Política
geométrica
Por
José Enrique Velázquez
LA
PLATA, 20 MAY (Especial de AIBA). El surgimiento de la "transversalidad"
–simultáneo con la irrupción del fenómeno
Kirchner— induce a pensar en las connotaciones geométricas
que suele tener la política. Así como por décadas
se ha hablado del verticalismo como uno de los rasgos distintivos
del PJ, en los últimos años había crecido –impulsada,
sobre todo, por el brevemente exitoso Carlos "Chacho" Alvarez—
la expresión "horizontalidad". Las tres palabras
grafican geométricamente distintos conceptos de la acción
política.
La
verticalidad del Justicialismo, reivindicada por la mayoría
de sus adherentes, nació junto con la figura omnipresente de
Juan Perón. Y se mantuvo, luego de diversas peripecias, durante
el predominio –Presidencia de la Nación mediante—
de Carlos Menem. Con el ocaso del riojano, hoy huésped chileno,
comenzó a prevalecer en el propio Justicialismo el concepto
chachista de la horizontalidad, a caballo de que Duhalde no alcanzaba
a erigirse como líder indiscutido y emergía sólo
como un "primus inter pares".
Es
decir que sobresalía sobre el conjunto de gobernadores de provincias,
pero éstos ya no obedecían verticalmente a un mando
superior. Aunque el indiscutible crecimiento que demostró durante
la gestión presidencial, al mostrarse como un ducho piloto
de tormentas, lo catapultó al lugar de referente máximo
del PJ. Lo cual se ha potenciado en la instancia actual, en la que
hay serios intentos de reemplazar "verticalidad" y "horizontalidad"
por "transversalidad", ante el fastidio de gran parte de
la dirigencia justicialista. Que suele llevar sus quejas a Duhalde,
quien actúa permanentemente como el gran contemporizador.
Aunque
–ahora más a menudo que antes— con mayor o menor
sutileza suele marcar la cancha, como indicándole a Kirchner
cuáles son los límites que no debe transgredir sin que
se rompan los acuerdos explícitos e implícitos que entre
ambos tienen.
La
verticalidad, uno de los ejes de la organización justicialista,
ha sido severamente cuestionada por quienes atribuían y atribuyen
al PJ –por esa misma característica- la condición
de autoritario. Mientras que los que ensalzan ese aspecto –generalmente
peronistas a ultranza- destacan la organización que implica
el respeto a la cadena de mandos, que, en síntesis, es el verticalismo
partidario.
La
asambleísta horizontalidad postMenem, que tuvo su apogeo en
el Frepaso y luego en la Alianza, cayó en desuso desprestigiada
brutalmente por el fracaso de su mentor más destacado, el ex
vicepresidente Alvarez.
Ahora
el debate en el Justicialismo se da en torno a la intención
más que manifiesta del entorno presidencial de privilegiar
a los dirigentes denominados "transversales" sobre la propia
estructura del PJ. Propósito que –todo así lo
indica- es impulsado por el propio presidente Kirchner, quien no vacila
en mostrar su aprecio, tanto en las palabras como en los hechos, por
los más destacados "transversales", como Binner,
Ibarra o Juez, por citar sólo algunos de los que no provienen
directamente del Justicialismo.
El
debate se ha planteado en torno a dilucidar si este proyecto de la
transversalidad es una variante del movimientismo peronista, o si
sólo –como sostienen muchos, entre ellos el senador Antonio
Cafiero- se trata de un intento de cooptarlo. Y si es el tema que
desembocará en el enfrentamiento definitivo entre Kirchner
y Duhalde.
El
peronismo –no es novedad para nadie- siempre fue frentista.
Desde su génesis, allá por los años ´40,
con el propio Juan Perón a la cabeza, procuró incorporar
al movimiento a figuras de otros partidos, sobre todo en épocas
preelectorales. Incluso incluyéndolos en candidaturas relevantes,
como la de Hortensio Quijano a la Vicepresidencia en 1946, o la de
Vicente Solano Lima para el mismo cargo, en 1973, o la de Silvestre
Begnis, para gobernador de Santa Fe, también en 1973. Pero
más allá de esa vocación inocultable, siempre
el PJ se reservó el rol preponderante en todos los frentes
electorales que constituyó. Y el partido fue siempre una herramienta
electoral.
Hoy
la cuestión parece alejarse de esa concepción. La transversalidad
apuntaría a quedarse con lo que muchos aventuran –y no
son pocos los que desean— será la disolución del
Justicialismo. Por eso los "transversales" se asumen como
kirchneristas antes que peronistas. Y no sólo lo hacen quienes
tienen su trayectoria en otros partidos, también se sienten
parte de un partido nuevo liderado por Kirchner muchos que hicieron
su carrera política en las filas del PJ y hoy ocupan cargos
públicos justamente por ello.
Por
otro lado, lo cierto es que a un año de gestión el Presidente
mantiene un altísimo nivel de imagen, conseguido mediante una
muy astuta estrategia de confrontación, contra adversarios
presuntamente poderosos pero muy debilitados ante la opinión
pública. Por ende, con escasa capacidad de defensa. Pero también
se plantó ante rivales muy poderosos, como el muy influyente
Fondo Monetario Internacional, o enfrentó –retándolos
incluso— con empresarios acostumbrados a las más duras
negociaciones. Pero, en un caso o en otro, las simpatías populares
estaban de su lado. Y el rédito asegurado. Con la misma táctica,
y encaramado en ese apoyo de la opinión pública, se
enfrenta con las estructuras partidarias, haciéndolas sinónimo
de la "vieja política", para instalar a la vez a
los transversales como las caras de lo nuevo. El riesgo que corre
es que la opinión pública, veleidosa como el viento,
cambie abruptamente ante cualquier hecho que la perjudique, especialmente
en el bolsillo. Necesitará entonces, seguramente, del apoyo
de los partidos, a los que hoy públicamente "ningunea".
¿Será entonces cuando rescate de la geometría
una nueva expresión? ¿Será el momento del regreso
a la verticalidad?
Claro
que tendría la ventaja de estar él en el extremo más
alto de la pirámide. (AIBA)