CARLISMO Y UNIDAD

El lema que hemos elegido este año para la celebración del acto nacional que la Comunión Tradicionalista celebra, organizado por los círculos carlistas –el de San Mateo a la cabeza– con motivo de la festividad litúrgica de Cristo Rey, en el Cerro de los Ángeles, símbolo de las promesas del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo, tiene un significado más hondo del que la primera lectura pudiera indicar.

Carlismo y unidad evoca, sí, la conveniencia de reagrupamiento de las fuerzas –por más que hoy estén menguadas respecto de las de otros momentos– que se tienen por carlistas. Pero no es el mensaje más importante. Esa unidad, para tener valor, debe venir precedida de no pocos esclarecimientos y seguida de no menos rigor.

Lo que, en un primer momento, quiere significar el lema es la necesidad de recuperación del carácter unitario, íntegro, del Carlismo como fenómeno histórico y político. La fragmentación que acompañó a la crisis de la Cristiandad no ha dejado de producir frutos de escisión, unilateralidad, parcialidad. El Carlismo, como custodio del espíritu de Cruzada de la vieja Cristiandad prolongada en las Españas, es una bandera dinástica, una continuidad histórica y una doctrina cabalmente tradicionalista. La bandera dinástica es el legitimismo, del que el Carlismo no puede abjurar y del que tampoco puede prescindir sin dejar de ser Carlismo. La continuidad histórica es la de las Españas como Cristiandad menor: sin el Carlismo el ser histórico de España habría perecido por la Revolución liberal, de modo que la supervivencia de un modo de ser, el de los pueblos hispánicos, ha sido preservado por el Carlismo. Y la doctrina tradicionalista no es una ideología, esto es, no es una pura asunción arbitraria e infundada ajena a la naturaleza de las cosas: es una doctrina que busca dar razón de las cosas.

Cuando los elementos anteriores, forjados esforzadamente hasta componer una realidad indestructible, se escinden o se toman separadamente, el Carlismo como unidad desaparece. Eso pasa cuando se olvida el legitimismo, cuando se deja de lado la vinculación con la continuidad histórica hispánica o cuando se cede en algún punto del ideario tradicionalista, aunque fuere a título de "hipótesis", para aceptar las tácticas o los principios de la ideología, esto es de la Revolución: sea ésta liberal, conservadora, socialista o fascista. Esto es lo que acontece en buena parte de las fuerzas que se dicen hoy carlistas. Que han caído, por poner variados ejemplos, en el agnosticismo dinástico, la fragmentación del ideario (la absolutivización y desnaturalización del foralismo, o el delirio socialista autogestionario, entre otras) y la táctica democristiana de los "católicos en la vida pública".

Así pues, por el contrario, la proclamación de un Abanderado, el tejido de una hermandad cada vez más estrecha con todos los pueblos de la Hispanidad y el cultivo de un tradicionalismo purísimo (que toca a todas las esferas de la vida, a comenzar con la consideración de la crisis contemporánea de la Iglesia, y la venerable tradición litúrgica, hasta llegar a los menores detalles de la constitución política y social), militan en la mejor y más eficaz edificación del Carlismo.

Todavía, en un segundo lugar, cabe encontrar en el lema Carlismo y unidad una lección de esperanza. El Carlismo, en cuanto crisol de la tradición política hispánica, si es fiel a sí mismo se convierte en instrumento (por modesto e imperfecto que se quiera) del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. De ahí que haya de ser, como su Divino y Único Maestro, "signo de contradicción". Y que, en cuanto la coyuntura lo permita, concite en su torno los anhelos políticos de los católicos, tanto como el rechazo de los revolucionarios. En tal sentido, la perseverancia en la lealtad de la Causa lo es en el servicio de Dios. Y no admite desmayos o cesiones. Un servicio, además, alejado de las tácticas humanas, y ajeno a cualquier cálculo o ventaja, sino por los medios que Dios quiere. He ahí un camino para nuestra perfección personal y para el bien de nuestros pueblos.

 


Comunión Tradicionalista Carlista

Agencia FARO