¿Qué ha
de hacer, cuando ve mundo libre, un isleño que padece el dolor de hombre, que
no tiene en su tierra nativa donde alzar la cabeza, ni donde tender los brazos?.
Del bien raíz suele enamorarse el hombre que ha nacido en la angustia
del pan, y cultivó desde niño con sus manos la mazorca que le había de
entretener el hambre robusta; por lo que ha salido el isleño común, mientras
no se despierta su propia idea confusa de libertad, atacar, más que auxiliar, a
los hijos de América, en quienes el gobernante astuto les pintaba el enemigo de
su bien raíz.
Pero no hay valla al valor del isleño, ni a su fidelidad, ni a
su constancia, cuando siente en su misma persona, o en la de los que ama,
maltratada la justicia o que ama sordamente, o cuando le llena de cólera noble
la quietud de sus paisanos.
¿Quién que peleó en Cuba, dondequiera que
pelease, no recuerda a un héroe isleño?
¿Quién, de paso por las islas, no ha
oído con tristeza la confesión de aquella juventud melancólica?
Oprimidos
como nosotros, los isleños nos aman. Nosotros, agradecidos, los amamos.
(Patria, 27 de agosto de 1892)
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