La
reconquista de Gaza
Gennaro Carotenuto
La captura de un soldado fue
el pretexto para una nueva invasión de Gaza. A un año del retiro de la Franja,
el ejército israelí ha causado día a día nuevas víctimas y contribuido al
hambre en uno de los territorios más devastados de la tierra. Con la cínica
ironía de los militares, la invasión a Gaza por el ejército israelí ha sido
bautizada “Lluvia de Verano”. Mirándola desde Palestina, recomenzó la
ocupación militar de Gaza. Mirándola desde Israel, el Tsahal, el ejército,
está intentando salvar la vida del cabo Gilad Shalit, de 19 años.
La única central eléctrica ha
sido el primer objetivo que los israelíes bombardearon, dejando a oscuras,
probablemente durante varios meses, a cerca de 700 mil personas y abriendo, en
un verano tórrido, las puertas a una crisis sanitaria.
Los helicópteros Apache han
destruido tres puentes en la principal carretera de la Franja. Decenas de
tanques han ocupado el ex aeropuerto de Dahaniya. Otras dos columnas han entrado
desde el sur de la Franja y la zona norte ha sido repetidamente bombardeada. Un
avión Mirage mató a un dirigente de las brigadas Mártires de Al Aqsa. En el
mercado de Jabalia la gente de Gaza, resignada, intenta comprar lo posible,
harina, leche en polvo, con el poco circulante que aún le queda.
Los enfrentamientos que en los
meses pasados habían llevado a las facciones palestinas al borde de una guerra
civil, desaparecieron. Aún el 8 de mayo en Kahn Younis hubo una batalla con
tres muertos entre las brigadas Ezzedin al Qassam, de Hamas, y los Mártires de
Al Aqsa, cercanos a Fatah. En estos días los milicianos de Al Fatah -el partido
laico fundado por Arafat, y que hoy apoya al presidente Abu Mazen- patrullan el
territorio junto a los de Hamás, el partido religioso que gobierna la Autoridad
Nacional Palestina con el repudio occidental. Al cierre de esta edición ha sido
confirmada la entrada de tanques israelíes en la zona norte de la Franja.
Grande es el repudio palestino al arresto durante la noche de ocho ministros y
unos 50 diputados palestinos, miembros de Hamás, por el ejército israelí. Es
una de las decisiones más graves tomadas por Israel. Demuestra, junto al
hallazgo del cuerpo de un joven colono israelí, secuestrado y asesinado en
Cisjordania, que la escalada no puede detenerse en las próximas horas.
Según la versión oficial
israelí, los puentes y la central eléctrica han sido destruidos para impedir
que los milicianos que secuestraron al cabo Shalit puedan trasladarlo. Mirando
los escombros causados en pocas horas de reocupación, es evidente que no es así:
Israel quiere demostrar la omnipotencia de sus armas y, como afirma el
presidente palestino Abu Mazen, castigar al pueblo de Gaza.
El unilateralismo israelí
Israel tiene el ministro de
Defensa más pacifista de la historia del país. Amir Peretz, como fundador de
Paz Ahora, pedía el retiro desde Gaza y hoy, como ministro, vuelve a ocupar
este territorio palestino junto a Ehud Olmert, el delfín de Ariel Sharon que
gestionó el retiro el año pasado. Para la derecha, desde las columnas del
diario Yediot Ahronot, es fácil acusar al gobierno de no tener un plan, “ni
para los secuestros, ni para los lanzamientos de misiles Qassam, ni para el
previsible gobierno palestino de unidad nacional entre Fatah y Hamás”.
La semana pasada, el llamado
“documento de los presos” había abierto las puertas al diálogo
intrapalestino y hacia Israel. En la cárcel de Hadarim, Fatah, Hamás, Jihad
Islámica y el Frente Popular de Liberación han firmado un acuerdo que lleva a
Hamás a reconocer implícitamente la existencia de Israel en las fronteras de
1967. Es un documento importante, orquestado por el más prestigioso de los
8.500 presos palestinos, Marwan Barghouti.
Los que detuvieron a Shalit,
respaldados por Abu Mazen y por la sociedad de Gaza, que vive el problema de los
presos como central, piden que sea canjeado por las mujeres y por los cientos de
menores presos en las cárceles israelíes. El documento de los presos llevaría
definitivamente a Hamás a una posición pragmática que le otorgaría la
posibilidad de gobernar realmente, superando el aislamiento internacional, e
insertarse definitivamente en las instituciones palestinas.
El plan fue desechado por el
gobierno israelí. Ehud Olmert, que no es Ariel Sharon pero quisiera serlo,
quiere imponer el más unilateral de los planes de paz en seis décadas de
guerra. Es el “Plan de Convergencia” que, sin ninguna mesa de diálogo con
los palestinos, abandonaría apenas algunas de las colonias de Cisjordania. Son
las más chicas, aisladas, poco interesantes, para, a cambio, anexionar al
territorio israelí no sólo toda Jerusalén sino las grandes colonias ilegales
de Modi’in Illit, Gush Etzion, Ariel, Ma’aleh Adumin, que suman más de 200
mil habitantes. Para concretar su proyecto, Olmert cuenta con la actual
debilidad palestina y con el apoyo de George W Bush.
El plan Olmert desborda por la
derecha el “mapa de ruta”, que hasta ahora era el faro occidental para la
resolución del conflicto, y ni siquiera recuerda la existencia de resoluciones
internacionales que exigen el retiro de Israel más allá de las fronteras de
1967 y la demolición del muro.
En la reciente visita de Olmert
a Europa, la primera desde que es primer ministro, se topó con la gélida
distancia del francés Jacques Chirac y la inesperada indiferencia del británico
Tony Blair. Para los europeos, el unilateralismo absoluto de Olmert-Bush, sin ni
siquiera buscar una negociación, o reenviándola a la futura aparición
milagrosa de “un líder palestino responsable”, es todavía una medicina
indigesta. Ahora la nueva invasión de Gaza, que se suma a una crisis
humanitaria ya gravísima, amplifica las preocupaciones.
La masacre silenciada
Sólo en la semana anterior a
la captura del cabo Shalit, incursiones y bombardeos israelíes habían causado
la muerte de 14 civiles, entre ellos varios niños y una mujer embarazada de
siete meses. Esto sin contar los nueve muertos de una misma familia en la playa
de Gaza. Las imágenes de la niña Huda Ghalia que llora abrazando el cadáver
del padre han dado la vuelta al mundo transformándose en un símbolo del
terrorismo de Estado israelí.
Aunque el ejército israelí
niega haber sido autor material de esta masacre de civiles, varias fuentes
independientes, entre las cuales se cuenta Human Rights Watch y el diario
conservador británico The Times, confirman la versión que
atribuye al Tsahal el exterminio de la familia Ghalia. En lo que va del año el
ejército israelí ha asesinado -según Amnistía Internacional- por lo menos a
cien civiles, entre los cuales hay 30 niños, sólo en la Franja de Gaza, donde
en los últimos tres años han sido muertos 800 civiles. A éstos hay que
agregar las ejecuciones extrajudiciales por parte del ejército, que, según AI,
nunca han terminado. Al menos 600 ciudadanos están detenidos sin ninguna
acusación formal y en condiciones durísimas: una Guantánamo más en tierra
israelí. Yediot Ahronot exige el asesinato, por parte del ejército, de ocho líderes
palestinos empezando por el primer ministro Ismail Haniyeh.
El terrorismo del Tsahal no es
la única cara de la desesperación de Gaza. En los hospitales de una Franja con
un 78 por ciento de pobreza, la tercera parte de los niños que mueren por
“enfermedades banales” que -denuncia UNICEF- se podrían curar si a los
hospitales pudieran llegar medicinas, médicos y aparatos sanitarios. Israel ha
bloqueado las transferencias fiscales, es decir, las tasas pagadas por los
mismos palestinos pero gestionadas por los israelíes. El bloqueo europeo,
estadounidense e israelí hace que médicos, maestros y otras categorías de
trabajadores públicos hayan llegado al cuarto mes sin cobrar. Es la paradoja de
una medida pensada para castigar al pueblo palestino por su voto democrático de
enero de 2006.
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