Energía
desperdiciada
Por
José Enrique Velázquez
LA
PLATA, 28 MAY (Especial de AIBA). Las dificultades –alguno las
llaman crisis, otros "problemas"— energéticas
que hoy sufre la Argentina obligan a imprescindibles restricciones,
con la finalidad de conservar los fluidos vitales para que el país
no se paralice. Ante la inevitabilidad de la coyuntura, no cabe otra
decisión que restringir todo uso no indispensable de energía.
Pero
no son pocos los que creen que debieron preverse estas dificultades,
tomando la determinación de hacer ahorros cuando la crisis
no estaba en un pico, para no desperdiciar la energía que hoy
necesitamos. Sin hacer juicios de valor sobre la actitud de las autoridades
nacionales al respecto, se puede parangonar esa presunta energía
desperdiciada, a una suerte de confrontación que se ha dado
entre la Nación y las provincias más grandes del país
(en materia de habitantes y de Producto Bruto) con relación
a la tantas veces postergada reforma de la Ley de Coparticipación
Federal de Impuestos.
En
torno de esta cuestión el Gobierno Nacional, que acordó
con el Fondo Monetario Internacional convenir con la totalidad de
las provincias una nueva norma legal respecto del sistema de transferencias
nacionales, ha generado una controversia que lleva a pensar que se
está desperdiciando energía. Desperdicio más
criticable aún porque no existiría si se hubiera buscado
seriamente y sin prejuicios, el consenso de los gobernadores de las
provincias.
Ante
la falta de diálogo previo, el intento de lograr un documento
firmado por todas las provincias era –también—
un gasto inútil de energía. Las provincias, en especial
Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, no advertían cambios
positivos en el proyecto de acuerdo que elaboró unilateralmente
el Gobierno Nacional. Y notaban un nuevo y peligroso avance sobre
el régimen federal, porque el Fondo de Equidad Social que impulsa
el proyecto de la Nación, acentuaba inconsultamente el centralismo
fiscal.
Claro
que el perjuicio mayor volvía a ser –otra vez más
y van...— para Buenos Aires. Que no sólo advertía
esa alarmante acentuación del centralismo, sino que seguía
perdiendo participación porcentual en el total de la masa coparticipable.
El análisis hecho por los técnicos bonaerenses demostraba
inequívocamente que el nuevo régimen –de aceptarse—
no sólo no reparaba el perjuicio que viene sufriendo la Provincia
desde hace 20 años, sino que lo agrandaba, afectando fuertemente
a la gestión de Felipe Solá y también a los gobiernos
que se sucedan en los próximos 10 años.
La
determinación del gobierno de la Nación de no abrir
la discusión a las provincias antes de volcar al papel el proyecto
de acuerdo, generó un gran gasto de energía que se plasmó
en un sucedáneo mediático del debate que debió
darse. Que en un aspecto fue energía desperdiciada, pero tuvo
un aspecto positivo porque la discusión pública fue
grande. Sobre todo porque algunos de los actores, que nunca habían
tomado cuenta de la importancia que tiene la coparticipación
para las administraciones provinciales, comenzaron a tomar nota de
su trascendencia. Incluso empezaron a advertir que también
los afectaba a ellos. En los salarios. En los servicios que presta
el Estado. Hasta en su calidad de vida.
Hasta
hace muy poco tiempo la Coparticipación sólo era tema
de gobernantes, ministros –especialmente de Economía—
o economistas. La población estaba ajena a esa cuestión,
como estaba ajena gran parte de la dirigencia, sea ella política,
empresaria, gremial o social
Los
datos son ilustrativos: en noviembre de 2003, encuestas privadas indicaban
que sólo un 3% de la población sabía que existe
la Coparticipación (por supuesto que los encuestadores no se
arriesgaban a preguntar "qué" sabían de la
Coparticipación). Las mismas pesquisas realizadas en el mes
de abril muestran que ese conocimiento creció a niveles de
35 por ciento.
Y
aunque todavía no se introdujeron en el debate aquellos que
a través de los medios discuten sobre educación o salud,
por ejemplo, no van a demorar en entender que su participación
es fundamental para que la financiación de esos servicios esenciales
esté debidamente asegurada.
El
planteo de Buenos Aires –con una abrumadora cantidad de indicadores
objetivos que lo avalan— es claro: reclama que se repare la
vieja injusticia que significa, para una provincia de casi 15 millones
de habitantes (casi el 40% de la población del país),
recibir sólo el 22% de coparticipación. Y completa su
demanda, explicitada por el Gobernador Solá y sus ministros
Otero y Mouillerón, con una puntualización inequívoca:
no pide que se le quite puntos a otras provincias para dárselos
a ella, sino que exhorta a la Nación a que ceda algunos de
los muchos puntos que creció en la distribución de recursos,
en especial en la década de los ´90 y durante el transitorio
gobierno de la Alianza, años en que la Nación pasó
de una participación de 43% al 60%. Mientras las provincias
fueron forzadas a recorrer el camino inverso. Para lo cual desde la
Nación se utilizaron diversos argumentos: el déficit
previsional, el pago de las deudas (para sostener artificialmente
el "1 a 1"), los acuerdos con el Fondo, etcétera.
Y además, gracias a la prédica de Cavallo y la mayoría
de los economistas ortodoxos, las provincias cargaban con el sambenito
de ser culpables del "excesivo gasto público".
Hoy
el Gobierno Nacional está a cargo de un ex Gobernador de provincia,
que conoce como pocos la cuestión del Sistema de Coparticipación
y que en la campaña electoral prometió devolver 8 puntos
a Buenos Aires. No se entiende, entonces, su postura actual, que "ningunea"
a la principal provincia argentina, perjudicando al gobierno bonaerense
y a todos los habitantes. Es decir, a algo menos de la mitad del país.
Salvo
que haya una intención oculta, parece energía desperdiciada.
(AIBA)