El Siglo de
Por Jeremy Rifkin
Nunca antes en la historia ha estado la
humanidad tan mal preparada para las nuevas oportunidades, dificultades y
riesgos tecnológicos y económicos que se ven en el horizonte. Es probable que
sean más fundamentales los cambios de nuestra forma de vida en las próximas
décadas que en los mil años anteriores. Hacia el año 2025 viviremos, nosotros y
nuestros hijos, en un mundo sumamente diferente de todo lo que los seres
humanos hayan experimentado en el pasado.
En poco más de una generación nuestra
definición de la vida y del significado de la existencia se habrá alterado de
forma radical; habrá seguramente que reconsiderar muchos supuestos sobre la
naturaleza, incluida nuestra t propia naturaleza humana, que desde hace mucho
se dan por sentados. Puede ...que muchas viejas prácticas relativas a la
sexualidad, la reproducción, el nacimiento y la paternidad se abandonen en
parte. También es probable que las ideas sobre la igualdad y la democracia, o
las que nos hacemos del significado de expresiones como «libre albedrío» y
«progreso», se redefinan. Seguramente cambiará la percepción que tenemos de
nuestra identidad y de la sociedad igual que el espíritu del primer
Renacimiento modificó la de la Europa medieval hace más de setecientos años.
Hay muchas fuerzas convergentes que están
juntándose para crear esta nueva y poderosa corriente social. En el epicentro
está una revolución tecnológica sin parangón en toda la historia, que tiene el
poder de rehacemos y de rehacer nuestras instituciones y nuestro mundo. Los
científicos empiezan a reorganizar la vida a nivel genético. Los nuevos
instrumentos de la biología abren oportunidades para la remodelación de la vida
en la Tierra a la vez que clausuran opciones que han existido a lo largo de los
milenios de la historia de la evolución. Ante nuestros ojos se extiende un
nuevo paisaje, sin mapas aún, que se ha conformado en miles de laboratorios
biotecnológicos de universidades, organismos gubernamentales y empresas de
distintas regiones del mundo. Con que se cumpliese parte de lo que se está
anunciando acerca de la nueva ciencia, las consecuencias para la sociedad y las
generaciones futuras serían seguramente enormes. He aquí unos ejemplos de lo
que podría suceder en los próximos veinticinco años:
Un puñado de empresas multinacionales,
institutos de investigación y gobiernos podría poseer las patentes de
prácticamente cada uno de los 100.000 genes que constituyen los planos del
género humano y de las células, órganos y tejidos que el cuerpo humano
comprende. Igualmente podrían tener patentes similares de las decenas de
millares de microorganismos, plantas y anima les que existen, de tal modo que
poseerían el poder sin precedentes de dictar cómo viviríamos, nosotros y las
generaciones futuras, nuestras vidas.
La agricultura de todo el planeta podría
verse en medio de una gran transición de la historia mundial, con un volumen
creciente de alimentos y fibra cultivados en interiores, en gigantescos baños
bacterianos, a un precio que sería una fracción de lo que cuesta cultivar en la
tierra. El paso a la agricultura de interiores presagiaría el ocaso de la era
agrícola, que empezó hace unos diez mil años con la revolución neolítica y se
ha prolongado hasta la revolución verde de la segunda mitad del siglo xx. La
agricultura de interiores podría suponer unos precios más baratos y una oferta
de alimentos más abundante, pero millones de campesinos, tanto del mundo desarrollado
como de los países en vías de desarrollo, serían quizá arrancados de sus
tierras; se desencadenaría una de las grandes perturbaciones sociales de la
historia.
Podrían liberarse en el medio ambiente
decenas de miles de nuevos virus, bacterias, plantas y animales transgénicos
con fines comerciales, de la «biodepuración» a la producción de combustibles
alternativos. Pero algunas de estas sueltas podrían sembrar la desolación en la
biosfera del planeta y diseminar una contaminación genética desestabilizadora,
letal incluso, por el mundo. Los usos militares de la nueva tecnología podrían
igualmente tener
efectos devastadores sobre la Tierra y sus
habitantes. Los agentes de guerra biológica creados mediante ingeniería
genética podrían suponer en el siglo que viene una amenaza tan seria a la
seguridad mundial como las armas nucleares en la actualidad.
La clonación de animales y seres humanos
podría llegar a ser algo corriente, y la «replicación» reemplazaría en parte a
la «reproducción» por vez primera en la historia. Podrían emplearse clones de
animales, diseñados genéticamente por encargo y producidos en serie, como
fábricas químicas que segreguen --en su sangre y leche- volúmenes grandes de
abaratadas sustancias químicas y fármaco s de uso humano. Podríamos incluso ver
la creación de una gama de nuevos animales quiméricos, incluidos híbridos de
animal y persona. Podría, por ejemplo, llegar a ser realidad un ser chimpumano,
medio chimpancé, medio ser humano. Podrían utilizarse ampliamente los híbridos
de animal y ser humano como sujetos experimentales en las investigaciones
médicas y como «donantes» de órganos para xenotrasplantes. La creación
artificial y la propagación de animales clonados, quiméricos y transgénicos
podría suponer el fin de la vida salvaje, sustituida por un mundo
bioindustrial.
Habrá padres que prefieran concebir sus hijos
en tubos de ensayo y gestarlos en vientres artificiales, fuera del cuerpo
humano, para librarse de las molestias del embarazo y garantizar un entorno
seguro, transparente, donde pueda vigilarse el desarrollo de su hijo antes de
nacer. Se podrían hacer cambio genéticos en los fetos humanos dentro del seno
materno para corregir anomalías y enfermedades mortales, y para mejorar el
carácter, la conducta, la inteligencia y los rasgos físicos. Los padres podrían
diseñar algunas características de sus hijos, alterando decisivamente la noción
de paternidad. Los niños «a gusto del cliente» prepararían el camino al
nacimiento de una sociedad eugenésica en el siglo XXI.
Millones de personas podrían obtener una
lectura genética detallada de sí mismas, y así vislumbrarían su futuro
biológico. La información genética les daría el poder de predecir y planificar
sus vidas de acuerdo con unas pautas que nunca antes han sido posibles. Pero
escuelas, patronos, compañías de seguros y gobiernos podrían usar esa misma
«información genética» para determinar el curso de la educación de una persona
y sus perspectivas de empleo, cuotas de seguros y vencimientos; se generaría
una nueva forma de descriminación, basada en el perfil genético. Podrían
transformarse nuestras nociones de sociabilidad y equidad. La meritocracia
daría paso a la geneticocracia, donde individuos, grupos étnicos y razas serían
clasificados y encasillados, cada vez más, conforme a su genotipo, impulsando
en todo el mundo un sistema informal de
castas biológicas.
El siglo de la biotecnología podría
introducir algunos de estos cambios, o puede incluso que la mayoría de ellos, y
muchos más en nuestra vida cotidiana; nuestra consciencia individual y
colectiva, el futuro de la civilización y de la misma biosfera quedarían
profundamente afectados. Los beneficios y los peligros de lo que algunos llaman
«la última frontera tecnológica» son a la vez apasionantes y escalofriantes. No
obstante, pese al potencial formidable y las sombras ominosas de esta
revolución técnica extraordinaria, hasta ahora se ha prestado mucha más
atención pública a la otra gran revolución técnica del siglo XXI: los
ordenadores y las telecomunicaciones. Eso está a punto de cambiar. Tras más de
cuarenta años de seguir sendas paralelas, las ciencias de la información y de
la vida están empezando a fundirse, lentamente, en una sola fuerza tecnológica
y económica. El ordenador se usa cada vea nás para descifrar, gestionar y
organizar la vasta información genética que es la materia prima de la naciente
economía biotecnológica. Los científicos que trabajan en el nuevo campo de la
«bioinformática» están extrayendo la información genética de millones de años
de evolución, y así están creando un nuevo y potente tipo de «bancos de datos
biológicos». La rica información genética que se guarda en ellos sirve a los
investigadores para rehacer el mundo natural.
El maridaje de los ordenadores y los genes
altera para siempre nuestra realidad, hasta los niveles más profundos de la
experiencia humana. Para empezar a comprender la dimensión del cambio que está
teniendo lugar en la civilización humana conviene dar un paso atrás y entender
mejor la naturaleza histórica de los muchos cambios que están ocurriendo a
nuestro alrededor tan cerca ya del nuevo siglo. Estos cambios suponen un giro
de la civilización. Estamos en las agonías del parto de una de las grandes
transformaciones de la historia mundial. (...)
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