Herejías medievales: paulicianismo y bogomilismo

Autor: Hilario Gómez


Dentro del amplio panorama de las herejías medievales destaca por su popularidad el catarismo, cuya trágica historia ha sido objeto de múltiples estudios, artículos, libros y novelas. Sin embargo, no son tan conocidos dos movimientos político-religiosos que son considerados los precedentes del catarismo: el paulicianismo y el bogomilismo. Como veremos, estos dos movimientos tuvieron una gran repercusión en el acontecer histórico tanto del Imperio Bizantino como de Bulgaria.
 

EL PAULICIANISMO

Doctrina

El paulicianismo surge y se desarrolla en tierras de Armenia y Asia Menor durante el siglo VIII y parte del IX, y llegaría a suponer toda una amenaza militar para el dominio bizantino en la zona.

Los paulicianos eran llamados así por su supuesta conformidad con las ideas de Pablo de Samosata (200-273 d.C.), obispo de Antioquía hacia el 260, que consideraba que Cristo carecía de naturaleza divina, puesto que habría sido adoptado por Dios en el momento de ser bautizado a los treinta años (de ahí que se conozca esta doctrina bajo el nombre de adopcionismo). A este respecto, es importante señalar que, según Pedro de Sicilia (cronista del siglo IX que participó en una embajada enviada por el emperador bizantino Basilio I al territorio pauliciano), Pablo de Samosata había sido educado por una madre maniquea [1]lo que sería fundamental en su posterior evolución ideológica.

Por lo que sabemos, el paulicianismo conoció dos fases en su evolución doctrinal:

Bizancio contra los paulicianos

A lo largo del siglo VIII, el paulicianismo se extiendió por Asia Menor, alcanzando incluso tierras europeas: en 747, el emperador inconoclasta Constantino V estableció un grupo de paulicianos en Tracia, como guarnición frente a los búlgaros, y existen noticias de grupos en la misma Constantinopla. Con el tiempo, también se establecieron en Filipópolis (Tracia), Belyatovo (Bulgaria), Corinto (Grecia) y otras ciudades.

Pero la relativa tolerancia que los emperadores iconoclastas mostraron hacia los paulicianos no duró mucho. A principios del siglo IX, coincidiendo con el período más floreciente del paulicianismo, la jefatura de la secta pasa a Sergio (801-835), también conocido como Tiquicos, que reorganizó la comunidad y realizó una amplia campaña proselitista en Asia y Europa. Y también inició una política de clara hostilidad hacia Bizancio, aliándose con los musulmanes en sus incursiones en Asia Menor. La subsiguiente represión se enfrentó con una fuerte resistencia, pues los paulicianos eran numerosos en los themas (distritos militares en los que estaba dividido el territorio bizantino) asiáticos. Pero la persecución -que se inició en el reinado del emperador Miguel I (811-813) y se extenció hasta el de Teófilo (821-843)- fue dura y los adeptos de la secta terminaron por refugiarse en territorio musulmán, encontrando la protección del emir de Melitene (ciudad situada en el curso superior del Eufrates, en la Alta Mesopotamia).

Uno de los afectados por la persecución  de 843 fue un antiguo funcionario imperial llamado Karbeas. Bajo su dirección, los paulicianos fundaron un pequeño Estado independiente cerca de la frontera occidental de Armenia, con capital en Tephrik. Desde esta base territorial, y como aliados de los árabes, los paulicianos continuaron hostigando el territorio bizantino. Es bajo la jefatura de Sergio y de Karbeas cuando se produce la transformación de la doctrina paulicianista ya mencionada, dejando a un lado el adopcionismo y asumiendo las ideas maniqueas.

Fue el emperador Basilio I (866-886) quien se decidió a dar una solución definitiva al problema pauliciano. En un primer momento, el emperador trató de buscar la alianza con los paulicianos, para lo que despachó a Tephrik una embajada (869-870) encabezada por el ya referido Pedro el Siciliano. Pero este intento fracasó ante las demenciales pretensiones territoriales del jefe pauliciano, Crisoqueir, que aspiraba al dominio de toda el Asia Menor. Ante esto, Basilio optó por la solución militar y, en 872, un ejército bizantino al mando de su yerno Cristóforo conquistó Tephrik y destruyó el estado pauliciano. Crisoqueir fue ejecutado, mientras los restos del ejército rebelde se refugiaron en Melitene, ciudad que no pudo ser conquistada por los bizantinos. Tras arrasar diversas localidades paulicianas, los bizantinos se retiraron y Basilio celebró un triunfo en Constantinopla (873).  Diversos avatares militares hicieron que Basilio no volviese a ocuparse de Melitene hasta 882, año en el que volvió a sitiar la ciudad, nuevamente sin éxito.

A lo largo del siglo X, la Alta Mesopotamia y el norte de Siria fueron escenario de constantes conflictos bélicos entre Bizancio y el Islam. Melitene cambió de manos en varias ocasiones y fue definitivamente conquistada por los ejércitos del emperador Juan Zimiscés en 973. Un año más tarde, 2.500 guerreros maniqueos fueron trasladados a Filipópolis (Tracia) por orden del emperador, tal como había hecho Constantino V dos siglos antes. Se preparaba así el terreno para el surgimiento del bogomilismo.
 

El BOGOMILISMO BÚLGARO

Historia y doctrina

La siguiente etapa de la expansión del dualismo medieval fue un reino vecino, antagonista pero también émulo del Imperio Bizantino: Bulgaria. Los búlgaros eran una tribu turco-tártara que había logrado imponerse a los grupos eslavos que se habían asentado en las regiones balcánicas desde la segunda mitad del siglo VI, empujando a la población romano-bizantina superviviente a refugiarse en las regiones costeras.

Pagana hasta el siglo IX, Bulgaria fue cristianizada por la iglesia bizantina, si bien el objetivo se vio dificultado por la constante hostilidad entre búlgaros y bizantinos (conflicto que culminaría con la conquista de Bulgaria por Basilio II en 1018), y por los problemas internos del reino búlgaro, pues si bien la aristocracia y el alto clero búlgaro terminaron por ser profundamente bizantinizados, no ocurrió lo mismo con el campesinado y el bajo clero. Los primeros estaban sometidos a una brutal explotación por parte de sus señores búlgaros, y los segundos se veían abandonados por sus superiores eclesiásticos, sin recursos y sin la educación adecuada para hacer frente a los periódicos rebrotes de paganismo. Un caldo de cultivo muy adecuado para el arraigo de movimientos heréticos.

Como hemos mencionado anteriormente, ya desde mediados del siglo VIII existían paulicianos establecidos en Tracia como guarnición militar frente a los búlgaros. A estos primeros grupos se unieron otros a lo largo de los siglos IX y X. Las ideas propagadas por estos refugiados, unidas a las supervivencias paganas, a la influencia de otros movimientos heterodoxos (mesalianos) y a la debilidad de la iglesia ortodoxa búlgara, dieron lugar a que, en tiempos del zar Pedro (927-969), surgiese una nueva herejía dualista conocida como bogomilismo (nombre tomado del apodo de su profeta, Bogomil, un sacerdote búlgaro. El nombre es una combinación de Bog y milo, que significan respectivamente "Dios" y "amigo").

La doctrina bogomilista consistía en un dualismo extremo, la lucha eterna entre el Bien (Dios, creador de los Cielos) y el Mal (Satán, creador del mundo material. La redención se traducía en liberar el alma (principio espiritual) del cuerpo (principio material). La Iglesia, la jerarquía, los sacramentos, la Cruz, la guerra, la riqueza... eran rechazados de plano.

La nueva herejía se extendió por todos los Balcanes y llegó incluso a Constantinopla en el siglo XII, donde sería duramente reprimida por los emperadores Comnenos. La persecución también fue muy dura en Bulgaria y Serbia. Parte de lo supervivientes se refugiaron en Bosnia y allí lograron incluso la conversión del príncipe Kulin (1191-1204) y de miles de sus súbditos; de hecho, durante los siglos XII hasta el XV, existió la llamada Iglesia bosniana, aunque sus seguidores fueron diezmados durante las Cruzadas, lo que hizo que algunos decidieran refugiarse entre los musulmanes. Sería precisamente gracias a las Cruzadas, a la actividad mercantil de las repúblicas italianas y a las expediciones normandas en Oriente, como ciertas concepciones del bogomilismo terminaron por alcanzar tierras de Italia y Francia, donde la tradición bogomila sobrevivirá en los cátaros. Por lo que respecta a Bulgaria, los últimos vestigios de esta doctrina no desaparecieron hasta el siglo XVII.
 

Aspectos doctrinales y organizativos

La doctrina bogomilita o bogomila es conocida por los escritos del sacerdote búlgaro Cosmas, autor del Sermón contra los herejes (972), y los del monje bizantino Eutimio Zigabenos, autor de una Panoplia dogmática, escrita en tiempos de Alejo Comneno (1081-1118). Hay que advertir que se trata de obras escritas por adversarios del bogomilismo, con la falta de objetividad que ello comporta.

Existen otros testimonios de la época sobre el bogomilismo, pero que no entran a fondo en la descripción de la doctrina de este grupo. Así, el Patricarca de Constantinopla Teofilacto Lecapeno (933-956), al responder a una petición del zar búlgaro Pedro (927-969), que le solicitaba una fórmula de abjuración para los herejes, describió el bogomilismo como «un maniqueísmo mezclado con paulicianismo». Por su parte, el eclesiástico búlgaro Juan el Exarca se refería a los herejes dualistas como los «inmundos maniqueos».

Según la doctrina bogomila, Dios creó los Cielos, los cuatro elementos, los ángeles y a Satanás. Éste se rebeló contra Dios, pero fue derrotado por los ángeles y expulsado de los Cielos, el reino del Espíritu. Sin embargo, Satanás conservó el poder de crear, así que en siete días hizo el mundo y al hombre, aunque, no pudiendo darle un alma, pidió a Dios que se la concediese. Pero una vez logrado esto, Satanás tuvo celos de su criatura y la incitó al pecado (por lo que Caín habría sido engendrado por Eva y Satanás). Para corregir esta situación, Dios habría mandado a la Tierra un ángel, al que hizo su Hijo, Cristo, que se habría encarnado en apariencia en María (¡penetrando en ella a través del oído!) para combatir a Satanás. Cristo -que no habría sufrido realmente como hombre- habría triunfado finalmente, pero la lucha entre el Mal (Satanás) y el Bien (el Espíritu) continuaría hasta que se alcanzase la completa redención, liberando el alma (el principio espiritual) del cuerpo (el principio material).

En cuanto a la organización de los bogomilos, existían en tres grupos: los consagrados (que llevaban una vida ascética, ocupándose de la organización de la vida de la comunidad y la predicación), los oyentes y los creyentes (que no estaban obligados a llevar el mismo tipo de vida que los consagrados, se confesaban unos a otros y se reunían para orar juntos). Pero, aparte de esta división en función del nivel de compromiso religioso, los bogomilos carecían de jerarquías.

Sus centros de culto eran sencillos, como lo era su vida: no tomaban vino ni carne, practicaban el ayuno y la oración continua del Padre Nuestro, detestaban la violencia y no aceptaban el matrimonio. También rechazaban el bautismo, la Eucaristía, el culto a la Virgen, a los santos, a las imágenes y la Cruz. La Iglesia era considerada, como todo lo mundano, obra de Satanás y la criticaban duramente por su riqueza y ostentación.

De las Sagradas Escrituras sólo tenían en consideración al Nuevo Testamento, sobre todo al Evangelio de San Juan, donde veían la revelación del auténtico Dios. Este escrito tenía una gran importancia en las ceremonias iniciáticas a las que se sometían los neófitos.

Como todas las herejías, el bogomilismo tuvo un gran componente de protesta social; podía considerarse como la religión de los pobres, del campesinado oprimido por una clase aristocrática y por una Iglesia sólo interesadas en su propio bienestar. Ello sólo podía ser obra de Satanás. Por eso eran hostiles a toda autoridad, ya fuese laica o religiosa. En palabras de Cosmas:

«enseñan a la gente a no obedecer a sus amos [...], detestan al zar, se burlan de los superiores [...].»

Y eso, desde luego, no podía consentirse.
  


© Hilario Gómez Saafigueroa, 2000
hgomez@inicia.es



 NOTA:

El maniqueísmo fue un doctrina desarrollada y difundida por el profeta persa Manes (216-276 d.C.) que postulaba que la creación del mundo se debía a dos principios eternos y contrarios: el Bien (la luz, el espíritu) y el Mal (las tinieblas, la materia). La aspiración del hombre debía ser la de librarse de la materia, esto es, del Mal, mediante la práctica de un estricto código moral y rigurosas penitencias. Los maniqueos negaban los sacramentos y todo tipo de autoridad, ya fuese eclesiástica o laica, además de creer, entre otras cosas, en la transmigración de las almas. Estas ideas podían encontrar cierta aceptación en círculos intelectuales neoplatónicos, y de hecho, el maniqueísmo mantuvo una dura competencia con el cristianismo. [regresar]