El
monolito negro y enigmático aparece en ese momento en que comienza el
despertar de la raza humana. Parece una especie de guía, un objeto cuya
presencia es la causante del desarrollo del hombre. No se sabe quién lo
colocó allí pero es de suponer que una inteligencia superior que
quiere que el ser humano despierte.
Posteriormente
la
película da un salto hacia una época futura situada en los
albores del año 2001. Es descubierto en la Luna otro monolito semejante y
más grande, y al ser encontrado el objeto manda una especie de
transmisión hacia Júpiter. Cuando los científicos de la Luna detectan
esta transmisión deciden enviar una nave hacia el planeta joviano, tripulada por varios
cosmonautas entre los que se encuentra el protagonista, David Bowman. Tras
sufrir ciertos contratiempos con el ordenador de a bordo HAL
9000, Bowman llega por fin a las cercanías de Júpiter y se encuentra
otro monolito, semejante a los dos primeros, pero de un tamaño
gigantesco...
La
película, dirigida por Stanley Kubrick y basada en la novela homónima
de Arthur C. Clarke, es ya todo un clásico, no solo en el género de
ciencia ficción, sino en toda la historia del cine. La elección de los
objetos encontrados es un acierto: monolitos, por llamarlos de alguna
manera, de unas características muy concretas. Su color es negro,
opaco, sin reflejo. El material del que están hechos es desconocido y
se resiste a todo análisis. Lo único que se puede asegurar es que
están hechos por alguna inteligencia no humana. Pero esta afirmación
apenas se insinúa... Es como una verdad que nadie se atreve a aceptar y
menos a decir... Todo es misterio...
¿Qué
es lo que asegura que los monolitos están creados por una inteligencia?
En realidad no su color ni su material, sino su forma geométrica. Las
matemáticas son las encargadas de darnos la prueba de que no se trata
de objetos aparecidos al azar. Cada uno de ellos es un ortoedro perfecto
con unas dimensiones exactas. Si consideramos el ancho como 1 unidad, el
largo serían 4 unidades y el alto 9 unidades, es decir, sus dimensiones
son proporcionales a los números 1, 4 y 9. Para
hacernos una idea, no se me ocurre otra cosa que compararlo con una
pequeña tableta de turrón, que tuviera 1 centímetro de grueso, 4 de
ancho y 9 de largo. O bien otra de 2 centímetros de grueso, 8 de ancho
y 18 de largo. Ambas tabletas serían semejantes en sentido matemático,
aunque por supuesto una sería más grande que la otra, pero las
dimensiones de ambas seguirían las mismas proporciones 1:4:9. Eso
es lo que ocurre con los monolitos. Los tres son semejantes, los tres
siguen exactamente las mismas proporciones, aunque son de distinto
tamaño. En la película, los científicos que se encargan de medirlos
reconocen con asombro que las medidas son exactas hasta donde llega la
precisión de sus aparatos de medida: no hay el más mínimo error en su
fabricación. Son tan perfectos que no parecen del mundo real, como si
fueran verdaderamente entes matemáticos ideales plasmados físicamente. Las
proporciones seguidas tampoco son al azar. 1, 4 y 9 son los cuadrados de
los tres primeros números naturales, 1, 2 y 3. Al elegir esas
proporciones se ha hecho una elección simple pero elegante. En efecto,
el porte de los monolitos es estilizado e imponente. Todo
el género de películas de ciencia ficción debería aprender de la
simplicidad de 2001 Una Odisea del Espacio. El exceso de efectos
especiales de las películas actuales no le da espectacularidad a la
película, sino que satura al espectador. Como si fuera un continuo
despliegue de fuegos artificiales, se suceden las explosiones, las naves
atravesando la pantalla, las hazañas imposibles en el último segundo.
Los guionistas no se paran a estudiar cómo es el espacio realmente. En
el espacio no hay ningún medio por el que se pueda transmitir el
sonido, esto ya lo tenemos sabido hasta la saciedad. Pero insisten en
meternos el estruendo de las naves y las explosiones de los disparos
láser. En el espacio, sobre todo si no se viaja a la velocidad de la
luz, los vuelos son larguísimos, y tardan meses e incluso años en
llegar de un cuerpo celeste a otro. Además cada planeta es diferente en
peso, composición, vida... Un astronauta que llegara a un planeta
distinto, aunque este planeta fuera semejante a la Tierra, necesitaría
probablemente un periodo de adaptación. Por supuesto, habría un
terrible peligro en los posibles virus y bacterias extraterrestres. No
hace falta salir del planeta Tierra para tener que sufrir esa
adaptación. Cuando viajamos a ciertos países tropicales, necesitamos
vacunarnos de numerosas enfermedades. En otros países es corriente
padecer males pasajeros por el cambio de agua y de alimentos, así en
México es frecuente que los visitantes españoles sufran la venganza
de Moctezuma, unas diarreas fuertes que aparecen los primeros días
de estancia por culpa del cambio de agua. Imaginemos entonces lo que es
aterrizar en otro planeta. De
hecho lo normal es que en otros planetas haya otra fuerza gravitatoria.
Si es más ligera ocurriría como en la Luna, los astronautas darían
pasos que parecerían saltos, y cualquier objeto lanzado parecería
moverse a cámara lenta. Pero en los planetas con mayor masa
gravitatoria el cuerpo humano se vería sometido a un peso mayor y los
huesos de los astronautas sufrirían horriblemente, les costaría mucho
trabajo andar y se agotarían por el más mínimo esfuerzo. Un objeto
lanzado al aire caería a plomo sobre el suelo. Estos
pequeños detalles que cualquiera puede entender no han sido explotados
por los guionistas de Hollywood, pero son la realidad. Tan solo
películas como 2001 se han acercado al espacio real, y
sorprendentemente, el resultado ha sido magnífico. La escena en la que
el transbordador y la base orbital giran perfectamente acompasados
mientras se acoplan, con la música del Danubio Azul de fondo, es de las
mejor conseguidas. Contemplar la alargada nave que viaja hacia Júpiter
moviéndose mes tras mes en el terrible vacío del espacio, en medio del
silencio absoluto, es sobrecogedor. Acercarse a la inmensa mole del
planeta más grande del sistema solar realizando maniobras que llevan
días enteros te hace respetar y comprender lo que significa un planeta,
un planeta entero, gigantesco, para la insignificancia que somos
los seres humanos. Por
último la película desemboca en un final medio incomprendido, abierto
a todo tipo de especulaciones. Es uno más de los aciertos del film.
Para explicar el final es necesario comprender las características de
la cuarta dimensión. Y eso puede ser el tema de otro artículo. |