Batalla de San Quintín, 1557

 

El primer problema con el que se encontró Felipe II fue con la ambición cons­tante de los reyes de Francia de apoderarse de Nápoles y la Lombardía, como quedó patente en 1.556, cuando se coaligaron contra el monarca español el rey francés En­rique II y el Papa Paulo IV.

El duque de Alba recibe la orden de su soberano de marchar con sus tropas a terreno pontificio. Así lo hace, llegando a las puertas de Roma. Temeroso el Papa de que se repitiera lo sucedido cuando el saqueo por las tropas del duque de Borbón, solicitó un armisticio que le fue rápidamente concedido. Tanto el de Alba como su rey no querían provocar un enfrentamiento con el Papa, al estar considerada España a la cabeza de las naciones cristianas.

Mientras se cumplía el armisticio, el francés duque de Guisa, invadió Nápoles, aunque no adelantó gran cosa en la conquista de este reino. En vista de ello, don Felipe ordena al general Manuel Filiberto de Saboya que invada Francia. Para llevar a cabo tal cometido, comenzó por introducir su ejército por la Picardía, marchando sobre San Quintín, que era la llave militar de aquella provincia, que estaba situada en la margen derecha del Somma y perfectamente fortificada.

Apenas en Francia se supo del sitio de San Quintín se aprestó un ejército de 20 mil infantes y 6 mil caballos a las ordenes del condestable Montmorency, que situado sobre Pierre-Pont, era punto estratégico desde donde se podían mandar refuerzos a San Quintín.

Los franceses siempre apoyándose en la orilla del Somma, quisieron vadearlo para llevar refuerzos a la plaza. Informado de ello, el general español aumentó en 500 arcabuceros las defensas del vado, evitando que el enemigo pudiera penetrarlo.

El ejército francés trató de retirarse, pero el general Filiberto de Saboya, cru­zando el Somma con la caballería, contuvo a los franceses obligándoles a volver grupas y aceptar batalla. Fue el conde Egmont quien con la artillería contribuyó mu­cho a la victoria.

Esta batalla, que tuvo lugar el 11 de agosto de 1.557, dejó tan desconcertado a los franceses, que los propios generales españoles opinaron que, dadas las circuns­tancias, lo mejor era abandonar San Quintín y marchar sobre París. No satisfecho Felipe II con esta noticia, se trasladó al campamento español y ordenó que lo primero era finalizar aquella batalla con la toma de San Quintín, como así sucedió. La demora que ocasionó la toma de San Quintín le sirvió al ejército francés a rehacerse y llegar a París con tiempo para defenderla.

Después de esta célebre batalla, el Papa Paulo IV, temeroso de perder sus Estados, aceptó la paz, separándose del rey de Francia.

Para conmemorar la toma de San Quintín se construyó el monasterio del Escorial, dedicando el templo a San Lorenzo, en cuyo día se dio la batalla.

Enrique de la Vega. Sucesos militares durante los reinados de los Reyes Católicos hasta Isabel II

 

 

  

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