Cuando los bolivianos acudan a las urnas
el domingo próximo para elegir una Asamblea Constituyente, darán un nuevo y
decisivo paso en un proceso de lucha y acumulación social, que lleva al menos
16 años, regado de sangre y heroísmo.
Califican
de injustos ataques de EE.UU. contra Bolivia
Rechaza
Bolivia nuevos ataques de Estados Unidos
Constituyente
y reivindicaciones indígenas en Bolivia
La exigencia de la asamblea
fue una de las principales banderas de las rebeliones sociales de 2003, que
obligó a renunciar a la Presidencia a Gonzalo Sánchez de Lozada, y de 2005,
que puso fin al precario gobierno transitorio de Carlos Mesa.
El primero se había negado de plano a
convocar la asamblea, debido a que el torrente social que la reclamaba esperaba
de ella el fin del neoliberalismo que Sánchez de Lozada había consolidado en
su primer gobierno (1993-97).
Mesa cedió a la demanda, pero solamente
con promesas, tras las cuales intentó convertir la asamblea en un procedimiento
de reforma limitada de la Constitución, con modalidades tradicionales de elección
y representación.
La renuncia de Mesa, en junio de 2005,
consolidó la idea de que la Constituyente era indetenible, convertida en
demanda estelar del ascendente Movimiento al Socialismo (MAS), de Evo Morales,
cuya elección por mayoría absoluta llevó a una negociación política
plasmada en la convocatoria de la elección del domingo próximo.
Simultáneamente y por presiones de
partidos tradicionales y organizaciones regionalistas, se convocó también para
el 2 de julio a un referendo sobre autonomías departamentales (provinciales),
carentes de consenso y materia de controversias políticas y regionales.
El tema será definido en última
instancia por la Constituyente, reclamada por primera vez en 1990, por indígenas
de la norte la región de Beni, llegados a La Paz en una sacrificada Marcha por
la Dignidad y el Territorio.
Convencidos de que solamente un cambio
constitucional lograría atender sus reclamos de respeto a sus territorios
ancestrales y a su identidad cultural, los originarios exigieron la elección de
la Asamblea, sin lograr mayor eco, aunque sembrando la idea en amplios sectores
que la hicieron poco a poco suya.
Ante esas presiones, en 1994 el Congreso
aprobó una reforma constitucional que proclamó el carácter multiétnico y
pluricultural de Bolivia, aunque solamente a nivel de enunciado y con pocas
medidas estructurales en favor de los aborígenes.
La lucha popular continuó en 1996, con
una nueva marcha de originarios andinos y de las tierras bajas hasta La Paz, que
mantuvo en pie la exigencia de la Constituyente.
Esta logró del gobierno de entonces la
promulgación de una nueva ley agraria reformista y el reconocimiento de 33
territorios indígenas, denominados Tierras Comunitarias de Origen.
Una larga protesta de los campesinos
aymaras virtualmente sitió a La Paz en septiembre y octubre de 2000, reclamando
atención a sus demandas y la convocatoria de la Asamblea.
Ese mismo año, en la ciudad central de
Cochabamba, se produjo la "guerra del agua", que obligó al gobierno
de Hugo Banzer a dejar sin efecto la privatización del servicio de agua potable
de esa urbe y, si bien no planteó la Constituyente, impulsó las luchas
sociales.
Ese mismo año, los indígenas de las
zonas tropicales del país realizaron una nueva Marcha a La Paz por la Tierra,
el Territorio y los Recursos Naturales, con la Asamblea como principal demanda.
Dos años más tarde, decenas de
organizaciones indígenas andinas y de los llanos marcharon casi 900 kilómetros
desde la oriental ciudad de Santa Cruz hasta La Paz, también por la
convocatoria de una Constituyente que acabe con la exclusión que padecen desde
hace más de cinco siglos.
Los aborígenes plantearon excluir de la
elección de la Asamblea a los partidos políticos tradicionales y, también en
2000, el Parlamento aprobó una ley de reforma constitucional que abrió la
posibilidad de convocar a la Constituyente.
En 2003, el malestar social se intensificó
ante la percepción de que el régimen de Sánchez de Lozada pretendía exportar
gas por puertos chilenos, sin exigir al vecino que atienda la demanda histórica
boliviana de una salida soberana al mar.
El rechazo a esa eventualidad se convirtió
en la exigencia de nacionalización de los hidrocarburos y de convocatoria de
una Asamblea Constituyente popular y antineoliberal, a lo que se negó Sánchez
de Lozada, apelando a la represión, con el resultado de 67 muertos.
El hasta entonces vicepresidente Carlos
Mesa asumió la Presidencia en reemplazo del renunciante y, apenas instalado en
el cargo, prometió convocar a la Asamblea, lo que se empantanó entre
indefiniciones gubernamentales y presiones regionalistas por el referendo autonómico.
Un debate parlamentario trabado en el
dilema de realizar primero la elección de consituyentes o el referendo, provocó
grandes protestas sociales que, con las banderas de la nacionalización y la
Asamblea, obligaron a dimitir a Mesa y a los presidentes de las cámaras
legislativas, que pretendían reemplazarlo.
El siguiente en la jerarquía estatal era
el presidente de la Corte Suprema, Eduardo Rodríguez, quien convocó a
elecciones adelantadas, en las que el proceso de lucha reseñado desembocó en
la victoria de Evo Morales.
La nueva administración logró concertar
criterios con los partidos tradicionales para que el Parlamento apruebe una ley
que convocó a la elección de los constituyentes y al referendo autonómico
para el 2 de julio.
La ley estableció una modalidad de
elección desde las bases, con tres delegados por cada una de las 70
circunscripciones electorales, y de otros cinco por cada uno de los nueve
departamentos de Bolivia.
También determinó que el partido más
votado, independientemente del margen de su victoria, dejará en manos de la
oposición al menos un tercio de los escaños; y que la Asamblea deberá aprobar
la Carta Magna por dos tercios de los votos, lo que perfila para muchos
analistas un panorama difícil para los acuerdos en la Asamblea.
Tal vez pensando en ello, el favorito MAS
y Morales apuestan a una victoria que les asegure 70 por ciento de los votos, es
decir más de dos tercios del electorado, para consolidar el proceso de cambios
en marcha y la lucha popular de los últimos 16 años.
lac/mrs