Di Tella y su mundo de espejismos Por Luis A. Balcarce Cuando le ofrecieron el cargo, el sociólogo Torcuato Di Tella distaba mucho de ser la persona idónea para tomar la dirección de la enorme maquinaria cultural estatal pero su afinidad política y su apoyo incondicional al proyecto de Néstor Kichner facilitó que su nombre no sea cuestionado por ningún sector del nuevo gobierno. Su perfil académico y su simpatía con el peronismo en su versión montonera se vieron reflejados en sus conversaciones con el entonces candidato a presidente donde intentó vislumbrar la articulación entre una "izquierda racional" y un "peronismo decente", oximorón que terminaría por encandilar a los intelectuales progresistas a la hora de apoyar a Kichner. Nada más comenzar su gestión tuvo que explicar la sustracción de una obra del escultor francés Auguste Rodin, ocurrida en el Museo Nacional de Bellas Artes durante el horario habilitado al público. A eso se le sumó las críticas y las acusaciones al incombustible director del MNBA, Jorge Glusberg y su posterior renuncia. Poco tiempo después, otra borrasca se desató en la Biblioteca Nacional y el único culpable aquí fue el propio Di Tella. Su director, el poeta y ensayista Horacio Salas, presentó su renuncia en mayo de este año por la total falta de respaldo por parte del secretario de Cultura. "No me alejo en desacuerdo con el gobierno nacional, sino que renuncio por uno de sus funcionarios" , dijo en clara alusión a Di Tella. La crisis del área de Di Tella se prolongó en el Teatro Colón, otra jungla hobbessiana estatal, engangrenada de arriba abajo por la corrupción, las "apretadas" sindicales y las ilegalidades. La renuncia de Gabriel Senanes como director artístico del Teatro Colón fue otro varapalo para Di Tella, a quien la crisis en el coliseo porteño lo golpeó indirectamente El último frente de tormenta se abrió en el Museo Histórico Nacional, cuyo director, Juan José Cresto, daba la voz de alarma al reconocer que más del 20 por ciento del patrimonio del museo -el más importante del país en su rubro- corre serio riesgo de desaparecer. Cresto se quejó de la falta de respaldo y que no se iba por la sospecha de que si lo echaban "pondrían a un montonero como director". Ante esta serie de denuncias y acusaciones, Di Tella, en lugar de salir a calmar los ánimos mostrando sensatez y prudencia, se mostró impasible, casi indiferente frente a la crisis que se había desatado en su área y hasta se dio el lujo de hacer provocativas declaraciones. En una entrevista concedida al diario La Nación, Di Tella dijo que "dentro de todos los problemas por los que atraviesa el país, la Cultura, con C mayúscula, no tiene prioridad. No tiene prioridad para el Gobierno y tampoco la tiene para mí. Con respecto a otros temas, la cultura es el gallinero de una casa que se quema" . No fue el único exabrupto. Al preguntarle cuál era el mayor logro del actual gobierno de lo hecho hasta ahora dijo "que le ha dado una cosa muy importante y es que nombró al frente de la Secretaría de Cultura al señor Torcuato Di Tella". Estas declaraciones generaron un amplio repudio y no era para menos; parecían las palabras de un funcionario en trance, de un hombre que ironizaba rozando el escándalo y la locura. La mayoría de la intelligentsia vernácula le retiró su apoyo y exigió que rodara su cabeza. Sus propios colaboradores tuvieron que resignarse a aceptar que Di Tella carecía de capacidad de conducción y que era propenso a dejar a los suyos a la deriva. De ahí la sangría de talento que generó esta crisis y la cantidad de interrogantes que se plantean en vistas al futuro.
Un país en descomposición Mientras tanto, las polémicas declaraciones tuvieron que ser explicadas por su autor en la Cámara de Diputados. Allí Di Tella puntualizó que "el mayor problema es que no hay plata"; no obstante, no presentó ningún informe que explicara en qué se gasta. Antes de irse, el funcionario finalizó su exposición con un elogio al Gobierno. "Está haciendo una verdadera revolución cultural, que excede el ámbito de la Secretaría de Cultura", según definió. Quisiera detenerme en estas dos últimas observaciones porque considero que reflejan claramente que Di Tella no cumple con probidad los estándares de coherencia que exige su puesto. Di Tella dice que el problema es que no hay plata. Eso ya lo supimos los argentinos el día que nuestra dirigencia política hizo el ridículo declarando el default, haciéndole un corte de manga a todos aquellos que nos habían ayudado financieramente. No sé en qué país vivió Di Tella en los últimos años pero quizás esperaba que al asumir le entregaran por la cara un crédito millonario del BID para que lo distribuyera como quisiese. Di Tella, y todo aquél que ocupe ese cargo en el futuro, debe enterarse que si la Biblioteca Nacional tarda dos horas en dar un libro en préstamo no es porque falten empleados sino porque faltan incentivos, para trabajar eficazmente y ser recompensado por ello. Hoy, los organismos públicos del Estado Cultural (¿o habrá que escribir Kultural?) son agujeros negros que devoran fondos, partidas y presupuestos sin dar explicaciones a nadie. ¿Revolución Cultural? ¿Por qué será que siempre los robos y el deterioro de nuestro patrimonio terminan ocurriendo en los museos del Estado y no, por ejemplo, en el MALBA o el Centro Cultural Konex? Uno jamás escucha que la humedad y la desidia acaben con los fondos de la biblioteca Lincoln o la del ICI del consulado español. Pero sí sabemos que arrasaron con la completísima hemeroteca y biblioteca del ex Concejo Deliberante, hasta provocar su ominoso cierre. ¿Es que hay no hay plata o es que el Estado gasta escandalosamente? ¿Por qué se le pagó una cachet de un millón de dólares a un cantante extranjera para que actúe en una ópera en el Colón en el 2001? Si no hay plata, ¿por qué no reducen la plantilla de la Biblioteca del Congreso, por ejemplo, que emplea casi a mil personas? Si no hay plata, ¿por qué no venden el maravilloso inmueble de la calle Alvear -donado al Estado por una aristócrata familia porteña- que hoy utiliza la Secretaría de Cultura de la Nación para albergar la burocracia y la parsimonia de sus empleados? Y, por cierto, ¿por qué no comienzan dando el ejemplo devolviendo a la comunidad porteña el bellísimo edificio "La Prensa" situado en la Avenida de Mayo que ocupan las oficinas de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Bs. As. y se mudan a uno más modesto? ¿O acaso la pedantería de los funcionarios de alto rango no les permite trabajar en otras estructuras edilicias que no sean palacetes del siglo XIX? Quien asume hoy un ministerio o secretaría en Argentina debe saber enfocarse a las prioridades reales y sin distracción, con sentido moral, austeridad, visión a largo plazo y capacidad de liderazgo para dirigir un equipo de trabajo. Di Tella carece de todo eso y los motivos se trasparentan tanto como la deserciones de sus empleados. La pasividad y la inercia en la toma de decisiones es algo que preocupa a quienes lo rodean. El ejemplo más tangible de su indolencia se observó en los cinco meses que tardó en designar a la junta directiva del Fondo Nacional de las Artes (FNA), organismo que se mantuvo acéfalo durante todo ese tiempo luego de la renuncia de su presidente Amalia Lacroze de Fortabat a raíz de unas declaraciones de Di Tella. Mantener inactivo durante casi medio año un organismo como el FNA que reparte becas y subsidios nacionales e internacionales fue un acto de irresponsabilidad por parte de Di Tella. Finalmente, se designó como presidente a uno de los ideólogos de la devaluación ejecutada por Duhalde, el economista Javier González Fraga y a la actriz Nacha Guevara como directora ejecutiva. El otro tema que no se puede soslayar es "la verdadera revolución cultural" que está realizando el gobierno y que Di Tella anuncia como un evangelista drogado. Sabemos, por Mao Tse-Tung, lo mal que suelen acabar ese tipo de revoluciones. Y es que los argentinos no necesitamos una revolución cultural porque podemos estar muy orgullosos de la cultura que hemos heredado y de los artistas, escritores, músicos, etc., por los cuales la Argentina se hizo conocer al mundo. No necesitamos que un funcionario arrogante venga a revolucionar nuestra cultura porque nuestra cultura fue hecha por emprendedores, por ciudadanos anónimos que con su esfuerzo y sin la ayuda de ningún ente del Estado forjaron las mejores décadas de nuestro brillo cultural. La calle Corrientes jamás podría haber sido el resultado de una ley u ordenanza municipal. Para acabar con los vicios del Estado Cultural se necesita un estadista que lo desmantele, que acabe con los costosos festivales gratuitos, las luchas gremiales, los premios y las prebendas a intelectuales y artistas amigos. Alguien que, en lugar de quejarse de "que no hay plata", se ocupe de bajar costos, reducir plantillas y cerrar oficinas que no sirven más que para que sus empleados hibernen en ellas, deambulando con papeles entre las manos de un despacho a otro. Pero ahorremos esperanzas. En tiempos de demagogia y de parloteos para rebaños adiestrados como los que hoy vivimos, es inimaginable esperar que surja una figura a la altura de las circunstancias. Nos querrán conformar con personajes como Di Tella, para quien el problema se resuelve con más plata, es decir, sometiendo al extermino fiscal a ciudadanos honestos para que un reducido sector de la sociedad viva fastuosamente.
|
||||||
|