Palestina:
¿una democracia políticamente incorrecta?
Adrián Mac
Liman*
“Nuestro
objetivo es provocar subrepticiamente la caída del
Gabinete de Hamás”, confesaba a mediados de la pasada
semana el primer ministro israelí, Ehud Olmert, en una
entrevista concedida al rotativo galo Le Figaro
durante su estancia en París. Apenas tres días después
de la publicación de sus impías declaraciones, el
Ejecutivo palestino decidió autodisolverse, abriendo la
vía a la creación de un Gobierno de unidad nacional,
integrado por miembros de Al Fatah y de la resistencia
islámica, y capitaneado por tecnócratas procedentes,
en su gran mayoría, del mundo de las finanzas y los
negocios. A las democracias occidentales no les quedaba
más que aplaudir este primer gesto de supuesta madurez
política de los dirigentes de Hamás, tratando de pasar
un tupido velo sobre las múltiples y sostenidas
presiones ejercidas por Tel Aviv, Washington y algunas
capitales europeas para aislar, véase acabar, con el
Ejecutivo liderado por Ismael Haniyeh.
La primicia facilitada por el sucesor de Ariel Sharon
coincidió con el auge de la gigantesca ofensiva contra
el movimiento nacional islámico palestino, iniciada por
los servicios de seguridad hebreos hacia finales de
enero, es decir, escasas horas después de la inesperada
y poco deseada victoria electoral de Hamás. Un
desenlace que la inteligencia militar israelí fue
incapaz de prever. En efecto, para el estamento
castrense de Tel Aviv, conocedor del panorama político
palestino, la resistencia islámica era o, mejor dicho,
debía haber sido, una simple amenaza radical, un
fantasma fácilmente manipulable por la maquinaria de
propaganda del Estado judío. Los autores de los
informes destinados al establishment hebreo se
equivocaron al subestimar las posibles consecuencias de
la desesperación en la que estaba sumida la sociedad
palestina, obligada a soportar tanto el férreo bloqueo
económico impuesto hace ya algún tiempo por Israel
como por la inoperancia de unas embrionarias
instituciones nacionales corruptas, dirigidas por
veteranos militantes de Al Fatah.
Cuando Israel lanzó su operación el país de nunca
Hamás, ideada con miras a precipitar la caída del
equipo de Hanyieh, las autoridades de Tel Aviv emplearon
todos los recursos disponibles para lograr su meta. Tras
el hábil choque mediático que presentó el resultado
de los comicios de enero como una “victoria del
terrorismo y de la inmadurez política de los
palestinos”, se puso en marcha el operativo diplomático
destinado a provocar el aislamiento del Gobierno de
Ramallah y la congelación de la ayuda económica
procedente de los organismos internacionales y
regionales del llamado primer mundo. Ello desembocó, lógicamente,
en la bancarrota de la ANP y el generosísimo
ofrecimiento por parte del Cuarteto de Madrid
compuesto por Estados Unidos, la UE, Rusia y las
Naciones Unidas, de canalizar parte de los fondos -unos
126 millones de euros- a través de un sofisticado
mecanismo diseñado para eludir cualquier contacto con
los nuevos altos cargos de la Autoridad Palestina.
Por si fuera poco, el Presidente de la ANP, Mahmúd
Abbas, personaje otrora irrelevante, pero calificado in
extremis de “hombre de paz” por el tándem
Bush-Olmert, decidió lanzar un referéndum sobre el
reconocimiento de Israel, basándose en un memorando de
reconciliación nacional redactado por militantes de Al
Fatah, Hamás, la Yihad Islámica y el FPLP recluidos en
las cárceles israelíes (sic). Su objetivo final:
desautorizar la rigidez de la postura del Gobierno de
Hamás para con Israel y exigir, llegado el momento, su
disolución.
A la ya de por sí caótica situación se suma otro fenómeno
inquietante: los reiterados ataques contra objetivos
palestinos llevados a cabo en las últimas semanas por
el ejército hebreo. Huelga decir que los llamados
“asesinatos selectivos” provocaron esta vez
numerosas bajas colaterales. Por otra parte, las
facciones armadas palestinas protagonizaron una serie de
enfrentamientos sangrientos, que presagian una
inevitable escalada de la violencia entre sectores
laicos y religiosos.
Aparentemente, el clima de guerra civil que se ha ido
adueñando de Gaza y Cisjordania está generado por un
guión escrito fuera de los territorios palestinos.
Nubes negras planean sobre el escenario de la cada vez más
hipotética democracia palestina, en el país de
nunca Hamás.
maclahor@gmail.com
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Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios
Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
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