Una
cuestión de pesos
Por
Armando García Rey
LA
PLATA, 22 JUN (Especial de AIBA). Falta control. De todo tipo falta.
Y porque falta, cualquiera puede hacer aquí lo que se le ocurra.
Lo hace a sabiendas de que no hay peligro, no hay sanción,
ningún control.
Tampoco
hay organismos de control. O están pintados. Tanto que un exagerado
podría afirmar que, pese a las raras excepciones, se trata
de una regla general.
Hay
quienes torean a la población, se burlan de ella, con determinados
controles que finalmente tampoco existen. Si no, que le pregunten
a los porteños si están vigentes los controles para
los acompañantes de perros que hacen sus imprescindibles depósitos
líquidos o sólidos no sólo en bancos, usted sabe.
O,
más cerca en el tiempo, si continúan o si alguna vez
empezaron, los anunciados controles a los cuidacoches compulsivos
en las cercanías de los estadios de fútbol y otros espectáculos
masivos o lugares concurridos.
No
hay control. De ninguna especie lo hay. Aunque juren que lo hay.
Cada
uno puede hacer lo que se le ocurra. Basta que se anime a burlar los
controles que están pintados. O a contribuir con un óbolo
para que el controlador se haga a un costado o mire para otro lado.
Asegurar
que falta control es una afirmación de mal gusto para quienes
están empeñados, inútilmente, en demostrar lo
contrario. Por eso se enojan los que tendrían que controlar
y no controlan porque no se puede, no los dejan, no quieren, no les
conviene...
Y
así como te meten el perro con el contenido de las garrafas
de gas, te lo meten, también, en la cantidad, calidad o peso
de ciertos productos, empezando por los alimentos y continuando con
todo lo demás, incluidos los servicios. Te dicen que no hubo
aumento porque te cobran lo mismo aunque disminuyan el peso, la cantidad
o la calidad. Parece lo mismo. Y no es. Tampoco los controlan. Los
dejan hacer lo que quieran en perjuicio de la población. Que
tiene derechos que no suele ejercer. Y que no ejercen, tampoco, los
controles. Porque no hay, porque están dibujados, porque no
quieren o no los dejan o no les conviene.
Y
porque no hay controles -o regulación- la corrupción
avanza sin temores por el cuerpo social. De abajo hacia arriba, de
arriba hacia abajo. Los de arriba roban mucho porque es mucho lo que
tienen a disposición. Los de abajo roban poco porque poco es
lo que hay. Y todos saben o sospechan que no hay control. Por eso
roban. O se acostumbran a hacerlo. Y de tanto robar unos y otros terminan
por convencerse de que no está mal lo que hacen. Al fin, nadie
controla lo hecho.
Unos
hacen negocios, sobornan, roban. Otros, se llevan las biromes, cigarrillos,
revistas, una resma de papel. Lo que hay, lo que está a la
vista o dejaron olvidado.
Como
no había controles nos robaron con las privatizaciones. Y no
fue todo lo que nos robaron. También nos metieron las manos
en los bolsillos a la vista del público y sin que nadie interviniera
en defensa nuestra. Nos conformaron con palabras. Otra vez se burlaron.
Lo siguen haciendo. Así lo nieguen como Pedro pero mucho más
que tres veces.
No
hay control. Y cada uno hace lo que quiere. Pero no siempre es bueno
lo que quiere.
Dicen
que alrededor de trece mil motoqueros se deslizan sin control, con
motos y ciclomotores, por la ciudad de Buenos Aires operando como
mensajeros o en el reparto de alimentos. Y hasta el jefe de Gobierno
lanza una campaña que ya pasó al olvido decidiendo el
uso obligatorio del casco que los motoqueros usan cuando quieren.
Lo mismo que las reglas de tránsito que cumplen si tienen ganas.
Así se suman, también ellos al descontrol general. Que
está la vista de cualquiera. Hasta de un miope.
Todos
lo ven, excepto esos políticos y funcionarios que viven ajenos
a la realidad y para quienes a veces la mentira es la única
verdad. (AIBA)