Circo criollo La sombra del Peludo Por
Daniel Della Costa Lo de K, por consiguiente, llama la atención, sobre todo porque después de 52 años de sequía de oro (diez y medio de los cuales se explican por las mufosas presidencias de Menem), los muchachos se habían traído dos, y nada menos que en fútbol y en basquetbol. Tal vez esta indiferencia ante acontecimientos de tanta repercusión popular se deba a cierta decepción que le habrían deparado estos Juegos. Por ser un hombre que mira perpetuamente al Sur y al Sudoeste, esperaba tal vez una presea por avistaje de ballenas. Pero también puede ocurrir que, ya sea por circunstancias de carácter o por amargas experiencias durante su gestión, aquel varón que era capaz de zambullirse en las multitudes aun a riesgo de su vida y al que parecía deslumbrarlo la popularidad se ha convertido en algo así como en un Peludo II, en un don Hipólito del siglo XXI. Ya que no sólo escatima sus apariciones en público; parece haber sido atrapado por el síndrome “de la Duda”, se han dejado de oír sus invectivas y hasta parece –y así lo han hecho notar politólogos de nota– que les ha prohibido la palabra también a sus Fernández. (Lo que se agradece, aunque se teme que no alcance a la Cristina de ese apellido, ya que la experiencia indica que si hay alguien imposible de acallar ésa es, precisamente, la mujer a la que el hombre se ha unido con el sagrado lazo matrimonial.) En el Margot el tema despertó una gran polémica entre quienes apoyaban la indiferencia presidencial, aduciendo que en los países en serio los mandatarios no se ocupan de esas tilinguerías, y los enfervorizados hinchas de los medallistas, que tomaron como una ofensa la actitud de K. Llamado a opinar, el reo de la cortada de San Ignacio aseguró tener “la justa”. “Lo que pasa –dijo– es que Lupín no se aguanta a los deportistas. Y el trauma le viene de cuando jugaba al fútbol en el potrero: era tan patadura que siempre lo mandaban al arco. Y al basquetbol, era como ahora: no la embocaba ni subiéndose a una silla ni por más que le pusieran dos tableros, uno al lado del otro”. Por Daniel Della Costa, La Nacion, 9 de septiembre de 2004 |
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