Mensajes
desde Cuba:
De: M.
Arencibia
Asunto: Artículo: CUBA. Pecado original, GUARDAR EN LA MEMORIA
COLECTIVA
El ayer del hoy. El hoy del ayer.
Félix Guerra (*) (Para Kaos en la Red)
Casi todo lo
que sucede, tiene causa y principio, y no son tan diferentes lo
uno de lo otro.
Aunque cuando nos ponemos a observar en términos teóricos, desde
Aristóteles y Demócrito hasta Hegel y Sartre o Chomsky, pasando
por Diderot, Kant, Marx o Martí, o Gramsci y Mariategui, o
Maiakovsky y Beltold Bretch, entonces sí encontramos algunas
sutiles diferencias.
Entre otras, que cuando las cosas (fenómenos) comienzan a ser y
se expresan es porque ya hay acumulación de causas. Y una más,
que ciertos efectos se convierten en causa de milagros o
hecatombes que ya se venían sazonando.
Por desgracia, contrariando la voz popular, no todo lo que
sucede finalmente conviene.
Fui yo (imposible hablar sin el yo. La sustitución permanente
del yo por el nosotros, aberración y demagogia, se convierte
además en mística y en ilusoria ideología que apunta a la
anulación del individuo, tarea por otro lado imposible. Intentar
esconder ego (no confundir con egoísmo), nunca tendría éxito a
corto o largo plazo, a causa de su imprescindibilidad para la
subsistencia psíquica).
Intentos infructuosos (Y SUICIDAS) de matar yo y ego, son, no
muy a la larga, causas y efectos de doble moral y algunos de sus
malignos añadidos. En particular, tiene expediente abierto en el
caso cubano contemporáneo, que primero resultó, con sus traumas
y broncas, una palanca relativa para avances y tareas, pero hoy
anda a la deriva y mostrando evidentes decadencias o
podredumbres.
Fui yo, repito, testigo y protagonista desde el principio mismo,
cuando alistábamos escaleras para el asalto al cielo.
Los impactos de gestas emancipadoras y la victoria
relampagueante en l959, luego de un siglo de derrotas, triunfos
parciales y largas frustraciones, resultó un acontecimiento
inesperado y abrumador. Instantes después del deslumbramiento y
la admiración, se comenzó a coagular en la ciudadanía un
sentimiento de disponibilidad gratuita, espontánea y voluntaria
para cualquier tarea.
Marchábamos y rompíamos zapatos como iluminados por los
terraplenes y avenidas. Era el sentimiento básico y más noble de
la incondicionalidad. Teníamos allí delante, casi a la vista,
todos los derechos siempre suprimidos, pero solo teníamos ojos
para ver los deberes.
Enseguida, como fragmento de gravedad, se adicionó un
ingrediente que resultó decisivo: el intelectual, por vergüenza
y dignidad personal, se consideró a sí mismo, de alguna manera,
criatura indisolublemente endeudada con mártires, héroes y
libertadores. Era él, descubrió en versos soberbios, un
sobreviviente inmerecido.
Se fecundó, con presencia y aprobación pública, una emoción de
pecado original. No participé, no merezco disfrutar esta sed de
panes verdaderos y esta libertad bajo la lluvia y debo pagar mi
culpa entonces con una entrega incondicional.
Ese sentimiento natural e inconsciente entró subrepticiamente a
la mentalidad de dirigidos y dirigentes. Cualquier tarea era
Tarea de la Revolución. Y los reparos no eran admitidos casi
nunca, y se consideraron flojos y rajaos y desertores a quien no
aceptaron determinados compromisos y tareas.
Súmele a ese fenómeno, desconocido en el imaginario cubano, el
monopolio estatal de la propiedad, que da casi todo arbitrio a
Estado y Gobierno y disminuye el papel del resto de las
instituciones sociales, en particular ciudadano-individuo.
Súmele partido único. Súmele sindicato único, con una tendencia
persistente de las administraciones de ponerlos bajo su égida.
Súmele inicio de tabúes y prohibiciones, y continúe hasta hoy,
cuando el crecimiento desmesurado de las prohibiciones, entre
otras, se convierte hoy en un resorte de inactividad,
indiferencia e indisciplina social.
Súmele que propiedad de viviendas, autos, motos, etcétera, quedó
sin posibilidades de ventas y alquiler, para proteger a unos
ciudadanos de otros, al más pobre de quienes disponían de mayor
poder adquisitivo y podían desvalijarlos (ese era el riesgo):
descubríamos que más allá de nuestra propiedad, guardada en
gavetas, el Estado escribió una cláusula última de pertenencia.
Se agregaba, como elementos aparentemente disociados,
impedimentos múltiples hasta para la lógica institución
denominada permuta, mecanismo social improvisado por la
población para lograr, por múltiples razones, residir en otra
provincia, otro municipio, otra vivienda, otra calle, o dividir
la vivienda con hijos o parientes cercanos o entre ex marido y
ex mujer, etcétera.
Ciudadanos e individuos, en su gran mayoría, en tanto
disfrutaban una orgía de integridad, integración y romanticismo
lógicos y emocionales, mediante esta mezcolanza no preconcebida,
perdió lentamente propiedad de su persona, de pertenencia e
identidad consigo mismo. Si la recobraba, en casos inusuales,
quedaba con un mal sabor delictivo o sedicioso en el paladar.
Ese sujeto, ya no compañero, rompía con su impensada actitud el
hechizo de la unanimidad.
El dirigente, político o militar o administrativo, en cualquier
escena, salvo en la que él mismo era emplazado, tomó posesión
hasta donde pudo de personas e individuos. En concreto, de sus
tiempos, talentos, vocaciones, capacidades, creencias
ancestrales y ensoñaciones familiares.
Eso, que ya es anomalía, pero con muchas aristas utilitarias y
parcialmente funcionales para el avance social en el aspecto
material, con el tiempo degeneró. Fue otra trampa de la falta de
experiencia en revoluciones sociales, de la ignorancia personal
y colectiva, que solo comenzó a matarse a sí misma con una
cartilla de alfabetización. Primaba en esas épocas, además, en
particular entre quienes dirigían, un sentimiento excedido de
triunfo y poder creativo.
Esos sentimientos, en muchos casos se convirtieron en historias
de heroísmo indecibles, generosidad no vistas, enrolamientos de
multitudes no vividas con anterioridad. El sujeto histórico, a
la vista, irradió una energía enorme y vivió sin pellizcarse
sueños fenomenales.
Pero pasó el tiempo y la épica cedió, los tiempos derivaron, las
necesidades perentorias recobraron un día su actualidad. Y esos
mismos sentimientos, abusados, en proceso de perversión, mutaron
en incontables anécdotas de paternalismos, voluntarismos,
autoritarismos, hipocresías del yo sí, oportunismos,
verticalismos, disposiciones absurdas, abusos de poder, valores
fraudulentos impuestos a contrapelo, extremismos e
intolerancias.
Adicional, tendencias a descalificar a quienes resistían, a
evaluarlo o devaluarlo, soslayarlo, empapelarlo, tronarlo,
sancionarlo, etcétera. Esas historias que comenzaron lindas
fueron caldo espeso no solo de doble moral, sino también de
abusos de poder y de otros males acompañantes.
Del compañero, del ciudadano y del individuo, surgió un día una
criatura más notoriamente visible, el usuario, quien encontró,
donde quiera que fuera, reglamentos con muchos más deberes que
derechos. Los deberes inviolables, los derechos siempre en
discusión. Se produjo un viraje inconsciente-consciente: el
maltrecho usuario recibía no un servicio, sino más bien un
“favor.” Luego del favor, se inició la zaga de la compra de
favores
Y así, sin notarlo a veces la galopante deformación y en
ocasiones presenciándola, nos maltratábamos unos a otros. Los
sujetos de la historia, convertidos de fraternos a usuarios,
recibíamos variada gama de castigos en carnicerías, bodega,
barberías, cines, farmacias funeraria, centro laborales,
restoranes, hospitales, oficinas de trámites legales o
dondequiera de fuéramos.
La deformación de país estatalizado hasta el tuétano, sin reales
instancias para querellarse, dirigía inevitablemente toda clase
de culpas e ineficiencias, así como de insatisfacciones e
impotencias, hacia un blanco: el Estado invisible e ineficiente
que presuntamente actuaba detrás de sus verdugos personales.
Durante años, y antes de llegar a crisis en tanta esferas de la
vida ciudadana, casi ni tuvimos horas libres para reparar en un
asunto en el que a la vez fuimos víctimas y victimarios.
Se gestó, repito, esa incondicionalidad sin límites, espontánea
y romántica en sus inicios. Luego también forzada, causa del
deterioro progresivo de aquel primigenio sentimiento de
disponibilidad espontánea.
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En resumen, luego de altas y bajas, heroísmos y deserciones,
resultó un acontecer empobrecedor de la individualidad y las
humanas apetencias íntimas. Se exigía para cualquier tarea y a
cualquiera hora y durante el tiempo que fuera necesario, sin
meditar y bajo continuos toques a rebatos e inminentes peligros
que acechaban de forma simultánea.
El sujeto podía ser vanguardia militar, del trabajo o la
cultura, desmovilizado de ejercicios militares, cincuentenario
de la industria azucarera, pero en cuanto ponía un pie en la
calle, la realidad circundante y agobiante lo privaba de
derechos y le malograba la alegría y el disfrute de los méritos.
No hubo límites: lo espontáneo se diluía y diluía y quedaba un
mecanismo de cerrojos. A fin de cuenta, sin escamotear verídicas
leyendas e innumerables y sobrehumanos episodios de osadía,
resistencia y heroísmos, el individuo comenzó a sentir que se
postergaban e invalidaban proyectos personales, planes de
transformación aplazados o recién puestos sobre la mesa, tiempos
para la educación propia y la de los hijos (ahora cuando se
despertaba de la inacción cultural).
Se colocaba en fila de pelotón un cuerpo que no estaba claro, y
el deber se convertía en rutina corrosiva. Tal como si fuera ya
y siempre la guerra alertada, inminente y decisiva, cuando en
realidad se trataba, en nuestras circunstancias, bajo sitio
permanente, de la totalidad de la vida cotidiana.
En las mañanas, en momento de ausencia crónica de transporte, el
reloj marcaba raya roja luego de las 8 am, pero en la tarde
entonces funcionaba sin sonrojo de algunos jefes el horario de
conciencia. Levántese una hora antes, oí que le decía un
director a su secretaria, y si aún así no llega a tiempo,
levántese 2 horas antes.
Se invertía casi sin alevosía, una lógica de la redención. Las
tareas y las metas y las misiones y el altruismo sin fronteras,
a menudo adoptaban como simple o engorrosa herramienta quienes
debían ser, a fin de cuenta, los protagonistas concientes de sus
propias historias de dichas o fracasos personales.
El asunto tuvo y tiene infinitas derivaciones y consideraciones.
Pero es cierto: no se tuvo conciencia ni de los límites ni de
las consecuencias. Solo hubo ojos políticos y administrativos,
miopes, por cierto. Faltó ideología. Faltó la mirada y opinión
de otros especialistas, sociólogos, psicólogos, encuestadores de
opinión pública, así como las del mismo sujeto histórico,
atrapado entre deberes y obligaciones y agudas carencias
materiales.
El socialismo se construye en la intemperie del tiempo y la
historia, así como al unísono en alma, conciencia, espíritu y
mente de ciudadano de individuos, hombre o mujer. Y desde el
principio, el recurso estratégico del método y del fin, la
democracia de los arbitrajes, la toma de decisiones individuales
y colectivas, debe legitimar previamente todo acto, incluso el
sacrificio.
La incondicionalidad rampante, constante, reduccionista, sin
opciones, sin oportunidades para metas propias y sueños
personales y familiares, sin límites temporales y con urgencias
renovadas, por cualquier motivo y todos los impulsos, sin
diálogos suficientes ni debate ni pluralidad de intereses, sin
persuasión ni elección libre, sin derecho a discrepar y defender
o imponer la propia visión del asunto, es como una Gorgona
alucinante que frena el impulso del cuerpo social.
Y oscurece la sensatez de las metas a alcanzar. Las infinitas
metas sociales son inalcanzables, si la persona humana no
participa a plenitud y obtiene recompensas y logros y disfrutes
y beneficios dentro de sus propios tiempos históricos de vivir.
Esa incondicionalidad, politizada al extremo y a conveniencia,
en ciertas situaciones, convierte la vida en constantes
sacrificios. Ahora más que nunca/ Y como nunca antes.
El futuro así, retóricamente aplazado, resulta un horizonte
potencial intangible, a la vista pero siempre a la misma
distancia. Y con esa argumentación grandilocuente y repetitiva,
lentamente se marchitan esperanzas y optimismos. Y peor, la
credibilidad de principios e ideales.
Imprescindible llegar al fondo de nuestros conflictos, sin
atenuantes ni míseras explicaciones, porque se trata de
importantes dramas íntimos y públicos, personales y colectivos,
históricos y sociales. Constituyen una experiencia vivida,
disfrutada y sufrida. Y requiere ahora, creo, una psicoterapia
de rehabilitación individual y social.
Es una vivencia cierta que debe ser estudiada por sociólogos,
politólogos, psicólogos, psiquiatras. No hay arreglos
retrospectivos, pero esas investigaciones, como no, ayudarían a
cambiar estilos y métodos, así como a aclarar implicaciones
políticas e ideológicas y su influencia en la realidad de hoy.
Cientos y miles de dirigentes y funcionarios administrativos,
políticos y militares, permanecen en sus puestos de labor
lastrados y castrados de una u otra forma por aquellas
prácticas, que unos llaman románticas y otros de la barbarie.
Tal experiencia también es una herencia que dejamos, con sus
complejidades, a futuras generaciones y revoluciones sociales. Y
la literatura, sepámoslo y es legítimo, se alimenta y alimentara
de esas historias vividas.
La construcción de una nueva sociedad son también formas de
propiedad y apropiación de los medios de producción. Creo que
eso nos queda claro y despejado a medida que avanzamos en alguna
dirección. Tales temas resultan, sí, asuntos insoslayables y
vitales. Son como el esqueleto que camina con su energía y
dureza por los bordes y la médula de la sangre.
El socialismo perdurable y democrático (o como se llame), que
configura espiritualmente al sujeto de la historia para esa
generación y las siguientes, se construye dentro y es una
sustancia a veces impalpable de individuos, mujeres y hombres en
expansión, que en primera instancia conquistan y reconquistan a
diario sus derechos. Y aspiran a renovarlos de forma
ininterrumpida.
Estas palabras y meditaciones, no son ni podía ser, un canto
desenfrenado ni moderado ni al yo ni al ego. Yo y ego se
defienden a sí mismos y son inextinguibles, pero el yo él y ego,
ineludibles, amparan a la criatura al mismo tiempo de peligros,
tentaciones y extremos. Y mediante ilustración y conciencia,
también de los males que son el individualismo y el egoísmo. Es
una perenne y titánica lucha que llena de dramaturgia la
Historia.
Y tal como los hombres y mujeres de cualquier locación y época,
ellos se defienden además de presunciones, vanaglorias,
frivolidades, tacañerías, arrogancias, egolatrías, jactancias,
pecados originales. Querámoslo o no, es parte de nuestra
sustancia animal y humana. Anteponer otros sentimientos, más
nobles, digamos, a esos sentimientos, es el itinerario infinito
de la perfectibilidad.
Estas letras son mejor el Canto a mí mismo, de Whitman, pero con
un esfuerzo para intentar traerlo a esta época y nuestras
circunstancias históricas.
O es el espíritu de Martí, que habla del individuo que escoge su
bando y odia y destruye o ama y construye. Al respecto de este
tema, el Apóstol apuntaba: “Es el hombre en la tierra dueño de
sí mismo, y es, sin embargo, su mayor trabajo serlo, que el
hombre es el mayor obstáculo del hombre.”
O es aquella exaltación al poder de la masa que incluye a todos
los individuos de la Tierra, que ruegan al muerto que resucite.
Hasta que el cadáver, ay, que seguía muriendo, no tiene opción,
se pone de pie y echa andar. Se encuentra en los militantes
poemas de Cesar Vallejo.
O tiene raíz en la defensa intensa de Mariategui con respecto al
individuo, separándolo de individualismo y ciertas rancias
confusiones ideológicas.
El individuo no puede ser dividido ni adosado a otro. Vive y se
multiplica en asociación con disímiles individuos. El individuo
es una creación del conocimiento. Y a partir del siglo XX y el
boom de la educación y la información, un ente multitudinario y
global.
El individuo es el grano de la especie, que despierta por su
cuenta aunque duerma en muchedumbre.
Félix Guerra
POEMAS DE LA SANGRE COTIDIANA
Enero 6 de 2008. Ciudad de La Habana.
(*) Periodista y escritor cubano
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