Suicidios, dudas y
distanciamientos
El Departamento de Estado norteamericano intenta distanciarse de los
pronunciamiento de una de sus funcionarias acerca de que los tres detenidos
muertos en Camp Delta, se habían suicidado para «llamar la atención»
Juana Carrasco Martín
internac@jrebelde.cip.cu
Cuando el general Harry Harris, jefe de la cárcel Camp Delta en la Base Naval de Guantánamo, llamó a
los recientes suicidios de prisioneros «actos de guerra», definiéndolos como
propaganda, tuvo eco más allá del Pentágono. Colleen Graffy, segunda
asistente de la Secretaría de Estado para la diplomacia pública, dijo que los
tres detenidos muertos habían realizado «un buen movimiento de PR (relaciones
públicas) para , y en una entrevista con la BBC calificó a los suicidios de «una
táctica para promover la causa jihadi» (la guerra islámica).
Casi de inmediato, el
propio Departamento de Estado intentó distanciarse de ese pronunciamiento de su
funcionaria. Sean McCormack, el vocero, aseguró: «No puedo caracterizar esto
como un truco PR»… «Es una preocupación seria en cualquier momento si
alguien se quita la vida».
Quizá la apresurada marcha
atrás del Departamento, no tenga que ver precisamente con una actitud más
humanizada sino pragmática. Catalogarlo como «acto de guerra» implicaría
reconocer a los 460 detenidos ahora encarcelados en Camp Delta como lo que son:
prisioneros de guerra, categoría que se les ha negado denominándolos «combatientes
enemigos», una inescrupulosa manera de violar las leyes y convenciones
internacionales.
Para la inmensa mayoría
del mundo, la desesperación puede haber sido el detonante: desde hace más de
cuatro años confinamiento indefinido y en aislamiento, a miles de kilómetros
de los lugares de su captura, más las torturas, abusos y humillaciones —físicas
y mentales—, son elementos suficientes para realizar cualquier tipo de
protesta, incluida esta, el suicidio del yemenita Ali Abdullah Ahmed, y los
sauditas Mani Shaman Turki al-Habardi al-Utaybi y Yassar Talaj al-Zahrani,
quienes aparentemente se colgaron en sus celdas el sábado 10 de junio.
El Pentágono y las
autoridades del campo de concentración en ese territorio usurpado a Cuba,
intentan ahora limpiarse de culpas y pecados con un pronunciamiento salido de la
alardosa «política compasiva» de su jefe George W. Bush: «Los cuerpos están
en la morgue del hospital naval en Guantánamo, y son tratados con gran
reverencia y respeto en observancia de las reglas islámicas» (lavados,
enfardelados en telas blancas y los ataúdes dispuestos en dirección a la Meca,
y serán enviados a sus tierras natales para ser sepultados.
¿Qué más pedir? Los
muertos pueden sentirse satisfechos. No importa en lo absoluto que hasta ahora
nadie supiera de su situación en Guantánamo, si formaban parte o no del 25 por
ciento de los detenidos que son regularmente interrogados, también son
nimiedades que ninguno de los tres haya tenido abogados y tampoco cargos de
haber cometido crímenes de guerra; en definitiva tampoco tenían asistencia por
«enfermedades psicológicas» y, por supuesto, no se les había recetado
medicamentos.
Giatanjali Gutiérrez, una
abogada del Centro para los Derechos Constitucionales, que representa a muchos
de los detenidos en el centro de interrogación de Guantánamo, ha dicho que las
muertes del fin de semana no constituyen sorpresa alguna para su organización,
que desde febrero de 2002 ha estado trabajando a fin de que «los militares se
preocupen por la salud mental y las condiciones de vida» de sus prisioneros.
Igual piensa la Unión
Americana de Libertades Civiles (ACLU), que ha pedido una investigación
independiente sobre los suicidios y la posibilidad de un control del trato que
reciben todos los detenidos, en especial los que están en huelga de hambre.
Se suman ahora las dudas de
la familia y los amigos de Zahrani quienes describieron al muchacho de 21 años
como muy optimista, obstinado y creyente fuerte y sincero, por tanto, incapaz de
quitarse la vida y asegurarse, como dice el Corán, el infierno eterno.
Talal, el padre de Zahrani,
un coronel retirado, cree que su hijo fue colgado por los guardias o golpeado
hasta morir, por eso ha pedido a las autoridades gubernamentales sauditas una
autopsia y una investigación independientes cuando el cuerpo del joven regrese
como ha sido prometido.
La familia, dispuesta a la
lucha, quiere que el precio por la vida de Zahrani sea la libertad de todos los
prisioneros en Camp Delta.
Pero Saad al-Azmi, un
kuwaití liberado de Guantánamo el año pasado, y que durante un tiempo ocupó
una celda cercana a Zahrani, relató que el joven desaparecía por horas y le
había contado que «lo desnudaban, ataban sus manos a sus pies con esposas de
metal, y lo bañaban con agua helada». Querían saber cosas de Afganistán.
Entonces pudo haberse suicidado porque no fueron horas de tortura, fueron años.
«Es muy posible que quisiera terminar con ello»...
Zahrani tenía solo 17 años
cuando entró en el infierno de Camp Delta, por él y los otros, su familia se
declara decidida a exigir que se haga justicia y se cierre el infierno que
Estados Unidos ha creado en Guantánamo.
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Nota de/para los amigos que me escriben:
De: Otmara L, Cuba
Asunto: Leamos a Frei Betto y sus reflexiones sobre el
poder
La mosca azul Frei Betto
ALAI AMLATINA, 14/03/2006, Sao Paulo.- El poder intriga. Lo
ejercí pocas veces: dirigente estudiantil, jefe de redacción. Más
reciente, en 2003 y 2004, asesor especial del presidente de la
República, con derecho a gabinete en Palacio de Planalto y una
infraestructura nada despreciable: secretarias, móvil, viajes aéreos,
vivienda, coche con conductor, todo pagado por el contribuyente.
Mucho aprendí. Algunas lecciones traigo de la cuna. Mi
abuelo y mi padre también sirvieron en palacios de gobierno.
La persona revestida de poder –cualquiera que sea: síndico o
gerente, policial o político- debería prestar atención a lo
que de ella dicen sus subalternos. Vox populi. Pero no es lo
que acontece en general. Prestamos más atención al juicio de
los pares y superiores, en búsqueda de reconocimiento de quien
tiene poder de ampliar nuestro poder.
Así, sobre los subalternos cae nuestro otro lado perverso que
tanto esmeramos en esconder a los ojos de nuestros pares y
superiores. Sin embargo, caballo indomado, si no somos
contenidos por las riendas de la buena educación, ¡ay de los
subalternos! Quien está por encima tiene el poder de
amonestarlos, censurarlos, castigarlos y despedirlos. Como no
nos amenazan, dejamos desbordar el demonio que llevamos
dentro.
Irrazonables, elevamos la voz, humillamos, insultamos,
reprendemos, y por poco no llegamos a descargar sopapos a la
víctima.
Dé a la persona una tajada de poder y sabrá quien de hecho
ella es. El poder, al contrario de lo que se dice, no cambia
a las personas. Hace que se revelen. Es como el artista a
quien faltaban pincel, tintas y tela, o el asesino que,
finalmente, dispone de arma. El poder sube a la cabeza cuando
ya se encontraba destilado, en reposo, en el corazón. Como el
alcohol, embriaga y, a veces, hace delirar, excita la
agresividad, derrumba escrúpulos. Una vez invertida de la
función o cargo, título o prebenda, la persona se cree
superior y no admite que subalternos contraríen su voluntad,
sus opiniones, sus ideas y sus caprichos.
A falta de una psicología del poder más sistemática, en la
cual no faltan las valiosas contribuciones de Adler y Reich,
recurro a los clásicos de la literatura. Desde la Biblia,
destacándose los libros del Pentateuco, a las obras de
Shakespeare, Kafka y nuestro Machado de Assis.
El dramaturgo inglés retrata bien las ambiciones y las
intrigas del poder. El autor de La Metamorfosis revela su
fase opresiva, la arrogancia, el modo cómo tiende a anular la
dignidad del ciudadano común. Y Machado de Assis no hace
menos, aunque con más sutileza, sin embargo incisivo.
Léase el cuento El Espejo. Allí, un tratado completo de
patología del poder. El joven Jacobina, de origen pobre, es
nombrado alférez. Descubre, pues, que "cada criatura humana
trae dos almas consigo: una que mira de dentro hacia fuera;
otra que mira de fuera hacia dentro." (...) "Hay casos, por
ejemplo, en que un simple botón de camisa es el alma exterior
de una persona; y así también la polca, el voltarete (1), un
libro, una máquina, un par de botas, una cavatina, un tambor
etc."
Recibido en la hacienda de la tía, Jacobina se asombra que
todos lo traten de "señor alférez" (lo que me hace recordar
que, en Planalto, todos son llamados "doctor" o "doctora",
aunque el funcionario nunca haya pisado una facultad). Su
"alma exterior" anula la "interior". Jacobina sólo se da
cuenta de la aberración cuando se ve a solas en la propiedad.
No es la soledad la que lo asusta. Es la propia
insignificancia. Se había acostumbrado a mirarse sólo de
fuera hacia dentro. Hasta que, uniformado, se contempla en el
espejo. Recupera entonces el auto-estima, el orgullo, el
"alma exterior" que le despersonalizara, castrándole la
verdadera identidad.
No todos quienes ocupan el poder dejan que el "alma exterior"
prevalezca sobre la "interior". Esos hacen del poder servicio
y no temen el juicio de sus subalternos, ni tampoco las
críticas. Pues saben que somos todos hechos de barro y soplo,
y lo que importa en la vida es el equipaje subjetivo, no los
aderezos objetivos.
Sin el ingenio de Machado de Assis, sin embargo inspirado en
su poema La mosca azul, osé llevar al papel mi reflexión sobre
el poder. Desembocó en el libro "La mosca azul", que la
editora Rocco hace llegar este mes a las librerías. Mis dos
años en el gobierno Lula me estimularon a compartir con los
lectores mi punto de vista a partir de un punto: el Palacio de
Planalto, corazón del poder. (Traducción: ALAI)
- Frei Betto es escritor, autor de "Alucinado Som de Tuba"
(Ática), entre otros libros. Pedidos de "A mosca azul": tecacarvalho@uol.con.br
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