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A mi Secretaría Política

Madrid

 

Contemplo con preocupación e inquietud crecientes la situación de nuestra Patria. Las naturales consecuencias del sistema liberal, siempre disolvente, parecen sucederse a un ritmo cada vez más rápido. El clima creado tras los trágicos atentados del once de marzo (cuyas sospechosas implicaciones parecen salpicar, en mayor o menor grado, a todos los partidos políticos que hoy secuestran la representación popular) y el Gobierno que surgió de ellos, están favoreciendo una decadencia moral sin precedentes, la quiebra del Estado y la disgregación de lo que queda de España.

Ante tal panorama, algunos, quizá bienintencionadamente, reivindican la Constitución de mil novecientos setenta y ocho, que además de ilegítima ha favorecido el proceso disgregador; otros levantan bandera por una España jacobina, construcción tan artificial y revolucionaria como los nacionalismos regionales. Los hay que miran a Europa o a poderes cuyo centro está aún más lejano, sin percatarse de que sólo a la Hispanidad y a la Cristiandad pertenecemos y nos debemos, y que vincularnos a otros significa capitular y desaparecer.

Frente a todo ello debería alzarse el Carlismo, la Comunión Tradicionalista, salvaguarda de las Españas verdaderas. Pero hasta en nuestras filas se da esa confusión propia del momento, y la falta de unidad, de entrega, de constancia y de disciplina están impidiendo la eficacia en la acción. Tal vez la causa haya que buscarla en la falta de la virtud teologal de la esperanza, que hace a los cristianos trascender la fácil dicotomía de optimismo y pesimismo.

La hora es grave, extremadamente grave. Nuestra responsabilidad histórica es enorme. Pido a todos que con esfuerzo militante, espíritu de sacrificio y sentido de urgencia, se agrupen en torno a la Secretaría Política que creé hace casi cinco años. Y lo hago con las mismas palabras que usé hace treinta, en mi Manifiesto de Irache: "En épocas como la pasada, cuando se ha perdido el norte, es natural que algunos, desorientados, hayan buscado el acomodo que su conciencia o las circunstancias parecían indicarle como aceptable. A nadie culpo, a nadie reprocho y a todos llamo para que juntos procuremos una vez más, servir lealmente los altos intereses de nuestra Patria".

 

En el exilio, a veintitrés de mayo de dos mil seis, festividad de la aparición del Apóstol Santiago en la Batalla de Clavijo, mes de la Santísima Virgen María.

 

Sixto Enrique de Borbón

 


 

Comunión Tradicionalista

Agencia FARO