Circo criollo Impuntual por buenas razones

LOS tipos impuntuales y, peor aún, los que ni siquiera avisan que no van a venir (cuando hoy, con el celular, es tan fácil hacerlo y hasta se tiene la alternativa de enviar una foto desde el lugar en que uno se encuentra, un atasco en la 9 de Julio o un hotel de la Panamericana) son realmente insoportables. Pero también es cierto que no es lo mismo el tipo del común que se maneja con horas de 80 minutos que el fulano que incurre en ese pecado por causa de sus obligaciones. Al primero le puede ocurrir que después de una noche de farra y alegría caiga en un sueño tipo coma dos y no sólo no escuche el despertador, sino que no logren arrancarlo de las sábanas ni los gritos de su mujer. Así como también le puede pasar que, olvidando por un instante dónde vive, sea sorprendido a bordo de su auto por una manifestación piquetera y consuma el tiempo de la espera pensando en qué lugar de su cuerpo pegarse un tiro para que le duela más.

En cambio, de un primer mandatario, por ejemplo, se supone que si llega tarde a algún lado o si no llega sólo puede ser por urgentes razones de Estado: una reunión de gabinete porque los bonistas pretenden embargar la fragata Sarmiento, o una llamada de George W. Bush advirtiendo que sus asesores le han recomendado bombardear la triple frontera para asegurarse el triunfo frente a John Kerry.

Sin embargo, la razón por la que la noche del pasado sábado K llegó mucho más tarde de lo previsto al avión que debía trasladarlo a los Estados Unidos indica que sus célebres retrasos tienen más que ver con debilidades propias que con sus obligaciones de jefe de Estado. Porque lo que demoró a la pareja presidencial fue su pasión futbolera. El es hincha de la Academia, y ella, tripera de corazón, y como el encuentro entre sus equipos lo transmitían esa noche por TV, no se movieron de Olivos hasta que el referí dio el pitazo final.

Este blanqueo puede dar lugar a que se revisen las causas de otros notorios faltazos presidenciales. Por ejemplo, cuando dejó plantada a una célebre empresaria norteamericana algunos medios apuntaron a que el desaire podría haber obedecido a un brote setentista. ¿Pero no habrá sido, tal vez, porque, enzarzado en un truco de cuatro con los Fernández y el cafetero de la Rosada, se olvidó por completo de la cita? Y cuando no asistió a la apertura de la Rural ¿fue para no mezclarse con los oligarcas, como insinuaron algunos, o porque se olvidó de ir por estar muy entretenido hablando de las viejas glorias de la Academia con un ordenanza que es de su mismo palo?

Los parroquianos del Margot coincidieron en que K está en su más perfecto derecho, llegando tarde a un vuelo, a una cita protocolar o a lo que fuese, si de por medio se halla un partido de fútbol del club de sus amores. Cualquiera de ellos hubiera hecho lo mismo de haber estado en su lugar. Sólo al reo de la cortada de San Ignacio se lo vio dudoso, moviendo la cabeza. “No sé –dijo–; es que este hombre se la pasa firmando decretos de necesidad y urgencia y ahora pide también superpoderes para su jefe de Gabinete.” “¿Y?”, le preguntaron. “¿Y qué le parece? ¿Usted le firmaría un cheque en blanco a Don Fulgencio o al Capitán Piluso?”
Por Daniel Della Costa, La Nacion, 23 de septiembre de 2004