Habitación modesta en casa
de Rogelio, oficial de una relojería en Sevilla.
Balcón a la derecha de la actriz, y puertas a la izquierda y al foro. Limpieza y
orden. Es por la mañana, en abril. María Luisa, la mujer de
Rogelio, que da la hora mejor y más a
tiempo que todos los relojes que maneja él, sale por la puerta de la izquierda,
puesta de veinticinco alfileres.
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No se quejará.
Me he echao ensima el equipaje entero. Sobre too, sus
cosas. Va a reíse cuando me vea. Se va a reí. Sí se va a reí.
Cuando me vea se va a reí. Se va a reí, se va a reí cuando me
vea. (Asómase al balcón, gozosa)
¡Ayí viene! Se va a reí.
¡Lo que lo quiero yo!... ¡Lo que me quiere él... ¡Lo que nos
queremos!... Sí nos queremos. Nos queremos
mucho. Mucho nos queremos. Somos un matrimonio que nos queremos. Nos
queremos. Na tiene que ve que de cuando en cuando haya entre
nosotros cosiyas... disgustiyos... cuestionsiyas... ¡To los
días merengues no pué sé! Pero nos queremos. Y se ve en esta
fecha. En esta fecha es cuando se ve. En esta fecha. ¡Er día más
bonito der año pa nosotros! ¡Más que er Corpus relumbra!... ¡Siete
años ya!... ¡Mia que siete años, María Luisa!... Después de too,
poco nos habemos peleao pa siete años. ¡Siete años!...
(Suspirando). ¡Ay!... La pursera, el aniyo, la peina, las
horquiyitas... ¡qué tronaos estábamos entonses!... los aretes, er pañuelo de taye... ¡y lo que venga hoy! ¿Qué me traerá? ¿Qué me
traerá? ¿Qué se le habrá ocurrió? Ya yega. Pronto vi a saberlo.
(Se arrincona un poco, para sorprender a Rogelio, que sale por la
puerta del foro, al parecer contrariadillo)
(Entre sí, tirando el sombrero en un mueble) ¡No se pué
uno fiá ni de su sombra! ¡Mardito sea er demonio! Pos, ¿y el amo,
queriendo también aguarme la fiesta?
(Llamándole la atención graciosamente) ¡Ejem!, ¡ejem!
(Rogelio se vuelve hacia ella, y al mirarla se le alegra el
semblante)
Pero, ¿estabas ahí? ¡Digo! Y, ¡cómo te has puesto! ¿Vamos a la feria?
¡Ya sabía yo que te ibas a reí!
¿Vamos a la feria?
¿Pa qué? Hoy la feria está en casa. ¿No es verdá?
¡Y tan verdá!
¡Er día no es pa menos!
¡Carcula!
Fíjate. Fíjate en lo que tengo ensima. Y acuérdate der cómo y
cuándo... y de antes y de después. Mira: la pursera der primer año,
el aniyo der segundo, la peina der tersero, las horquiyas der
cuarto, los aretes der quinto... este pañoliyo der sexto... y ahora
¡usté dirá, don Rogelio Parma! ¡Usté dirá!
¡Mardito sea!...Don Rogelio Parma yeva una mañanita...
¿Eh?
Sí. Er prinsipá, que no sabe ponerse en las cosas. Trabaja uno como
un negro too el año; le acredita la relojería... que hoy ya en Seviya es la que más se busca, y me discute la libertá de un día
como éste.
¿Es de veras?
Como te lo digo. Y... de lo otro... ahora hablaremos. (Coge su
sombrero y se va por la puerta de la izquierda)
(Desolada). Se le ha orvidao. Hasta que me ha visto
compuesta no se ha acordao der día que es hoy. Se le ha orvidao.
Se lo noté en la cara. Ér se echó a reí, pero de la sorpresa. Se le
ha orvidao. A éste se le ha orvidao. ¡Qué desengaño, señó, sí se
le ha orvidao! Y se le ha orvidao. ¡Ya lo creo que se le ha
orvidao! ¡Se le ha
orvidao! ¡Se le ha
orvidao!
(Vuelve
Rogelio, que no sabe la que le aguarda).
Pos verás lo que iba a desirte, María Luisa.
(Mal dispuesta ya). A vé.
Por si era poco er torosón que me he tomao con el amo... Salí de ayí... Bueno, hase unos cuantos días pasé por casa de Manolo
Sánchez er platero, y me enseñó un coyá de corales que tenía de
oportunidá. Muy bonito. Una alhajiya fina. Me enteré de cómo se yamaba... ¿tú comprendes?... por si estaba o no a mis arcanses...
Y no estaba.
Sí que estaba, sí. Y como se acercaba er día de hoy, lo dejé
apartao pa tu persona.
¿No yevabas dinero ensima?
No es eso. Manolo me lo hubiera fiao. Es que había
que componerle er brochesiyo.
¡Qué casualidá!
Y yego hoy a recogerlo pa traértelo...
Y ha habío ladrones esta noche en casa e Manolo.
No, no ha habío ladrones.
Sí, hombre, sí; si lo dise er diario. ¡La prueba es que se han
yevao mi coyá!
Entérate, mujé; no empesemos ya la madeja. Ha tomao Manolo un
dependiente nuevo...
¿Un dependiente nuevo?
Un dependiente nuevo, sí; un hijo de un compadre suyo. Y resurta que
sin sabé er chiquiyo que er coyar estaba ya vendío por Manolo,
lo ha apalabrao con la marquesa de San Roque.
¡Carambi!
No, no; sin ¡carambi!
¿Sin ¡carambi! eh? ¡Pos hijo, con desirle a la marquesa que ya
estaba vendío!...
De eso se trata; pero es menesté i por sus pasos... La marquesa es
una señora muy caprichosa, y además, favorese mucho a Manolo...
¡Claro!
¡Y er hombre teme digustarla! Con rasón. De toos modos va a vé si
consigue...
¡No lo consigue!
¡O sí!
¡No, no lo consigue! Er coyá no viene a esta casa.
¡O sí viene, mujé!
¡No viene! Er coyá no viene. Y menos hoy, que es cuando ha debío
vení. No viene, no viene. Er coyá no viene. No le des vuertas, que no viene er coyá. No viene.
¡Bueno!
Y, naturarmente, no siendo ese coyá, no había pa mí en la tienda
ni un mal arfilé de filigrana de plata...
¡Había en la tienda muchas cosas, pero como lo der coyá toavía no
está resuerto...!
¡Ay qué risa!
Ah, pero ¿es que dudas de lo que te digo? ¿Es que crees quisá que se
me ha pasao la fecha de hoy?
¡A la vista está! Por mucho que tú lo compongas...
¡María Luisa!
¡Un desengaño así me esperaba, Rogelio! ¡Quién lo hubiera pensao!
¿Le paese a usté? ¡Después de la mañana que yevo, este postre!
¡Ahora mismo vas a vení conmigo a la platería pa convenserte de
la verdá!
¿Quién, yo? ¿Yo a la platería? Tú no me conoses, Rogelio. ¿Pa qué?
¿Pa que se me tome por una mujé de estas exigentes que traen a
los hombres de cabesa? No, hijo mío, no. Yo no me muevo de mi casa.
Pa otra vez, ten un poquito de más memoria. Un dedá que me
hubieras traído me hubiera dejao tan contenta. ¡No hasían farta
tantos coyares! Un dedá a tiempo me bastaba. Un dedá. Un simple dedá. Nada más que un dedá. Pero, amigo, cuando las cosas se van
der pensamiento... luego no se arreglan fásilmente. ¿Y quieres yevarme ahora a la platería? ¡Qué disparate! ¡Como que te iba a
fartá a ti un guiño pa prevení a Manolo! No, hijo, no. Yo no
hago esos papeles. Ni soy yo como la vesina de ar lao, que sacude
los vestidos nuevos ar barcón pa que se caiga a la caye la
etiqueta der presio y se entere la gente de lo rumboso que es su
marío. No, hijo, no. La hija de mi mare no le da un cuarto ar
pregonero. ¡Ay Virgen de los Reyes! ¡Qué desengaño más crué!
¡Bueno! (Saca su reloj y mira la hora, dispuesto a armarse de
paciencia y a tener calma)
Vete, vete cuando quieras a la caye, si estás de prisa; si hay
arguien que te espere que te interese más que yo. Vete, vete a la caye. Yo me quedo en mi casa solita. Solita no: con mis lágrimas.
¡Yorando, como nos toca siempre a las pobres mujeres! Las lágrimas
acompañan mucho. Esto no lo sabe ningún hombre.
Pero ¿vas a yorá, criatura? Mírame bien y párate un poco. ¿Tengo
yo la curpa de na de esto? ¿Es pa yorá la cosa, mujé?
¡Es verdad! ¡Yo no me había dao cuenta! ¡La cosa es
pa reí! ¡Ay
qué grasia tiene! ¡A mi marío se le ha orvidao que hoy hase siete
años que nos casamos! ¡Ja, ja, ja!
¡Eso no se me orvida a mí tan fási!
(Airada) ¿Qué me quiés desí?
Lo que te he dicho: que no se me orvida tan fási.
¿Te has arrepentío quisá der matrimonio? ¿Te pesa? ¡Qué lástima!
¡Pobresito márti! ¡Claro! Te ha tocao una mujé que es una loca,
chismosa, cayejera, de tienda en tienda, de corro en corro, que no
está en casa nunca, gastadora, susia, abandoná... Tú tomas toos
los días pegaos los garbansos, pegao er chocolate, pegao er
arroz… los pantalones los yevas con sarpa, er sombrero con porvo,
los puños con flecos, los carcetines con uvitas... ¡Desgrasias que
hay en este mundo! ¡Qué lástima de hombre! ¡La sapatiya que le ha
tocao!
(Rogelio no deja de mirarla de cuando en cuando,
conteniéndose siempre para no contestarle)
Sigue, sigue. ¡Qué le vamos a hasé!
¡Naturá que sigo! ¿No tengo de seguí? ¿Qué menos va una a
procurarse que este desahogo? Si no me quies escuchá, tápate las
orejas o vete. Pero yo sigo. ¡Vaya si sigo!
Sigue, sigue.
¡Ya lo creo que sigo! ¡Y tanto como sigo! ¡Me lo dijo argunas veses
mi mare!... ¡Jesús! ¡Las veses que me lo dijo mi mare!...
¡Pobresita! ¡Cuidao que me lo dijo veses mi mare!... ¡No se
cansaba de desírmelo! ¡No se cansaba! Me lo dijo, me lo dijo mi mare... ¡Misté que me lo dijo mi
mare!...
¡Acaba de una vez la copla! ¿Qué fue lo que te dijo tu
mare?
¡Que me casaba con un embustero!
¡Bien sabe Dios que no lo soy!
¡Pobresita! ¡Si levantara la cabesa!
¡Era lo único que hoy me fartaba!
(Herida en lo más vivo) Mira, Rogelio: para hablá tú de mi
mare te enjuagas la boca. Cuidaíto, ¿eh? Te enjuagas la boca. Pa
hablá de mi mare tú te enjuagas la boca. ¿Lo oyes? Te enjuagas la
boca. Te enjuagas tú la boca para hablá de mi mare. Te enjuagas la
boca. Te enjuagas la boca. Te enjuagas la boca.
(Rogelio, de puro
nervioso, gesticula como si se la enjuagara en efecto) ¿Qué
hases?
¡Enjuagarme la boca, porque voy a tené que seguí hablando de tu
mare... y pue que de tu pare!
¡Rogelio!
¡María Luisa!
¡Arto ahí! Ojo con lo que dises. Mi pare es sagrao. Pa hablá tú
de mi pare...
¿Qué enjuagatorio va a hasé farta?
Para hablá tú de mi pare tienes que vestirte de limpio.
Hasta er domingo no me toca.
Pos espérate ar domingo pa hablá de é. Mi pare es sagrao. Y
dejemos ya a la familia.
Sí; bastante hay contigo.
¡Ay, si me valiera dá media vuerta y dejarte solo,
qué a gustito iba yo a dormí aqueya noche! ¡Qué a gustito! ¡Sin tropesá con
nadie ar rebuyirme! ¡Qué a gustito! Pero en eso descansas tú: en
que dessiendo de buena sepa; en que no he de dá campaná ninguna;
en que soy trigo limpio. ¿Por qué no te casaste con aqueya primera
novia, presioso? ¡Manolita Sancajos! ¡Esa era la que a ti te tocaba!
¡Qué doló de equivocasión! ¡Qué perla de mujé pa este hombre!
Pero, en fin; Dios lo quiso. Sería mi suerte.
Y la mía.
¡Y la tuya también! ¡También la tuya! ¡La tuya también! Lo pues
desí mu arto. ¿O te piensas que no has tenío tú suerte ar
tropesá conmigo?
¡El gordo me ha tocado!
Por supuesto, que tanto va er cántaro a la fuente... Las mujeres
buenas también nos cansamos. También nos cansamos las mujeres
buenas. También nos cansamos. También nos cansamos. Nos cansamos
también. Nos cansamos. Y la cuestesita abajo es agradable y tiene
jabón. Tiene jabón la cuestesita. Tiene jabón. Resbala, resbala la
cuestesita abajo. Tiene, tiene jabón. Y a nadie hay que pedirle milagros...
Somos de carne y hueso. Y una mujé desengañá y aburría dispone de muchas
horas pa pensá cosas malas.
(Rogelio, a espaldas de ella, coge nerviosamente una silla en
actitud amenazadora; pero al cabo la suelta mediante un esfuerzo de
su voluntad. Ella, sin embargo, lo advierte, y desafía a Rogelio con
la mirada, continuando luego su desahogo)
Y er pensamiento es
libre: er pensamiento no reconose vayadá. Y una compara. Sin
queré; pero una compara. Se le viene a la idea compará, y compara.
Pasa a la vera de una un hombre guapo, y una compara. Compara una.
Aunque una no quiera compará, compara. Y er hombre le dise a una
una finesa, y una le da oídos. ¿A qué mujé le desagrada una finesa?
Y sin queré se acuerda una der puerco espín que tiene en su casa.
Se acuerda una sin queré. Se acuerda una. Es sin queré; pero una
se acuerda. Se acuerda una. Yo no soy ventanera ni nunca lo he sío,
y er otro día estaba en la ventana der cayejón —¡porque no soy mora
tampoco, y me gusta asomarme a la reja de cuando en cuando a que me
dé el aire!— y pasó Clavija er siyero, que no pueo negá que me
hase grasia... Me hase grasia Clavija. Me hase grasia. Clavija es un
hombre que a mí me hase grasia.
(Al oír Rogelio esto de la gracia
que le hace «Clavija», mira nuevamente su reloj y se marcha luego
por la puerta de la izquierda, sin que ella, que a la sazón le ha
vuelto la espalda, se dé cuenta de que se va)
Escuchá a un
hombre que a una le hase grasia no es ningún delito. A nadie se le
farta con eso. Le hase a una grasia un hombre y lo escucha. Un delito no es. Pero por ahí se empiesa
er plato de durse. Se mete un
deo y se chupa. Por ahí se empiesa. Y si una tuviera con quién
distraerse, ahí se quedaba. Pero, ¿qué va una a hasé? Si su marío
la abandona y una no tiene hijos, ¿qué va una a hasé? Una mujé sin
hijos, por santa que sea, en una hora de aburrimiento mete er deo
en er plato de durse. ¡Ay si yo tuviera hijos con quien consolarme
de mis penas! ¡Por malos y por feos que fueran! ¡Aunque fueran muy
feos! ¡Aunque se paresieran a ti!
(Dice esto volviéndose)
¡Ah! Pero, ¿se ha ido? ¿Habrá insolensia? ¿Habrá descaro? ¡No, pues
lo de los hijos me lo oye!
(Éntrase por la puerta del foro, sin
dejar de hablar, persiguiendo a Rogelio. La voz se aleja y se acerca
en el interior una o dos veces)
¡Sí, sí; si yo tuviera hijos
sería otra cosa! ¡Ya podías estarte dos meses sin verme! ¿A mí, qué?
¡Pa eso estaban conmigo mis hijos! Pero pa tené hijos hase
farta cariño. Mucho cariño. ¡Hase farta mucho cariño para tené
hijos! Y tú no sabes de eso. Tú no me has queríºo a mí nunca de
veras. ¡Nunca, nunca! No, no te tapes los oídos; me tienes que
escuchá. ¡Tú no me has querío nunca! También me lo dijo mi mare.
También me lo dijo. Mi mare me lo dijo también. «¡Ese hombre no te
quiere! ¡No te cases con ese hombre, María Luisa, que no te quiere!»
¡Me lo dijo mi mare! ¡Pobresita! ¡Me lo dijo, me lo dijo mi mare!
(Salen al cabo uno detrás de otro por la puerta de la izquierda.
Rogelio trae el sombrero en la mano para irse a la calle.
Contestando, desesperado ya, a la última frase de María Luisa,
exclama)
Y, ¿por qué no me lo dijo a mí?
(En
seguida se va por la puerta del foro. Ella se deja caer en una
silla, angustiada)
¡Qué pena! ¡Qué pena tan atroz! ¡Mi marío me huye! ¡Y en este día
tan señalao! ¡Soy la mujer más desgrasiá der mundo! (Llora
largamente en varios tonos)
(Pausa)
(Sale de nuevo por la misma puerta del foro Rogelio, con una cartita
y otra cara)
María Luisa. (Ella le vuelve la espalda bruscamente)
María Luisa. ¿No quieres que te hable?
No.
¿Ni que te lea? (María Luisa lo mira con rabia, como si creyese
que él se burla) ¿Tampoco? Es que acaba de yegá esta
cartita... Tú no tienes humó de cartas, ¿verdá? ¡Bueno! Pues la
leeré yo solo. Es de Manolito er platero. (A un gesto de ella)
¡Sí, hija, si! ¡De Manolito er platero! ¡Hay Providencia! Dios, que
es varón y se condolese arguna vez de sus semejantes... ¡Como está
sortero!... Vamos con la cartita. Si no la quiés escuchá, pues
irte. O asomarte un momento ar barcón, por si pasa Clavija. ¡Es tan
grasioso! ¡Clavija es tan grasioso! (De ella se apodera una
singular inquietud. Él lee): «Querido Rogelio: la
señora marquesa de San Roque no tiene inconveniente ninguno en cambiá er coyarito de corales por otra chuchería». ¡Ejem! ¡ejem! Ca vez me
hase más daño er tabaco. «De manera que esta misma tarde lo tendrá
usté en su casa con er broche compuesto». ¡Con er broche compuesto!
«Que María Luisa lo disfrute muchos años en salú... y que usté lo
vea. Su amigo, Manolo». (Pausa. La mira... de la única manera
posible)
(Con la cabeza baja, pero sonriendo) ¡Rogelio!
¡María Luisa!
¡Rogelio de mi arma!
(Respirando, como a quien le llega la suya) ¡Ay! ¡Grasias a
Dios! Te lo dijo tu mare. Tu mare te lo dijo. A ti te lo dijo tu
mare. Te lo dijo. Te lo dijo tu mare. Yo me enjuago la boca para
hablá de tu mare. Me enjuago yo la boca. Pero a ti te lo dijo.
«¡Te casas con un embustero!»
¡Rogelio de mi arma! ¡Tú no has sío nunca vengativo! ¡No lo seas
ahora! ¡Es er cariño que te tengo, que a veses me siega!
Te siega, te siega.
¡Me siega!
¡Como que no has visto er guiño que yo le he hecho ar platero desde
aquí pa que escriba esta carta!
Rogelio, no seas vengativo. No seas vengativo, Rogelio. No seas
vengativo. Rogelio, no seas vengativo. Me perdonas, ¿verdad?
(Yendo a él y colgándosele del cuello) Sí me perdonas. Sí me
perdonas, sí. Tú me perdonas. ¿Verdá que me perdonas, Rogelio? Dime
que me perdonas. Sí me perdonas, sí. Me perdonas. Tú me perdonas.
¡Pobresito mío! ¡Los disparates que te he enjaretao! ¡Mía que te
he enjaretao disparates! Y ¡con qué carma me escuchabas!
¡Psché! La experiensia.
La experiensia, ¿verdá? Las mujeres tenemos la curpa de too lo
malo que hagan con nosotras los hombres. Tenemos la curpa. Las
mujeres tenemos la curpa. La tenemos. Tenemos la curpa las mujeres.
Los empujamos, los trastornamos, los presipitamos...
¡Eso es! Ni más ni menos. Disen que hay un cuartito de hora en que
la que más mira menos ve; la más firme se hase de sera, y la más
amarga de caramelo. ¡El cuartito de hora famoso! Pero en cambio de
ése hay otro cuartito de hora —y esto te lo dise a ti un relojero
experimentao— en que la mujé más buena se vuerve un demonio. Ni
ve, ni oye, ni entiende, ni quiere a nadie entonses, ni le importa
más que lo que se le mete entre seja y seja. Sabe que es mujé, sabe
lo que vale pa el hombre, sabe que el hombre no va a matarla, y
aprieta los torniyos con toas sus fuersas. Insurta, mortifica,
ofende, inventa cosas imposibles... Pide er só, pide la luna, pide
las estreyas de rabo... ¿Qué vi a contarte yo? ¡Tú lo sabes mejó
que nadie! Pos bueno: el hombre que, como este cura, deja pasá ese
cuartito de hora cayao como en misa, como una penitensia, o como se
deja pasá una nube que trae pedrisco, ése está sarvao y siempre
recoge su premio. Er que no tiene aguante y discute, ése ha hecho su
suerte. ¡Dios sabe adónde irá a pará! Porque a las mujeres se les
debe hasé caso siempre... menos en ese cuartito de hora. Conque
dale grasias a Dios que en vez de marío te ha deparao un termo...
que conserva siempre su interió a la temperatura que le conviene.
¡Por la gloria de mi mare, Rogelio, que este va a sé mi úrtimo
cuartito de hora!
¡De esa clase!
¡Claro! ¡Los cambiaré por los de la otra!
¡Así sea!
¡Perdóname er mal rato, Rogelio! ¡Perdóname de veras toos los
desatinos que te he dicho!
¡Ya están perdonaos!
¡Toos eyos! ¡toos eyos! ¡Porque tú comprenderás que a mí no me
hase grasia Clavija!
¡Ni a nadie!
¡A mí Clavija no me hase grasia! ¡A mí no me hase grasia Clavija!
¡Te lo juro!
¡A ti no te hase grasia nadie más que yo!
¡Esa es la verdá más grande que has dicho esta mañana! ¡Ay, qué
contenta estoy con mi Rogelio! ¡Qué contenta estoy!...
También después de una pelea
hay un cuartito de hora bueno
en que er cariño saborea
la miel que sale der veneno.
FIN
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DIÁLOGOS EN CASTELLANO NEUTRO
No se quejará. Me he echado encima el equipaje
entero. Sobre todo, sus cosas. Va a reírse cuando me vea. Se va a
reír. Sí se va a reír. Cuando me vea se va a reír. Se va a reír, se
va a reír cuando me vea.
(Asómase al balcón, gozosa)
¡Allí viene! Se va a reír. ¡Lo que lo quiero
yo!... ¡Lo que me quiere él... ¡Lo que nos queremos!... Sí nos
queremos. Nos queremos mucho. Mucho nos queremos. Somos un
matrimonio que nos queremos. Nos queremos. Nada tiene que ver que de
cuando en cuando haya entre nosotros cosillas... disgustillos...
cuestioncillas... ¡Todos los días merengues no puede ser! Pero nos
queremos. Y se ve en esta fecha. En esta fecha es cuando se ve. En
esta fecha. ¡El día más bonito del año para nosotros! ¡Más que el
Corpus relumbra!... ¡Siete años ya!... ¡Mira que siete años, María
Luisa!... Después de todo, poco nos habemos peleado para siete años.
¡Siete años!... (Suspirando).
¡Ay!... La pulsera, el anillo, la peina, las horquillitas... ¡qué
tronados estábamos entonces!... los aretes, el pañuelo de talle...
¡y lo que venga hoy! ¿Qué me traerá? ¿Qué me traerá? ¿Qué se le
habrá ocurrido? Ya llega. Pronto voy a saberlo. (Se
arrincona un poco, para sorprender a Rogelio, que sale por la puerta
del foro, al parecer contrariadillo)
(Entre sí, tirando el sombrero en un mueble)
¡No se puede uno fiar ni de su sombra!
¡Maldito sea el demonio! Pues, ¿y el amo, queriendo también aguarme
la fiesta?
(Llamándole la atención graciosamente)
¡Ejem!, ¡ejem!
(Rogelio se vuelve hacia ella, y al mirarla se le alegra el
semblante)
Pero ¿estabas ahí? ¡Digo! Y ¡cómo te has
puesto! ¿Vamos a la feria?
¡Ya sabía yo que te ibas a reír!
¿Vamos a la feria?
¿Para qué? Hoy la feria está en casa. ¿No es
verdad?
¡Y tan verdad!
¡El día no es para menos!
¡Calcula!
Fíjate. Fíjate en lo que tengo encima. Y
acuérdate del cómo y cuándo... y de antes y de después. Mira: la
pulsera del primer año, el anillo del segundo, la peina del tercero,
las horquillas del cuarto, los aretes del quinto... este pañolillo
del sexto... y ahora ¡usted dirá, don Rogelio Palma! ¡Usted dirá!
¡Maldito sea!...Don Rogelio Palma lleva
una mañanita...
¿Eh?
Sí. El principal, que no sabe ponerse
en las cosas. Trabaja uno como un negro todo el año; le acredita la
relojería... que hoy ya en Sevilla es la que más se busca, y me
discute la libertad de un día como éste.
¿Es de veras?
Como te lo digo. Y... de lo otro...
ahora hablaremos. (Coge su sombrero y se va por la puerta
de la izquierda)
(Desolada). Se le ha olvidado. Hasta
que me ha visto compuesta no se ha acordado del día que es hoy. Se
le ha olvidado. Se lo noté en la cara. Él se echó a reír, pero de la
sorpresa. Se le ha olvidado. A éste se le ha olvidado. ¡Qué
desengaño, señor, sí se le ha olvidado! Y se le ha olvidado. ¡Ya lo
creo que se le ha olvidado! ¡Se le ha olvidado! ¡Se le ha olvidado!
(Vuelve Rogelio, que no sabe lo que le aguarda).
Pues verás lo que iba a decirte, María Luisa.
(Mal dispuesta ya). A ver.
Por si era poco el torozón que me he tomado
con el amo... Salí de allí... Bueno, hace unos cuantos días pasé por
casa de Manolo Sánchez el platero, y me enseñó un collar de corales
que tenía de oportunidad. Muy bonito. Una alhajilla fina. Me enteré
de cómo se llamaba... ¿tú comprendes?... por si estaba o no a mis
alcances...
Y no estaba.
Sí que estaba, sí. Y como se acercaba
el día de hoy, lo dejé apartado para tu persona.
¿No llevabas dinero encima?
No es eso. Manolo me lo hubiera fiado.
Es que había que componerle el brochecillo.
¡Qué casualidad!
Y llego hoy a recogerlo para
traértelo...
Y ha habido ladrones esta noche en casa
de Manolo.
No, no ha habido ladrones.
Sí, hombre, sí; si lo dice el diario.
¡La prueba es que se han llevado mi collar!
Entérate, mujer; no empecemos ya la
madeja. Ha tomado Manolo un dependiente nuevo...
¿Un dependiente nuevo?
Un dependiente nuevo, sí; un hijo de un
compadre suyo. Y resulta que sin saber el chiquillo que el collar
estaba ya vendido por Manolo, lo ha apalabrado con la marquesa de
San Roque.
¡Carambi!
No, no; sin ¡carambi!
¿Sin ¡carambi! eh? ¡Pues hijo, con
decirle a la marquesa que ya estaba vendido!...
De eso se trata; pero es menester ir
por sus pasos... La marquesa es una señora muy caprichosa, y además,
favorece mucho a Manolo...
¡Claro!
¡Y el hombre teme disgustarla! Con
razón. De todos modos va a ver si consigue...
¡No lo consigue!
¡O sí!
¡No, no lo consigue! El collar no viene
a esta casa.
¡O sí viene, mujer!
¡No viene! El collar no viene. Y menos
hoy, que es cuando ha debido venir. No viene, no viene. El collar no
viene. No le des vueltas, que no viene el collar. No viene.
¡Bueno!
Y, naturalmente, no siendo ese collar,
no había para mí en la tienda ni un mal alfiler de filigrana de
plata...
¡Había en la tienda muchas cosas, pero
como lo del collar todavía no está resuelto...!
¡Ay qué risa!
Ah, pero ¿es que dudas de lo que te
digo? ¿Es que crees quizá que se me ha pasado la fecha de hoy?
¡A la vista está! Por mucho que tú lo
compongas...
¡María Luisa!
¡Un desengaño así me esperaba, Rogelio!
¡Quién lo hubiera pensado!
¿Le parece a usted? ¡Después de la mañana que llevo, este postre!
¡Ahora mismo vas a venir conmigo a la platería para convencerte de
la verdad!
¿Quién, yo? ¿Yo a la platería? Tú no me conoces, Rogelio. ¿Para qué?
¿Para que se me tome por una mujer de estas exigentes que traen a
los hombres de cabeza? No, hijo mío, no. Yo no me muevo de mi casa.
Para otra vez, ten un poquito de más memoria. Un dedal que me
hubieras traído me hubiera dejado tan contenta. ¡No hacían falta
tantos collares! Un dedal a tiempo me bastaba. Un dedal. Un simple
dedal. Nada más que un dedal. Pero, amigo, cuando las cosas se van
del pensamiento... luego no se arreglan fácilmente. ¿Y quieres
llevarme ahora a la platería? ¡Qué disparate! ¡Como que te iba a
faltar a ti un guiño para prevenir a Manolo! No, hijo, no. Yo no
hago esos papeles. Ni soy yo como la vecina de al lado, que sacude
los vestidos nuevos al balcón para que se caiga a la calle la
etiqueta del precio y se entere la gente de lo rumboso que es su
marido. No, hijo, no. La hija de mi madre no le da un cuarto al
pregonero. ¡Ay Virgen de los Reyes! ¡Qué desengaño más cruel!
¡Bueno! (Saca su reloj y mira
la hora, dispuesto a armarse de paciencia y a tener calma)
Vete, vete cuando quieras a la calle, si estás
de prisa; si hay alguien que te espere que te interese más que yo.
Vete, vete a la calle. Yo me quedo en mi casa solita. Solita no: con
mis lágrimas. ¡Llorando, como nos toca siempre a las pobres mujeres!
Las lágrimas acompañan mucho. Esto no lo sabe ningún hombre.
Pero ¿vas a llorar, criatura? Mírame
bien y párate un poco. ¿Tengo yo la culpa de nada de esto? ¿Es para
llorar la cosa, mujer?
¡Es verdad! ¡Yo no me había dado
cuenta! ¡La cosa es para reír! ¡Ay qué gracia tiene! ¡A mi marido se
le ha olvidado que hoy hace siete años que nos casamos! ¡Ja, ja, ja!
¡Eso no se me olvida a mí tan fácil!
(Airada) ¿Qué me quieres decir?
Lo que te he dicho: que no se me olvida tan
fácil.
¿Te has arrepentido quizá del
matrimonio? ¿Te pesa? ¡Qué lástima! ¡Pobrecito mártir! ¡Claro! Te ha
tocado una mujer que es una loca, chismosa, callejera, de tienda en
tienda, de corro en corro, que no está en casa nunca, gastadora,
sucia, abandonada... Tú tomas todos los días pegados los garbanzos,
pegado el chocolate, pegado el arroz… los pantalones los llevas con
zarpa, el sombrero con polvo, los puños con flecos, los calcetines
con uvitas... ¡Desgracias que hay en este mundo! ¡Qué lástima de
hombre! ¡La zapatilla que le ha tocado!
(Rogelio no deja de mirarla de cuando en cuando, conteniéndose
siempre para no contestarle)
Sigue, sigue. ¡Qué le vamos a hacer!
¡Natural que sigo! ¿No tengo de seguir?
¿Qué menos va una a procurarse que este desahogo? Si no me quieres
escuchar, tápate las orejas o vete. Pero yo sigo. ¡Vaya si sigo!
Sigue, sigue.
¡Ya lo creo que sigo! ¡Y tanto como
sigo! ¡Me lo dijo algunas veces mi madre!... ¡Jesús! ¡Las veces que
me lo dijo mi madre!... ¡Pobrecita! ¡Cuidado que me lo dijo veces mi
madre!... ¡No se cansaba de decírmelo! ¡No se cansaba! Me lo dijo,
me lo dijo mi madre... ¡Mire usted que me lo dijo mi madre!...
¡Acaba de una vez la copla! ¿Qué fue lo
que te dijo tu madre?
¡Que me casaba con un embustero!
¡Bien sabe Dios que no lo soy!
¡Pobrecita! ¡Si levantara la cabeza!
¡Era lo único que hoy me faltaba!
(Herida en lo más vivo) Mira,
Rogelio: para hablar tú de mi madre te enjuagas la boca. Cuidadito,
¿eh? Te enjuagas la boca. Para hablar de mi madre tú te enjuagas la
boca. ¿Lo oyes? Te enjuagas la boca. Te enjuagas tú la boca para
hablar de mi madre. Te enjuagas la boca. Te enjuagas la boca. Te
enjuagas la boca.
(Rogelio, de puro nervioso, gesticula como si se la enjuagara en
efecto) ¿Qué haces?
¡Enjuagarme la boca, porque voy a tener que
seguir hablando de tu madre... y puede que de tu padre!
¡Rogelio!
¡María Luisa!
¡Alto ahí! Ojo con lo que dices. Mi
padre es sagrado. Para hablar tú de mi padre...
¿Qué enjuagatorio va a hacer falta?
Para hablar tú de mi padre tienes que
vestirte de limpio.
Hasta el domingo no me toca.
Pues espérate al domingo para hablar de
él. Mi padre es sagrado. Y dejemos ya a la familia.
Sí; bastante hay contigo.
¡Ay, si me valiera dar media vuelta y
dejarte solo, qué a gustito iba yo a dormir aquella noche! ¡Qué a
gustito! ¡Sin tropezar con nadie al rebullirme! ¡Qué a gustito! Pero
en eso descansas tú: en que desciendo de buena cepa; en que no he de
dar campanada ninguna; en que soy trigo limpio. ¿Por qué no te
casaste con aquella primera novia, precioso? ¡Manolita Zancajos!
¡Esa era la que a ti te tocaba! ¡Qué dolor de equivocación! ¡Qué
perla de mujer para este hombre! Pero, en fin; Dios lo quiso. Sería
mi suerte.
Y la mía.
¡Y la tuya también! ¡También la tuya!
¡La tuya también! Lo puedes decir muy alto. ¿O te piensas que no has
tenido tú suerte al tropezar conmigo?
¡El gordo me ha tocado!
Por supuesto, que tanto va el cántaro a
la fuente... Las mujeres buenas también nos cansamos. También nos
cansamos las mujeres buenas. También nos cansamos. También nos
cansamos. Nos cansamos también. Nos cansamos. Y la cuestecita abajo
es agradable y tiene jabón. Tiene jabón la cuestecita. Tiene jabón.
Resbala, resbala la cuestecita abajo. Tiene, tiene jabón. Y a nadie
hay que pedirle milagros... Somos de carne y hueso. Y una mujer
desengañada y aburrida dispone de muchas horas para pensar cosas
malas.
(Rogelio, a espaldas de ella, coge nerviosamente una silla en
actitud amenazadora; pero al cabo la suelta mediante un esfuerzo de
su voluntad. Ella, sin embargo, lo advierte, y desafía a Rogelio con
la mirada, continuando luego su desahogo)
Y el pensamiento es libre: el pensamiento
no reconoce valladar. Y una compara. Sin querer; pero una compara.
Se le viene a la idea comparar, y compara. Pasa a la vera de una un
hombre guapo, y una compara. Compara una. Aunque una no quiera
comparar, compara. Y el hombre le dice a una una fineza, y una le da
oídos. ¿A qué mujer le desagrada una fineza? Y sin querer se acuerda
una del puerco espín que tiene en su casa. Se acuerda una sin
querer. Se acuerda una. Es sin querer; pero una se acuerda. Se
acuerda una. Yo no soy ventanera ni nunca lo he sido, y el otro día
estaba en la ventana del callejón —¡porque no soy mora tampoco, y me
gusta asomarme a la reja de cuando en cuando a que me dé el aire!— y
pasó Clavija el silletero, que no puedo negar que me hace gracia...
Me hace gracia Clavija. Me hace gracia. Clavija es un hombre que a
mí me hace gracia.
(Al oír Rogelio esto de la gracia que le hace «Clavija», mira
nuevamente su reloj y se marcha luego por la puerta de la izquierda,
sin que ella, que a la sazón le ha vuelto la espalda, se dé cuenta
de que se va).
Escuchar a un hombre que a una le hace
gracia no es ningún delito. A nadie se le falta con eso. Le hace a
una gracia un hombre y lo escucha. Un delito no es. Pero por ahí se
empieza el plato de dulce. Se mete un dedo y se chupa. Por ahí se
empieza Y si una tuviera con quién distraerse, ahí se quedaba. Pero
¿qué va una a hacer? Si su marido la abandona y una no tiene hijos,
¿qué va una a hacer? Una mujer sin hijos, por santa que sea, en una
hora de aburrimiento mete el dedo en el plato de dulce. ¡Ay si yo
tuviera hijos con quien consolarme de mis penas! ¡Por malos y por
feos que fueran! ¡Aunque fueran muy feos! ¡Aunque se parecieran a
ti!
(Dice esto volviéndose) ¡Ah! Pero, ¿se ha
ido? ¿Habrá insolencia? ¿Habrá descaro? ¡No, pues lo de los hijos me
lo oye!
(Éntrase por la puerta del foro, sin dejar de hablar, persiguiendo a
Rogelio. La voz se aleja y se acerca en el interior una o dos
veces).
¡Sí, sí; si yo tuviera hijos sería otra
cosa! ¡Ya podías estarte dos meses sin verme! ¿A mí, qué? ¡Para eso
estaban conmigo mis hijos! Pero para tener hijos hace falta cariño.
Mucho cariño. ¡Hace falta mucho cariño para tener hijos! Y tú no
sabes de eso. Tú no me has querido a mí nunca de veras. ¡Nunca,
nunca! No, no te tapes los oídos; me tienes que escuchar. ¡Tú no me
has querido nunca! También me lo dijo mi madre. También me lo dijo.
Mi madre me lo dijo también. «¡Ese hombre no te quiere! ¡No te cases
con ese hombre, María Luisa, que no te quiere!» ¡Me lo dijo mi
madre! ¡Pobrecita! ¡Me lo dijo, me lo dijo mi madre!
(Salen al cabo uno detrás de otro por la puerta de la
izquierda. Rogelio trae el sombrero en la mano para irse a la calle.
Contestando, desesperado ya, a la última frase de María Luisa,
exclama)
Y, ¿por qué no me lo dijo a mí?
(En
seguida se va por la puerta del foro. Ella se deja caer en una
silla, angustiada)
¡Qué pena! ¡Qué pena tan atroz! ¡Mi marido me
huye! ¡Y en este día tan señalado! ¡Soy la mujer más desgraciada del
mundo! (Llora largamente en varios tonos)
(Pausa)
(Sale de nuevo por la misma puerta del foro Rogelio, con una cartita
y otra cara)
María Luisa. (Ella le vuelve la
espalda bruscamente)
María Luisa. ¿No quieres que te hable?
No.
¿Ni que te lea? (María Luisa lo
mira con rabia, como si creyese que él se burla) ¿Tampoco?
Es que acaba de llegar esta cartita... Tú no tienes humor de cartas,
¿verdad? ¡Bueno! Pues la leeré yo solo. Es de Manolito el platero.
(A un gesto de ella) ¡Sí, hija, si!
¡De Manolito el platero! ¡Hay Providencia! Dios, que es varón y se
condolece alguna vez de sus semejantes... ¡Como está soltero!...
Vamos con la cartita. Si no la quieres escuchar, puedes irte. O
asomarte un momento al balcón, por si pasa Clavija. ¡Es tan
gracioso! ¡Clavija es tan gracioso! (De ella se apodera
una singular inquietud. Él lee):
«Querido Rogelio: la señora marquesa de
San Roque no tiene inconveniente ninguno en cambiar el collarcito de
corales por otra chuchería». ¡Ejem! ¡ejem! Cada vez me hace más daño
el tabaco. «De manera que esta misma tarde lo tendrá usted en su
casa con el broche compuesto». ¡Con el broche compuesto! «Que María
Luisa lo disfrute muchos años en salud... y que usted lo vea. Su
amigo, Manolo». (Pausa. La mira... de la
única manera posible)
(Con la cabeza baja, pero sonriendo)
¡Rogelio!
¡María Luisa!
¡Rogelio de mi alma!
(Respirando, como a quien le llega la suya)
¡Ay! ¡Gracias a Dios! Te lo dijo tu madre. Tu
madre te lo dijo. A ti te lo dijo tu madre. Te lo dijo. Te lo dijo
tu madre. Yo me enjuago la boca para hablar de tu madre. Me enjuago
yo la boca. Pero a ti te lo dijo. «¡Te casas con un embustero!»
¡Rogelio de mi alma! ¡Tú no has sido nunca
vengativo! ¡No lo seas ahora! ¡Es el cariño que te tengo, que a
veces me ciega!
Te ciega, te ciega.
¡Me ciega!
¡Como que no has visto el guiño que yo
le he hecho al platero desde aquí para que escriba esta carta!
Rogelio, no seas vengativo. No seas
vengativo, Rogelio. No seas vengativo. Rogelio, no seas vengativo.
Me perdonas, ¿verdad? (Yendo a él y colgándosele del
cuello) Sí me perdonas. Sí me perdonas,
sí. Tú me perdonas. ¿Verdad que me perdonas, Rogelio? Dime que me
perdonas. Sí me perdonas, sí. Me perdonas. Tú me perdonas.
¡Pobrecito mío! ¡Los disparates que te he enjaretado! ¡Mira que te
he enjaretado disparates! Y ¡con qué calma me escuchabas!
¡Psché! La experiencia.
La experiencia, ¿verdad? Las mujeres
tenemos la culpa de todo lo malo que hagan con nosotras los hombres.
Tenemos la culpa. Las mujeres tenemos la culpa. La tenemos. Tenemos
la culpa las mujeres. Los empujamos, los trastornamos, los
precipitamos...
¡Eso es! Ni más ni menos. Dicen que hay
un cuartito de hora en que la que más mira menos ve; la más firme se
hace de cera, y la más amarga de caramelo. ¡El cuartito de hora
famoso! Pero en cambio de ése hay otro cuartito de hora —y esto te
lo dice a ti un relojero experimentado— en que la mujer más buena se
vuelve un demonio. Ni ve, ni oye, ni entiende, ni quiere a nadie
entonces, ni le importa más que lo que se le mete entre ceja y ceja.
Sabe que es mujer, sabe lo que vale para el hombre, sabe que el
hombre no va a matarla, y aprieta los tornillos con todas sus
fuerzas. Insulta, mortifica, ofende, inventa cosas imposibles...
Pide el sol, pide la luna, pide las estrellas de rabo... ¿Qué voy a
contarte yo? ¡Tú lo sabes mejor que nadie! Pues bueno: el hombre
que, como este cura, deja pasar ese cuartito de hora callado como en
misa, como una penitencia, o como se deja pasar una nube que trae
pedrisco, ése está salvado y siempre recoge su premio. El que no
tiene aguante y discute, ése ha hecho su suerte. ¡Dios sabe adónde
irá a parar! Porque a las mujeres se les debe hacer caso siempre...
menos en ese cuartito de hora. Conque dale gracias a Dios que en vez
de marido te ha deparado un termo... que conserva siempre su
interior a la temperatura que le conviene.
¡Por la gloria de mi madre, Rogelio,
que este va a sé mi último cuartito de hora!
¡De esa clase!
¡Claro! ¡Los cambiaré por los de la
otra!
¡Así sea!
¡Perdóname el mal rato, Rogelio!
¡Perdóname de veras todos los desatinos que te he dicho!
¡Ya están perdonados!
¡Todos ellos! ¡todos ellos! ¡Porque tú
comprenderás que a mí no me hace gracia Clavija!
¡Ni a nadie!
¡A mí Clavija no me hace gracia! ¡A mí no me
hace gracia Clavija! ¡Te lo juro!
¡A ti no te hace gracia nadie más que
yo!
¡Esa es la verdad más grande que has dicho
esta mañana! ¡Ay, qué contenta estoy con mi Rogelio! ¡Qué contenta
estoy!...
También después de una pelea
hay un cuartito de hora bueno
en que el cariño saborea
la miel que sale del veneno.
FIN |