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Los
intelectuales y el país de hoy
Isidoro Blaisten: "El mejor gobierno es el que no se nota"
El escritor analiza la situación política
"Lo tiene todo: ternura, penetración, dolor y piedad",
dijo Marta Lynch de Isidoro Blaisten, uno de nuestros más brillantes
narradores, cuyos libros de cuentos ("Dublín al sur",
"La felicidad", "Cerrado por melancolía")
fueron traducidos a varios idiomas. Miembro de número de la
Academia Argentina de Letras, acaba de publicar una novela de trama
policial: "Voces de la noche".
Nacido
en Entre Ríos pero afincado en Buenos Aires, recreó
con lucidez, humor irónico y eficacia descriptiva al porteño
y al argentino, en general, lo que nos lleva a pedirle su opinión
acerca de nuestra idiosincrasia como pueblo y sobre aspectos relacionados
con la actual situación política.
-¿Cuáles
son nuestras principales virtudes y cuáles nuestros principales
defectos?
-Para mí, tenemos un rasgo distintivo: somos sentimentales.
Mi hermana Paulina, recuerdo, casó, y casó muy bien,
a todas las "muchachas" –como se decía en esa
época– que trabajaban en casa. El pretendiente era conducido
a la sala. Se lo convidaba con un cafecito, se le hablaba de las virtudes
de la chica, se le resaltaba que para nosotros ella era "como
de la familia" y que él debía aclarar con qué
intenciones venía. El resultado fue que, durante muchos años,
chorreras de chicos venían a visitar a mi hermana Paulina.
Eran los hijos de esos matrimonios. Esta manera de ejercer la solidaridad
es típicamente argentina. Aun la solidaridad que abruma es
siempre bienvenida, cuando uno recuerda la frialdad de otros países.
Prefiero que me ahoguen en un abrazo y no que se me congele un saludo
por falta de respuesta. El argentino hace de la amistad un culto.
Fíjese lo que pasó el Día del Amigo. Colapsaron
los teléfonos y se llenaron todos los bares. Después,
se puede hacer una larga lista de defectos, que van del aplauso fácil
a la condena fácil, la exageración adolescente, la desconfianza
básica? Pero, fundamentalmente, hay algo que para mí
es misterioso. ¿Por qué, si el argentino es tan creativo,
no puede funcionar en grupo? Este es un gran país de talentos
individuales, eso es evidente, pero lo que nadie explica es por qué
no funciona en conjunto.
-¿No estamos demasiado acostumbrados a celebrar al transgresor,
al pícaro, al "piola"?
-Así nos fue. Nos quedamos "pagando como un chabón",
como dice el tango. Tan mal nos fue que tuvieron que cambiarle el
significado a la palabra "chabón". Antes era un tonto,
un estúpido. Ahora es cualquiera. Tan "piolas" fuimos
que privatizamos y perdimos. En 1989, en Madrid, le pregunté
a un grupo de economistas argentinos por qué, si la privatización
era negocio para los extranjeros, no era negocio para los argentinos,
por qué no podían comprar esas mismas empresas los argentinos
que tenían la plata. Me contestaron que las empresas extranjeras
tenían el know-how. Años después, yo me sigo
preguntando si esa compañía que hizo ese desastre de
dejar a oscuras a media Buenos Aires durante casi dos meses tenía
el know-how. No entiendo para qué queremos inversores de afuera.
Si los economistas dicen que el dinero argentino que está en
el exterior es igual al monto de la deuda externa, ¿por qué
tienen que venir los extranjeros a comprarse, poco a poco, la Patagonia?
-Después
de la década de Menem y de su proceso de modernización
unido con la corrupción, vinieron los años de ineficiencia
de De la Rúa y la declaración del default de Rodríguez
Saá. ¿Los argentinos de los últimos diez años
hemos tenido los gobiernos que merecíamos?
-Eso de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen es, para
mí, una aseveración mecánica, simplista y reduccionista.
En la democracia, se gobierna a través de los representantes
elegidos por el pueblo. Muy bien, el pueblo eligió a sus representantes.
Los eligió por sus promesas. Ahora, dígame usted, ¿qué
gobierno ha cumplido esas promesas? ¿Qué pretenden del
pueblo? No creo que ni la familia cartonera que trabaja entre la basura
ni la pobre señora a quien le han vendido la garrafa social
adulterada se merezcan esos gobiernos. A un obrero que, con un inmenso
sacrificio, a gatas puede mantener a su familia, usted no le puede
pedir que, encima, controle al gobierno. El gobernante entra en lo
que se llama "división del trabajo". Lo que nadie
parece querer admitir es que los gobernantes son empleados. Nosotros
les pagamos el sueldito al presidente, a los senadores y a todos los
demás para que hagan su trabajo, para que hagan las cosas bien,
para que no falten ni se vayan por ahí. Pero uno no puede hacerse
eternamente responsable por su empleado, aunque es cierto que la tendencia
que tenemos a dejar en manos de los demás ciertas cosas que
deben ser controladas puede llevarnos a un callejón sin salida.
Freud y Perón concuerdan en un punto: Freud decía que
en cualquier ciudad, si se dejan dos manzanas sin vigilancia, se llenan
de ladrones, y Perón sostenía que los hombres son buenos,
pero que si se los controla son mejores.
.
-Ultimamente, asistimos a la lucha de unos contra
otros o de todos contra todos. Se pelea el Presidente con sus ministros
y se dividen los dirigentes de un mismo partido, los legisladores,
los sindicalistas, los piqueteros. El argentino parece incapaz de
respetar a quien piensa de otro modo. ¿Qué nos pasa?
¿Somos ingobernables?
-No sé si somos ingobernables. Depende de quién nos
gobierne. Para Alberdi, gobernar es poblar. Yo creo que gobernar es
gobernar los acontecimientos. Y para eso se debe descartar a los gobernantes
glamorosos, triunfalistas y entretenidos. El mejor gobierno es el
que no se nota, el que nunca da la nota. Las cosas andan tan bien
que uno no repara en el gobernante. Es una forma natural de sentirse
gobernado. No le pedimos a nadie que nos entretenga y por eso nadie
nos puede resultar aburrido. Usted, que es viajado, conocerá
países así, como Suiza o Dinamarca, donde no le cambian
el monotributo a cada rato, donde el jubilado vive con dignidad y
donde todos los servicios que sustentan la vida cotidiana funcionan
previsiblemente. Porque, si de hacer locuras se trata, me quedo con
la locura sagrada de los artistas.
-Este
es un país que podría alimentar a cientos de millones
de personas y hay argentinos con hambre. ¿Por qué?
-Porque aquellos que tienen la obligación de eliminar definitivamente
el hambre en nuestro país nunca han pasado hambre. Se dedican
a dar discursos. Un antiguo cuento ucraniano habla de un mujik que
le leía poemas a su burra a la hora de darle de comer. Como
la burra no decía nada, el campesino seguía leyéndole
poemas y la burra seguía trabajando. Hasta que un día
la burra se murió. Eliminar el hambre es una prioridad, una
cuestión de Estado. Y todos los que tienen algún poder
en la Argentina tendrían que reunirse, no para pronunciar discursos,
sino para dar ideas concretas. No es necesario que ningún legislador
se atornille durante 45 minutos a su banca para explicarnos que el
hambre es un flagelo. Eso lo sabemos todos. Primero hay que hacer
un mapa del hambre en la Argentina; después, eliminarlo definitivamente.
Estoy convencido de que se puede. No es posible que una señora
de buena voluntad y sin recursos se ingenie para dar de comer a cien
chicos y que un país entero, rico y exuberante, deje morir
de hambre a sus habitantes. Esta debe ser una tarea permanente y silenciosa,
no importa si da réditos políticos o no. Es un imperativo
categórico. Después, hay que aprovechar las donaciones
de todas las empresas que producen alimentos y quieren colaborar.
Empezamos con eso, que no le va a costar un solo peso al país.
Después se harán pequeñas inversiones, se darán
pequeños créditos, se harán bolsas de trabajo,
cursos de capacitación? Eso sí: esto tiene que estar
muy bien controlado por gente confiable y respetada de cada lugar,
para que se encargue de una eficiente distribución, sin clientelismos,
sin avivadas. Al mismo tiempo, hay que buscar posibilidades de trabajo.
Lo que hay que evitar es la migración. Que la gente no abandone
sus lugares de origen. Asegurar las necesidades elementales, para
que esos lugares progresen. ¿De qué le sirve a un entrerriano
irse a vivir al Gran Buenos Aires para terminar como cartonero en
la Capital?
-¿Es cuestión de querer?
-Es cuestión de empezar. Es como la organización de
un poema: se empieza con una palabra. Bioy Casares decía que
no hay agujerito por donde la inteligencia humana no pueda pasar.
He descubierto que no hay gente más práctica que los
poetas. Necesitamos, para empezar, cien poetas, un camioncito y una
nutricionista.
-Me
conmueve su fe en los poetas. ¿Los intelectuales tienen responsabilidad
política? ¿Deberían actuar en política
como lo hicieron en el siglo XIX los escritores de las generaciones
del 37, el 53 y el 80?
-Eran otras épocas. Todos nuestros políticos estaban
obligados a ser intelectuales. Debían pensar el país
al mismo tiempo que lo construían. Hoy, se encuentra el caso
de intelectuales que hablan muy bien, que son brillantes exponiendo
sus ideas y que cuando llegan al gobierno, fracasan. Por eso, considero
que depende de la personalidad de cada uno. Si un intelectual no se
siente capacitado para la lucha política, quizá sea
mejor que permanezca en la soledad recoleta de su estudio, haciendo
bien su trabajo.
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"Me
gusta la ambigüedad en la literatura, pero no en la vida.
Las reglas deben ser claras y la ley tiene que cumplirse",
dice Blaisten. Foto: Pilar Bustelo
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-Tal
vez una de las causas de nuestra decadencia sea el progresivo deterioro
de la educación. La educación ha sido sobrepasada, en
alguna medida, por una televisión que promueve la banalidad,
el mal gusto, y que confunde lo popular con lo vulgar y chabacano.
-Creo que, en algún sentido, es cierto. Durante mi juventud,
la gente, a la noche, se dormía leyendo un libro. Hoy, se duerme
con el control remoto en la mano agarrotada, viendo por enésima
vez "Duro de matar I". Se perdió "el versito",
el poema que, a través de todo nuestro paso escolar, todavía
recordamos. Yo tuve un profesor que, en el primer año de la
escuela comercial, se ofreció a darnos clases de literatura
en el aula de Mecanografía, por la tarde, fuera de nuestro
horario escolar. De 40 chicos, ocho aceptamos. Más de medio
siglo después, esos ocho chicos siguieron escribiendo. De manera
que, cuando se dan las posibilidades, siempre hay alguien que las
puede aprovechar. En cuanto a lo popular, es una noción numérica.
Algo puede tener mucho éxito y ser muy bueno o tener mucho
éxito y ser muy malo. La televisión nunca puede reemplazar
a la educación.
-Existe,
creo, una suerte de contracultura, marcada por la politización,
la ideologización o la farandulización, que puede atentar
contra la formación humanista del individuo.
-Creo que todo proyecto marcado por la politización, ideologización
o farandulización está condenado al fracaso. ¿Quién
soporta hoy la lectura de esos novelones del realismo socialista que
palanqueaba Stalin? Durante el segundo gobierno de Perón, se
perseguía a Osvaldo Pugliese porque era comunista. Muchas veces
lo sacaban del club donde estaba tocando y se lo llevaban preso. Sin
embargo, muchísimos peronistas de alma lo idolatraban. La ley
se puede imponer; el arte, no. Hubo una época, creo que alrededor
de 1944, en que hubo una cruzada para hablar correctamente. Se cambió
la letra de los tangos. No se podía decir por radio: "Percanta
que me amuraste" y, en vez de "viajero maldito", había
que decir "viajero infinito". La gente se reía, entraba
en el almacén y en vez de pedir media docena de huevos preguntaba:
"Don José, ¿tiene productos de la consorte del
gallo?" Ese era el chiste de la época. Pero, fundamentalmente,
la cultura no tiene contra. ¿Quién sabe quién
era el ministro de economía en Francia en 1888? Pero todos
recuerdan "La habitación de Arlés", que Van
Gogh pintó ese año. El arte se impone y no acepta imposiciones.
Porque cuando todo se olvide quedará la cultura. Hubo un momento
en que Atahualpa Yupanqui estuvo prohibido. Su nombre no podía
pronunciarse. ¿Quién recuerda hoy el nombre del censor?
Creo que fue hacia el fin de los años 50 cuando era obligatorio
en los cines el número vivo. Cuando llegaba el número
vivo, la gente se levantaba, abandonaba la sala y salía a fumar
un cigarrillo y el vocalista cantaba para un cine casi vacío.
-¿Qué
opina del gobierno de Kirchner?
-Creo que hay gente bienintencionada y activa, pero me desorienta.
-Supongo
que ningún gobierno, de izquierda, derecha o centro puede gobernar
en medio del desorden, de la permanente discordia, y a este gobierno,
aparentemente, no le importa mantener el orden público. Su
impavidez ante los piqueteros parece un ejemplo...
-Los reclamos de los piqueteros son justos; los métodos de
la protesta, no. Han logrado ponerse en contra a la mayoría
de los argentinos, que, al principio, los apoyaban. El salvaje ataque
a la Legislatura colmó la paciencia de la opinión pública.
¿Con qué derecho alguien va a intentar quemarla a la
vista de todo el mundo sin que nadie intervenga? Digo "a la vista
de todo el mundo" y no es una metáfora, porque todo el
mundo lo vio por televisión. Vio cómo se robaban los
magníficos leones de bronce de las puertas, cómo usaban
las vallas como arietes, cómo quemaban las puertas. Sartre
dijo que somos como los demás nos ven. ¿Cómo
nos puede ver el mundo? ¿Somos así? Es imposible suponer
que a un portero del Louvre se le ocurrirá quemar "La
Gioconda" porque sus reclamos no son atendidos. Los que recordamos
el incendio del Jockey Club y la quema de las iglesias sabemos que
no trajo nada bueno para el país. El acostumbramiento a las
permanentes imágenes de violencia es letal para un país.
Tenemos la violencia de fondo, la muerte cotidiana. Vemos cómo
matan a un obrero que sólo llevaba dos monedas para el colectivo
y no tenemos mejor idea que superponer otra violencia con enmascarados
y garrotes y fuego, y trasmitirla por televisión. Creo que
estamos viviendo una ambigüedad que nos puede llevar a la irrealidad.
A mí la ambigüedad me gusta en la literatura; en la vida,
no. Y menos en la vida de un país, donde convienen las reglas
claras. La ley debe cumplirse. No hay violencia buena y violencia
mala. La ley debe cumplirse porque la impunidad solivianta a la democracia.
Que un funcionario diga que el ataque a la Legislatura resultó
"un triunfo de la democracia" porque "la Legislatura
no pudo ser tomada" supera cualquier imaginería del realismo
mágico o del absurdo. Todo esto exacerba y libera en la gente
el desasosiego oculto, aquello que no se menciona: la realidad no
existe. Ya vivimos en la irrealidad, aunque no podamos decirlo porque
no es políticamente correcto. Y como la irrealidad no tiene
límites, y como en un país destruido todo el mundo tiene
algo para reclamar, la justicia del reclamo se puede ir desdibujando
y perder la noción de urgencia y la noción de importancia.
Mañana pueden llegar a salir todos. Mañana, por ejemplo,
tendrán derecho a salir a romper todo todos los poetas que
no pueden publicar su libro, todos los cantores que no consiguen grabar,
todos los cuentistas que no han sido premiados y todos aquellos a
los que no les suben las medias.
-A
su criterio, ¿el gobierno de Kirchner tiene un proyecto de
país integrado, sin excluidos y próspero en el mediano
o largo plazo?
-Creo que hasta que no desaparezca la sensación de ambigüedad
e irrealidad, ningún proyecto de mediano o largo plazo será
posible. Gobernar es escuchar, es ordenar y contemplar las distintas
opiniones. Si vamos a ver constantemente lo que nos separa, no conseguiremos
nada. Tenemos que ver qué nos une. Seguir la línea de
puntos, como esos dibujitos infantiles. Ni el protagonismo ni la figuración
son garantía de nada. La gente tiene necesidades y cansancio.
Y la Argentina está enferma de palabras. Creo que gobernar
es dedicarse. Si se está pensando en jugar al ajedrez político,
si se está pensando en ocupar espacios de poder de aquí
a cinco años, se reduce el tiempo de dedicación.
Por
Antonio Requeni, La Nacion, 14 de agosto de 2004
MURIO
EL SABADO A LA NOCHE, DE UNA AFECCION PULMONAR
Con Isidoro Blaisten se fue uno de los mejores cuentistas argentinos
Este
año había editado su primera novela, "Voces en la noche",
luego de un largo trayecto en la poesía, el ensayo y, sobre todo,
el cuento. "Dublín al sur", de 1980, fue su obra más
celebrada.
Habría
que despedirlo con un chiste a Isidoro Blaisten. Más precisamente:
con una ironía, con un sarcasmo que muestre las pretensiones, el
ridículo, el oropel del mundo intelectual, bah, del mundo en general.
Habría que despedirlo así para devolverle algo de su agudeza.
Para que se sienta cómodo en la partida: el sábado a la
noche, en una clínica de Palermo, murió el escritor Isidoro
Blaisten, afectado por una enfermedad pulmonar. Tenía 71 años
y estaba inaugurando una etapa: hace poco más de un mes se editó
su primera novela, Voces en la noche.
Habría
que despedirlo con humor, quizá, o quizá con una reflexión
entrañable. Después de todo, es el hombre que dijo, menos
de un año atrás, que la literatura lo salvaba, lo salvaba
"de un mundo gobernado por la estupidez humana". Y que "la
literatura puede envolvernos como una pintura o un barniz, o puede hundirse
en el corazón. Puede ser los guantes o ser la piel. Y para mí,
indudablemente, la literatura era la piel".
Una
piel que se fue haciendo de a poco. Blaisten nació en Concordia,
Entre Ríos, el 12 de enero de 1933. Fue redactor publicitario,
periodista, librero y fotógrafo. En 1965 publicó su primer
libro. Poemas. Sucedió en la lluvia, que —buen comienzo—
fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes. Pero lo suyo no serían
los poemas, serían los cuentos y eso se supo enseguida. Empezó
a escribir en El escarabajo de oro, una revista literaria que hizo historia,
y en 1969 apareció su primer libro de cuentos: La felicidad. En
1972 fue La salvación y en 1974, El Mago, merecedor del Premio
Municipal de Narrativa en la ciudad de Buenos Aires.
Los
libros que lo consagrarían vendrían después, en la
época en la que el escritor tenía una librería en
San Juan y Boedo. Dublín al sur (1980) —Tercer Premio Nacional
de Literatura— y Cerrado por melancolía (1981) serían
elogiados por la crítica y pasados de mano en mano. Humor, ironía,
un tono coloquial que no impedía lamparazos de poesía, como
rayos. Eso definía su estilo.
Pero
a Blaisten no le gustaba que lo definieran: "Yo soy un tipo solo.
Cambio constantemente, entonces no me pueden clasificar. Carezco de grupos
de pertenencia y te dan con todo por esto. Me dicen que soy polémico
y jamás me metí contra nadie. A mí me interesa hacer
mi obra y que el lector me juzgue. Estoy vivo, por favor no me embalsamen,
quiero seguir", decía en 1991, en la revista La maga.
Hacía
su obra: en 1982 salió Cuentos anteriores y en 1983 publicó
Anticonferencias —Segundo Premio Nacional de Ensayo Literario y
Crítica—, donde mostró las uñas de polemista.
En 1985 salió A mí nunca me dejaban hablar y en 1986, Carroza
y reina. En 1992 Blaisten sacó un libro de ensayos: Cuando éramos
felices. En 1995, más cuentos: Al acecho. Y en 1997, cuentos y
ensayos en Antología personal. Algunos de estos libros se tradujeron
al inglés, al francés y al alemán.
El
hombre, que solía definirse como "un humilde cuentista",
en abril de 2001 fue elegido miembro de la Academia Argentina de Letras.
Ocupó el sillón "José Hernández",
que antes había sido de Marco Denevi.
No
era un pibe cuando pegó el saltito y se largó a la novela.
Lo analizaba con sencillez. Hace diez días decía en Clarín:
"Toda novela es una colección de cuentos. Ese puede ser el
secreto para mantener el interés del lector. Hay novelistas que
son cuentistas, que por más que hayan escrito grandes novelas no
dejan de ser cuentistas. Pienso en Onetti, en Cortázar, en Castillo.
El cuentista tiene otra forma de mirar la vida y por consiguiente tiene
otra forma de asumir el lenguaje y de articular el pensamiento. Yo sigo
siendo cuentista, aunque escriba mil novelas."
Cuentista,
entonces, el hombre que parte. Quizás habría que despedirlo
en silencio. Después de todo, es el hombre que dijo: "Creo
que sólo la ausencia puede nombrar a la ausencia."
Clarin, 30 de agosto de 2004
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INCLASIFICABLE.
NO LE GUSTABA QUE LO DEFINIERAN: "CAMBIO CON EL TIEMPO",
"POR FAVOR, NO ME EMBALSAMEN", DECIA. (Foto: Archivo Clarín)
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Su
única novela
Tenía el veneno preparado, lo estaba por sacar del bolsillo, estaba
listo para echárselo en el café, había encontrado
el pretexto justo para que Anselmi se diera vuelta y mirase hacia la vidriera,
cuando eso que dijo Anselmi lo inmovilizó.
Anselmi
acababa de salvarse por un pelo. Mejor dicho, por una palabra, unas cuantas
palabras.
Furioso,
distendió los dedos y soltó el paquetito (la doble porción
de cucarachicida envuelta en papel Manifold), sacó la mano del
bolsillo de la guayabera y tomó uno de los dos vasos humeantes
que elcafetero había dejado sobre el vidrio del pequeño
mostrador.
Bebió
un sorbo y sonrió con bonhomía, como festejando las idioteces
que ahora Anselmi había comenzado a decir con inusitado brío,
mientras que, desde lo más profundo de su odio, iba armando rápidamente
lo que él denominaba "el muñeco interior".
Eso
había sido el viernes. Ahora, en mitad del domingo, pensaba que
era verdad, que la vanidad trae mala suerte.
(de
"Voces en la noche")
El dolor detrás del humor
Pablo De Santis. Escritor
Isidoro
Blaisten ha sido celebrado con justicia por sus libros de cuentos. El
mago, Cerrado por melancolía o Dublín al sur, que encierra
sus mejores relatos, son obras clave de la cuentística argentina.
Y cuando se habla de ellos es inevitable la mención al humor, que
nunca aparece como un "género", encargado de organizar
el material, sino más bien como una estrategia pudorosa para no
hablar del dolor. A Blaisten le gustaba el humor, pero no el ingenio obligatorio.
En una charla sobre el fracaso, escribió: "También
siento el fracaso cuando algún periodista me llama para pedir una
opinión y me dice: 'Mandate una de las tuyas, Isidoro'. Ahí
siento algo en el estómago, una punzada redonda, casi circular;
y rápido, rapidamente debo ser astuto, zahorí, repentista,
para que sonrían, para que me quieran, para que alguien me odie,
pero que de alguna forma se acuerden de mí."
Escribió
Anticonferencias, una mirada irónica sobre los rituales de nuestra
literatura. Entre sus consejos para las presentaciones de libros, anotaba:
"El presentador no tiene que haber leído el libro, para que
la presentación gane en espontaneidad y frescura. Comenzará:
'Un libro no necesita presentación. Y menos un libro como éste...',
y finalizará: "He aquí una invitación a la aventura,
a la poesía, a su mundo".
Su
primer libro fue su único libro de poemas; su último libro,
su única novela. En el medio, cuentos y misceláneas ejecutados
con maestría, desde alguna mesa de café, en un cuaderno
Gloria.
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