MENSAJE DEL INFANTE DON SIXTO ENRIQUE DE BORBÓN A LOS ACTOS POR LOS MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN EN LIHUÉ-CALEL (ARGENTINA)

Quiero antes que todo expresar la gran tristeza que siento de no poder ascender con vosotros a los altos de Lihué-Calel y acompañaros en la celebración de los Mártires de la Tradición. La solemnidad de esta fecha, mandada celebrar por mi tío abuelo el Rey Don Carlos VII, ha hallado desde antiguo un hueco en el corazón del pueblo carlista y en todo el mundo hispánico. Con agrado veo que se siguen multiplicando las misas en sufragio por nuestros mayores, por los Reyes y todos los leales, así como también los encuentros fraternales de convivencia. Madrid, Bilbao, Gijón, Pamplona, Sevilla, Barcelona, Las Palmas de Gran Canaria constituyen las cuentas de un rosario que pone su cruz en Lihué-Calel. En esas Pampas infinitas de la margen occidental de nuestro mundo como en las sierras ibéricas del brazo oriental rezamos y cantamos y proclamamos la verdad de nuestra Tradición con una sola voz. Esa es la grandeza de nuestra Causa, la que prolongó en una suerte de Christianitas minor, pero de frontera y por tanto de combate, la Christianitas maior de los siglos medios, y que, con la monarquía universal de mis abuelos Habsburgos, resistió los errores de la modernidad en su irrupción religiosa, como más adelante, con el legitimismo de mis abuelos Borbones carlistas, hizo frente a esos mismos errores en su expansión política. El Carlismo no es otra cosa que la continuidad pura y simple de nuestras Españas, la pusillus grex de la Hispanidad. Cuando Dios quiera que triunfemos sólo habremos de asistir al despliegue de este pequeño núcleo, que hasta en tanto conserva el depósito de nuestras tradiciones venerables y en la medida de sus fuerzas combate las batallas de Dios, afirmado en la esperanza del Reino de los Sagrados Corazones de Jesús y María, devoción providencial que Dios ha confiado a nuestro siglo para socorro de nuestras flaquezas.

Pero este año no puedo dejar de recordar primero que nada el drama que ha ocurrido al filo de la celebración del pasado año y del que puedo escribiros por vez primera. José Ramón García Llorente y Juan Manuel Muskett, lo habéis sufrido tanto como yo, fueron llamados a la presencia de Dios en un recodo de los polvorientos caminos de la Pampa, a la que tanto querían, mientras intentaban apagar los fuegos que multiplicándose asolaban todo. Juan Manuel comenzaba a abrirse a la vida y estaba preñado de ilusiones y proyectos en el servicio de nuestra Causa. José Ramón, en plena madurez, estaba asistiendo a la prolongación de su familia con el matrimonio de sus hijos y la llegada de los primeros nietos, así como la expansión de Pichi-Mahuida. El dolor, intensísimo, ha de fructificar para mayor gloria de Dios y bien de las almas. Así ha ocurrido con las familias de Juan Manuel y José Ramón, unidas más que nunca en la entrega generosa. Que el Divino Mártir haga fecundo nuestro dolor, lo pedimos por la intercesión del Corazón Doloroso e Inmaculado de María, de quien fue José Ramón fiel devoto.

Una de las más grandes gracias de mi vida ha sido el haber conocido a José Ramón, y no sólo como amigo de excepción, sino como un hermano mayor que me indicaba el camino que debía seguirse. Así como en su tiempo don Manuel Fal Conde recibió de mi Padre, siguiendo al Rey Don Alfonso Carlos, la dirección de la Causa, así José Ramón, que estaba entre quienes mejor han comprendido la esencia del Carlismo y más lealmente la han vivido, me parecía insustituible como figura de proa en la misión de reconstruirla. Una Causa que en él era la Causa de España, pero de la España grande, de las Españas, de la Hispanidad. De una Causa que es la de nuestra Santa Tradición, que es también la de la Esperanza. José Ramón, con su personalidad inspirada, empezaba a forjar un sueño realista y concreto.

Ahora que no está físicamente con nosotros parece imposible continuar con la tarea que abnegadamente se impuso y a la cual consagró su vida. Por eso, si no fuésemos cristianos y carlistas, el golpe de lo ocurrido que desgarra el alma, se llevaría por delante nuestras esperanzas, si no fuera porque sus hijos y la Hermandad de Nuestra Señora de las Pampas se están encargando de perpetuarle en una lección de maravillosa entrega. Me llena de admiración la reacción de esta familia de hidalgos ante el golpe sufrido en momentos en que tantas alegrías se avecinaban por tantos esfuerzos que juntos habíamos emprendido. Me emociona el ejemplo de estas familias que han cerrado filas y han abierto las alas para proseguir la obra de hacer de las Pampas el relicario de los ideales carlistas que, enraizados en la tierra, los harán fructificar para la Argentina y todo nuestro mundo hispánico. Como los viejos españoles conquistaron y evangelizaron América, estoy seguro de que la inspiración de José Ramón ha de ser eficaz para reconquistar de nuevo España. En el cielo contamos con un nuevo valedor. ¡Y de qué valor!

En cuanto a mí, Dios Nuestro Señor, queriendo conservarme la vida, a costa de tantas heridas, me ha lanzado a un compromiso que siempre he sentido y tenido presente, al que siempre creo haber respondido aun con las limitaciones de la condición humana, pero que desde ese día de luto y también de esperanza es indeclinable: consagrar mi vida en el futuro a cumplir con mis obligaciones al frente de la Comunión Tradicionalista, reorganizándola en toda la Hispanidad, y haciendo lo posible para que se convierta en Adelantada de la Cristiandad. Mi Manifiesto del pasado mes de julio, en la fecha inolvidable del 17 de julio, recordando la lejana de 1936 en que mi padre, en nombre del Rey Don Alfonso Carlos, dio la orden al Requeté de incorporarse al Alzamiento Nacional que liberó a España de las fuerzas laicistas, ha dado un nuevo paso, con la designación del profesor don Rafael Gambra como jefe de mi Secretaría Política. Los trabajos se suceden y con la mejoría que gracias a Dios vengo experimentando, tras largos meses de hospital y convalecencia espero en breve hacerme presente entre vosotros junto a la tumba de José Ramón para deciros de viva voz cómo siente mi alma y luego llevar este eco de las Pampas a la Península, desde Río de la Plata al Reino de Chile, y así por toda la Hispanidad que fraguaron nuestros comunes antepasados, estos ideales tan altos, estos ideales eternos que ellos nos legaron y son la esencia de la Santa Tradición. No puedo, ni quiero, dejar a su suerte una herencia de honor como la que me ha llegado a través de mi padre el Rey Don Javier.

Finalmente, quisiera que con mi saludo os llegaran también algunas de mis primeras decisiones:

  1. Renovar la consagración de nuestra Comunión, que hicieran mi tío abuelo el Rey Don Alfonso Carlos y mi padre el Rey Don Javier, a los Sagrados Corazones de Jesús y María.
  2. Otorgar la Cruz de la Orden de la Legitimidad Proscrita, a título póstumo, a don José Ramón García Llorente, en la categoría de Gran Cruz, y a don Juan Manuel Muskett.
  3. Nombrar a doña María Jesús Gallardo de García Llorente, madrina de honor de la organización de las Margaritas.

En el exilio, a 22 de febrero de 2002.

Sixto Enrique de Borbón


Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón