EL
TABLÓN: Dos artículos
¿Peligro
nuclear?
Rafael
Morales
Están
preparados o eso proclaman. El diario británico
The Sunday Times soltó la noticia.
Israel ya tiene preparado un ataque con bombas
nucleares tácticas contra las instalaciones de
enriquecimiento de uranio iraníes. Falta la
orden para “realizar la misión y el proyecto
nuclear iraní será demolido”, según fuentes
militares. Los analistas tienen tres
interpretaciones sobre esta información. Ehud
Olmert intenta presionar a Teherán, pretende
animar a Estados Unidos a un ataque contra Irán,
o trata de preparar a la opinión pública ante
la eventualidad de una agresión unilateral
israelí.
Que Irán forma parte del imperio del mal en
formato terrorista, o el mito según el cual
este país representa un peligro, está inscrito
en la propaganda occidental desde 1979, aunque
Teherán nunca inició una guerra contra sus
vecinos. La propaganda imperial sólo debe
repetir con frecuencia el embuste. Y ahora más,
gracias a las sanciones financieras y tecnológicas
aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU
el mes pasado, tras la decisión iraní de
continuar sus investigaciones nucleares. Pero
estas investigaciones forman parte del Tratado
de No Proliferación Nuclear y están
autorizadas mientras tengan fines pacíficos. Irán
no puede demostrar que carece de planes
agresivos, de la misma manera que Irak estaba
incapacitado para entregar pruebas sobre la no
existencia de armas de destrucción masiva
inexistentes.
Sólo cabe condenar a Teherán en base a un
juicio de intenciones por parte de países que sí
poseen artefactos nucleares. Ellos sí
constituyen un peligro real, entre ellos Israel.
Los expertos aseguran que en ningún caso, y
aunque quisieran, los ayatolas poseerán armas
de este tipo antes de 10 años, pero el Mossad
calcula que dentro de 24 meses Israel se
enfrentará al peligro nuclear procedente de Irán.
Y está dispuesto a aplicar las peores recetas
de la guerra preventiva para evitar la amenaza
imaginada.
Si lo que pretende Ehud Olmert consiste en
estudiar la reacción de la opinión pública
ante su plan aventurero, debería tener en
cuenta el horror de Hiroshima y Nagasaki, aunque
venda que las nucleares tácticas poseen un
poder de destrucción mucho menor, o que harían
explosión bajo tierra (tras los agujeros
abiertos previamente por bombas convencionales)
y con riesgo mínimo de consecuencias
radiactivas. La comunidad internacional debe
responder inmediatamente que en ningún caso
aceptará una versión menor del terror nuclear
sobre las ya débiles espaldas de la paz. También
parecía improbable la ocupación de Irak (por
la dimensión de la tragedia previsible) con el
falso argumento de las conexiones de Bagdad con
el terrorismo internacional o la existencia de
armas de destrucción masiva, pero el drama se
desató y ahí sigue sin que nadie se encuentre
hoy en condiciones de superarlo por culpa de la
ocupación extranjera.
Irán, dicen, responderá de forma contundente.
Cerrará inmediatamente el estrecho de Ormuz,
forzando otra crisis petrolera y, seguramente,
iniciará ofensivas políticas y militares.
Estados Unidos no ha respondido todavía
oficialmente a la información sobre los planes
israelíes. Quizás considere mal momento para
lanzar amenazas de guerra, dado el pantano iraquí
y los problemas políticos domésticos
derivados. Sin embargo, el Pentágono anunció
en diciembre una serie de planes para desplazar
buques de guerra y aviones de combate e la región
del Golfo Pérsico. También los británicos. El
portaviones Eisenhower ya tiene a tiro a Irán y
el Stennis navega hacia la zona. Una posibilidad
para Estados Unidos, políticamente muy
arriesgada y/o criminal, sería la de permitir
el ataque unilateral de Israel y neutralizar la
reacción de Irán controlando el estrecho de
Ormuz. Esta combinación militar o cualquier
otra multiplicaría los desastres de la guerra.
Hay que rechazar sin ambages la aventura israelí
anunciada, condenarla de antemano e impedir su
aplicación. Nunca más bombas nucleares.
rafaelmorales@canariasahora.com
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Sueños
de un año nuevo
Pilar Marrero
8 de enero de 2007
Va a ser bueno —y hasta práctico— que
tomemos el nuevo balance político del Congreso
con un poco de filosofía y paciencia porque,
como todos sabemos, política es política. Digo
esto porque uno todavía tiene su corazoncito y
aún se atreve a creer en ciertos ideales. O al
menos a admirar ciertos momentos simbólicos.
Y así fue
esta semana, cuando varias mujeres de la sala de
redacción de La Opinión nos paramos frente al
televisor que casi siempre está prendido en CNN
—hasta que a media tarde aparece Lou Dobbs y
su cantaleta antiinmigrante y nos dan unas
colectivas ganas de vomitar y alguien cambia el
canal— a ver la histórica juramentación de
la primera mujer presidenta del Congreso de
Estados Unidos.
Curiosamente,
ninguno de nuestros muy amables colegas hombres,
todos muy feministas de la boca para afuera,
pero quién sabe por dentro, se paró emocionado
a ser testigo de tan emocionante suceso que fue,
obviamente, la noticia del día, si no de la
semana o del mes. Digamos que estaban todos muy
ocupados.
En fin, pues
que varias colegas vinieron del otro lado de la
redacción a ver a Nancy Pelosi tomar el mazo
ese con el que le pegan a los congresistas que
se portan mal —o deberían hacerlo, pero se la
pasarían llenos de chichones— y allí estábamos,
cada quien pensando en sus luchas personales, en
lo que a veces le cuesta a una mujer, hasta a la
más preparada, que no la traten como a una
‘niña’.
Y a mí, qué
quieren que les diga, se me hizo un nudo en la
garganta.
Me pasó lo
mismo cuando Michelle Bachellet en Chile, y lo
escribí en este espacio. Dirán algunos que por
qué, si es que ya somos iguales y tenemos los
mismos derechos y bla, bla, bla. Pero todas
nosotras que caminamos sobre este mundo sabemos
la verdad: la cuesta es mucho más empinada.
En fin. Que
con toda esta emoción de ver a Nancy Pelosi,
con su fantástico traje color vino —que a las
mujeres nos guste comentar la ropa sólo quiere
decir que somos capaces de ocuparnos de más de
una cosa a la vez—, con su dignidad de mujer
brillante y poderosa, dando su discurso
inspirador, uno de repente se atreve a soñar.
Por ejemplo,
que esta alegría de los demócratas signifique
que realmente vamos a tener una oposición que
le haga contrapeso a los desmanes de este
gobierno.
Que hagan,
por ejemplo, una revisión profunda del manejo
del gobierno, de los contratos multimillonarios
de Irak, de la tolerancia a la tortura y la
injusticia, del control religioso del gobierno
que debe ser de todos, de la venta al por mayor
de los pocos programas públicos que quedan, de
quitarle al pobre para darle al rico, Robin Hood
al revés. Y que detengan esa guerra absurda e
inservible.
Uno sueña
con que venga Pelosi con su capa de "súper
mujer" y lo arregle todo, como lo haría
una buena madre. Pero quizá sea demasiado
pedir. Veremos.
Comentarios
a pilar.marrero@laopinion.com
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