El
jarrón chino
Por
José Enrique Velázquez
LA
PLATA, 14 JUN (Especial de AIBA). El enmarañado ministro del
Interior, Aníbal Fernández –un fanático
incondicional de las frases ingeniosas—, utilizó una
expresión del destacado político español, Felipe
González, para referirse a quien hasta hace muy poco tiempo
era su jefe indiscutido, Eduardo Duhalde.
"Duhalde
es como un jarrón chino en una casa chica: no se sabe dónde
ponerlo, porque en cualquier lugar molesta", descerrajó
el funcionario nacional, poniendo "Duhalde" donde el líder
del PSOE decía "Los ex presidentes...", refiriéndose
–en parte— a sí mismo. Frase muy agresiva, pero
no se constituye en la primera que ha utilizado quien fuera intendente
de Quilmes para denostar a Duhalde y/o a su esposa, "Chiche".
Para
muchos, fundamentalmente en el Justicialismo de la provincia de Buenos
Aires, Fernández se ha convertido en el paradigma de los conversos.
Quienes, como se sabe, exageran en la ostentación de su metamorfosis,
con el propósito nada altruista de convencer sus nuevos jefes,
a los "del riñón" y a los seguidores "de
la primera hora".
Sin
embargo, no son pocos los que creen que la actitud del ministro no
le será de utilidad política futura, aunque es posible
que le sirva para mantener el cargo que muchos le envidian. Porque
los kirchneristas no lo consideran "propio" y a la vez,
la mayoría del Justicialismo bonaerense piensa que se ha hecho
merecedor a una descalificación que en el PJ es todo un estigma:
"traidor". Algunos, menos terminantes, se refieren al titular
de Interior con el calificativo de "desagradecido", pero
es casi unánime señalarlo como "ingrato".
La
verborrágica gestualidad de Aníbal Fernández
es utilizada a destajo por el Presidente, a quien le resulta muy útil,
por lo menos para esta función de polemizar con quien se atreve
a discrepar con el Gobierno, más aún si quienes disienten
son sus ex compañeros bonaerenses. El ministro es claramente
funcional a la estrategia presidencial de generar polémicas
de manera constante, como un modo sumamente eficaz de instalar la
agenda semanal de los medios y de reafirmar, ante propios y extraños,
la dureza presidencial.
El
presidente Kirchner –ya se ha dicho hasta el cansancio—
adoptó en los primeros meses de gobierno una astuta estrategia
que le dio excelentes frutos. Sus enfrentamientos con figuras desdeñadas
por el pueblo –leáse miembros de la Corte Suprema de
Justicia, cúpula militar, jefes policiales, PAMI, entre otros—
hicieron crecer su imagen de duro y de hombre que no transa si no
con lo que cree justo, hasta alcanzar niveles envidiables de popularidad.
Con lo que, mucho más rápido de lo que él mismo
habrá imaginado, superó aquello del "22 por ciento
de los votos" o el ofensivo "Chirolita de Duhalde".
Contemporánea
y sucesivamente enfrentó –a través de los medios—
al más que antipático FMI, a los acreedores externos
e internos, a las empresas de servicios (por las que recibió
instantáneo y público castigo el vicepresidente Scioli).
Actitudes que le granjearon mayor simpatía popular aún.
Y aunque luego fue negociando y mejorando las ofertas, su imagen quedó
instalada como el de una persona indoblegable.
En
la escalada de enfrentamientos (para la gente, todos ganados por el
Presidente) los últimos contrincantes elegidos han sido el
gobernador Felipe Solá y Eduardo Duhalde, con la excusa del
proyecto de nueva Ley de Coparticipación que pergeño
el gobierno nacional. Aunque es claro que las disputas son distintas:
Solá defiende los recursos de la provincia de Buenos Aires,
reivindicación que –casi en solitario— hicieron
sucesivamente Cafiero, Remes Lenicov, Duhalde, Sarghini, hasta el
mismísimo Ruckauf, y en los últimos tiempos Felipe Solá
y Gerardo Otero, tratando de buscar que se repare el grave perjuicio
que ocasionó a los bonaerenses el escamoteo de recursos que
hizo el tándem Alfonsín-Armendáriz. Y que luego
se agravó con la incesante demanda de mayores fondos para la
Nación que –con distintos argumentos— realizaron
Menem-Cavallo-Roque Fernández y completaron De la Rúa-Machinea.
Pero
para Duhalde, el Presidente de la Nación transformó
el problema en una cuestión política, como una manera
de comenzar a dirimir el liderazgo en la vital provincia de Buenos
Aires. El avance dialéctico tuvo su punto culminante el día
que el Presidente se refirió públicamente a Duhalde
con una dureza inédita. Las palabras presidenciales cayeron
como misiles en el campamento del Justicialismo bonaerense.
Algunos
creen que la controversia fue cuidadosamente planificada por el kirchnerismo
con el objeto de erosionar las imágenes de Duhalde y de Solá,
para abrir el camino a un mayor posicionamiento propio en los estratégicos
comicios del año 2005.
Porque
nadie niega –en privado, claro— que el reclamo de Solá,
en nombre de la provincia de Buenos Aires, es justo. Pero nadie quiere
cederle lo que le corresponde, con excusas de todo tipo, las que incluyen
–también— infinitos argumentos falsos, como que
Buenos Aires quiere ya el 8 por ciento que le corresponde y que debe
quitárselos a otras provincias. La Provincia reclama que la
cesión la haga la Nación y basándose, para ello,
en indicadores objetivos, como población, pobreza, NBI, y otros.
Todos los cuales demuestran que Buenos Aires es perjudicada por la
Ley actual y por la que el gobierno nacional propone.
La
dura y prolongada polémica tuvo –eso sí—
un costado positivo: antes de ella era abrumadora la ignorancia de
la gente sobre la coparticipación. Ahora son mayoría
los que la conocen. Antes era sólo cuestión de algunos
funcionarios y economistas. Ahora gran parte de los bonaerenses se
sabe involucrado y se involucra, más allá de los egoísmos
típicos de algunos políticos y gremialistas, que se
preservan –con excusas diversas— para no sufrir la ira
presidencial.
Sin
embargo, con respecto a los recursos, se cree que habrá algún
tipo de acuerdo que reconozca, aunque sea en parte, la justicia del
reclamo bonaerense. La cuestión política corre por otro
carril y no amerita la premura que si conlleva la problemática
fiscal de la Provincia.
Porque
debería tenerse en cuenta que la provincia de Buenos Aires
no es un jarrón chino. (AIBA)