Sin amor libre no habrá revolución

Antón FDR

 

 

“¿Quieres a mi padre?”

“El amor no es para los pobres, hijo mío”

Un corazón en peligro, 1944

 

La cita inicial con la que encabezamos estas reflexiones pertenece a un diálogo entre parias, madre e hijo, de una de las muchas películas de Hollywood que tratan (y maltratan) el tema del amor.

 

No estamos de acuerdo con que el nivel económico, la miseria en concreto, sea un impedimento para el amor. Ciertamente este se hace más difícil cuando la vida está regida por el imperativo de las innumerables horas de trabajo agotador, frustrante y mal pagado; pero aún en los campos de algodón cultivados al ritmo del látigo de la Alabama decimonónica, este era posible.

 

El amor, dice Erich Fromm, es un arte que como tal requiere ser practicado, a él hay que consagrar tiempo y esfuerzos, de forma que uno pueda encontrarse a sí mismo y poder amar, de forma que se supere el fetichismo que nos reduce a las personas y a sus características en mercancías, las relaciones en consumismo (El arte de amar, 1968).

 

Creemos, a pesar de lo dicho hasta aquí, que la cita introductoria no es del todo falsa. El amor ciertamente no es para los pobres, pero no en un sentido económico: el amor no es para los “pobres de espíritu”, que lejos de las consideraciones bíblicas creemos que son quienes no son capaces de amar y de ser libres, por culpa tanto de la organización social castrante en la que nos vemos envueltos como por culpa de la mutiladora moral prejuiciosa, autoritaria y posesiva, que basándose en el cruel juego del premio y castigo, el debe y haber, y en el remordimiento continuo, en esta plenitud de la civilización ha desembocado en lo que auguraba Freud: la infelicidad neurótica, incapaz para el amor y la libertad. Es en este insalubre sentido que todos somos pobres, y es así que no habrá un cambio posible, que realmente sea revolucionario, sino vanas reformas llenas de promesas vacuas, de estandartes nuevos tras los cuales enterrar las viejas miserias no afrontadas, si no alcanzamos la “riqueza de espíritu” que se complemente con una salud social-medioambiental.

 

Tal vez las palabras “amor” y “libertad” sean los dos vocablos más prostituidos, mistificados y fingidos en nuestra sociedad. Volviendo a Fromm, experimentar el amor posesivamente, de la forma del “Tener” (contraria a la forma empática de “Ser”), tal y como hoy lo experimentamos implica “encerrar, aprisionar y dominar el objeto ‘amado’”, que es así cosificado (vuelto cosa, sujeto de posesión). Esta forma anti-libre convierte el supuesto ‘amor’ en algo “sofocante, debilitador, mortal, no dador de vida”, de tal forma que concluye Fromm que “lo que la gente llama amor la mayoría de las veces es un mal uso de la palabra, para ocultar que en realidad no se ama” (Tener o ser, 1975). Siendo esto así, ¿por qué nos mentimos a nosotros mismos? En esta sociedad de consumo en donde todo y todos somos mercancías sujetos de transacción comercial. Cabe preguntarse si no será la aparente promiscuidad que nos quiere vender la televisión una forma más de consumismo compulsivo, carente de amor y llena de capricho, ansias de conquista y dominación. En esta sociedad donde el consumismo nunca nos da la felicidad, pero nos cobijamos siempre en él con la esperanza de que lo siguiente que tengamos sea al fin lo que dé sentido a nuestra vida, debemos preguntarnos si no serán, de igual modo, las “relaciones para toda la vida” autoengaños con los cuales ocultamos bajo la palabra (vaciada) amor una realidad de dependencia y de querer aferrarse a alguien que, cosificándolo, es así convertido e interpretado como la anhelada mercancía que nos libre de la agonía de la soledad, “un seguro de sexo y compañía de por vida” y algo con lo que afrontar la temida vejez preparatoria de la no asimilada muerte. En el libro de Philip K. Dick, Blade Runner -que luego adaptaría al cine Ridley Scott- los seres humanos que por culpa de la radiación nuclear de un holocausto ocurrido quedaban intelectual y emocionalmente mutilados eran considerados como “inferiores” debido a su “achatamiento del afecto” ¿Y no será que en esta sociedad la radiación de moralidad burguesa en medio de este entorno cada vez más ciber-industrial. todos, mutilados por la alienación económica y psíquica, padecemos este achatamiento del afecto?

 

Lo cierto es que nuestra alienación no es sólo económica, sino también psicológica, como muy bien intuyó Marx en sus Manuscritos sobre Filosofía y Economía (1844) que después por desgracia pareció olvidar. No es el triunfo de un proletariado difuso lo que nos puede traer la revolución. No, a no ser que se vaya mucho más allá de la economía, ¡a no ser que se vaya en contra de la Economía! De nada servirá una revolución de ningún tipo si no superamos la alienación que hay en cada uno de nosotros. Decían en el mayo francés “¡Mata al policía que hay en ti!”, pero no es suficiente, pues para eso antes debemos matar el hombre civilizado (domesticado) que habita en nosotros como una pesada carga.

 

Según Freud, el paso hacia la civilización fue el paso del Principio de Placer al Principio de Realidad; de una forma de vida basada en los instintos a otra forma de existencia reprimida por la razón. Así se pasó del goce (juego) al trabajo, de la receptividad a la productividad, de la ausencia de represión a la falsa idea de seguridad, del placer a la castración.

 

Sostenía Herbet Marcuse en Eros y Civilización que “la libre gratificación de las necesidades instintivas del hombre es incompatible con la sociedad civilizada”, donde la “renuncia y el retardo de la satisfacción son los prerrequisitos del progreso”. Ninguna revolución que anteponga el productivismo, la rentabilidad, la eficacia, la velocidad, la despersonalización a lo que son las necesidades psíquicas básicas del ser humano -el amor y la libertad- puede ser revolucionaria. No será más que una copia con diferente disfraz de esta triste realidad. Sólo una revolución basada en la liberación de los instintos, del amor libre, sin posesividad ni prejuicios burgueses y cristianos, será realmente revolucionaria. Debe ser la felicidad, a fin de cuentas, el epicentro del “mundo nuevo”, aunque ello implique la destecnologización, desmasificación, desurbanización y deconstrucción postmoderna del Homo Economicus.

 

Tan cierto como que, cuanto menos se quiere uno a sí mismo, menos amor puede sentir por los demás, y más se engaña uno en el “amor”; es que cuanto más puedes amar más puedes odiar. Quien no es capaz de sentir emociones es ciertamente una persona enferma, quien viendo como hoy el sistema mata miles de personas al día, extingue 27.000 especies vivas al año, deforesta, aporrea, censura, castra a todo lo vivo en la tierra y no es capaz de sentir odio contra el Sistema, está clínicamente enfermo. Una de dos, o está enfermo de insensibilidad o padece el Síndrome de Estocolmo. Es por ello que, por paradójico que pueda parecer, quien quiera una sociedad basada en el amor libre debe combatir con odio la presente miseria.