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desde Cuba:
De: Pedro
Campos Santos
Asunto: Destruyeron al socialismo soviético, el
burocratismo y la corrupción (Parte I)*
La caída del
Socialismo Soviético, a manos del burocratismo y la corrupción,
cobran importancia para nuestra realidad actual, por lo cual una
clara visión de sus causas económicas, políticas y sociales,
puede ayudarnos a enfrentar nuestros retos presentes y evitar
los mismos errores, a pesar de las diferencias entre ambos
procesos.
A propósito de la lucha contra la corrupción y las ilegalidades,
el Presidente Cubano Fidel Castro dijo que los propios
revolucionarios podríamos destruir la Revolución. Esta frase
tiene un profundo significado histórico para el movimiento
revolucionario internacional y para nuestra práctica concreta de
hoy día a la luz de las complicaciones económicas y sociales
derivadas del Período Especial.
La experiencia de la caída del Socialismo Soviético, a manos del
burocratismo y la corrupción, cobran singular importancia para
nuestra realidad actual, por lo cual una clara visión de las
causas económicas, políticas y sociales que provocaron aquella
catástrofe, puede ayudarnos a enfrentar nuestros retos presentes
y evitar cometer los mismos errores, a pesar de las grandes
diferencias entre ambos procesos.
La Construcción del Socialismo en la antigua URSS, se basó
fundamentalmente en la propiedad estatal y el sistema de
planificación y presupuesto totalmente centralizados. De ahí el
nombre de Socialismo de Estado. Se confundió la propiedad del
Estado con la propiedad de todo el pueblo, términos que no son
unívocos sino excluyentes, pues la propiedad de todo el pueblo
es el resultado del avance a la sociedad donde desaparezcan las
clases y el propio estado. De manera que la propiedad del
Estado, en el Socialismo es solo una forma transitoria y
limitada de propiedad hacia la propiedad de todo el pueblo, y
por tanto no puede ser, nunca será, la forma genérica y
determinante de la propiedad socialista, aunque si parte de
ella.
La práctica de las Revoluciones Socialistas del Siglo XX permite
considerar acertado, que en los primeros tiempos y bajo
condiciones excepcionales, como la guerra, predomine la
centralización de las decisiones, a fin de garantizar el poder
revolucionario, la ejecución de la expropiación de la propiedad
burguesa y la victoria militar sobre el enemigo.
Sin embargo, la concentración de la propiedad en manos estatales
y un alto nivel de centralización en las decisiones de todo
tipo, prevalecieron en la URSS más allá de los primeros tiempos
y de la guerra, a pesar de varios intentos innovadores como la
NEP (Nueva Política Económica) de Lenin, y las reformas
frustradas en épocas de Nikita Jruschov, ninguno referido a
cambiar el concepto de propiedad.
En la URSS otras formas de propiedad fueron permitidas, como la
pequeña y cooperativa, sobre todo en la agricultura y la
artesanía, aunque muy limitadamente y con muchas trabas y
controles por parte del Estado. Pero en la industria, el eslabón
decisivo de la economía moderna, no hubo oportunidad alguna para
ningún desarrollo de cooperativas ni la propiedad colectiva
fuera de la estatal, ni desde luego de otras formas de propiedad
y producción pre socialistas que todavía tenían cabida en el
Período de Tránsito.
Los resultados son conocidos. La propiedad estatal que se
presumía de todo el pueblo, se convirtió de hecho y derecho en
propiedad de la cúpula gobernante, quien en verdad decidía sobre
todos sus aspectos, dando lugar a un proceso de burocratización,
determinado por las condiciones reales materiales de su propia
existencia, que llevó a la separación natural de la burocracia
de los intereses de los trabajadores y el pueblo, toda vez que
unos pocos tomaban todas las decisiones, se convertían en dueños
y los otros en meros trabajadores asalariados, explotados, sin
ninguna relación de pertenencia respecto a los medios de
producción.
El Estado se vio entonces obligado a crear ejércitos de
funcionarios, inspectores, controladores, cuerpos de seguridad y
policíacos, etc., en suma el aparato burocrático auxiliar
propio, para cuidar y garantizar sus intereses y preservarlos
ante la contraparte compuesta por los trabajadores. Aquel
engendro terminó devorando el Socialismo que se intentaba.
Podemos aceptar incluso, que aquellos dirigentes nunca se
propusieron sentar las bases para la posterior destrucción del
Socialismo. Podrá acusarse a Stalin de muchos errores y
horrores, pero no de ese. Según Marx “No es la conciencia del
hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser
social es lo que determina su conciencia” (1). No se percataron
de que el excesivo ejercicio, uso, y abuso (ser social) de esta
forma de propiedad, los llevó a creerse (conciencia social) que
en verdad los dueños eran ellos y no el pueblo trabajador, por y
para quien se había hecho la Revolución Socialista, con todas
las consecuencias negativas que esto trajo para la democracia
socialista, el control obrero, la burocratización, etc.
Los trabajadores, ningún colectivo o entidad obrera, se sentían
verdaderamente dueños, responsables de los medios de producción
y por tanto no había una clara estimulación para su cuidado y
control por nadie; mientras que la centralización de los
recursos y las decisiones, al alejarse del control de las bases,
perdieron su sentido de realidad y operaron contra el
desarrollo, además de haber desnoblecido el trabajo, e
implantado formas de control social extraeconómicas,
voluntaristas, paternalistas y represivas, en detrimento de la
democracia que fue cediendo en todo al centralismo, no solo en
economía, sino también y por consecuencia, en los procesos
políticos.
Ciertamente las técnicas y maquinarias se desarrollaron, pero
desigualmente en ramas y regiones y sin poder satisfacer las
necesidades propias que iban generando entre la clase
trabajadora, factor dinámico determinante en el avance de las
relaciones de producción, ocurriendo la sentencia de Marx: “De
forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones
se convierten en trabas suyas” (Idem).
Por una interpretación mecánica en la relación histórica
determinista entre fuerzas productivas, propiedad, relaciones de
producción y superestructura, pensaban que “imponiendo la
propiedad estatal de todo el pueblo”, construirían por eso la
sociedad Socialista, y se establecerían nuevas relaciones
socialistas de producción, distribución y consumo, con su
correspondiente superestructura jurídica, política, estatal,
etc., igualmente diseñada por las mentes dirigentes. Así, los
que creían poder llegar a establecer relaciones comunistas de
producción, por el simple hecho de “desearlas”, fracasaron
estrepitosamente. Lograron al final, sin proponérselo, conducir
la sociedad aquella hacia el Capitalismo que habían deseado
combatir.
La práctica demostró que el poder de la clase obrera, para ser
efectivo, tiene que ser ejercido directamente por ésta, en
primer y determinante lugar a través de la propiedad concreta
sobre los medios de producción, que es la que reivindica de
hecho y derecho el poder. Aquella “democracia proletaria” no fue
posible porque la propiedad de los medios de producción no fue
ejercida directamente por los trabajadores, sino por la
burocracia estatal, militar y partidista.
Una vez más quedó demostrado que el poder está donde está la
propiedad.
Los partidarios del Socialismo de Estado, aducían, que la
propiedad estatal era la más representativa de las formas de
propiedad colectivas y que el alto nivel de centralización de
las decisiones y los recursos posibilitaba una mejor
planificación, utilización y productividad de los mismos, en
función de cumplir lo que se denominaba la ley fundamental de la
producción socialista, a saber “la satisfacción de las
necesidades crecientes de la población”. En cambio, dicha
concepción demostró su incapacidad para llevar hacia delante
tales propósitos, para hacer eficiente y productiva la economía
a largo plazo, y terminó por hacer fracasar el proyecto
socialista, que tanto costó iniciar y mantener.
En concordancia con la concepción marxista del Periodo de
Tránsito, en el Socialismo, debieron coexistir distintos tipos
de propiedad, pero la forma determinantemente creciente, la
verdaderamente genérica de esta etapa, debió ser la propiedad
del colectivo de trabajadores, ya fuera cogestionada con el
estado, directa de los colectivos obreros, o cooperativa;
mientras que la propiedad puramente estatal debió existir, como
en todos los regímenes previos, sobre determinados medios y
recursos, siempre en función de la clase que ha dominado ese
estado, que es la poseedora de la propiedad y caracteriza al
régimen (propiedad esclavista, feudal o capitalista).
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El carácter autogestionado de estos tipos de propiedad colectiva
deberá extenderse a la los distintos niveles de la comunidad, a
fin de lograr la sociedad socialista autogestionada, capaz de
conjugar los intereses de toda la nación con los de las
regiones, los colectivos obreros, los individuos y la
naturaleza.
Según los clásicos el Estado no es más que la dictadura de la
clase que detenta el poder, en tanto dueña de los medios de
producción. Esa esencia y no el sentido político autoritario
despótico y tiránico del término, es la que da nombre al periodo
de tránsito socialista como Dictadura del Proletariado cuyo
contenido revolucionario democrático fue desvirtuado, al quedar
solo en la Dictadura pero de la Burocracia.
El cambio a socialistas de las formas de propiedad y producción
previas, se hizo por decreto, sin demanda previa por interés de
los productores, ni en la medida en que el componente fuerza de
trabajo se fuera reduciendo al mínimo, en relación con el
componente constante (medios de producción) del potencial
productivo total. El paso de la fase democrática de la
Revolución a la socialista fue evidentemente precipitado.
Permanente no es sinónimo de inmediatez sino de constancia.
Las desigualdades en el Socialismo eran no sólo inevitables,
sino también saludables y necesarias, en cuanto debieron
convertirse en estimulo para la superación y el trabajo. El
igualitarismo en la distribución y el consumo, nada tiene que
ver con el Socialismo y no es igualdad. Hace 130 años, en carta
a Bebel, el 18 de marzo de 1875, Engels escribió: “La concepción
de la sociedad socialista como reino de igualdad es una idea
unilateral francesa, apoyada en el viejo lema de libertad,
igualdad, fraternidad… que hoy debe ser superada”.
El derecho burgués de pago según trabajo, implica una
desigualdad por las diferencias de posibilidades físicas e
intelectuales entre los distintos individuos. Estas
desigualdades se irían superando en el tiempo, en la medida en
que se desarrollen las técnicas y medios de producción y se
realice en gran escala la revolución cultural, de manera que
fueran desapareciendo las diferencias entre las formas de
producción, la división social del trabajo y entre el campo y la
ciudad, entre las clases.
Pero no se hizo así, de acuerdo con concepciones esquemáticas,
se pretendió realizar la igualdad en la esfera del consumo, con
formas de distribución comunistas o igualitaristas que no
correspondían aún. El rango entre los salarios era estrecho, no
siempre hubo estímulos adicionales al salario normal, nunca hubo
repartición de ganancias. Se eliminaron caprichosamente formas
de producción -incluso precapitalistas- que todavía tenían
cabida y demanda en la sociedad que se pretendía, y se imponían
camisas de fuerza a las formas de propiedad y organización y
control de la producción que los trabajadores iban
experimentando y demandando a la par con el desarrollo técnico y
profesional, etc.
La práctica de la construcción socialista en la URSS demostró
que el papel de los comunistas, una vez tomado el poder no es
imponer relaciones de producción comunistas a toda costa y a
todo coste, sino trabajar conciente y racionalmente en el seno
de la sociedad para eliminar las trabas en las relaciones de
propiedad, producción, distribución y consumo que obstaculizan
el desarrollo de las fuerzas productivas (los medios de
producción y el hombre y su cultura productiva), de manera que
estas fluyan armónicamente y vayan imponiendo las nuevas formas
en un proceso ininterrumpido.
De tal manera, las nuevas formas de propiedad y producción que
se vayan estableciendo, respondan objetivamente al nivel de
desarrollo alcanzando y no al revés: pretender alcanzar nuevos
niveles de desarrollo de las fuerzas productivas por la simple
aplicación caprichosa de nuevas formas de propiedad y relaciones
de producción.
La dialéctica de los procesos políticos y sociales impone a su
vez ritmos, cuyo pulso no se aprecia a simple vista y no es
difícil que los revolucionarios, inmersos en la lucha de clases
diaria y obsesionados con mejorar las condiciones de vida y
hacer el bien, muchas veces confundan sus deseos con las
realidades, cayendo entonces en el voluntarismo. Debemos aceptar
que tales experiencias, retrocesos y desvíos, son partes
inherentes a los procesos revolucionarios. Son los hombres los
que hacen las Revoluciones y pertenecen a su tiempo. No es una
justificación, es una realidad. La Rectificación constante del
rumbo, debe ser por tanto un instrumento permanente de los
trabajadores y sus organizaciones políticas.
El PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), llegó a
plantear en uno de los Congresos todavía bajo la dirección de
Brezhnev, que la URSS estaba presta a finalizar la Etapa de
Tránsito, cuando todavía era evidente el atraso económico en la
gran mayoría de las Repúblicas Soviéticas, base real del
separatismo y posterior desintegración que estimuló el
imperialismo como luchas interétnicas.
En la planificación buscó el Socialismo las salidas a las crisis
cíclicas del Capitalismo. Pero aquella búsqueda estuvo viciada
por varios factores que tenían todos, como denominador común, la
propia concepción de propiedad estatal que implicaba poner en
primer plano los intereses generales del estado central en lugar
de la satisfacción de las necesidades de la población, enunciada
como ley fundamental de la producción socialista. Así primó un
excesivo centralismo, con una -cada vez más deficiente, hasta
llegar a nula- participación de las regiones y los colectivos de
trabajadores; y una visión de la seguridad nacional centrada en
el militarismo, que no la contemplaba como un todo integral
económico-político- social-militar.
Pretender, como se hizo, planificar el desarrollo social sin
tener en cuenta los puntos de vista y los intereses de las
masas, los colectivos obreros y las personas, a corto, mediano y
largo plazos, no solo inhibió los resultados generales de la
planificación sino que se constituyó en su contrario.
Además la planificación debió tener escalas nacionales,
regionales y empresariales, de manera que los intereses a todos
esos niveles pudieran manifestarse e imbricarse y no excluirse.
Tan terrible puede ser poner los intereses del estado por encima
de todos los demás, como poner los intereses de una empresa por
encima de los intereses del estado en su conjunto.
Por la forma en que se promovían, elegían y funcionaban, hacía
decenios que los Soviets habían dejado de responder y
representar a los intereses de los trabajadores. Por lo que ni
la planificación que aprobaran, ni las políticas económicas o
sociales que votaran, tenían coherencia con los intereses
generales de la sociedad que decían querer construir.
Toda aquella experiencia se basó en el control desde arriba, de
la cúpula hacia la base, cuando debió ser precisamente al revés,
de abajo hacia arriba. Debió ser la base la que determinara
todo, de donde debieron salir las propuestas de todo tipo. Esta
es una, entre las más importantes causas de aquel desastre.
Algunos acusan a Lenin del pecado original por esta desviación,
cuando proclamó el centralismo democrático como método integral
para el funcionamiento del Partido de Nuevo Tipo y la sociedad
nueva que se pretendía construir. Se olvidan que fue herido en
los comienzos de la Revolución, y a pesar de su convalecencia,
en los últimos años de vida desarrolló las bases teóricas de la
NEP, que apenas fueron aplicadas luego de su muerte,
especialmente su plan cooperativo general.
La consecuente aplicación de la NEP debió tener profundas
implicaciones en el conjunto de las concepciones políticas del
Partido y la Sociedad, y ella misma significaba una delegación
del poder efectivo y real el control a las masas de trabajadores
de la ciudad y el campo, sobre todo con la aplicación del plan
cooperativista. Lenin no fue responsable de que en la lucha
lógica entre el centralismo y la democracia, dos contrarios
unidos en el seno del Partido y la sociedad, predominara el
centralismo hasta extenuar la democracia. Fueron otros factores
internos y externos los que provocaran aquel desbalance, a la
postre fatal, que el PCUS nunca pudo solventar definitivamente
ni después de Stalin, a pesar de la crítica del XX Congreso.
(Continuará)
La Habana, 11 de enero de 2008.
1 Prologo de la Contribución a la Crítica de la Economía
Política. Carlos Marx.
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