Josep Carles Laínez      

     

Feminizar a Foucault

La hermenéutica sexual de Rosa María Rodríguez Magda

 

 

 

 


Si bien el feminismo postestructuralista de los Estados Unidos convirtió a Foucault en uno de los filósofos emblemáticos de su reflexión, no se había realizado todavía una obra donde se analizara en su conjunto el pensamiento del autor francés en referencia a las teorías feministas. Éste, ya en el volumen primero de su Historia de la sexualidad, afirmaba, refiriéndose a la histerización del cuerpo femenino, que aconteció un triple proceso según el cual el cuerpo de la mujer fue analizado –calificado y descalificado– como cuerpo integralmente saturado de sexualidad; según el cual ese cuerpo fue integrado, bajo el efecto de una patología que le sería intrínseca, al cuerpo de las prácticas médicas; según el cual, por último, fue puesto en comunicación orgánica con el cuerpo social (...), el espacio familiar (...) y la vida de los niños1. Se nos enfrenta, en este texto, con un haz de cuestiones abordables desde tres de los principales presupuestos teóricos que Michel Foucault acometió a lo largo de su obra y que, enumerados a la inversa de su aparición en la cita, son: el discurso sobre el saber, el discurso sobre el poder y la ética resultante. Estos aspectos son asumidos por Rosa María Rodríguez Magda, primera feminista sumergida en la obra foucaultiana, en Foucault y la genealogía de los sexos. En este ensayo, la autora valenciana no sólo se limita a subrayar los principales puntos de inflexión del pensamiento foucaultiano. También plantea sus mayores logros a la luz de una teoría feminista que, más allá de una genealogía, tienda hacia una arqueología imprescindible, pudiendo ésta ser sólo completada mediante el recurso a una metahistoria de los géneros o, en definitiva, del saber sexual, aquel que tenga en el mythos del andrógino uno de los espejos donde contemplarse, por mucho que en esta transmodernidad, en terminología de la autora, se esté más cerca de la indiferenciación que de la diferencia buscada y deseable.

Rosa María Rodríguez Magda ya había apuntado, en La sonrisa de Saturno, a la idea de lo transexual que ahora reelabora. Allí, dentro de un contexto mucho más políticamente activo (política en su sentido literal de relativo al ciudadano, en este caso a la ciudadana) se podía leer: La apuesta por la apariencia, intentando salvar las falacias del sujeto y la ausencia, de la identidad, nos aboca a la teatralización de la superficie; la suma de los comportamientos heterogéneos, los roles asumidos no por el fatalismo de la biología sino por el imperativo del juego y del placer, la multiplicación de las diferencias en suma, nos conduce a la indiferenciación2. Hay, pues, una espiral autorreversible en este proceso: por un lado, el saber del reparto de géneros a través de una moral violenta (en sentido simbólico, es evidente), al comienzo de la tradición cultural de Europa. Por otro, la conciencia de una disolución de los mismos, en esta transmodernidad, gracias a un proceso general de pérdida o, lo que es lo mismo, de surgimiento de una economía de lo viscoso que disuelve en el seno del Sistema las diferencias existentes no para sublimarlas, sino para, justamente, desleírlas. Frente a esto Michel Foucault tampoco fue ajeno al proceso inverso y necesario de recuperabilidad de la memoria: Analizar el cerco político del cuerpo y la microfísica del poder implica, por lo tanto, que se renuncie –en lo que concierne al poder– a la oposición violencia-ideología, a la metáfora de la propiedad, al modelo del contrato o al de la conquista; en lo que concierne al saber, que se renuncie a la oposición de lo que es “interesado” y de lo que es “desinteresado”, al modelo del conocimiento y a la primacía del sujeto3.

Rosa María Rodríguez Magda aborda la obra foucaultiana desde un análisis que va más allá de la glosa y más allá también del mero espigar en los ensayos para que éstos le devuelvan aquello que fuera a buscar. A la hora de pasar revista a conceptos, o a fases determinadas del pensamiento de nuestro autor, aplica rejillas necesarias por las cuales no sólo se hace transparente la espesura y dispersión de quien renunció y negó obras y autorías, sino que además lanza una lúcida mirada a cuestiones siempre abiertas y extrae, del caudal de los textos foucaultianos, posibles aportaciones a un pensamiento feminista con visos de futuro.

Así, al tocar de nuevo el origen de la objetualización femenina proporciona cauces para un redireccionamiento de la situación contemporánea: Las mujeres deberemos mantener una doble estrategia: aguzar, por un lado, las armas de la deconstrucción de una Modernidad que nos excluyó, y por otro, las argucias para la construcción de una identidad genérica que nos consolide como presencia, interlocutoras y agentes sociales (p. 149). Esta Modernidad es la que desentrañó Foucault y es a la que Rodríguez Magda pasa revista en el segundo capítulo de su libro. La crisis de aquel sujeto instaurado por el genérico “hombre” deviene inhábil para una teoría feminista, tanto por su condición de constructo, como por su formación al margen de lo femenino. De hecho, como la autora señala: Para Foucault la principal aportación de los movimientos de liberación de la mujer no consiste en la reivindicación de la especificidad y los derechos de una sexualidad, sino en el proceso de “desexualización” (p. 134), lo cual no deja de entrañar sus riesgos atendiendo a la noción de lo transexual o monstruoso ya mencionada, pues lo femenino habría pasado, así, de la inexistencia a la anulación: El futuro, el presente en cuanto postmoderno, no es mujer, porque la feminización de la cultura no es sino la travestización efectuada por ciertos pensadores masculinos que asumen unos modos supuestamente femeninos (...) Tras el modelo transexual, el paradigma de lo monstruoso4, en definitiva, todo aquello que actúa por saturación y por ende niega. Desde este punto de vista, vaciamiento y colmo sólo significarían dos modos de contemplar un mismo hecho. La era del vacío lipovetskiana o el atiborramiento del que nos habla Baudrillard atenderían a una misma economía de lo absurdo, a un irreversible paso hacia el vacío. O por decirlo con palabras de la autora: alertadas sobre las trampas de la diferencia, habremos de (...) utilizar la simulación sin desaparecer en la indiferencia (pp. 239-240). El capítulo cuarto, “El cuerpo-especie y la verdad del sexo”, se centra en una problemática tan cara a Foucault, y a toda la crítica homosexual, del lugar del cuerpo en la Modernidad.

De analizar, pues, el poder/saber del cuerpo y el saber/poder desde el cuerpo, preferentemente femenino, se ocupa Rodríguez Magda a lo largo de su obra, es decir de crear las bases, a la luz del pensamiento foucaultiano, de una crítica feminista propia, desde un posible “feminismo transversal”, para que el concepto silenciado de mujer, fracturado en miríadas de significantes en la actualidad, pueda alcanzar un lugar en el mundo. ¿Y un poder a imagen y semejanza del hombre? Es evidente que no. La última parte del libro, “La estética del señorío”, nos muestra la necesidad de un espacio de encuentro donde la ética sea arte de la libertad, pues, como dice la autora al final del texto, la ética, como la vida, es un camino propio en el que no nos cabe reclamar normas sino espacios abiertos (p. 316). Y este libro es un lugar de libertad y de saber.

 

RODRÍGUEZ MAGDA, Rosa María, Foucault y la genealogía de los sexos, Barcelona, Anthropos, 1999



1 FOUCAULT, Michel, Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 19927, p. 127.

2 RODRÍGUEZ MAGDA, Rosa Mª, La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 67.

3 FOUCAULT, Michel, Vigilar y castigar, Madrid, Siglo XXI, 19928, p. 35.

4 RODRÍGUEZ MAGDA, Rosa Mª, El modelo Frankenstein, Madrid, Tecnos, 1997, pp. 106, 107.