer ejercicio.
Pero en algún
momento de este año algo pasó y el régimen de ejercicios dejó de funcionar.
Bush se deprimió. Mi teoría es que hubo un pánico y le recetaron más
ejercicio, de ahí la bicicletada en Maryland y las pocas ganas de alterar a un
Presidente ya irritable. (Resulta interesante que el incidente ocurrió justo a
la vuelta de un viaje de cuatro días a Europa que no solo lo obligó a trabajar
varias horas al día sino que además interrumpió su rutina de gimnasia.)
Luego, en agosto, se fue de vacaciones, esas raras, monásticas vacaciones, un
momento perfecto para que el médico presidencial pruebe su medicación, la
cambie o la ajuste. Entonces ocurrió Katrina y vimos aparecer un presidente
irritable, callado, sin foco, el hombre que vemos hoy.
Búsquenlo en
Internet: depresión + síntomas. Y se van a encontrar: falta de energía,
irritabilidad, sensación de lentitud, dificultades para concentrarse. No es que
yo sea una experta, claro, pero es posible ¿o no? Solo preguntaba. (Tomado de Página
12, Argentina)
*Guionista y
directora de cine.
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