EL
TABLÓN: Dos artículos
VENTANA AL MUNDO
La fiesta del sacrificio
Adrián Mac Liman*
Por regla general, la
desaparición de un dictador suele provocar reacciones de júbilo en la opinión
pública, satisfacción -oculta o confesada- a nivel de la clase política, un
sinfín de declaraciones más o menos sinceras de quienes pretenden justificar
la victoria del bien sobre el mal. Más aún, los “hombres de bien” se
sienten obligados a congratularse por el lógico desenlace del largo y
doloroso calvario de los pueblos oprimidos, por la presencia de un tímido
rayo de luz que se divisa en el horizonte tras décadas de sofocante
oscuridad. Por regla general, la muerte del tirano suele convertirse en una
gran fiesta.
Curiosamente, la ejecución de Sadam
Husein, anunciada in extremis por los medios de comunicación
estadounidenses, generó el rechazo casi unánime de las capitales
occidentales, así como la inevitable y justificada ira de las masas árabes.
El único defensor incondicional de ese ejemplar castigo fue el presidente
norteamericano, George W. Bush, quien no dudó en calificar la muerte del ex
dictador iraquí de… “importante hito en el camino (del país ocupado)
hacia de democracia”.
Hace unos años, cuando el inquilino de la Casa Blanca lanzó su “guerra
global contra en terrorismo”, las medidas adoptadas por la Administración
estadounidense contaban con el apoyo incondicional de numerosos estadistas e
intelectuales europeos, persuadidos de la necesidad de combatir y erradicar el
radicalismo islámico. Sin embargo, cuando Bush desveló su intención de
atacar Irak, alegando la presencia de armas de destrucción masiva en su
territorio, los europeos adoptaron una postura más prudente, recomendando la
acción diplomática. Ya en aquel entonces se habló de un enfrentamiento
abierto entre la “cultura de la paz”, encarnada por las potencias del
viejo continente, y la “cultura de la muerte”, ideada por los partidarios
del intervencionismo armado. El aparente fracaso del operativo llevado a cabo
por la coalición anglo-americana ha puesto de manifiesto la fragilidad,
cuando no la ineficacia de acciones bélicas destinadas a imponer soluciones
políticas. El desmembramiento del Estado iraquí, la guerra civil entre
facciones chiítas y sunitas, el auge de los fundamentalismos religiosos, la
presencia de radicales islámicos en el escenario de los combates, reflejan el
caótico estado en el que está sumido un país que se enorgullecía de ser
baluarte del laicismo y la modernidad. Claro que las apariencias engañan. El
Irak de Sadam no dejaba de ser una dictadura férrea, donde se solían
infringir los derechos básicos de los ciudadanos.
Mas la caída del tirano, provocada por espurios motivos que nada tenían que
ver con las inexistentes armas de destrucción masiva, abrió la vía a la
destrucción paulatina de las antiguas instituciones nacionales. A la ya de
por sí difícil convivencia ciudadana se sumaron una serie consideraciones étnico-religiosas,
prefabricadas en las mentes de asesores occidentales de la Casa Blanca. La política
de confrontación ideada por quienes desprecian solemnemente la cultura
musulmana constituye actualmente el mayor peligro para la estabilidad de la
zona. A ello se le suman los “errores de cálculo” de las autoridades
iraquíes, empeñadas en congraciarse con el ocupante.
En el caso concreto del juicio que desembocó en la ejecución de Sadam Husein,
se detecta un cúmulo de errores que, a raíz de su coherencia, irritan a los
observadores occidentales. El ministro francés del Interior, Nicolas Sarkozy,
que no peca por sus ideas progresistas, criticaba recientemente la ejecución
del ex dictador, haciendo hincapié en las lagunas registradas durante el
proceso penal, el asesinato de tres abogados defensores, la escasa
independencia del poder judicial iraquí, etc.
En un artículo publicado esta semana en el diario parisino Le Monde,
el candidato a la presidencia de la República gala afirma clara y llanamente
que la ejecución de Sadam, un ser deleznable, constituye, en definitiva, un
error.
Sarkozy prefiere dejar de lado consideraciones de índole meramente cultural,
como por ejemplo el hecho de que al “hombre fuerte” de Tikrit se le
ajustició el primer día de Eid al Adha, festividad musulmana en la que se
prohíbe ejecutar a los reos, o los insultos y las humillaciones que acompañaron
el ahorcamiento de Sadam.
Lo cierto es que muchos políticos europeos, detractores en su gran mayoría
de la pena de muerte, comparten la opinión de Sarkozy. Rusia, Alemania y la
Santa Sede lamentaron la decisión del Tribunal de Apelación de Bagdad.
Curiosamente, los únicos Estados que comparten la satisfacción de George W.
Bush son Israel e Irán, dos enemigos que pretenden, cada cual a su manera,
incrementar su influencia en la región. Nada que ver, pues, con la vergüenza
de los europeos o la ira de los musulmanes. Nada que ver, tampoco, con la
cacareada “cultura de la paz”.
* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la
Universidad de La Sorbona (París)
maclahor@gmail.com
RIELANDO
Los generales y la guerra
Rafael Morales
Cuentan que los altos mandos militares británicos
critican a su Gobierno cuando las cosas van mal, pero los gringos sólo lo
hacen cuando pasan a la reserva. Un general del Reino Unido dijo recientemente
que su país debe retirarse de Irak o su ejército corre el riesgo de
destruirse ante el fracaso y la desmoralización. El ex comandante en jefe de
la OTAN, el general estadounidense Wesley Clark, acaba de solicitar a George
Walker Bush que no envíe los 20.000 soldados más previstos a Irak porque son
pocos y llegarán bastante tarde.
Clark dispone de una trayectoria muy bien considerada en los círculos
militares estadounidenses, especialmente por su éxito en la cacería de los
Balcanes, donde los suyos disparaban misiles desde el aire y los enemigos morían
sin posibilidad de defensa. Escribe uno de sus biógrafos: “El general Clark
dirigió las fuerzas de la OTAN durante la guerra de Kosovo y la ganó de una
manera que pocos creían posible, valiéndose exclusivamente del poder aéreo,
sin sufrir una sola baja en el combate”. Excelente.
Pues bien, este ex jefe de la Alianza Atlántica valora así las relaciones de
fuerza en tierras de Mesopotamia: “No hemos tenido nunca suficientes tropas
en Irak. En Kosovo teníamos 40.000 soldados para una población de dos
millones, lo que equivaldría a un mínimo de 500.000 (“sólo” hay
145.000) en Irak. Mandar 20.000 parece demasiado poco y demasiado tarde
incluso para (el control de) Bagdad”. Desconfía del ejército iraquí
porque “la lealtad de esas fuerzas ha demostrado ser problemática”. También
dice que el envío de más soldados restará fuerzas y tiempo a una salida política
del pantano.
Este artículo del general, publicado en un dominical británico, habla de lo
mal que lo llevan los soldados gringos. Clark habla desde el punto de vista
militar estadounidense. Nada nuevo bajo el sol. Entonces, ¿por qué empeñarse
en maniobras dilatorias para quedarse allí, prestigio de Bush y grandes
razones estratégicas aparte? La misma publicación lo explica. Empresas de
Estados Unidos y Gran Bretaña se llevarán la parte del león de la riqueza
petrolera, según una nueva ley que se presentará pronto al Parlamento iraquí
y en cuya redacción “ha participado directamente” Washington. La nueva
norma, puro latrocinio, concederá a grupos petroleros como la British
Petroleum, Shell y Exxon contratos de 30 años de vigencia para extraer el
crudo y permitirá la primera gran operación de intereses occidentales desde
que se nacionalizó esta industria en 1972. Las multinacionales obtendrán
hasta un 75% de beneficios de un sector del que depende la economía iraquí
en un 70%. ¡Y todavía hay quien diga majaderías sobre la soberanía de este
país, las virtudes democráticas y el progreso económico!
Veamos algunas sorpresas. The New York Times anuncia parte de la nueva
estrategia que Bush nos contará esta semana. Una mayor inclusión de los suníes
en el proceso político, distribución de los ingresos petroleros y
flexibilización del Gobierno de Bagdad hacia los miembros de partido Baas,
además del envío de otros 20.000 soldados. ¿En serio? ¿Va a pacificar Irak
entregándole la riqueza petrolera a la Exxon, persiguiendo como ratas a los líderes
del Baas o ahorcándolos, lanzando al ejército norteamericano sobre Bagdad en
el papel de fuerzas de policías que a ciegas disparan primero contra hombres,
mujeres y niños, y averiguan después? Habrá que esperar al discurso
presidencial, pero carezco del menor motivo para aguardar buenas nuevas
rafaelmorales@canariasahora.com
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