Cuando sólo cabe el triunfo o la derrota

La cúpula del insurrecto y oscuro grupo Quebracho dormirá en la cárcel durante mucho tiempo. La conclusión del tribunal que juzgó la masacre de la AMIA es una expresión cabal del colapso institucional de la Argentina; todo el fárrago de la pesquisa fue sospechosamente inepto. ¿Son esos los únicos problemas de la Argentina? No. Hay, además, otros conflictos apremiantes. Los próximos cinco meses definirán, por ejemplo, el futuro de la economía y la tranquilidad o los espasmos de la sociedad.

Cuando reverbere el próximo verano, el 31 de enero, la Argentina deberá volver al Fondo Monetario. ¿Lo hará con la capitulación de la derrota o con la vanidad de la victoria? El fracaso significaría la permanencia del país como nación en default. Las empresas -aun las más grandes- seguirán sin créditos. El crecimiento y la inversión podrían verse seriamente afectados por esa mala novedad. La Argentina podría entrar en un período de aislamiento internacional como no se vivió desde 1983.

La victoria decantaría, en cambio, una situación exactamente inversa.

La frivolidad de ciertos análisis supone que el FMI está ahora a la espera de una Argentina que golpeará sus puertas con la cabeza gacha. Rodrigo de Rato se lo dijo a Lavagna y lo repitió a sus interlocutores en Chile: la derrota argentina sería también un problema para el organismo.

¿Qué hará en ese infeliz caso? ¿Cumplirá el rol de verdugo de un país que ya sufrió demasiado, justo cuando al FMI le preocupa su creciente impopularidad en América latina? Lavagna suele decir que esas preguntas no tienen respuesta, porque él mismo no sabe cómo terminará el proceso para reestructurar la deuda.

El último día de enero concluirá un plazo. Una cosa será si el gobierno argentino se presentara de nuevo en Washington, donde está la sede del FMI, con un alto porcentaje de acreedores que aceptan su propuesta de pago y con un trámite avanzado, al menos, de renegociación de los contratos caídos con las empresas de servicios públicos. Otra cosa incierta sucederá si tuviera promesas sólo amparadas por los sueños.

Conviene hacer algunas precisiones sobre el fugaz paso de Rato por Buenos Aires. La escala argentina lo tuvo al ex ministro español tenso e inquieto. Aquí está la mayor disidencia del organismo con cualquier país del mundo; aquí se debieron congelar recientemente las revisiones trimestrales previstas en el acuerdo vigente, y aquí estaba la referencia de un presidente que se enzarza en peleas de órdago con los exponentes de las finanzas internacionales.

Las imágenes muestran las cosas. Hubo una foto de Rato en Chile, junto al ministro de Economía de ese país, que exhibió una cara espléndida y extrañamente sonriente del jefe del FMI. Ningún fotógrafo pudo captar aquí un gesto así de Rato.

El propio Kirchner se topó con un personaje diferente. Horst Köhler estaba acostumbrado a las rabietas presidenciales y sabía que, en última instancia, siempre hay una oportunidad de acordar con el mandatario argentino. Se limitaba a escucharlo con paciencia teutona.

Rato es tan político como Kirchner y tiene un estilo duro, frío a veces. Le contestó en los mismos términos. Yo no pienso como usted, le deslizó Kirchner en un momento. Yo tampoco pienso como usted, le retrucó Rato en el acto. Era la primera vez que el Presidente se encontraba con una refutación a su imagen y semejanza.

Sin embargo, la reunión nunca perdió el clima de cordialidad y estuvo muy lejos de llegar a las acaloradas recriminaciones que tuvo la de Kirchner con Köhler, cuando éste visitó Buenos Aires. El propio Rato sacó una conclusión buena, aunque no eufórica, luego de pasar por los debates con Kirchner y Lavagna. Al fin y al cabo, sólo se llevó una negativa: la de un mayor superávit primario para el próximo año. Lo demás fue un intercambio de argumentos, sin vencedores ni vencidos.

Los voceros del Presidente volvieron a hacer de las suyas cuando difundieron el perfil de un líder épico, capaz de enfrentarse sin coraza con los más poderosos exponentes del mundo. Ni siquiera fue una novedad; suele suceder con cada reunión internacional de Kirchner en la que hay un conflicto por dirimir. Ser héroe por un día puede resultar un proyecto muy caro. Rato hizo saber después que comprende las necesidades de la política, pero que no le gustan las manipulaciones.

Tampoco lo han ayudado al propio Rato. Ahora deberá informarle al directorio que las reuniones fueron como él las relatará y no como difundieron los portavoces argentinos. Rato y Lavagna aún no piensan en enero, sino en quince días más, cuando el FMI deba aprobar -o no- el congelamiento de las pautas. Resolverá también cómo pagará la Argentina hasta enero.

El directorio es un problema aparte. El jefe del FMI ha perdido, con el caso argentino, los amplios márgenes de decisión con que cuenta. Sólo Estados Unidos hace tímidos escarceos favorables a la Argentina. Francia calla. Alemania oscila. Podrían ser benevolentes. El resto del directorio es fatalmente refractario a cualquier acto de generosidad con el país.

Vale la pena tener en cuenta esta relación de fuerzas. Aletea con frecuencia la idea de un eventual aporte del FMI para un pago inicial en efectivo a los acreedores. El gobierno argentino siempre consideró que un aporte del exterior significaría un respaldo inmejorable -casi el único posible- para que el país efectuara su propio tributo.

Pero ¿quién lo hará? Estados Unidos está en campaña electoral. Europa se aleja. España ya hizo su contribución de 1000 millones de dólares y los argentinos fueron ingratos.

Cuando Kirchner y Lavagna le recordaron a Rato que el FMI se había convertido en acreedor privilegiado, sin cambiar las reglas de cuando era prestamista de última instancia, le estaban deslizando, aunque no lo reconozcan, la posibilidad de aquel aporte. Rato descifra al vuelo el jeroglífico de la economía y de la diplomacia. Enmudeció; de su boca no salió ni un sí ni un no.

Lavagna cree que los milagros existen, pero que no son frecuentes. Por eso, sacó una última carta de la manga para seducir a los acreedores. Aseguró que los recursos para pagar los vencimientos de los nuevos bonos estarán en su totalidad disponibles, lo que significará unos 1200 millones de dólares para el año próximo.

El dinero que pudiera sobrar, como consecuencia de los acreedores que no aceptaren la propuesta argentina, será destinado, anunció, a comprar bonos argentinos. Se tratará siempre de bonos nuevos o de los que no están en default.

Rato pudo observar sin tamices los límites políticos de Lavagna; dijo luego tener plena confianza en el ministro, aun cuando disienten. Palpó hasta los límites que plantea la calle, aunque el gobierno de Kirchner cambió durante el día de su trasiego fugaz. Las fuerzas de seguridad pecaron primero de imprevisión, pero fueron efectivas cuando debieron disolver a los que se proponen, con literatura propia incluida, la desestabilización del gobierno.

Nunca más habrá otra Legislatura. La frase fue dicha en la cima y manifiesta el propio límite que se fijó la administración: en adelante no permitirá la insoportable violencia en las calles. No fue Rato, sino la sociedad argentina la que lo colocó al Gobierno en el brete de actuar aquí y ahora. La cúpula del dudoso Quebracho deberá resignarse, entonces, a discurrir desde la cárcel sobre las brevas de la sublevación.

Por Joaquín Morales Solá, La Nacion, 5 de septiembre de 2004