"La cuerda floja": RAÚL CIRO.

  (Para Gladys, Narah y Susana)

Vistos con cierta perspectiva histórica los años 90 representaron un punto álgido para la cultura cubana, en general y la música, en particular. Fue un momento para el destape del rock, la eclosión timbera y la consolidación de aquellos trovadores que alguna vez habían sido novísimos. Una década signada por las paradojas, donde euforia y frustración convivían sin aparente rencor. Fue precisamente durante esa candente temporada cuando Raúl Ciro Hernández Gómez (La Habana, 1964) catalizó su muy peculiar "canción propuesta". En realidad Raúl venía desde fines de la década anterior imbuído en el espíritu irreverente y creativo que animaba la Peña de 13 y 8. Ya se sabe que hoy aquellos trabajos han alcanzado un estatus próximo a la leyenda (subterránea): un puñado de hacedores de canciones que se reunían semanalmente en una perdida esquina del Vedado habanero para, a falta de un foro mejor, compartir sus vivencias musicalizadas. De aquel núcleo saldrían los integrantes de Habana Abierta, Cachivache, Athanai, Carlos Santos y la estructura primeriza de Superávit o, lo que es igual, el dueto de Raúl Ciro y Alejandro Frómeta.
Para los clichés que en ocasiones marcan nuestra escena musical, Superávit siempre constituyó una verdadera rareza. Frente a ellos todas las tentativas de encasillamiento genérico o estilístico estaban condenadas al fracaso. Lo que hacían era y no era nueva trova, rock, música popular cubana... En tal sentido creo que desafiar categorizaciones fue una de las premisas sobre las cuales se asentó el binomio Ciro-Frómeta. En lo que respecta a nuestro protagonista podría decir que con un acercamiento autodidacta a la guitarra (y más aún a la armónica) Raúl elaboró toda una manera curiosa de ejecución que implicó diseños armónicos nada trillados y una insistencia melódica que, bien mirada, rezumaba influencias de lo mejor del cancionero Pop de los años 60 (su propia etapa formativa). El empleo de cuerdas de acero para la guitarra imprimía una sonoridad que poco a poco fue creando un sello, sin duda, debido a la tímbrica peculiar así obtenida. Su rango vocal carecía de amplitud y de un adiestramiento técnico, pero supo aprovecharlo extrayendo matices diversos. Incluso uno de los atributos de Superávit fue la conjugación de esas voces, nada ortodoxas, donde lo limitado de las tesituras los condujo a buscar una manera más íntima y personal de cantar.
Entre 1990 y 1998 Superávit mantuvo una perenne evolución despegándose de los estereotipos, cambiando su estructura e incluso, poco a poco, sus metodos de creación, en un proceso de adaptación que por suerte, en ningún momento se planteó la posibilidad de renunciar al riesgo como incentivo estético. Si se observa en retrospectiva se pueden definir tres etapas sucesivas (que no excluyentes) en su devenir. La primera correspondió a la etapa dual, cuando ambos cantautores entregaban una obra de marcada orientación acústica y con un discurso textual que ya comenzaba a romper esquemas, construyendo un modo de decir que con el tiempo se comprobó que resultaba consustancial a esa generación de creadores. Bajo tales presupuestos se grabaron los primeros temas, siempre firmados por los dos músicos, donde yo destacaría "2 x 2" y "Villa de París". Sobre esta última creo que ya me he pronunciado en reiteradas ocasiones. Todo en ella (su melodía, la manera en que es interpretada, el texto, la forma en que va ganando un climax expresivo- "que ya me pierdo, que ya te pierdo"...) la han transformado en una de mis favoritas de todos los tiempos dentro y fuera de nuestra producción nacional.
Con posterioridad a este periodo Superávit empieza a expandir la gama de sonoridades, alternando entre lo acústico y lo eléctrico. Un puñado de jóvenes instrumentistas pasó a respaldarlos en conciertos y grabaciones: entre ellos Carlos Puig, Norberto Rodríguez, Manuel Orza, Pedro Pablo Pedroso (ver ECB 301) y Eduardo Espasande. La solidez de tal propuesta quedó evidenciada en el hecho de que la ampliación de la palestra instrumental no afectó la esencia del sello Superávit, pues lo que se aportó fueron matices varios (tímbricos, armónicos, rítmicos) que reforzaron todo el andamiaje conceptual del dueto. De esta etapa recuerdo sobre todo sendas presentaciones efectuadas en el Museo Nacional de Bellas Artes, en noviembre de 1994. También algo de ese material quedó registrado discográficamente por primera vez, en el recopilatorio Habana Oculta promovido por el sello español NubeNegra, en 1996.
El tercer peldaño de la historia del colectivo fue la inclusión de otro veterano de 13 y 8, Carlos Santos, y la entrada de una base estable de músicos. Esto resultó un paso extremo para Superávit pues, de entrada, alteró el equilibrio autoral existente hasta entonces en aras de una diversificación que prometía jugosos dividendos. Además, la combinación instrumental seleccionada (violín, cello, percusión afrocubana, bajo eléctrico y batería ), ya de por sí bastante inusual, proporcionó otras posibilidades desde el punto de vista del sonido grupal, pero a la vez planteó interrogantes que, en la práctica, no siempre encontraron las mejores soluciones. Repartir la responsabilidad composicional entre los tres autores, firmando como individualidades, representó un punto de giro: a la larga afloró la fragmentación del concepto original y como cada uno tenía su personalidad, las canciones comenzaron a perder el aroma inicial. El disco Verde Melón (1998) fue un ejemplo. Al margen de algunos desbalances que nada tienen que ver con la propuesta musical los temas vana apreciendo sin una total ruptura, pero tampoco sin solución de continuidad. Ni siquiera los recursos de intercambiar los roles vocales, trabajar desde una instrumentación común, o partir de un diagrama de producción específico, pudieeron sortear la difícil tarea de proponer una resultante coherente. Tomados por separado los temas tienen fuerza pero el concepto colectivo naufraga a pesar de las excelencias de canciones como "Contra reloj", "Verde Melón", "Marilín en el cielo con diamantes" y ese ejemplo de exultante apropiación que es "Fresco y sin cortar", tema que a mi juicio ilustra la tónica general de este álbum que por esas contradicciones de la vida, pasó casi inadvertido para público y crítica.
Tras el desvanecimiento de Superávit, que ni siquiera su condición de Proyecto Nacional de la AHS pudo evitar, Ciro enfrentó un nuevo reto al asociarse temporalmente con Abel Omar Pérez , líder del grupo Perfume de Mujer. El resultado fue Queso (1998), un disco de transición que mostró a los músicos trabajando en colaboración, con saludables dosis de riesgo, y que tiene pocos nexos afines con las obras anteriores. A mi entender la alquimia obtenida entre estos dos compositores tan diferentes y cercanos a la vez encierra todavía algunos misterios. Mientras Abel construyó retorcidos instrumentales del rock más experimental, que anunciarían los posteriores devaneos discográficos de su grupo, Ciro aportó un grupo de canciones donde sobresalen "Qué calmará" (homenaje a José Antonio Méndez), "Elefantes" (una de sus obras más tempranas) y "Natalia". Hablando de sus temas en ellos hallamos mucho de autobiográfico ("20 1/2 Iraida", "Ciro Crack") o de referencia al entorno más inmediato ("Tita tarda, pero mami cocina" nos dice en "El carné del grupito"), todo concebido desde un acentuado lirismo que bordea lo melancólico, cual viñetas introspectivas. Sus textos huyen de lo banal, con metáforas inteligentes que nos conducen por diferentes planos de lectura. Temas como "Regulación Menstrual", "Nubes lentas", "Uretral Confort", "Perlas enlatadas" o "Imágenes que sanan" ilustran una poética que toma de aquí y de allá pero recrea al mismo tiempo una cosmovisión propia, códigos que transitan de lo hermético a lo diáfano con total desnvoltura sin que llegue a parecernos un producto forzado.
Raúl Ciro no esconde las influencias que han permeado su manera al pasar los años. Los Beatles, Van Van, Spinetta, Silvio, Charly, Kris Dane, Billie Holiday, Radiohead... son nombres que representan una parte de su arsenal informativo, pero su música está lejos de la duplicación insustancial y el mimetismo. Esto es fácilmente perceptible en las ocasionales versiones que ha hecho y que van desde una "Julia" de Lennon que cantaba en sus primeros años, hasta la impresionante "Arenas Movedizas" de David Bowie, ya con Superávit. Incluso sorprende descubrirle una manifiesta obsesión por el sonido y la experimentación, algo que creo lo distingue entre sus coetáneos, y ese es, el elemento que caracteriza su disco Ciro 3C (1999). Aquí asumió múltiples riesgos, como otra manera de desprenderse de arquetipos: se atrevió con un tema instrumental, mezcló canciones antiguas y recientes, se hizo cargo de las guitarras, bajo, tres, percusión y voces (apoyado por amigos como Abel González y Yusa entre otros), incorporó un par de versiones ("El dedo gordo" de la Sonora Matancera, y "Que tú me quieres voy a gritar" de Raúl Gómez) y estructuró todo el complejo concepto general de la grabación empleando conversaciones, interferencias, ruidos de ambiente, que hacen de esta obra uno de los productos más notables facturados en la independencia creativa cubana del cual, al menos, yo tenga conocimiento.
En septiembre de 1999 llega su internacionalización al ser elegido para participar en el proyecto "Generación Ñ" amparado por la Fundación de Autor y la SGAE, que se proponían sacar a la luz a una serie de cantautores hispanoparlantes cuyos trabajos plantearan formas interesantes de asumir la canción del final del milenio. Esto le posibilitó altenar en conciertos españoles con creadores como Julieta Venegas y Fernando Delgadillo (México) y Antonio Birabent (Argentina). Más allá de la experiencia que representó enfrentarse a públicos y situaciones diferentes, desde actuar en grandes teatros y festivales, hasta tocar, por pura pasión, en el Metro madrileño (reeditando de algún modo lo que muchos años atras nos cantara en su tema "Coopere con el artista cubano"), esta etapa hispana constituyó un replanteamietno de valores y condicionantes en la cual todavía se halla inmerso.
Si algo caracteriza la obra de Raúl Ciro es su renuncia a todo lo que signifique concesiones artísticas. Sin duda, es una postura que implica desgarramiento y donde el acto mismo de crear pasa a convertirse en sostén imprescindible de la existencia, paliativo necesario para enfrentar la desidia y mediocridad circundante, males que por lo regular se nos revelan más cercanos por (des)obra y (des)gracia de algunos presuntos estrategas de eso que todavía insisten en llamar marketing. En su caso la canción se salva febril y centellante, hecha de amores y desencuentros, de nostalgias y obsesiones, como todo arte genuino que grita su luz en un mundo empeñado en lo trivial y donde "sólo importa ser rey o dios".

Otras "Kurdas". Humberto Manduley López. El Caimán Barbudo. Año 35. Edición 306.

 

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