El
"PJ" y el peronismo
Por
Daniel Parcero (*)
LA
PLATA, 30 MAR (AIBA). Cada vez que se trata de forzar "institucionalizar"
el peronismo, se fracasa, aunque para la formalidad de algunos se
lo logre.
El
"PJ" volvió a mostrarse irreverente, pero en una
versión minúscula, egoísta. Fue el escenario
de la convivencia de los enamorados del poder, que alguna vez para
alcanzarlo tuvieran sentido de pertenencia de clase, identidad nacional,
memoria popular y capacidad de interpretar la realidad.
En
su versión orgánica se mostraron distanciados, y hasta
divorciados de aquella irreverencia magistral que le diera protagonismo
a clases y sectores nacionales que lograron cambiar el curso descendente
de la historia. Tiempos en que fuera -el peronismo- la expresión
mayúscula y plural a la altura justa de lo que reclamaban los
tiempos y el pueblo.
Sería
conveniente recordar que en esto es claro aquello de si primero el
huevo o la gallina. Primero fue Perón y luego vino el peronismo,
porque el pueblo se identificó con quien sería su líder,
y lo hizo suyo. No fue un autoelegido, sino "el elegido".
Por ello priorizó el Movimiento al Partido, y ejerció
el poder en un típico ejercicio bonapartista.
El Movimiento lo hizo trascendente -a Perón y al peronismo-.
En todo caso, el partido poco ha contribuido a ello, y poco contuvo
al peronismo que también fueron Arturo Jauretche y Scalabrini
Ortiz, Cooke, Envar el Kadri, Rodolfo Puigros, Avelino Fernández,
Ortega Peña, Quique Walsh, Cepernic, Pino Solanas, Alcira Argumedo,
Germán Abdala, Luis Brunatti, y tantos otros "peronistas
malditos" declarados por la oligarquía con el consentimiento
del peronismo oficial.
La
herencia
Y Perón, a la hora de heredar fue extremadamente generoso:
no les heredó a sus seguidores un partido sino un desafío.
Le dejó todo a su pueblo y en ese legado incluyó a la
dirigencia.
Esa
misma dirigencia a la que le provoca erupciones que desde el mismo
riñón se le desbloquee la memoria de un capítulo
de la propia historia que prefirieran saltear.
Resulta más que fastidioso tratar de comprender cómo,
a pesar de las complicidades vandoristas con otra dictadura, a muchos
dirigentes actuales no les cueste la merecida reinvindicación
de Felipe Vallese, pero frente a una dictadura que desbastó
el país y nos llevó 30.000 almas, sólo se autorreivindique
la misma dirigencia el no menos repudiable encarcelamiento propio.
Retomar
el debate
Es cierto que el Museo de la Memoria no traerá mayor producción
y mejores salarios, pero servirá para que se caigan nuevamente
las máscaras y resurja el debate inconcluso dejado a posteriori
del histórico Juicio a las Juntas, volviendo al escenario en
procura de edificar un presente y un futuro sin secretos, donde cada
uno asuma la cuota de responsabilidades ante sus contemporáneos
como un acto más de justicia.
Habiendo
sido uno de los periodistas que tuvieron oportunidad de asistir a
cada jornada de aquel juicio a los genocidas, este 24 de marzo recordé
aquella "desmemoria de Triaca y Baldasini" que no alterara
al PJ de entonces, y de la que supieran hacer "piolín
en bolsa". No puede volver a repetirse. Con el silencio, el encubrimiento
y evadiendo la autocrítica, no se superan los partidos, ni
se fortalecen las democracias.
El
encuentro del desencuentro
Una vez más la superestructura "pejotera" -palabra
que suena tan fea como se vio el Congreso partidario- mostró
apenas actores políticos que en ese espacio por períodos
compiten, se complementan, se traicionan, se fagocitan, se imponen
reglas, las transgreden, se presentan más peronistas que sus
pares, se expulsan, se extrañan y se retornan, se hacen metamórficos,
fantasmabólicos, se suicidan, resucitan, se reencarnan en otras
formaciones políticas, sufren mutaciones, etcétera.
Qué
química esa del ser parte de la superestructura "pejotera".
Porque
el ser peronista, evidentemente pasa por otro lado. Los límites
entre ser peronista y no serlo está en la lealtad al sentido
de solidaridad y justicia social. Se da en el barrio, en el lugar
de trabajo; un lugar al que la dirigencia va de vacaciones unos días
cada dos años.
En
verdad, el partido siempre estuvo alejado del peronismo. El movimiento
de masas que lo incluye siempre la tuvo más clara que su dirigencia.
El Cordobazo fue la reacción objetiva contra un régimen
dictarorial, llevada a cabo de manera conjunta por estudiantes, sectores
medios y las bases obreras que superaron las interferencias reaccionarias
de la burocracia sindical nacional.
A
López Rega y Celestino Rodrigo los echó el pueblo, pero
centralmente la clase trabajadora peronista antes de que se animara
su dirigencia política y sindical. La primera huelga nacional
contra la dictadura no fue acompañada por la dirigencia del
partido a honrada excepción de Deolindo Bittel, quien incluso
dos años antes tuviera lo que debía tener para pronunciarse
en solicitadas públicas contra la dictadura genocida. El 2
de abril del '82 y el retorno a la democracia también mostraron
que el pueblo peronista iba por un lado y el partido por el otro.
La genuflexión menemista y el surgimiento de la Alianza, el
diciembre en llamas... y se escribirá más adelante si
también en estos tiempos no se vuelve a repetir la cosa, y
todo indica que sí.
Quizás el fenómeno Kirchner sea el ejemplo más
cabal de quien por primera vez en la historia del peronismo, desde
el propio peronismo, no titubea en exteriorizar estas cosas, con el
aditamento de la autoridad que le da siendo peronista, ser el presidente
de los argentinos.
De allí la concepción y la importancia de la transversalidad,
sin necesidad de retirarse del partido. El partido, aunque partido,
necesita de Kirchner como Kirchner del partido. En el medio de estos
años de camino a las nuevas presidenciales habrá que
construirse el marco electoral para entonces. Por el momento hay que
gobernar.
Kirchner
lo sabe tanto como Duhalde, el ex presidente el viernes se disgustó
hasta con su propia esposa, quien aseguró no pesarle el apellido
Duhalde, pero a la que sin dudas le pesa más el apellido Kirchner
e indisimulablemente el nombre Cristina, y sus respectivas historias,
que incluyen el presente imposible de ocultar, y que crece en respaldo
popular.
Es
que en el peronismo real, el de la militancia y también en
la de los enemorados pasivos, el poder no está en la dirigencia
sino en la referencia, y a diferencia de los congresos partidarios,
la fuerza por alcanzarlo la encuentran en su identidad nacional y
popular, y cuando lo creen conveniente lo expresan haciendo tronar
el escarmiento.
Lo han hecho frente al bloque oligárquico imperialista en el
'45, contra dictadores, frente a demócratas, y hasta presidentes
que les eran propios y decían representarlos. El peronismo
es así, irreverente.
Borges,
sobrepasado por su divorcio con el país, decía que los
peronistas eran "incorregibles", y lo dicho constituye una
calificación desacertada, porque han sido los más capaces
en corregir la historia, cada vez que ésta nos retrocede. Los
incorregibles son sus dirigentes. Hasta de ellos saben encargarse
los peronistas. (AIBA)
(*)
Director del diario "La Unión", de Lomas de Zamora