La lavadora y la liberación de la mujer


·        Autor: Antón FDR, marzo 2004

 

Soy un bicho raro. Uno de esos que se dicen a ratos “primitivista”, a otros un rabioso “anticivilización”, y cuando me crecen margaritas y luce el sol me describo con buen rollo con el calificativo de “anarquista verde”.

 

Una vez –hace algún tiempo- se me dio por confesar en público mis descabelladas ideas contra la Máquina y dejarme ver como el aspirante a salvaje, hereje incorregible que soy… Pero claro –no faltaba más-, acto y seguido con razones contundentes me colocaron en mi sitio. Así un compañero me aconsejó que todas mis movidas antitecnológicas esas, pues que se las contase a su madre. La buena mujer, al parecer tuvo 9 hij@s y un marido. Que toda su vida tuvo que lavar su ropa y la de estas diez personas. Que cuando llegaron las lavadoras –una de esas máquinas que tanto criticaba yo- se meó por las bragas debajo de la alegría y es que, la tecnología no sólo nos libera del trabajo sino que al parecer –además- libera a la mujer (sic).

 

Hoy es 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora –supongo que esto quiere decir que el resto de días que no sean este nos la sudan los problemas que tenga: así es como funciona la sociedad tradicional en formato Civilización. Tal vez ahora, por lo señaladísimo del día, vuelvo a pensar en eso de las lavadoras adalides de la causa libertaroria de la mujer…

 

Muchos de es@s que se dicen en la Intelectualidad –pues la Intelectualidad es más un lugar que una habilidad- sostienen aún hoy que la tecnología doméstica (industrial) libera a la mujer del fatigosos trabajo no remunerado del hogar, para permitirles ser libres e independientes al poder integrarse cual rueda dentada en engranaje en el mercado, compaginando así la vida familiar con la asalariada libertad bajo patrón.

 

Y pienso en la pobre madre de mi compañero. Toda esa vida teniendo que lavar a mano su ropa y la de diez más… Pero pensándolo bien, creo que todos estos razonamientos hasta aquí llevados no responden sino a una forma de pensar con la lavadora en la cabeza –o viceversa- de una forma un tanto acrítica y –por qué no- machista. La cuestión es que la pobre mujer lavaba con sus manos 10 veces más ropa de la que le correspondía. Que, además, vivía en una civilización que no aceptaba mancha alguna obsesionada hasta la neurosis con la higiene, más por cuestiones morales o estéticas que higiénicas. Esta neurosis le hacía lavar el doble de lo necesario. Esto es, unido con lo anterior, que lavaba 20 veces más de lo que debiera y necesitaba. Pero es que además esta civilización era una compulsiva Sociedad de Consumo –y aunque no eran gente adinerada, ni mucho menos- tenían al menos el doble de ropa de la que necesitaban para vivir cómodamente, esto es: lavaba 40 veces más de lo que necesitaba . Y estas son cuentas hechas por lo bajo. La cuestión, en definitiva es que realmente gastaba 40, 50 ó 60 veces más tiempo y esfuerzo en lavar la ropa de lo necesario para vivir cómoda e higiénicamente. Y pensándolo bien, creo yo, que si esta madre lavase 40, 50 ó 60 veces menos ya no le haría tanta gracia tener que gastarse tanto dinero en comprar y mantener la máquina, buscarle un espacio y pagar su electricidad a cambio de tan poco trabajo satisfecho.

 

Es así que lo que la sociedad podía haber solucionado de forma más perenne, profunda, lógica y justa como poniéndole fin al patriarcado, la moral burguesa y el consumismo –que tanto dolor, dominación, guerras y destrucción de la naturaleza significan- se intentó solucionar por el único método que la modernidad industrial –matemáticamente ciega- sabe: con más máquinas.

 

Pero el problema no se queda aquí. Las lavadoras no caen del cielo, a no ser desde ventanas en medio de un terremoto. La producción de lavadoras requiere de procesos de manufactura y otros de automatización por medio de otras máquinas. Estas otras máquinas para ser producidas requieren a su vez de procesos de manufactura  y otros automatizados por otras máquinas que ha su vez… Se entiende a donde quiero llegar. Es así que para liberarnos de lavar nuestros trapos a mano las cargamos de callos criados en minas, construcción de carreteras, conducción de transportes, edificación de naves, producción de diversas maquinarias… millones y más millones de horas de trabajo para producir máquinas que nos laven la ropa siempre a despecho de la naturaleza –y sin tener en cuenta lo necesario para generar la electricidad que las haga funcionar.

 

La locura de la automatización, no queda aquí pues en estas cadenas de montaje para producir las condenadas máquinas, las mujeres “liberadas” por las lavadoras, deben comprar y pagar su “independencia” poniéndose los grilletes encadenadas a otras máquinas en rutinarias, alienantes, insalubres, insufribles y aburridas horas y más horas de trabajo bajo el autoritarismo y dominación de los diferentes mandos; vendiéndose 8, 10, 12 ó 16 horas al día al patrón, para después de currar y dormir ser por unas pocas horas mujeres “liberadas” que lavan su ropa –la de sus hij@s y marido, normalmente- en ese magnífica máquina que tanta libertad significa, que tanto trabajo quita.

 

Ya lo he dicho: soy un bicho raro. No canto loas a la tecnología. Hasta la llegada de la modernidad industrial –realmente hasta después de la derrota de las revueltas ludditas- la gente de a pie imaginaba llegar a sus sociedades utópicas a través de cambios en las relacionas e instituciones sociales, en la convivencialidad, en la moral… Tras la derrota de los destructores de máquinas del siglo XIX la gente empezó a pensar de forma generalizada la utopía como algo que se llega mediante y a través de la tecnología y el mito del Progreso. En esta sociedad que sólo l@s ilusos creen desteologizada, o libre de superstición, ya nadie cree en eso de “la verdad os hará libres”, pues la única verdad es la tecnología: hoy es eslogan preferido del nuevo culto es de “¡Qué trabajen las máquinas!”. Yo debo de vivir fuera de tiempo y pensar como en el pasado –o como lo harán el futuro, quien sabe- y creo que sería mejor empezar por destrozar el patriarcado, el consumismo, el capitalismo y el resto de formas de dominación para llegar a una utopía libertaria, y no almacenar montañas y más montañas de engranajes oxidados mezclados en la basura en descomposición.

 

La lavadora y la “liberación” de la mujer no es más que un ejemplo. Hoy todas las “soluciones” tecnológicas a los problemas  esenciales humano son ridiculizadas por el aumento generalizado de la infelicidad, traducido en el aumento del suicidio o del consumo de fármacos contra epidémicas endémicas a este mundo indigesto: estrés, ansiedad, depresión crónica, fatiga crónica, trastornos del sueño, obsesiones, esquizofrenias, etc. Las promesas de la abundancia material tecnológica son crueles proclamas en un mundo donde 800 millones de personas están en paro mientras otras 2000 millones sufren hambre. La promesa civilizada de dominar la naturaleza para nuestra seguridad es una maldición que junto con la suicida explosión demográfica (seres 8000 millones en 15 años), la depredación de los recursos naturales, la extinción de 44000 especies al año, destrucción de selvas, desertización, agujeros en la capa de ozono, contaminación de ríos y demás, nos llevan directos a esa utopía a través de la tecnología con las que l@s idólatras del Progreso sueñan, y que no es sino pagar siglos de dolor para llegar simplemente a la Extinción. Ya lo decía el pintor: “los sueños de la razón engendra monstruos”.

 

La liberación de la mujer, del hombre, de los animales y demás, no es la minipimer y el lavaplatos; no es la división social (sexual o no) del trabajo y la sociedad Megamáquina, sino –muy por el contrario- la destrucción de todas las formas de dominación humanas o mecánicas. Y si lo que hoy, 8 de marzo, esta sociedad lo que quiere es un símbolo para el “Día de la mujer trabajadora”, qué tal este: una mujer comiendo una manzada prohibida apoyada sobre una enorme maza clavada sobre los restos de una lavadora salvaje y violentamente aniquilada.