Lo que queda a la vista cuando baja la marea

Hasta ahora, el Gobierno había conservado la iniciativa política mediante un mecanismo tan sencillo como eficaz: casi no pasaba un día sin que el Presidente agrediera verbalmente a alguno de los supuestos enemigos del pueblo (el Fondo Monetario, los acreedores externos, las empresas privatizadas, el "capital concentrado", el menemismo), pero, acto seguido, Alberto o Aníbal Fernández salían al ruedo para ofrecer una interpretación oficial de lo que el Presidente había querido decir.

Así, con el protagonista central y sus dos traductores constantemente en escena, el Gobierno se mantenía en el centro de la arena política. A medida que pasaban los meses, sin embargo, el método reveló sus limitaciones. Uno de los traductores presidenciales, Alberto Fernández, incursionó dos veces en el escabroso terreno de las declaraciones inconvenientes, como en el caso en que denunció a la cumbia villera como fuente del delito y en el caso en que dijo que la señora Susana Garnil es una de esas personas que "sólo descubren el dolor cuando les toca". Hayan sido inspiradas por el Presidente o no, estas dos polémicas intervenciones del jefe de Gabinete fueron anotadas en su débito. La utilidad de Alberto Fernández como espada presidencial tuvo a partir de ahí un rendimiento decreciente.

Aníbal Fernández abandonó su papel de intérprete presidencial por otra razón, cuando tomó a su cargo la lucha contra la delincuencia, una tarea tan difícil que reclamará todas sus energías. Se ha iniciado, pues, una nueva etapa política, que podríamos denominar "el silencio de los Fernández". Pero el hecho de que ambos funcionarios ya no saturen los medios de comunicación como solían hacerlo no se debe solamente al desgaste natural de su función mediadora porque, si éste fuera el caso, bastaría con reemplazarlos por nuevos gladiadores. Si se observa que también el Presidente ha restringido visiblemente el ritmo de sus declaraciones, su reciente "broma" a los obispos cuando les dijo que después de ellos, "enviados de Dios", tendría que recibir al "enviado del diablo", Rodrigo de Rato, debe ser juzgada como una excepción que confirma la nueva regla del silencio gubernamental.

Pero la razón profunda de este silencio no es tanto el desgaste de las palabras cuanto la fuerza de los hechos. Cansada quizá de los juegos dialécticos, la ciudadanía toma conciencia de que los grandes problemas reales que heredó Kirchner siguen sin resolverse. Cuando se retira la marea alta, queda a la vista lo que ella ocultaba. A partir de ahora, el Gobierno ya no será juzgado por la superficie de las aguas, sino por su fondo; no por lo que dice sino por lo que hace. Como ahora estamos en marea baja, Kirchner deberá seguir el consejo que nos dio alguna vez Ortega y Gasset: "Argentinos, a las cosas".

¿Y los representantes?
Según las encuestas lo corroboran, las dos principales preocupaciones de los argentinos son el desempleo y la inseguridad. El primero de estos dos problemas no termina de resolverse por la ausencia de una poderosa corriente de inversiones que sólo sería posible a partir de dos señales que la Argentina sigue sin dar: la reconciliación con la inmensa legión de sus acreedores defraudados y la creación de un ambiente favorable al mundo de los negocios.

En cuanto a la segunda preocupación, deriva no solamente del auge de la delincuencia, sino también de que ella, al concentrarse en los secuestros, genera un sentimiento de desasosiego colectivo incomparablemente más agudo que los delitos comunes. Si algo faltaba a este cuadro, la confirmación judicial de que el horroroso atentado contra la AMIA queda totalmente impune después de diez años no ha hecho más que agudizar la sensación de que la Argentina está "regalada" para quienes quieran agredirla desde adentro o desde afuera. Más delitos y menos castigos, particularmente contra los autores de crímenes de lesa humanidad como los secuestradores y los terroristas, profundizan la sensación de desamparo que aflige a la sociedad.

Concentrado en otros problemas de raíz ideológica como la revisión unilateral de los crímenes horrendos cometidos en los ya lejanos años setenta, el Gobierno fue sorprendido por el fenómeno piquetero, que expresaba la aguda presión del desempleo, y por las movilizaciones ciudadanas, que expresaban la alarma ante la inseguridad, cuando todavía no había elaborado una estrategia consistente frente a ellos.

Lo que llama la atención es que tampoco la oposición ha logrado capitalizar estas falencias del Gobierno. Ni los representantes oficiales ni los representantes de la oposición han logrado hasta ahora convertirse en caja de resonancia de las dos principales angustias colectivas, dejándoles de este modo a piqueteros como Castells y a ciudadanos dolientes como Blumberg la representación de lo que, en un sistema representativo bien cimentado, tendría que haberse convertido en la bandera de algún partido político. Como acaba de señalarlo el analista Eduardo Fidanza, cuando una democracia representativa deja de representar, la gente termina por expresarse afuera de ella, sin apelar al voto ciudadano.

¿Sólo apariencias?
Cuando baja la marea de las palabras, deja al descubierto una realidad insospechada. Este fenómeno, que ya ha ocurrido en nuestra vida interna con el desempleo y la inseguridad, podría ocurrir también en nuestras relaciones exteriores, todavía cubiertas por las aguas espesas de una retórica que ha tenido en el presidente Chávez su expresión más ampulosa.

Tanto la victoria de Chávez en el referendo venezolano como los signos en su dirección que produce nuestro Gobierno, podrían hacernos pensar que América latina marcha hacia la izquierda, por la vía del populismo antinorteamericano. Pero si también aquí bajaran las aguas de la retórica, ¿qué nos mostraría el fondo de nuestra realidad continental?

Es verdad que, en su campaña antinorteamericana, Chávez cuenta con el apoyo de Fidel Castro y con algunos signos alentadores de Kirchner y de Lula. Más abajo, sin embargo, la realidad apunta en dirección contraria. Si ganar acceso al gigantesco mercado norteamericano es el signo de un proceso de integración continental, en la lista de las naciones que ya lo han logrado o lo están logrando a través de diversos acuerdos comerciales tendríamos que incluir a México, Chile, los países de América Central, Colombia y, más recientemente, Perú y Ecuador. Fuera de esta convergencia decisiva en la que también se encuentra Canadá, sólo quedan Cuba, Venezuela y el Mercosur.

La gran pregunta es hacia dónde terminará por desplazarse Brasil. ¿Se alineará finalmente con la cruzada de Chávez o completará la dura y sigilosa negociación que ha entablado con los Estados Unidos? Si hay dos opciones geopolíticas en América, ¿cuál de ellas podría ofrecerle más al pragmatismo brasileño? No vaya a ser que, así como nos despertamos sorprendidos en 1999 ante la devaluación del real, un día nos encontremos con que Brasil también partió hacia el Norte después de haber obtenido las mejores condiciones posibles para hacerlo. La conjunción de Kirchner con Chávez adoptaría, en tal caso, el aire de una ingenua soledad.
Por Mariano Grondona, La Nacion, 5 de septiembre de 2004