Noticias desde Washington, Madrid y Brasilia

Existe un curso profundo de la política exterior argentina que domestica hasta la voluntad del gobernante más impenitente. Ese trazado pasa sin duda por los Estados Unidos, por España y por Brasil. Las relaciones con esas naciones -cambiantes, emocionales o racionales según los momentos- constituyen ya políticas de Estado de la Argentina.

Pero Washington tomó distancia en los últimos tiempos; Madrid abrió un paréntesis por la transición interna entre gobiernos de signos ideológicos contrarios, y con Brasil hubo, en los meses recientes, más noticias de rupturas que de armonías. Ráfagas de novedades conmovieron en la semana que pasó a esas puntuales relaciones con el exterior; podrían ayudar a definir, para bien o para mal, el país de los próximos años.

Miguel Angel Moratinos, canciller de España, vino a la Argentina sólo por 24 horas. La diplomacia tiene un lenguaje de palabras, pero también de gestos. Cruzar el océano para estar sólo un día en Buenos Aires, sin ninguna otra escala, es un gesto importante para ratificar la vieja alianza estratégica. El fogueado diplomático español (que fue alto comisionado europeo para Medio Oriente antes de conducir la política exterior de su país) no viajó sereno ni tranquilo en el avión que lo trajo.

Venía con dos impresiones. Una la había recogido en la prensa europea y en los medios empresarios españoles. Le decían que Néstor Kirchner es un presidente populista, extremadamente ideologizado, desmesuradamente nacionalista, casi una caricatura del venezolano Hugo Chávez. La otra sensación se la dio el propio jefe del gobierno español, Rodríguez Zapatero: Kirchner no es eso que aparece, le aseguró siempre.

Resulta que Moratinos regresó a Madrid con otras dos impresiones, aunque ahora se llevó su propia percepción del presidente argentino. Se sorprendió ante un político que conoce de memoria los problemas del Estado, desde las cuentas fiscales hasta las negociaciones con los organismos multilaterales, y que se mostró conciliador y predispuesto a los acuerdos. Tan extrañado salió de la reunión con Kirchner, que durante un viaje en auto con el canciller Bielsa le recomendó a éste una intensa campaña para mejorar la imagen del Presidente en el exterior.

Luego lo sorprendió el anticlímax: los empresarios españoles. Desconfiados del futuro, seguros de que son víctimas de una campaña oficial que ignora el importante aporte que hicieron con monumentales inversiones, convencidos de que carecen de un horizonte previsible, dejaron en Moratinos la certeza de que algo está funcionando mal en esa relación.

En el mundo moderno, también el Estado debe mimar un poco a los empresarios, lo escucharon decir al canciller luego de esa reunión con los empresarios de su país, la más complicada que tuvo aquí.

Kirchner había despachado la relación con los empresarios con frases optimistas y verídicas, pero que arrastraban más anhelos que realidades. Moratinos le propuso incluso la designación de un alto comisionado para lidiar entre los dos gobiernos y los empresarios españoles.

No lo considero necesario, pero no me opondré si ustedes lo quieren, le respondió el Presidente. La Argentina fue el primer destino de las inversiones españolas durante la década del 90; la crisis argentina tuvo las características de un problema interno en España.

Hubo un único reproche de Kirchner. Con España sí tenemos un problema, uno solo: se llama Rato, le disparó a Moratinos no bien éste se sentó frente a él, aludiendo al jefe del Fondo Monetario. Rato es como la imagen de los argentinos en el exterior: arrogante e imperturbable, le explicó. Moratinos representa a un gobierno que tiene muy poco que ver con Rato; es notable la abismal diferencia de puntos de vista con la administración de Aznar, por ejemplo, en política exterior.

La conclusión que decantó en el gobierno argentino es que España podría ayudar más con su influencia ante algunos países que integran el G7, el verdadero mandamás del FMI, que a través de Rodrigo de Rato.

Nadie defendió al jefe del FMI. Ni siquiera el influyente Miguel Sebastián, el principal asesor económico de Rodríguez Zapatero, que acompañó a Moratinos y que tuvo paralelas y muy privadas reuniones con el jefe del Gabinete, Alberto Fernández, con Lavagna y con Bielsa. Sebastián desmenuzó con ellos la relación económica y pidió un sistema de información directa, para no quedar atrapado sólo por las noticias del mundo empresario.

Los españoles se fueron convencidos de que esa relación entre Kirchner y los empresarios debe mejorar. Pidieron que la Argentina se aleje del default cuanto antes y que avance, aún defendiendo sus opiniones, en un arreglo con el FMI.

Moratinos no descarta que los empresarios incuben sus broncas en el microclima que los envuelve a ellos mismos. Reconoce que debe haber nuevas reglas del juego tras el colapso del país, pero que esas reglas deben empezar a negociarse de inmediato. Los empresarios necesitan una visión de futuro para decidir sus inversiones, deslizó. Y la administración de Kirchner tiene un problema de gestión; el peor remedio sería no admitirlo.

Pero el Presidente no escatimó algunas lisonjas ante Moratinos: No tengo ninguna crítica para hacerle a la conducción de Repsol, le dijo, porque ha cumplido con todas las promesas que hizo. Es mucho más cumplidora que Petrobras, precisó.

Petrobras es la petrolera que controla el Estado brasileño. Kirchner ya la había reclamado al canciller Celso Amorim porque aquella compañía remoloneaba a la hora de definir inversiones, sobre todo para la construcción del gasoducto del sur, que aseguraría una provisión energética más abundante para el próximo invierno.

Lavagna siguió sus pasos en Brasilia. ¿Cómo se explica que el presidente de Repsol viaje a Buenos Aires cada vez que lo necesitamos y que el presidente de Petrobras no pueda viajar nunca desde Río de Janeiro?, les preguntó a los ministros brasileños. El presidente de Petrobras vendrá a Buenos Aires el próximo viernes y la construcción del gasoducto del sur está asegurada.

La última crisis con Brasil, por la liberación del mercado automotor, tuvo su costado positivo. Por fin se comenzó a hablar de cuestiones profundas: la integración entre los dos países necesita de la macroeconomía tanto como de una asociación convenida sobre la producción industrial. Sin esta condición, las peleas por las insignificancias serán siempre recurrentes.

Ante éste planteo de Lavagna, los ministros brasileños parecieron titubear. El presidente Lula cortó la duda con una frase definitiva: Una Argentina sin industria no nos sirve a ninguno. Una esperanza encopetó entonces a Lavagna.

Un llamado desde Washington a la cima del gobierno argentino, cuando terminaba la semana, creó otra ilusión. El Departamento del Tesoro había recibido, le anunciaron, la opinión del Comité Global, el grupo de tenedores de bonos más numeroso e importante. Según esa opinión, el acuerdo con la Argentina por la deuda en default está muy cerca. Falta muy poco para el arreglo; hagan el esfuerzo, le susurró el mensajero.

España está en el corazón entrañable, en los números y en la esperanza nacional. Brasil forma parte del destino argentino, cualquiera que fuere ese destino. Y Washington será parte de la solución o no habrá solución. La política, como la vida, suele ser menos enmarañada de lo que parece.
Por Joaquín Morales Solá, La Nacion, 12 de septiembre de 20
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